Liderando con propósito

(Artículo publicado el 10 de Mayo)

Ya el pasado enero publicaba en esta columna (“A las puertas de Davos, reflexiones de futuro”), en relación a los debates esenciales que nos acompañan, la complejidad creciente de los múltiples desafíos a los que nos enfrentamos, las diferentes iniciativas y movimientos innovadores exigentes de nuevos caminos y soluciones, alejados de las recetas tradicionales y de comportamientos individuales (y muchos colectivos), determinantes  de actitudes y prácticas (empresariales y públicas), que si bien pudieran responder a situaciones concretas del pasado, parecerían permanentes, fijas e inflexibles, que no ofrecían respuestas satisfactorias a una desigualdad generalizada,  una insatisfacción y desafección amplia respecto de los liderazgos en curso, y la consiguiente presencia de un movimiento de transformación concentrado, de una u otra manera, en la necesaria búsqueda o revisita de nuevos roles a desempeñar por todos y cada uno de los diferentes agentes económicos, sociales, políticos, institucionales y de gobernanza existentes.

Hoy viene a cuenta recordar esa referencia, entre otros casos, porque el reclamo base de aquel encuentro multi agente, integrador de los diferentes grupos de interés (stakeholders), apuntaba a “un estado de emergencia” en el que la sociedad exigía de sus líderes, principalmente, respuestas transformadoras, nuevas agendas, responsabilidad compartida público-privada y un actualizado marco de prosperidad y desarrollo inclusivo a lo largo del mundo.

Esta semana, en su “Newsletter” dirigida a sus socios, la agencia vasca de innovación (Innobasque) recomienda la lectura del “Manifiesto de Davos 2020: El propósito universal de las empresas en la cuarta revolución industrial”, que no es sino una de las múltiples piezas que vienen añadiendo valor y enriqueciendo el movimiento transformador que desde la iniciativa “Shared Value” (el valor compartido empresa-sociedad) promovieron hace ya unos años los profesores Michael E. Porter y Mike Kramer, redefiniendo el propósito y sentido de las empresas, haciendo de las necesidades y demandas sociales sus modelos de negocio, ampliando sus fronteras de interacción con sus diferentes ámbitos sociales y comunitarios de influencia, más allá de sus objetivos primarios de creación de riqueza y empleo y de la responsabilidad social corporativa y, su imprescindible organización extendida con todos los stakeholders que la componen (trabajadores, capital-propiedad, proveedores, clientes-usuarios, gobiernos implicados, academia…). Movimiento en plena vitalidad creativa impactando a inversores, empresarios, consumidores, en los diferentes ámbitos empresariales, de gobierno, entidades sin ánimo de lucro y academia.

Precisamente, en el marco de este compromiso e iniciativa, estos días se publicaba el “Purpose Playbook: putting purpose into practice with shared value” (FSG: Re imaginando el cambio social), dando un paso más hacia el PROPÓSITO que ha de inspirar la visión, objetivos, estrategia y actuación de las empresas, aplicando los principios del valor compartido empresa-sociedad. Quienes formamos parte de este movimiento desde su creación, centramos el interés especial en el seno y rol de la empresa entendiendo que es el principal actor capaz de provocar la transformación requerida, dispone de los activos de mayor valor estratégico (comunidad de personas, propiedad, capital, cadenas de valor, pervivencia, emprendimiento,  percepción de la economía real y las demandas sociales…) para interactuar, de manera escalable y sostenible con los gobiernos y la sociedad, tejer alianzas significativas con el tercero y cuarto sector de la economía y favorecer la prosperidad, bienestar y desarrollo competitivo e inclusivo. Su peso real en la economía y en la sociedad le confieren un protagonismo esencial en cualquier proceso generador del cambio necesario para el logro de los objetivos generales buscados.

Hoy, cuando las circunstancias concretas que vivimos, con un nuevo desafío y cuestionamiento de modelos, gobernanzas, crecimiento y empleo, ante panoramas inciertos de futuro, se alzan voces ya conocidas para reivindicar la exclusión y criminalización de la empresa como contraposición a la “panacea de lo público”, como mantra simplificador de espacios superados, pareceríamos vivir una vuelta al pasado en el que, de forma demagógica, se pretende asociar las bondades y soluciones vitales a todo tipo de actividad que acometan los gobiernos, a las supuestas soluciones igualitarias y de bien común  que conlleva cualquier decisión o actuación que lleven a cabo, que todo gasto desde cualquier ente o agente público resulta positivo y redistributivo para todos, generando riqueza y bienestar común y colectivo. Se pretende asumir que todo empleado público es esencial e imprescindible además de eficiente y cumplidor con el servicio que ha de ofrecer y que, por el contrario, el mundo privado no es sino un mal en extinción, preocupado de algo llamado “cuenta de resultados” irrelevante para el bienestar social. Las empresas y empresarios habrían de “disfrazarse” de microempresa, autoempleo o “joven emprendedor en fase emergente” para merecer algún tipo de consideración, siempre que no tengan éxito en su recorrido, ya que, a partir de ese instante, serían considerados ajenos a la creación de riqueza y bienestar y ser objetivo de las descalificaciones que nos rodean.

Quienes creemos en el rol imprescindible de los gobiernos, en su insustituible liderazgo, en sus políticas con mayúscula, en su papel dinamizador y emprendedor, tractor de múltiples iniciativas y actividades, no solamente no los consideramos esenciales, sino que apostamos por reforzar tanto sus competencias reales, como su eficiencia y necesaria disposición de recursos para llevar a buen término sus funciones de dirección y control de su ámbito de responsabilidad. Pero, de igual forma, entendemos imprescindible el rol empresarial y la absoluta e insustituible alianza público-privada para compartir el valor económico y social requerido por los grandes desafíos a los que nos enfrentamos. Las empresas son comunidades activas generadoras de empleo, riqueza, bienestar y desarrollo.

Son muchos los ejemplos que hemos vivido y, desgraciadamente, seguimos viviendo, mostrando el “pensamiento único excluyente” de quienes se arrogan la capacidad única de decidir lo que ha de hacerse, etiquetan a los demás y propagan sus mensajes “fake” y demagógicos, transmitiendo la idea de que no hay alternativas y que la “falsa unidad” es el banderín de enganche para transitar hacia el futuro (“o conmigo y de la manera que yo crea, o el caos”). La realidad es muy distinta. La complejidad que vivimos y viviremos demanda alianzas múltiples compartiendo el valor a generar y distribuir, a la vez, entre todos.

Hace unos días, tuve la oportunidad de compartir un seminario de prospectiva e innovación en el que se preguntaba, cómo no, sobre el futuro tras la pandemia en curso, en medio de la situación especialmente crítica que padecemos y se invitaba a identificar las “ventajas competitivas y posicionamiento de Euskadi” para transitar y superar los escenarios de recesión, recuperación, reconstrucción  que habremos de transitar en los próximos años (al igual que la inmensa mayoría del mundo), y cuáles serían los “condicionantes negativos” para impedir una salida exitosa. Tras diferentes indicadores, cualitativos y cuantitativos, diseños de escenarios y anunciar un futuro exitoso al final del camino, concluíamos con un condicionante final: “tenemos que deshacernos de mucha grasa que nos dificulta la salida hacia un escenario deseable de competitividad, bienestar y desarrollo inclusivo”. La moderadora repreguntó: ¿Cuál o quién es esa grasa? Se trata de “grasa mental” respondíamos. En nuestra cabeza se encuentra ese exceso de grasa mental paralizante, que solamente puede eliminarse en función de nuestra actitud, de nuestra disposición a comprometernos y responsabilizarnos en el cambio necesario, en el compartir un valor entre todos, en romper las barreras y obstáculos paralizantes del viejo modelo de confortabilidad desigual preexistente, en romper la dualidad social y de empleabilidad que nos separa…

Nuevos roles, nuevo propósito, valor compartido empresa-sociedad, cocreación de valor público-privado, compromiso y responsabilidad. Piezas esenciales, sin duda, a llevar en la mochila para este nuevo viaje. Como indicaba al principio de este artículo, el documento “Purpose Playbook” reúne una serie de instrumentos y herramientas clave para hacer del propósito, del sentido de nuestra búsqueda, la orientación de nuestra nueva estrategia. Nos invita a poner el acento en nuestro verdadero propósito: “La razón de una empresa para resolver problemas sociales, a la vez que crea valor económico-financiero para la compañía y la comunidad de manera sostenible y significativa, es el propósito que mueve la estrategia empresarial y su liderazgo”.

En definitiva, un compromiso integral para resolver una demanda social no resuelta, dar una solución plenamente integrada en su estrategia global, alineando operaciones y personas, creando valor medible para la empresa y la sociedad. Todo un propósito empresarial, solo posible de llevarla a la práctica con el concurso del resto de los actores (gobiernos, comunidad…) ¿Y el propósito de cada uno de nosotros?

Preparémonos para un largo y complejo viaje.

Ganar nuestro futuro

(Artículo publicado el 26 de Abril)

Concluido el fallido intento propagandístico del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en resucitar unos “Pactos de la Moncloa”, a todas luces ajenos a la realidad, contexto, profundidad y objetivos de salida de la emergencia y crisis pandémica por la que atravesamos, todo parece indicar que se dará paso a un nuevo proceso de recuperación, reconstrucción y/o rescate de la economía, desde el seno del Congreso con la participación de los diferentes representantes políticos y en el contexto actual de un Estado autonómico con responsabilidades, competencias y autoridades institucionales propias y diferenciadas. Pese al nuevo rumbo, se desconocen aún el contenido y áreas concretas de trabajo, objetivos específicos a perseguir y, por supuesto, el grado de apertura, participación y contraste a dar a diferentes agentes económicos y sociales en el proceso, los tiempos de negociación, plazos para el acuerdo, diseño e implementación de estrategias, políticas y acciones a desarrollar, la profundidad de la transformación perseguida, su financiación y, por supuesto, su adecuación temporal al imprescindible proceso dual de superación de la pandemia y el desescalado, confinamiento-normalidad, cuyo calendario es hoy impredecible.

