(Artículo publicado el 2 de Octubre)
Con la firma del Acuerdo de Paz del pasado día 26 de septiembre, la Comunidad Internacional manifestaba, de forma solemne, su apoyo al proceso de paz, trabajado, negociado, arrancado de una sociedad que ha sufrido 50 años el horror de la ausencia de paz.
Proceso largo, muchas veces interrumpido, que a falta del plebiscito que hoy mismo convoca a la sociedad colombiana a su ratificación en las urnas, solemniza la ausencia pactada de violencia, así como un amplio, complejo y largo proceso en el que el pueblo colombiano decidirá, en libertad, embarcarse, si como muchos deseamos, se da un clamoroso SI A LA PAZ.
Paz y cese de la violencia no son, en sí mismo, el punto final para la normalización ni la transformación inmediata de un país que ha de acostumbrarse (bendito compromiso y responsabilidad) al nuevo escenario post conflicto. El Acuerdo merece un especial aplauso tanto por su resultado final, como por la gestión del siempre complejo, inmediato y, en algunos casos, controvertido, esfuerzo y episodios negociadores. Víctimas, victimarios «colaterales», protagonistas y actores pasivos, cada una desde sus propias vivencias y experiencias, su grado de sufrimiento y participación, observa, celebra y padece un resultado final.
Con más de 220.000 muertos, 5 millones de desplazados, un país dividido para muchos, reconciliado para otros, en la búsqueda de su propio relato y valoración personal e intransferible del resultado alcanzado y que ha sufrido sus graves consecuencias y su reflejo negativo dentro y fuera del país. Miles de ilusiones frustradas y excesivas vidas destrozadas.
Hoy, contemplamos un nuevo faro de esperanza. Quienes desde la respetuosa distancia a quienes han de decidir sobre su pasado y futuro, con el cariño de una larga convivencia personal y profesional a lo largo de décadas, hacemos votos por el Sí a la PAZ.
En estos días, las historias se repiten entre el drama, tragedia y emoción. Las anécdotas proliferan. Víctimas y victimarios «comparten» aquellos recuerdos y momentos en que la tragedia los separó. Familias, amigos y pueblos se fragmentaron. Los caminos de unos y otros se separaron. La restauración, la reconciliación y la reparación, el relato hacia una nueva realidad y nuevos proyectos de vida pesan en las posiciones más o menos entusiastas, contrarias o totalmente favorables al Acuerdo y sus esperanzadas consecuencias. Con ellos, el «bono de la paz» destaca como referente de un futuro diferente, por construir, al servicio, sobre todo, de las nuevas generaciones. Más allá de los más de 300 folios que recogen el Acuerdo alcanzado, así como de innumerables medidas al servicio de su instrumentación, el reconocimiento del daño causado, la radicalidad introductoria sobre algunas claras raíces (desigualdad, pobreza, debilidad institucional) del conflicto, la petición de perdón de quienes actuaron en y desde el castigo violento a quien responsabilizaba de su situación, el nuevo relato consensuado pensando mucho más en el mañana que en el ayer, la nueva oportunidad histórica para que quienes optaron por la lucha armada, el terrorismo, la extorsión, abandonen las balas y enarbolen el diálogo, la negociación, la política. Facilidades pactadas para que la otrora guerrilla participe en la construcción de la Paz y en la construcción de un nuevo proyecto país, desde la política. Un nuevo entorno estratégico para el desarrollo rural y territorial, garantías de protección y seguridad para desmovilizados y reinsertados y un complejo e imprescindible «sistema judicial transicional». Todo un entramado que acompañará al desarme, desmilitarización y recuperación de territorios. Estrategia post conflicto bajo la batuta de un Ministro-Responsable ad hoc y, sobre todo, toda una sociedad comprometida en hacerse corresponsable de su pacificación y normalización en marcha. Como ha afirmado el Presidente Santos: «es más fácil hacer la guerra y perpetuarla que construir la Paz».
Una bienvenida entusiasta (que no ingenua, ni plena de «síndromes de Estocolmo» o similares) si no consecuente con la construcción de un mejor futuro (en especial para las nuevas generaciones).