El “caso español” no es muy diferente al que se vive a lo largo del mundo. Prácticamente todo gobierno o institución internacional ha de acometer procesos de rescate, recuperación y transformación, si bien cada uno se ve obligado a abordar un proceso, con actores y contenidos reales diferentes, condicionados tanto por la severidad del daño causado en esta coyuntura inesperada, como por su situación previa, sus capacidades y fortalezas reales, sus respectivos tejidos económicos, su calidad democrática e institucional y la vocación, responsabilidad y compromiso de futuro de sus ciudadanos.

En este marco de incertidumbre compleja en el que nos movemos, de sensible impacto diferenciado en el ámbito mundial, regional, estatal y local o próximo, más allá de aproximaciones macroeconómicas necesarias, más o menos observables y esperables, las actuaciones microeconómicas habrán de marcar de manera inmediata su impacto directo en el futuro de personas, empresas y familias de forma singular. Hoy, la literatura económica está repleta de todo tipo de análisis e informes con la prospectiva, visión y escenarios elaborados por las máximas autoridades de reputados centros de investigación, analistas de mercado, organismos internacionales y gobiernos. De una u otra forma, con mayor o menor precisión e intensidad, en base a experiencias de recuperación de otras pandemias y/o epidemias históricas, de calamidades especiales como diferentes situaciones de guerra, desastres bursátiles, crisis financieras globales o “revoluciones socio-económicas”, atemperadas, según potenciales períodos de superación de la pandemia (total o sin rebrotes, inmunidad de la población, tratamientos y/o vacunas) y de los efectos inmediatos que la enorme cantidad de medidas implantadas por todo tipo de gobiernos para mitigar las consecuencias negativas del cese de actividad (temporal o definitivo o previo) de las personas (en especial los más vulnerables), la inicial desaparición de empresas e iniciativas económico-empresariales, el nefasto impacto sobre trabajadores autónomos y temporales, desempleados, empresas (pymes y micro pymes), así como en empresas y entidades tractoras, en todo tipo de industrias, al objeto de “superar el primer golpe”, a cuyo servicio se han movilizado ingentes cantidades y recursos financieros, subvenciones, préstamos, canales promotores y de apoyo, “con el esfuerzo y endeudamiento que sea necesario”. Todo un esfuerzo absolutamente imprescindible. El comportamiento de los diferentes agentes, el modo y ritmo de acceso a todas las medidas, el acierto de gestión en la crisis y la capacidad transformadora que lo acompañe, determinará la mejor o peor respuesta y, en consecuencia, el acierto o desviaciones de los escenarios dibujados hasta el momento. Será la propia “magia del proceso” la que determinará la velocidad e intensidad de la recuperación o reinvención de modelos de crecimiento y/o desarrollo (absolutamente inclusivos), instituciones de gobernanza, futuro del trabajo, modalidades de renta (universal en diferentes modalidades no asociadas directamente a la empleabilidad), la corresponsabilidad fiscal (real y de todos), la nueva configuración de los espacios público-privados y los “nuevos” roles de sus jugadores (empresarios, funcionarios, representantes políticos y sindicales) y la evaluación social permanente de todos y cada uno de nosotros. La persistente individualidad es, en todo caso, un peligro del proceso transformador por acometer.

Y es precisamente aquí, en nosotros, donde residen las capacidades y fortalezas para superar las dificultades y construir un nuevo espacio de futuro. Será desde nuestra arquitectura propia, desde nuestro capital humano, de nuestro modelo de interacción público-privado, de nuestras apuestas y compromisos compartidos y de nuestra voluntad y solidaridad, el tipo de respuesta y salida posibles. Para dicho proceso, no partiremos de cero, sino de una probada estructura y posición previa lo suficientemente exitosa como para apalancar la salida, en beneficio de todos. Será un futuro tan igual o diferente al pasado como decidamos recorrer y construir.

La emergencia actual ha permitido, también, hacer emerger las claves esenciales para acometer este tránsito incierto que nos espera. Desde nuestra más que demostrada resiliencia histórica para superar dificultades, conocemos las líneas básicas que orientarán, en mayor o menor medida, la salida: rescatar aquellas empresas en dificultad que contengan el espíritu y orientación estratégica para un mundo renovado, acelerar el uso eficaz de nuestro talento para afrontar los desafíos y revoluciones de la salud y su economía asociable, de la digitalización y economía-sociedad 5.0, de la manufactura inteligente y del empleo del futuro vinculable a las tecnologías exponenciales ya entre nosotros, destacando nuestro acierto en la interacción humana con la tecnología, de la economía azul (agua, océanos, pesca, biología marina e infraestructuras), de la logística y el transporte soporte de las tecnologías de la información tan rápidamente reforzadas en estos días de distanciamiento físico curativo o preventivo, de la energía y economía verde. Vectores que habrán de guiarnos bajo un prisma cada vez más claro en cuanto a modelos reales de glokalización (en los que lo local, resulta imprescindible) reformulando aventuras globales del pasado, revisitando con análisis crítico y completo las cadenas de valor y nuestro rol particular en cada una de ellas, así como el lugar (geolocalización) desde el que hemos de jugar a futuro. Vectores que han de filtrase en un nuevo contexto, también para redefinir, de un desarrollo inclusivo (no necesariamente de crecimiento objetivo, al menos en el inmediato y corto-medio-largo plazo) en el que la realidad recesiva obligará a condicionar nuestra salida en ritmos y orientaciones distintas, guiado por un nuevo Estado social de bienestar, irrenunciable, demandante de renovados valores y conceptos de prevención, protección, seguridad social, acogiendo la realidad de las distintas modalidades de renta básica desacoplada de la empleabilidad, en consecuencia con el futuro del trabajo y su organización.

Todo un amplio camino por recorrer, demandante de estructuras financieras y fiscales de larguísimo plazo, posibilitadoras de un resultado que no se improvisa y que obliga a liderazgos compartidos, refuerzo democrático-institucional y facturas solidarias. Un camino para el que contamos con nuevas herramientas públicas y privadas para reforzar el bagaje previo. Un largo viaje, permanente, desde la fortaleza y la convicción de contar con las claves necesarias para superarlo con la ilusión de una mejoría y, sobre todo, alcanzable.

Hoy, cuando para la inmensa mayoría de la población la incertidumbre provoca una grave preocupación colectiva, resulta imprescindible volcarnos en la confianza en nuestras posibilidades y oportunidades. Unos meses antes de enfrentarnos a esta grave situación coyuntural, nuestro país ya era consciente de este largo viaje. Ninguno de los desafíos que hoy observamos resultan diferentes a aquellos que enfrentábamos. Para todos y cada uno de ellos hemos venido generando capacidades y recursos adecuados y el talento y capital humano existente es real. En ocasiones, muchos de estos elementos permanecen ocultos o no han sido suficientemente reconocidos o aplicados en dimensiones convergentes. Hoy, la emergencia los pone a prueba y redobla esfuerzos y compromisos. Y, por supuesto, esta situación especial ha puesto de relieve la respuesta y estilo, también cultura solidaria, y de responsabilidad de cada persona, de cada empresa, de cada organización, de cada institución. Todos los agentes políticos, institucionales, sociales, económicos nos hemos mostrado y hemos permitido aflorar las capacidades, fortalezas y actitudes. Aquí reside la base real para afrontar el futuro, desde la confianza generada o reafirmada para compartir un viaje, esperanzado y posible.

Nuestro entorno también adecúa posiciones para facilitar la transformación con mayor peso real de cada uno de los jugadores, mayor flexibilidad financiera y mayor comprensión de las salidas diferenciadas.

La prospectiva, como comentábamos al principio, supone un ejercicio responsable y obligado para identificar escenarios bajo determinadas hipótesis. La responsabilidad de quien ha de tomar decisiones pasa por elegir el futuro deseable y hacer lo imposible por hacerlo posible desde las fortalezas y competencias base del punto de partida.

Las personas, sobre todo, como las empresas, países, gobiernos… hemos de decidir y elegir nuestro propio futuro, desde la elección de nuestro propósito y sentido. Así, más allá de hipótesis y escenarios de uno u otro signo, estamos en condiciones de construir aquí y ahora un apasionante futuro, inclusivo, entre todos y para todos. Desde nuestras fortalezas reales, ante los desafíos más que probables, no lo dudemos: hoy estamos aquí mejor preparados que nunca para una salida exitosa. Ganar nuestro futuro es perfectamente alcanzable. Está en nuestras manos.

COVID-19 y Pactos de la Moncloa: ¿Salida corresponsable construyendo un futuro mejor?

(Articulo publicado el 12 de Abril)

Cuando aún estamos inmersos en el confinamiento y distanciamiento físico y social como defensa conductora de una estrategia de supresión y contención de la pandemia que nos aqueja, cuyo desconocimiento real supone una constante (ni se conoce con certeza su verdadero grado de letalidad, ni su dinámica de transmisión y contagio), enredados en una insuficiencia confusa de datos, a la vez que en un aceleradísimo esfuerzo en crear capacidades comunitarias, sociales y sanitarias para contener su expansión, evitar fallecimientos, identificar, atender y cuidar poblaciones de riesgo, así como personas inmunes reincorporables a la normalidad y dar una respuesta plena a la “primera ola de acción sanitaria y sus consecuencias en el sistema de salud”, se solapa el mensaje inconcreto del gobierno español, convocando a unos nuevos “Pactos de la Moncloa”, transmitiendo una difusa irrupción en una nueva etapa de “estabilización de la epidemia” para transitar hacia una determinada “apertura sucesiva de la economía”.

Fiel al estilo que le acompaña desde su fulgurante aparición en el primer plano de la política española, el presidente del gobierno español nos tiene acostumbrados a mensajes mediáticos y propagandísticos evocando soluciones que parecerían promover transformaciones profundas y radicales para las que sería imprescindible la irrenunciable colaboración de todos, en torno a la unicidad de su propuesta, carente de alternativas, bajo el paraguas responsable de la unidad, la solidaridad, la lealtad, el bien común y, por supuesto, la elección “o conmigo o el caos”. Así que, en esta ocasión, utiliza el recuerdo de los Pactos de la Moncloa (la inmensa mayoría de la población no sabe ni lo que fueron, ni en qué contexto se desarrollaron y, por supuesto, lo que pretende más allá de una supuesta “reconstrucción nacional”, inevitable tanto para superar el estado de las cosas, como para conquistar un futuro incierto tras “vencer esta guerra” que, en su leguaje bélico, parecería identificar el virus agresor). Guerra que justificaría todo tipo de renuncias (a derechos civiles, libertades individuales, suspensión de derechos políticos…) y, por supuesto, suplantación de Instituciones e incluso de aquellos logros que los mencionados Pactos de la Moncloa otorgaron al proceso de reforma de antiguo régimen para construir un, entonces, incipiente y naciente estado de democrático.

Conviene repasar algunos elementos clave a considerar en el momento actual:

La pandemia del COVID-19 tiene consecuencias, en términos de salud, mucho más allá de la contención en la que se trabaja. No hay un determinismo temporal, conocido o planificado respecto al plazo en que ha de mantenerse un confinamiento como el que se está aplicando, ni si se producirán rebrotes en diferentes fases de inmunidad o recuperación o en combinación con ciertos períodos de relajación con el tan comentado proceso de “desescalamiento”, ni mucho menos sobre lo que los expertos en salud vienen a describir como “las otras olas sanitarias de la pandemia” una vez logrado “aplanar la curva”, superando el primer embate de la mortalidad y el peligroso colapso de los sistemas de salud y sus infraestructuras (físicas y, sobre todo, personales). A este objetivo principal en esta primera ola sanitaria, seguirán otras (el impacto y consecuencias sobre el personal sanitario y las restricciones inevitables a su trabajo), el impacto en los períodos de recuperación post hospitalaria y/o UCI, la ola del impacto en el período de aislamiento y cuarentena post UCI, ya sea en domicilio o en infraestructuras alternativas, o la ola sanitaria asociada a los propios tratamientos del proceso viral infeccioso, la recuperación de la normalidad en un sistema de atención y cuidado sanitario tanto de enfermos crónicos, como de los servicios suspendidos en necesidades “NO COVID”, iniciando una nueva curva de demanda de las capacidades e infraestructuras del sistema y, la ola de las consecuencias e impacto en términos de salud mental (soledad, angustia, pánico…) y percepción negativa de la salud más allá de la ausencia de enfermedad, junto con el temor por un futuro incierto. Es decir, antes de entrar en la supuesta dicotomía Salud-Economía bajo el uso y gestión del encierro total y/o una apertura progresiva (que tarde o temprano habrá de darse), siempre con las máximas garantías de protección y seguridad personal, la salud en general y la capacidad de respuesta de los sistemas sanitario y social, ha de tenerse en cuenta la interdependencia de estos dos vectores que, desde una inicial simpleza, parecerían contraponerse en el ambiente de opinión. Es decir, contraponer un estado de confinamiento igual a garantía única y máxima de salud versus apertura económica,  supone una falsa simplificación, además de un equívoco. “La salud pública solamente funciona si la economía funciona, de la misma manera que la economía solamente funciona si la salud existe y funciona”.

Así, el llamado desescalonamiento resulta necesario y no solamente porque los propios sitemas de salud lo exijan, o porque la caída drástica del consumo y compra resulten esenciales, o porque no podamos destruir el ahorro familiar, empresarial y de país, o porque el empleo desaparezca y no baste con sustituirlo, coyunturalmente, por una renta o prestación pública sustitutoria, o porque nos estemos llevando por delante la educación de las futuras generaciones. También porque el proceso y estrategia de solución sanitaria en curso conlleva fases de diagnóstico, tratamiento, espacios de aislamiento en casa (no todo mundo dispone de una posibilidad real de disponer del espacio y requisitos esperables) y gestión de la población inmune que minimice o suprima el adicional riesgo de transmisión y contagio.

Dicho todo lo anterior, resulta de especial importancia una adecuada planificación y aplicación de un proceso ordenado y eficiente de salida/apertura sanitaria, social, económica, desde la colaboración y corresponsabilidad de todos los agentes implicados en un marco amplio (antes de las últimas crisis llamaríamos global) con el concurso de naciones y regiones ricas y no ricas, desarrolladas y no desarrolladas (o en desarrollo). Una apertura que ha de ser claramente diferenciada tanto por el estado real de la pandemia en cada espacio o comunidad de que se trate (tests y más tests, “pasaportes serológicos” no estigmatizadores), su capacidad de respuesta demostrada, su tejido económico y social, su red de bienestar acompañable, sus capacidades políticas (reales) de decisión, su capacidad de gestión (real), y, por supuesto las personas inmunes incorporables. Este proceso de apertura exige las medidas previas de seguridad y protección, así como de seguimiento, imprescindibles tanto en la vía pública, como en los diferentes centros de trabajo, espacios públicos y medios de transporte. Un proceso (ni unitario, ni único, ni desde la óptica del “café para todos”) reclama, también, una nueva manera de abordarlo desde las organizaciones internacionales. Es el momento del desafío de Naciones Unidas, de la propia Organización mundial de la Salud, de la Organización Internacional del Trabajo, del G-20, del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y, en nuestro caso próximo, de la Unión Europea. La forma en que respondan determinará su rol de futuro, la adhesión o rechazo de la gente, su necesidad y rol a jugar, su credibilidad y, en definitiva, su verdadera capacidad para cocrear un futuro mejor.

¿Y acudir a los Pactos de la Moncloa?

En este contexto, recordemos que los llamados Pactos de la Moncloa son los “Acuerdos para un programa de saneamiento y reforma de la economía” y otro, “sobre el programa de actuación jurídica y política” celebrados en 1977, en plena legislatura constituyente (aún, por ejemplo, con senadores de designación real, antiguos jugadores y herederos del régimen pre democrático, dando los primeros pasos de las emergentes fuerzas políticas democráticas, la tolerancia-autorización de los hasta entonces proscritos sindicatos libres y partidos políticos opositores al régimen previo, patronales en  reconversión o constitución para una nueva etapa por venir, en un clima de aprendizaje, dando los primeros pasos hacia un nuevo futuro, bajo la tutela de la monarquía heredada y del ejército, azotados por un terrorismo extremo). Se trataba de un momento pre constitucional, en plena crisis económica (mundial como consecuencia del crash energético-petrolero) y estatal (inflación del 23%, una peseta sobre valorada de forma artificial, un tránsito inevitable desde la autarquía hacia su apertura internacional, elevado desempleo, profunda crisis industrial y ausencia real de Instituciones democráticas, por supuesto, ni Estatutos de Autonomía, ni gobiernos autonómicos, ni democratización e independencia del poder judicial, ni Europa, ni OTAN, ni Constitución…). Resultaba imprescindible tejer acuerdos de todo tipo y en todas las direcciones posibles para iniciar una “reforma”, desde un antiguo régimen dictatorial hacia un ilusionado futuro, en una responsabilidad y compromisos compartibles desde un cuadro mínimo sobre el que construir un espacio democrático con el horizonte de una Europa aún conformada por una Comunidad Económica restringida que exigía a la “nueva España” aspirante, una transformación real (así hasta 1986 en que, finalmente, se le dio entrada).

Hoy, por tanto, el escenario es diferente. Se trata de solventar una pandemia (trágica, intensa, destructora, mortal, desconocida…) y de acordar un plan de salida y rescate de una economía dañada de forma coyuntural, sobre la base de un compromiso social para atender a la población vulnerable, a las empresas necesitadas de un impulso facilitador de su supervivencia y de un potencial reforzamiento de un tejido económico deteriorado (no solamente por esta crisis pandémica). Es, efectivamente, una necesidad urgente y extraordinaria que desearíamos integrada en la coherencia de un plan de futuro, compartido y no impuesto con la excusa de un momento de urgencia. Hoy no es 1977, el estado está organizado de una forma diferente, está institucionalizado en diferentes niveles y desde vocaciones políticas, económicas y de voluntad de autogobierno diferenciadas. El estado no está destrozado, ni aislado del mundo, ni en manos inexpertas en la inmensa mayoría de los espacios de decisión. Si en verdad se quiere aprovechar la situación de crisis para abordar una transformación radical y afrontar las nuevas demandas económicas, sociales judiciales, políticas, institucionales, no ya provocada por la pandemia del COVID-19, sino previas a la búsqueda de nuevos modelos de Estado, con voces claramente diferenciadas, respondiendo a un nuevo orden más allá de las descentralizaciones y/o comunidades actuales, en función de demandas diferenciadas, y se quiere construir desde una lealtad mutua y bidireccional, soportada en una colaboración real y no de fachada propagandística, habría que empezar por desandar los pasos dados en la organización de la respuesta dada a la pandemia. (¿Cómo se puede poner al frente a un Ministerio de Sanidad, desentrenado, sin capacidades y competencias técnicas, abandonadas hace más de 30 años con el sucesivo traspaso de competencias a las Comunidades Autónomas, responsables reales de sus redes y sistemas de salud, con sus equipos profesionales, conocimiento del terreno y de las respuestas reales a ofrecer en una crisis sanitaria como la vivida? ¿Qué sentido tiene exaltar a un ejército con terminología de guerra y asumiendo funciones que no le corresponden? ¿Cómo se puede establecer un mando único de interior por encima de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado con competencias y dependencias propias? ¿Qué sentido tiene hablar de cooperación con los presidentes de los diferentes gobiernos autonómicos, auténticos representantes ordinarios del Estado en sus respectivos territorios, para informarles lo que han leído en la prensa amiga de la Moncloa?)

Es momento, sí, de superar la pandemia. Es momento de poner el foco en la solución sanitaria (en sentido amplio y no solamente en fase de contención), de poner a su servicio la economía y las políticas sociales y comunitarias que la hacen posible. Es momento de un plan de desescalonamiento y de recuperación progresiva de la actividad económica. Es, también, momento de recuperar el orden institucional, competencial y de comprometerse en un nuevo futuro y de apostar por la inevitable reconfiguración del Estado y el poder político que lo haga posible.

Si en verdad se entiende que, tras esta pandemia, han cambiado actitudes y comportamientos, valores de un sociedad preocupada y deseosa de comprometerse con nuevas maneras de construir su futuro, entonces sí merecería la pena un gran nuevo pacto con mayúsculas. Si, por el contrario, es una iniciativa coyuntural para volver a la “vieja normalidad”, basta con volver a las recetas de antaño: un paquete financiero amplio, un determinado plan especial de rescate de empresas en dificultad coyuntural, recurrir a nuevos presupuestos y márgenes de endeudamiento a largo plazo y una cadena de decretos (sabedores de que su posterior tramitación parlamentaria, lenta y farragosa, terminará haciendo un papel ómnibus para introducir asuntos ajenos al motivo principal del mismo, dando tiempo a que la mayoría de la población se haga inmune al contagio y las soluciones farmacológicas, terapéuticas y vacunas estén disponibles, dando fin a esta pesadilla).

Entre tanto, mi agradecimiento a todos quienes trabajan todos los días, enfrentándose a la enfermedad, volcados en el cuidado, atención a la sociedad y comprometidos con la construcción de un país, de una economía, de unas empresas e instituciones que lo hacen y harán posible.

¿Qué ocurrió durante estos meses perdidos?

(Artículo publicado el 29 de Marzo)

Evitar el COVID-19 en cualquiera de sus diferentes manifestaciones o aproximaciones, resulta poco menos que imposible en estos momentos. Ya sea comentar su efecto devastador, el dolor, tragedia y muerte que arrastra, sus inciertas consecuencias en los ámbitos social, económico, político y los nuevos escenarios que están por venir, ocupa casi en exclusiva el tiempo de nuestros diferentes grados de aislamiento, encierro o confinamiento, extendiéndose de una u otra manera a lo largo del mundo. Los estados de alerta iniciales se van ampliando y acompañarán las decisiones y estrategias de contención recomendadas y aplicadas por la inmensa mayoría de países, dejando, no obstante, un importante debate sobre su extensión total, potenciales medidas y espacios un tanto relajados aunque sea en períodos cortos e intermitentes, que permitan dar un respiro a las poblaciones, en especial las más vulnerables, necesitadas de treguas deseables, en la medida que sean compatibles con el necesario y recomendado distanciamiento social e higiene sanitaria. Panorama esperable mientras demos tiempo a suavizar las respuestas de los diferentes sistemas y servicios de salud y a disponer de soluciones y tratamientos farmacológicos y la tan esperada y anunciada vacuna y/o la inmunidad general deseable. 

Pero, en todo caso, la superación de esta pandemia será un hecho y volveremos a la “nueva normalidad”. Entonces, será también el momento de la retrospectiva y nuestra mirada nos llevará atrás a preguntarnos: ¿Qué ocurrió durante esos meses? 

A primeros del año 2009, tras el enorme crac económico-financiero padecido, el novelista chino Chan Koonchung publicó Años de prosperidad, cuya sugerente trama se basaba en un profundo olvido colectivo que llevaba a la población china a un inigualable sentimiento de felicidad y prosperidad ajeno a la percepción, sentimientos y realidad observable en el nuevo escenario que vivían. Llevaba, en consecuencia, a pensadores, críticos, ciudadanos incrédulos a considerar que “alguien” “les había robado unos meses de su vida”, lo que les llevaba a la búsqueda de aquél “sujeto culpable”, así como de la necesidad de esforzarse en construir un nuevo espacio, un FUTURO diferente, que hiciera compatible el deseo de perpetuar dicha felicidad y prosperidad (en apariencia perdida) para convertir la percepción en la realidad. 

Esta fábula discurre por una búsqueda continua de cómplices, la sociedad en su conjunto, que se sume a un compromiso de trabajo y transformación de aquel espacio vital, la remoción de los obstáculos y barrearas que habían surgido, las dificultades añadidas que el nuevo mundo había dejado y aquellas líneas aspiracionales, de futuro, que habrían de ser reconstruidas (o construidas ex novo). En esta misma columna, hace quince días, comentaba el impacto general y global que esta pandemia ha de provocar, llevándonos a cuestionar aquellos elementos clave que hemos considerado esenciales hasta este momento y que hemos de filtrar a partir de las nuevas lecciones que hayamos aprendido durante la situación de emergencia (“Crash Pnadémico”. Neure Kabuz). “Mañana, cuando concluya la etapa coyuntural, habremos de revisitar nuestros modelos y reconsiderar muchas de las ideas fuerza cuestionadas por la crisis aprendida y consideraremos diversas lecciones de lo sucedido” 

La vida post COVID-19 no será una novela como la mencionada, pero sí un gran desafío y proyecto colectivo que necesitará de los mejores valores que el tiempo de pandemia ya está poniendo de manifiesto. Serán muchos los nuevos caminos a recorrer y otros tantos aquellos por desandar y hemos de abordarlos con la fortaleza de las lecciones aprendidas. Si en 2009, año de la mencionada novela, se enarbolaba la bandera de la reinvención ideológica, la deconstrucción de modelos socio económicos, la generación de nuevas instituciones y modelos de gobernanza, en especial en los ámbitos globales o internacionales, la reordenación de valores y prioridades, y con el paso del tiempo, vemos que, desgraciadamente seguimos en un enorme gap entre lo que creíamos necesario y posible cambiar y el camino recorrido, la salida post pandemia, deberá reforzar nuestras ideas y convicciones transformadoras, reales. Será el momento que, como Koonchung se proponía, “busquemos los meses perdidos y generemos la nueva prosperidad duradera”. Todo un mundo nuevo estará por venir, a nuestra disposición, y será nuestro empeño. 

En estos días, en pleno estado de alarma -aceptado por su excepcionalidad al servicio del objetivo de la salud- asumimos el autocontrol crítico, evitando mostrar discrepancias limitadoras de resultados colectivos. Los diferentes gobiernos, de todo ámbito institucional, han definido múltiples medidas extraordinarias al servicio de las personas, desde la mejora e intervención en los sistemas de salud, nuestras relaciones tributarias, las necesidades mínimas necesarias para superar la caída de nuestras economías y la, de una u otra forma, imprescindible cobertura de precariedad y condiciones mínimas de vida.  Toda medida de apoyo será insuficiente (o así la verá cada uno desde su propia óptica, demandas y necesidades), pero mitigarán el tránsito inicial hacia el punto de salida. Mañana, una vez resuelto el objetivo prioritario, será el momento de aplicar lo aprendido y, construir, desde nuestras aspiraciones de bienestar, un nuevo futuro. Será entonces, cuando mirando hacia atrás, centremos nuestra atención en las muchas fortalezas desplegadas, en las múltiples iniciativas abordadas y en las palancas de cambio desarrolladas. Será entonces cuando no hablemos de “meses perdidos”, sino de nuevos espacios, tiempos y proyectos de ilusión y será el momento de aplicar las lecciones aprendidas. Será el momento de convertir las bondades y cambios determinados por la emergencia en las guías del nuevo camino en la normalidad. Habremos aprendido que había muchas cosas que se podían hacer de otra manera, que existe todo un mundo de relaciones con terceros por explorar, que hay un enorme capital humano que habíamos condenado al ostracismo y retiro cuando resulta imprescindible para aportar valor a la Sociedad, que hay demasiadas actividades esenciales que permanecían ocultas para todos, que poner el acento en la potencial solución es preferible a encerrarnos en los problemas, que la velocidad y el tiempo son más relativos de lo que parecía, que la comunidad es más relevante de lo aparente, y también que existen más “bichos” que el virus… y que hemos de ser lo suficientemente enérgicos con ellos para aislarlos evitando futuras “pandemias sociales”. 

Post pandemia. Será entonces cuando demos un nuevo salto hacia un futuro, sin duda, mejor y viviremos la felicidad de los nuevos “años de prosperidad”. Momento al que llegaremos desde diferentes posiciones, en las que habrá resultado relevante lo que hayamos hecho, cada uno, cada empresa, cada gobierno, cada organización en estos tiempos de emergencia. Será entonces cuando nos preguntemos: ¿Qué ocurrió durante esos meses perdidos? 

Crash pandémico: agenda para revisitar nuevos modelos de crecimiento y desarrollo

(Artículo publicado el 15 de Marzo)

La ya calificada como pandemia por la Organización Mundial de la salud, la extendida infección viral por el Coronavirus o COVID19, ocupa y preocupa a lo largo del mundo y exige medidas especiales que trastocan nuestras vidas y sitúa como eje vector de las tomas de decisiones al mundo de la salud. El objetivo esencial no es otro que preservar la salud, prevenir, tratar y contener la propagación infecciosa de este nuevo ataque viral y posibilitar su tratamiento acompasado a la no saturación y colapso de los diferentes sistemas y modelos de salud disponibles. El escenario de contención reforzado en el que se encuentran un elevado número de países y regiones obliga a implantar medidas drásticas y restrictivas a la libre circulación de las personas y mercancías, provoca cierres de fronteras, altera la vida ordinaria de la gente, supone cambios acelerados en nuestra vida laboral, educativa y social y genera un aislamiento extremo. Las autoridades de salud cobran especial relevancia y los gobiernos, instituciones globales de gobernanza, empresas, supeditamos toda decisión o actividad al bien máximo de la salud, adaptando, con mayor o menor voluntad, las recomendaciones y lineamientos que la salud demanda.

Hoy, sin ningún tipo de duda, lo prioritario es centrase en el ámbito de la salud y actuar en consecuencia. Para preservarla, mitigar las consecuencias negativas, protegerla y restaurarla, se derivan múltiples iniciativas, más allá de la salud, que han de aplicarse. El estado generalizado de alerta-alarma social se confunde con la gravedad-mortandad del contagio y la proliferación de la desinformación (inocente o interesada) genera un problema adicional. Como no podía ser de otra forma, de una u otra manera, todos accedemos a todo tipo de información al respecto y deberíamos dar nuestro voto de confianza y credibilidad a las autoridades, expertos y responsables en cada ámbito de actuación, lejos de respaldar la mercadería barata que circula incidiendo en un desconocimiento y temor creciente de la población, desencadenando un estado de alerta y todo tipo de comportamientos diferentes en las poblaciones.

Ahora bien, más allá de la salud, esencial y prioritaria, asistimos, además, a un nuevo escenario socio económico que supone una auténtica mutación no solamente en la gestión compleja y acelerada de una coyuntura inesperada, sino, sobre todo, en lo que podríamos considerar un auténtico cambio de paradigma. Si en el corto e inmediato plazo, de la forma que sea, asistimos a una significativa caída de la demanda y el consumo global, a una preocupante caída o crash en los mercaos de capitales, a un no cuantificable pero cierto descenso en el crecimiento, la inevitable reducción de expectativas de desarrollo, un progresivo parón en la actividad de las empresas, una sucesión de impactos negativos en diferentes industrias (manufactureras, de servicios, financieras… y del propio ámbito de la salud) y nos vemos obligados a repensar nuestros modelos de gestión, procesos de trabajo y toma de decisiones, nuestros hábitos naturales de actuación, en muchos casos, la sustitución de responsables atendiendo a su no disponibilidad o deslocalización impuesta, aceleración de una digitalización impuesta para la que en muchos casos o no estamos suficientemente preparados, o su uso dista mucho de la realidad del modelo de negocio o tipología industrial y/o de relación con terceros, o nos veremos encaminados a situaciones de falta de liquidez, endeudamiento impagable en el plazo comprometido, o ajustes laborales no deseados, parecería que la situación de emergencia sobrevenida llevara a los gobiernos e instituciones varias a concertar políticas de apoyo que vengan a paliar sus efectos negativos e imprevistos. Desde las primeras y más evidentes rupturas de stocks, parón en la cadena de suministros (en especial las que tienen una fuerte dependencia o interacción con Asia, como el automóvil y la industria manufacturera) que si bien se iniciaron en Japón, Corea del Sur y China, hoy se van extendiendo a los principales centros manufactureros de Estados Unidos y Europa: la aviación comercial, turismo, eventos, exposiciones, etc. y las propias empresas de salud,  no solo por sus insumos, sino por la gestión de su personal y su sustitución cara al control y atención al paciente, recursos no previstos y su propia organización laboral y logística, hostelería, educación, etc., se irán sucediendo en una larga e intensa cadena sucesiva de problema-solución. Ahora bien, una vez superada la coyuntura (esperemos y deseamos que no supere unos pocos meses), el problema de fondo emergerá como la base del iceberg y nos hará preguntarnos por las “Paradojas de la Internacionalización” que esta crisis de salud ha puesto de manifiesto. Será el momento de repensar las claves y fortalezas de éxito sobre las que hemos construido los modelos de crecimiento y desarrollado a lo largo de la tan deseada y presente globalización.

En los últimos años emprendimos un profundo cambio en la concepción y configuración de nuestro modelo empresarial y de gobierno. Asumimos que la complejidad de la llamada “nueva economía” exigía nuevos modelos de interdependencia en red, tejiendo alianzas multidisciplinares y multi país, incorporar tecnologías disruptivas que normalmente requería terceros jugadores. Aprendimos que la empresa se externalizaba y buscaba “ventajas comparativas” en un largo y extenso mundo deslocalizado en otras geografías, que la internacionalización resultaba no solamente obligada, sino imprescindible, bien porque la buscábamos en mercados de mayor interés o porque nos invadían en casa, parecíamos necesitados de “ejecutivos globales”, ciudadanos del mundo con irrelevante apego a las raíces e identidades culturales forjadas en el seno de nuestras empresas, ya que el mundo exterior demandaría practicidad y gestión eficiente sin alma o con otra savia diferente a la que nos había llevado hasta allí. Nos propusimos formar parte de cadenas globales de valor en las que el territorio base perdía significado, y, en muchos casos, se prescindía de clusters locales, ya que “las decisiones se toman a miles de kilómetros” y la diferenciación de mercados parecía un tanto irrelevante, asimilables, omitiendo el valor local requerido. A la vez, la gobernanza internacional o globalizada ha ido perdiendo fuerza a lo largo del tiempo, resulta poco fiable y creíble para la sociedad en general, su propia complejidad lo ha convertido en mesas de encuentro y consensos falsos, soportados en acuerdos, declaraciones o políticas en gran medida de corta y pega, con la pretendida ilusión de simplificar decisiones burocratizadas, evitar disputas y facilitar el aplazamiento de decisiones, minando el liderazgo (tan necesario, en especial, cuando la emergencia y situaciones adversas lo exige).

Mañana, cuando concluya la etapa coyuntural, habremos de revisitar nuestros modelos y reconsiderar muchas de las ideas fuerza cuestionadas por la crisis aprendida y consideraremos diversas lecciones de lo sucedido. Seguramente, revisaremos nuestros obligados “Planes de Contingencia” que hoy no solo hemos desempolvado, sino actualizado a toda velocidad adecuándolos a las necesidades inmediatas, elaborando/actualizando/adecuando políticas  de emergencia que han de adaptarse a la intensidad y daños observables y sobrevenidos en el momento, siempre condicionados por la propia situación de la empresa, sus políticas de personal y desarrollo humano, su política y recursos de comunicación (interna y externa, con especial atención a los proveedores, clientes y partners) y, sobre todo, los gobiernos implicados (centrales, regionales y locales) que son los primeros responsables de la protección civil, políticas sanitarias (de especial relevancia en nuestro caso), así como de Organizaciones Internacionales (OMS), por ejemplo, y de terceros (líneas aéreas, autoridades regulando el acceso a otros países, aduana y logística, etc.). Incorporaremos a nuestros diseños de modelos de futuro, la colaboración con terceros (comunidades en que operamos y en las que se dan los hechos extraordinarios, el acompañamiento a gobiernos y familias de nuestras organizaciones que pudieran verse afectados). Y en este nuevo ejercicio, pasaremos revista a una serie de factores críticos:

1.La globalización en sí misma, qué habiendo supuesto enormes bondades globales, sin embargo, además de su desigual reparto de beneficios, ha llevado a potenciar los modelos de externalización a lo largo de las cadenas de valor, apostando, en la mayoría de las industrias, por participar en Cadenas Globales. La búsqueda del valor, la selección de proveedores y acompañantes, exigen una reconsideración, y, en todo caso, alternativas complementarias, redefiniendo los modelos de negocio propios.

2. La estrategia de internacionalización requiere clarificar los espacios de codecisión en diferentes países, atemperada por situaciones diferenciadas y, posibilita también, un modelo de cooperación más amplio con nuevas bases que pueden incidir en políticas de compras, personal, transportes, etc. que impactan la totalidad de funciones y responsabilidades transversales.

3. Sistemas de Información y Nuevas Tecnologías, no solo como elementos soporte, sino como piezas esenciales del desarrollo de nuevos modelos de negocio y actividad.  Acelerar determinadas medidas parciales hacia la aplicación del internet de las cosas y robótica o automatización, así como la telemedicina en los sistemas de salud, por ejemplo, para el diagnóstico, atención y consulta, manipulación, etc. que evite el contacto cara a cara de los profesionales con el paciente.

4. Reforzar nuestros mapas de riesgos, considerando imprevistos claros (catastróficos) de diferente carácter, que pueden impactarnos.

5. Revisión de la normativa laboral y, en especial de contratación y empleabilidad, con ciclos de largo plazo, contemplando etapas potenciales de limitada actividad que favorezcan una relación estable evitando procesos intermedios de cese o regulaciones no deseadas.

6. Gobernanza y políticas públicas, su concertación internacional, acelerada y anticíclica, que habilite medidas de financiación, promoción y soporte de la actividad económica en etapas de crisis provocada por el entorno.

7. Arquitectura fiscal y presupuestaria, además de monetaria, al servicio de la economía real demandante de soluciones temporales compartidas…

8. Una nueva gobernanza “Glokal”, capaz de abordar la complejidad desde la realidad observable y no desde los viejos modelos creados para una época diferente, con jugadores distintos, adecuadas a un modelo que hoy no parece contar con la credibilidad, confianza y liderazgo necesarios.

En definitiva, atendiendo a la definición china de la crisis, una vez superado el problema de salud y sus consecuencias, estaremos en la posibilidad de hacer del gran problema una fuente de oportunidades. Como no podía ser de otra forma, habrá ganadores y perdedores. En todo caso, se trata de pensar y actuar con la visión en el largo plazo y no en el aprovechamiento de las condiciones inmediatas (precios, presión a proveedores y terceros, negocio extraordinario, etc.). Se tratará de evaluar nuestras actuaciones en crisis, pensando en sus consecuencias en el largo plazo. Retomaremos nuestra vida ordinaria, con mejor preparación y fortalezas desde las lecciones aprendidas y la respuesta dada a todos nuestros stakeholders o grupos de interés, en un nuevo camino hacia la “nueva normalidad”. La crisis tiene un final, incierto, pero final, y esa perspectiva de futuro ha de acompañarnos, también, en nuestras actuaciones de hoy, en plena situación de emergencia y crisis.

Sin pretender distraer a nadie de lo esencial, urgente e inmediato, la salud, no dejemos sin señalar una pequeña luz para un nuevo debate que habrá de venir. Nuestro largo e intenso camino hacia la prosperidad en el marco de un desarrollo inclusivo, aconseja revisitar nuestros modelos de crecimiento, bienestar y co-creación de valor, empresa-gobierno-Sociedad.

También hoy, en plena emergencia, como siempre, observar el mundo que nos rodea, definir nuestro propio futuro y fijar nuestra estrategia.

Armas de distracción masiva

(Artículo publicado el 1 de Marzo)

El uso de esta frase por Joseph McCormack como introducción a su último libro, “Noise” (Ruido), resulta todo un acierto para provocar la alineación y debate sobre el contexto en el que nos movemos, en su llamada nueva “sociedad infobesity”, caracterizada por un sobrepeso innecesario, enfermizo y de alto riesgo ante una desmesurada exposición a la información o desinformación a la que nos vemos sometidos en esta locura tecnológica que nos invade.

Ante cualquier acontecimiento, accedemos, por lo general, con mayor velocidad y antelación a la desinformación o “fake news” a través de las redes sociales (por lo general anónimas y carentes de contraste) o más informales y asumimos una actitud de incredulidad y desconfianza hacia mecanismos formales de comunicación, instituciones o canales acreditados. La tendencia mayoritaria pasa por otorgar la confianza al origen desconocido, no cualificado, que, asumimos “experto” ante todo. La enfermedad del tertuliano, las horas pagadas de exposición mediática, ocupan el espacio “objetivo” del que nos nutrimos y que guía nuestro comportamiento y decisiones, desde la inmediatez del “infinito ruido” que no sabemos o podemos gestionar.

Hoy mismo, el precandidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders (liderando las encuestas), en su discurso ganador del último encuentro en el Estado de Nevada, aseguraba ser “el legítimo ganador que desean los estadounidenses y que solamente Rusia y sus servicios secretos podrían impedirle llegar a la Casa Blanca”. La aceptación “viral” de esta declaración da por buena la cita y, al parecer, nadie se pregunta si liderar las encuestas y ganar un puñado de delegados en Nevada es suficiente aval para ganar unas elecciones, ni si Rusia tiene algo que ver, de verdad, con el resultado electoral estadounidense, o si Rusia prefiere un presidente “capitalista” de confrontación (Trump) en la Casa Blanca o el auto calificado “socialista” Sanders. Esta “pequeña anécdota” sirve para ilustrar la complejidad añadida a un contexto de transformación como el que vivimos a lo largo del mundo, necesitado, más que nunca, de ideas y mensajes claros, honestos y veraces que lejos de desinformar o generar confusión e incertidumbre, deberían facilitar el liderazgo y comunicación acertados.

Estos días, coinciden un par de iniciativas, de distintas fuentes y con intereses diversos, pero convergentes en la preocupación por la comunicación y liderazgo en diferentes ámbitos. Por un lado, la promoción de un Seminario Ejecutivo en IESE (Instituto de Estudios Superiores de la empresa. Barcelona) sobre “Estrategia, presencia pública y activismo del Consejero Delegado de las empresas” y, por otro, el Seminario “The Economist: Meet the new boss” (“Encuentre el nuevo jefe”), abordando su espacio editorial. En ambos casos se destaca la necesidad de contar con líderes empresariales versados en los grandes problemas sociales y de largo plazo y no solamente en los productos y servicios que ofrecen sus empresas. Líderes máximos en sus organizaciones, a quienes ha de exigirse compromiso público con un propósito relevante y compartido, generador de impacto social. En ambos casos se avanza la necesidad de nuevos perfiles de liderazgo, más allá del conocimiento gestor y “especializado” en el seno empresarial y de negocio, reforzando su formación, valores y contribución esperables, para asumir la máxima responsabilidad en los Organismos. Se definen nuevos perfiles para la dirección del futuro más allá de las competencias adquiridas, ya sea en la experiencia práctica o en las escuelas de management y de negocios.

En una sociedad que reclama, cada vez más, nuevos roles y compromisos sociales para la “nueva empresa en transformación”, la exigencia general llega (o debería llegar) a todo tipo de organizaciones, a la propia sociedad civil y a todo liderazgo responsable. Así, en esta línea, pero en un contexto amplio y global, nos encontramos a diario todo tipo de señales en torno a un mundo cada vez más disruptivo que anuncia un nuevo orden mundial, cuestionando las organizaciones internacionales, los esquemas de cooperación (más occidentales que otra cosa), la irrupción futura de nuevos jugadores emergentes y la inevitabilidad de un creciente multilateralismo coopetitivo que habrá de alumbrar nuevos espacios de relación y de gobernanza y que, sin lugar a dudas, reclama nuevos liderazgos y consiguientes nuevos perfiles dirigentes, nuevos canales y mensajes de comunicación, nuevos mecanismos de control de la veracidad y objetividad y, a la vez, debería ser más exigente tanto con las líneas editoriales de los medios de comunicación y sus comunicadores, como de lo publicado en todo tipo de redes sociales, en principio autónomas y libres. “Shaping multiconceptual World” (Modelando un mundo multiconceptual) es un Informe de reciente publicación por el World Economic Forum que tiene el enorme interés y acierto de contar con la participación de prestigiosos think tanks y expertos internacionales, diversos en origen, cultura y presencia regionalizada, que se han enfrentado a una nueva concepción del contexto geopolítico, al “desacople” entre China y Estados Unidos, a la disrupción en el orden internacional dominante tras la segunda guerra mundial, al impacto ni entendido, ni resuelto entre identidad, cultura y evolución observables en el marco de las nuevas dinámicas de la digitalización, al futuro del empleo, al comercio internacional y a la “nueva economía” por reinventar.

En esta complejísima interdependencia, resulta imprescindible restaurar la confianza necesaria no solo entre los diferentes agentes políticos, institucionales, económicos y sociales, sino, en especial, entre los ciudadanos, sus representantes y dirigentes. Recomponer afección y confianza en los liderazgos dados y, sobre todo, aprender a desprendernos de la “obesidad informativa” para desproveerla del ruido pernicioso (y/o malintencionado) para concentrarnos en la realidad dinamizadora de las transformaciones necesarias. Solamente así se generarán las imprescindibles “coaliciones de intereses” para resolver problemas reales. Son momentos en los que necesitamos de la confianza y veracidad, sinceridad y honestidad necesarios para construir espacios de encuentro y no discursos falsos que ocultan objetivos particulares, generadores de confrontación.

Es precisamente en este marco como seríamos capaces de abordar con racionalidad y no con ventajismo impuesto asuntos de tanta trascendencia como el aparente conflicto comercial Estados Unidos-China en su posicionamiento por el mundo de la tecnología 5G, que para muchos se limita a una opción tecnológica o de mercado, para otros en el “inevitable dominio” de un gigante, para determinados gobiernos en una injerencia en su soberanía y para los más, anécdotas o locuras de un personaje. Las amenazas de Estados Unidos a la Unión Europea, Reino Unido y a “todos sus aliados” de no compartir información de seguridad, inteligencia de Estado, etc. si se “compra” tecnología asiática, y se construyen relatos amañados de inculpación sobre prácticas empresariales, confiando en que la fuerza del bombardeo mediático llevará a la gente a terminar creyendo que hay un defensor bueno contra un peligroso invasor de nuestra cultura, nuestro dominio histórico y nuestros espacios de libertad. De una u otra forma, nos instalamos en posiciones de incredulidad y cualquier relato repetido nos parece auténtico, en función de nuestra adelantada simpatía o ideología próxima a uno u otro bando, sin la necesaria reflexión y validación. Actitud que no supone otra cosa sino cavar una tumba de imprevisibles consecuencias. El corto plazo puede ofrecer resultados ganadores para alguna de las partes, pero el largo plazo, permanente, no hace sino provocar grandes brechas insoldables. Si contemplamos la manipulación de la información, o fomentamos su monopolio, o somos incapaces de gestionar más tecnologías y plataformas de la información en beneficio real de la sociedad, estaremos ahondando una batalla de consecuencias imprevisibles. Hoy serán la excusa para ganar unas elecciones, o para destruir una empresa, o ganar el tiempo perdido en el dominio de una tecnología concreta o generar una epidemia… Mañana, habremos creado verdaderas “armas de destrucción masiva”, incontrolables y en perjuicio de todos.

Hace ya muchos años aprendimos que una pequeña señal en un pequeño lugar apartado, con el paso del tiempo, termina generando una mega tendencia que sucederá, con o sin nuestra intervención, en todo caso. Lo relevante no es ni predecirlo con acierto, ni evitarlo. Lo inteligente es medir su impacto, mitigar sus efectos negativos y focalizarnos en las soluciones desde la óptica del beneficio compartido.

En nuestras manos está el limitar el ruido, controlar los mensajes y emisores implicados y concentrar nuestros esfuerzos en soluciones y liderazgos creíbles. Tenemos por delante un enorme desafío repleto de transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales y tecnológicas. Un nuevo orden mundial está por construir. Nuevas gobernanzas (locales y mundiales) sustituirán las conocidas y viviremos un mundo abierto a la vez que expuesto. En 2030, 7,5 billones de personas estaremos utilizando internet, conectados por 500 billones de dispositivos por los que circularán 4,500 exabytes de forma simultánea, impulsados de una u otra forma por 20 millones de robots (BOFAML Global Research). Las bondades que esta maravillosa sociedad de la información y digital nos ofrece necesitarán de matices, control, gestión, evaluación, más allá de su recepción pasiva o deseada por nuestra parte. Y, entonces, como hoy (y más aún si cabe), han de estar al servicio de las personas y hemos de ser, precisamente nosotros, quienes interpretemos su uso y demos la correcta aplicación al servicio de las necesidades sociales y soporte de las grandes transformaciones que habremos de promover. Y este largo y complejo esfuerzo requiere credibilidad e interacción entre interlocutores en quienes hayamos delegado nuestra representación democrática.

Empecemos por restaurar la confianza y aprender a discernir la realidad. Asumamos nuestra responsabilidad y hagamos el esfuerzo por no caer en la distracción masiva.

¿Hacia un sistema propio de prevención, protección y seguridad social en/para Euskadi?

(Artículo publicado el 16 de Febrero)

El anuncio de las negociaciones para el cumplimiento del desarrollo estatutario pendiente, entre el Gobierno Vasco y el Gobierno Español, con el incuestionable rol facilitador del PNV, cuyos votos resultan esenciales para el funcionamiento y sostenimiento del actual Gobierno de coalición en Madrid, ha provocado todo un nerviosismo en los medios de comunicación y en buen número de “generadores de opinión” en el Estado. En especial, al parecer, la inclusión de “la seguridad social y las pensiones” en el calendario de traspasos provoca descalificaciones y una artificial alarma política.

Conviene recordar, una y otra vez, una serie de elementos clave a tener en cuenta: 1) Ni el PNV, ni el Gobierno Vasco, ni el Parlamento Vasco reclaman nada exnovo sino, simplemente, el cumplimiento, 40 años después de su aprobación de la Constitución española, del Estatuto de Autonomía para la Comunidad Autónoma Vasca, de los mandatos y recomendaciones en sentencias y resoluciones del Tribunal Constitucional, sumir competencias que le corresponden a la Comunidad Autónoma vasca; 2) Nadie ha pedido, ni pide la “transferencia de la Seguridad Social y de las pensiones”, sino la concreción de un Convenio Bilateral para la gestión del régimen económico de la Seguridad Social tal y como lo establecen las leyes mencionadas; 3) Quienes enarbolan su autodenominada etiqueta de “constitucionalistas”, excluyendo a quienes no conforman partidos políticos de obediencia centralista del Estado, empiezan por incumplir la Carta Magna y de manera unilateral utilizan sus poderes de Estado para ligar, a cuenta gotas, el desarrollo íntegro del Estatuto de Autonomía, a sus necesidades coyunturales (ya sea una investidura de gobierno, presidir una comisión conflictiva, o superar un problema concreto). Ni el PSOE, ni el PP, cuando han gobernado, se han ocupado y preocupado en completar el “Modelo Autonómico”, sin contraprestaciones particulares, acordado en origen para posibilitar una transición desde la dictadura hacía una reforma democrática.

La comprensible sensibilidad en torno a la Seguridad Social y su traducción generalizada en términos de pensiones, en un contexto de generalizada reclamación de su reconsideración, su cuantía, plazos de cotización o no, además de condiciones y periodos de jubilación laboral, levantan especulaciones. Contexto razonable que, sin embargo, viene distorsionado por mensajes falsos que deforman la normalidad en un traspaso competencial y de gestión que, como en múltiples áreas de la Administración Pública y la política, el tiempo ha demostrado una mayor eficiencia y mejores resultados en manos de una Administración Autonómica próxima, en este caso, en Euskadi.

Las voces centralistas (políticas, sindicales y mediáticas) sacan a pasear el “viejo y falso mantra” de la llamada “Caja Única” y el peligro de su ruptura. Dan a entender la existencia de un fondo, caja o depósito intocable, guardado con escrupulosa diligencia, seguridad y rendimiento, en algún “bunker secreto”, garante de un reparto equitativo, igualitario, infinito, a la vez que solidario (entre generaciones, entre todos los ciudadanos del Estado) y cuya reconsideración, multi gestión o descentralización pondría en peligro. Adicionalmente, se esgrime un supuesto “déficit estructural” que haría inviable su sostenibilidad en manos ajenas a la “excelente administración” desde Madrid en base a un sacrosanto “Pacto de Toledo” al que habría que suponer una transparencia, eficacia y perpetuidad bondadosa, inamovible.

Así las cosas, se ha de insistir en que el reclamo de estas competencias no es un capricho coyuntural, ni un intento por aprovechar una situación y momento político determinado. Por el contrario, es tiempo de propiciar un doble efecto positivo de interés mutuo: a) contar con las herramientas e instrumentos necesarios para, más allá de recomendaciones político-administrativas, contar con un sistema integrado de protección sostenible, universal, suficiente en su cuantía de protección, público, irregresivo y gestionado por nuestras instituciones ejerciendo el autogobierno, y b) reforzar los compromisos de Estado que faciliten la afección armónica de las diferentes naciones y regiones del Estado en un modelo que o se fortalece y respeta o se desligará, día a día, a la máxima desconexión e inconformidad. Beneficio para la ciudadanía, sujeto receptor del sistema.

Son, precisamente, estos principios los que han regido el reclamo permanente desde el PNV e Instituciones vascas. En 1980, el Gobierno Vasco que surge del Estatuto de Autonomía, crea una dirección de Seguridad Social, en el Departamento de Sanidad y Seguridad Social, que ha prevalecido estos 40 años, reclamando y negociando un convenio de gestión entre ambas administraciones, a la vez que observando y aprendiendo de terceros, desde una vigilancia permanente del funcionamiento de la Seguridad Social española y de los sistemas de Seguridad Social a lo largo del mundo.

Y es precisamente ahora, en una larga y dolorosa salida de una crisis que acentúa los problemas de desigualdad, de transformaciones laborales y del empleo, cuando con mayor urgencia, se han de acelerar las demandas de alternativas para avanzar hacia nuevas formas de prestación y protección en el marco de tendencias hacia rentas disociadas de la empleabilidad, redoblando el compromiso por reinventar un sistema pleno de prevención, protección y seguridad en Euskadi y para Euskadi.

Se trata de una petición y propuesta responsable y realista, a la vez que exigente y viable, justa y equitativa. Responde a una visión contrastada con las perspectivas de sostenibilidad financiera del sistema, alineada con las perspectivas y escenarios demográficos, dotándose no solamente de nuevos instrumentos de gestión bajo una serie de premisas rectoras, formulados por el PNV en sus sucesivas ponencias en la materia, que obligan a sus afiliados y representantes en las instituciones:

a) Generar un sistema completo de bienestar y protección social, universal, público y de calidad.

b) Un sistema viable, sostenible y de compromiso intergeneracional e intrageneracional.

c) Con un modelo explícito, garantista de todas las prestaciones, derecho y obligaciones.

d) Un modelo soportado en un doble campo instrumental convergente: 1) desde un órgano de planificación, financiación, aseguramiento y de control. 2) desde la implantación y gestión por una Agencia Pública gestora de la totalidad de las prestaciones, contratante de los servicios y sistemas prestadores.

e) Desde la imprescindible trasparencia, control e independencia a través del análisis, observación y prospectivas garantes de su cualidad.

f) Cooperación interinstitucional e interdepartamental al objeto de lograr la coordinación y convergencia de todos los agentes implicados en el amplio mundo de la prestación, protección, aseguramiento, financiación, ejecución y control del sistema vasco de Protección, Bienestar y seguridad Social.

Nuestras Instituciones son plenamente conocedores de la situación patrimonial y situación económico-financiera de la Seguridad Social, son conscientes de su déficit contable (y de la deuda del Estado con la propia Tesorería de la Seguridad Social, fruto del uso inadecuado de su caja, al servicio del gasto no presupuestado o ingresado por diferentes gobiernos a lo largo del tiempo), conocen su fondo de reserva y las necesidades adicionales exigibles y, también, de las deficiencias de gestión existentes (cualquiera puede conocerlas accediendo a las Actas oficiales del Pacto de Toledo). Saben, también, de la insuficiencia en la atención del demandante estado de bienestar, además del confuso entramado legal que se ha venido tejiendo y que exige una eficaz transformación. Aún, así, no solamente entienden que es su obligación asumir todas las competencias y responsabilidades que le corresponden, basadas en su marco estatutario, sino que el abordar un objetivo prioritario como es el facilitar un desarrollo inclusivo para la población, fortaleciendo el estado de bienestar, exige nuevos instrumentos capaces de conformar un sistema integrado en el que encajan las diferentes iniciativas que se han venido implantando a lo largo de estos 40 años de autogobierno.

Ni capricho, ni oportunismo. Responsabilidad y compromiso con uno de los pilares esenciales de un nuevo y necesario estado social de bienestar. Construyendo espacios de futuro al servicio de la Sociedad.

 

 

Viejos amigos, nuevos comienzos

(Artículo publicado el 2 de Febrero)

Este viernes, 31 de enero, se ha producido la salida definitiva del Reino Unido de la Unión Europea. Tras 47 años como miembro relevante de este proyecto, la decisión democrática expresada en un referéndum en junio de 2016 se ha materializado tras un largo y complejo proceso de salida, tras la correspondiente aprobación, por mayorías absolutas, tanto en Westminster como en el Parlamento europeo.

Así, la llamada “ley del Brexit” traspone la legislación comunitaria al marco británico, ampara la etapa transitoria, hace suyo el acuerdo de salida UE-UK, facilita el escenario de trabajo al gobierno y da paso a un nuevo intenso proceso negociador que habría de terminar el próximo 31 de diciembre. Termina así una complejísima etapa, en un contexto controvertido y mediáticamente dominado por más voces y ruido externo que el de los propios ciudadanos británicos, largas e intensas negociaciones por fases en las que la propia Unión Europea empezó por provocar el desistimiento británico y un pretendido “escarmiento ejemplar” en otros miembros tentados a seguir el camino de salida, aireando la falsa bandera argumental del populismo, la desinformación y el egoísmo de “viejos escasamente preparados, nacionalistas excluyentes y nada solidarios con el futuro de las nuevas generaciones”. Finalmente, constatada la firme voluntad democrática de salida del Reino Unido, pasó a facilitar la inevitable decisión, mientras el propio Reino Unido ha debido transitar por un proceloso camino de controversia, confrontación e “innovación jurídica, política y parlamentaria” para llegar al punto final acordado.

De esta forma, la salida acordada nos lleva a una nueva etapa de “retirada ordenada”. Un nuevo y distinto proceso que habrá de definir las relaciones futuras entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero también y, sobre todo, el nuevo futuro de cada uno de ellos: hacia dentro y hacia fuera. El Reino Unido no solo tiene por delante optar por la mayor o menor vinculación con Europa (en la Unión) y el resto europeo no miembro, o sus “socios terceros preferentes” (empezando por Estados Unidos y una reconstruible Commonwealth), sino, sobre todo, con especial relevancia y finura, su recomposición interna con Irlanda, Escocia y Gales, deseosos tanto de permanecer (o reincorporarse) en la Unión Europea, como de ir adelante hacia nuevos espacios de cosoberanía. A la vez, la Unión Europea no solo debe reordenar su futura relación con Londres, sino que ha de asumir la oportunidad que el complejo tablero “interno” británico ofrece a las naciones europeas “británicas” que no quieren que sus ciudadanos abandonen “su condición en la Unión Europea”, por un lado, a la vez que repensar el propio modelo desafectivo que ha venido generando a lo largo de su tan burocratizados y distante cohesión interna, desde una más que paralizada Europa de Estados, alejada de demandas y realidades ajenas a los despachos y cuotas bruselenses, perdiendo peso relativo en el contexto mundial entre los dos “gigantes desacoplados” (estados Unidos y China).

El periodo transitorio, aunque corto, debe resultar más que suficiente para provocar una verdadera catarsis que lleve a unos y a otros a apostar por verdaderas transformaciones, trascendiendo de conceptos del pasado para construir nuevos espacios de futuro.

Más allá de los cantos, lágrimas (algunas sentidas y emocionadas y otras de contagio de masas) del último pleno en el Parlamento europeo, con independencia de lo que unos u otros hubieran esperado como desenlace, se trata de afrontar el futuro a partir de un escenario cierto: Una Unión Europea a 27 y un Reino Unido por recomponer, desandando el camino de cinco décadas y reaprendiendo a vivir de otra manera. Un nuevo proceso que exige la sinceridad y valentía de una mínima autocrítica para una Europa que ha contribuido a la inconfortabilidad de un miembro tan relevante como es Reino Unido que, consciente de las enormes dificultades e incertidumbres que conlleva su decisión, ha optado por seguir su propio camino. Es un tiempo nuevo en el que alguien en la propia Unión Europea ha de asumir el inevitable riesgo de repensar Europa y la Unión Europea y afrontar la complejidad al servicio real de los ciudadanos europeos, sus naciones y sus voluntades -diferenciadas- de futuro, apropiándose de sus destinos y no “países obedientes” de la supuesta “intelectualidad vanguardista-burocrática” instalada en “Bruselas”, como estación refugio de sus aparatos y de los estados miembro, amparados en la “unidad vaciada” como pregón verbalizado de una supuesta bondad aspiracional sobre la que se trabaja poco, se cree y entiende menos y se ataca desde ideas y conceptos del pasado y no desde retos innovadores pensando en el mañana y no en el ayer.

Hoy que ya tenemos un horizonte temporal para la transición (pese a que pudiera ampliarse hasta un año más), que el Reino Unido paga una factura de salida de 50.000 millones de euros (algo así como el “coste de la no España”, por ejemplo, en la literatura argumental de Euskadi o Catalunya en los últimos tiempos, y referente para otros miembros que pudieran optar por explorar nuevos mundos y compañeros de viaje), que garantiza “el asentamiento” de los residentes ex comunitarios en el Reino Unido, que Irlanda del Norte continuará, hasta que no haya otra opción validada conjuntamente, bajo el paraguas aduanero de la Unión Europea evitando fronteras hard y que ni uno ni otro de los negociadores pueden seguir mirando al pasado o denunciando “las mentiras y votos de los viejos”, manipulando el Brexit, ni unos “europeístas” amparados en las esencias estructurales de Bruselas pueden o deben instalarse en un cómodo inmovilismo, es momento de una inteligencia innovadora y constructiva. Como decía hace unas semanas la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en su discurso en la London School of Economics and Politic Sciences: (Viejos amigos, nuevos comienzos: construyendo otro futuro para un partenariado Reino Unido–Unión Europea) “No podemos olvidar la enorme contribución, del Reino Unido, desde dentro y fuera de la Unión, que diría Churchill, desde las cenizas de la segunda Guerra Mundial, en Zúrich (1946), ni el camino recorrido a lo largo del tiempo y hemos de rendir tributo a quienes lo han hecho posible. Pero quien hace política y ha de decidir es el pueblo y el pueblo británico habló con claridad en junio de 2016 y nos dio un mandato claro. La Unión Europea y el Reino Unido han de reforzar sus relaciones y colaboración desde una nueva realidad. Hagamos posible que este camino desde espacios diferenciados converja en soluciones compartibles en beneficio de todos”. “El 31 de enero será triste para muchos, pero cuando salga el sol el 1 de febrero, el Reino Unido y la Unión Europea continuarán siendo los mejores amigos y socios, seguiremos aprendiendo y trabajando juntos, compartiendo desafíos, formaremos parte de relevantes entidades compartidas como la OTAN, Naciones Unidas y múltiples organismos internacionales. Sobre todo, compartiremos valores y la misma fe y confianza democráticas. Nuestras historias y geografías son las mismas y nuestro continente compartirá el mismo destino. Se cerrará una puerta, pero se abrirán nuevas. Será el tiempo de mirar hacia delante, de otra forma”.

Sin duda, los buenos deseos no evitarán espacios de desencuentro y disputas. No obstante, lo relevante será abordarlos desde el respeto a la voluntad y libre decisión de cada una de las partes, asumiendo la realidad. Socios, aliados desde su propia voluntad y no desde imposiciones unilaterales. Serán (deberán ser) nuevas reglas del juego.

En esta línea, Bruegel (Think Tank experto en economía y políticas públicas con sede en Bruselas) y el Wellcome Trust (Organización benéfica de Investigación. Londres) han celebrado, esta misma semana, un encuentro bilateral entre expertos y políticos, británicos y “europeos”, para realizar un interesante ejercicio de prospectiva cara a una hipotética negociación y acuerdo a lograr, en este periodo transitorio, en materia de investigación e innovación (“A post agreement for research and innovation. Outcomes”). Una nueva relación post Brexit en tan delicada área de interés común que con tanta fuerza han venido promoviendo ambos jugadores en las últimas décadas en el desarrollo del ERA (Espacio Europeo de Investigación), considerado hoy como uno de los hubs líderes en el mundo investigador (seis de las veinte universidades del top mundial; un tercio de las publicaciones científicas mundiales). El objetivo no es otro que el de promover y fomentar el valioso beneficio que supone este partenariado y soporte esencial de la competitividad, bienestar y desarrollo económico y social de las naciones, empresas y ciudadanos europeos, más allá de su adscripción formal a la Unión, conscientes de que un acuerdo en esta materia, así como cualquier otro tema crítico, solamente será posible desde la actitud, voluntad e implementación global política y técnica.

Algunas claves de interés se deducen de este ejercicio, más allá del asunto concreto. En primer lugar, una vez acordada la “deuda de salida”, la “contribución obligada”, en términos del PIB correspondiente, deja de “contaminar” desequilibrios y mecanismos de ajuste de modo que es el valor de las iniciativas y proyectos y su contribución a la sociedad lo que determina la financiación-coste-beneficio de cada programa o iniciativa acordable. Se sugiere recrear “espacios nuevos” sobre aquellos programas que han tenido éxito, reformulados en función de “la independencia y nuevo rol” de cada una de las partes. Así, el HORIZON 2020 vigente ya no será el esquema apropiado, si bien un nuevo HORIZON bilateral, exnovo, facilitaría las relaciones y fortalecería equipos y líneas de investigación, estableciendo nuevos acuerdos bilaterales de intercambio de empresas, universidades, centros tecnológicos, investigadores y trabajadores (así como sus familiares) en un sistema colaborativo de beneficio mutuo. El ejercicio realizado, más allá de la relevancia de la investigación y la innovación, como no podía ser de otra manera, destaca la importancia del uso del lenguaje en el proceso, elaborar relatos de futuro y no del pasado, sensibilidad y aceptación del bilateralismo y cosoberanías reales, la formalidad de instrumentos igualitarios compartibles para la cogestión de cuántas iniciativas y proyectos se emprendan. Finalmente, evitar la paralización y discontinuidad de programas y proyectos en curso, si bien, desde nuevos roles, condiciones, codirección y cofinanciación. Un ejemplo a considerar.

En definitiva, la obligada necesidad de facilitar el periodo transitorio y de encontrar el espacio de futuro de asociación, de “socios preferentes”, de espacios europeos compartibles, de libre comercio y “mercado interior”, etc. no solamente ha de servir para garantizar la mejor de las relaciones posibles, sino que, sobre todo, ha de ser contemplada como una gran oportunidad para reinventar “el espacio interior” de cada una de las partes, un nuevo “Reino Unido” promotor de una renovada e innovadora geografía política institucional acogedora de las aspiraciones mayoritarias de Escocia, Irlanda del Norte-Irlanda, Gales…; y una innovadora Unión Europea construida desde sus naciones -hoy con o sin Estados del pasado- fortaleciendo valores y principios de libertad, democracia, solidaridad, subsidiariedad que marcaran su creación y asumiendo la inevitable transformación organizativa y administrativa del servicio de los objetivos y no, viceversa, “encasillando proyectos y soluciones” en estructuras del pasado incrustadas en una burocracia y actores fijos inmutables.

Este 1 de febrero, el Reino Unido abre todo un proceso de cambio, incierto y complejo reescribiendo su nuevo destino. Confiemos que lo que ha entendido como esencia democrática atendiendo “la voluntad del pueblo”, lo extienda y aplique a la voluntad de otros pueblos “en su seno”. La Unión Europea vuelve a ser de 27 y recompone la composición de su gobernanza. Pero, sobre todo, inicia un camino insospechado obligado a mirar hacia dentro para escuchar las voces del cambio. Sin duda, mucho más que un Brexit. Hacia una nueva Europa más allá de la Unión Europea vigente.