Un clamoroso Sí a la Paz. Un sí plebiscitado con el que la mayoría del pueblo colombiano no pretende olvidar ni conceder beneficios o privilegios a quienes hicieron la guerra en décadas. Un sí a la esperanza, a trabajar para conseguirla, extenderla y mantenerla, llevando al país a una nueva democracia y nuevos modelos de hacer política (todos), con el silencio de las armas (las palabras del presidente Santos son un ejemplo del enorme esfuerzo por recorrer: «En Colombia tenemos 1.100 municipios; 700 tienen minas antipersona en su territorio. Debemos identificarlas e inutilizarlas y la Comunidad Internacional ha dado un paso aportando los 80 Millones de dólares para iniciar este largo, complejo, peligroso e infernal trabajo»).
Una ventana para la Paz que, sin duda, aporta valiosas lecciones en la resolución de conflictos, en la construcción ilusionada de un nuevo futuro. También el contradictorio e hipócrita comportamiento de determinados líderes y dirigentes a lo largo del mundo que asisten como testigos a festejar el Acuerdo, ofrecen apoyo allí y, sin embargo, ponen todo tipo de dificultades a afrontar otros procesos inacabados (nunca hay dos «conflictos» iguales), en «su propia casa», en donde tienen responsabilidades por asumir. Pero hoy no es momento de enturbiar ni la PAZ, ni el esfuerzo, generosidad y compromiso de COLOMBIA. (Baste resaltar como en el discurso de la firma en Cartagena, el representante de las FARC apelaba al final negociado de otras guerras que recorren el mundo con un sonoro NO a la guerra ni en SIRIA, ni en COLOMBIA, ni en ninguna parte)
Así, el pasado lunes, tuvimos la oportunidad de celebrar la Paz en un evento aleccionador en y con la «Cartagena Heroica» que resistió el asedio vencido por Blas de Lezo, terminó con la esclavitud en la región y alumbró «las mariposas amarillas» de García Márquez, Gabo, para afrontar su tan ansiada «Segunda Oportunidad, en las zonas de dolor en que germina, ya, la Paz».
Una ceremonia aleccionadora con dos discursos claros y honestos. Si Rodrigo Londoño Echeverri, «Timochenko», abrazaba la construcción de una nueva patria «en la que no caben las balas, bombas o guerras, sino la democracia real», recordaba sus orígenes guerrilleros en el Marquetala en el año 1.964 y explicaba cómo en los altibajos de largo proceso, su comandante, escribiera al entonces Ministro de Defensa, hoy Presidente Santos: «Así no es, Santos», pero el tiempo y el final permiten decir con fuerza «¡Así sí era, Presidente!». Timochenko pidió perdón a las víctimas por el daño y dolor causados y desgranó las razones políticas de su compromiso, repasando los contenidos del Acuerdo y su voluntad por recorrer el nuevo camino de la política que les espera. El Presidente Santos fue rotundo y enérgico en sus posiciones y Acuerdo. Recordó que fue implacable en su ataque contra la guerrilla subversiva mientras predominó la dinámica de la guerra a la vez que hoy, en el escenario de paz, protegerá y apoyará el derecho de todos a defender sus ideas en el juego abierto de la democracia e invitó a la sociedad colombiana a superar el sufrimiento del pasado, «lágrimas de dolor y pobreza por la esperanza de un futuro mejor y sabiendo que todos tenemos por quien llorar».
Un Acuerdo de Paz que en sus propias palabras «es un Acuerdo Imperfecto que pretende salvar vidas, lo que será mejor que cualquier guerra perfecta que destroce el futuro».
Un Acuerdo de Paz, en definitiva, que como el propio Secretario General de Naciones Unidas calificó de ejemplar y aleccionador tanto por su contenido, como su proceso negociador y los elementos externos de facilitación y soporte (con especial relevancia de Noruega y Cuba y los países acompañantes de Venezuela y Chile, así como la propia ONU y la Comunidad Internacional, además de la Iglesia Católica con su Papa Francisco en ella). (Hoy como en Colombia, la historia despide a Shimon Peres con elogio y agradecimiento por su diplomática lucha por la Paz mientras otros, en especial en la Jerusalén árabe le reprochan su relevancia como halcón en el terrorismo árabe-israelí. Otras lecciones del tiempo).
En definitiva, desde el respeto a la voluntad del pueblo colombiano, con el cariño y esperanza que merecen, un Sí a la PAZ que permita no solamente «el silencio de los fusiles», sino como destacaría, también, el Presidente Santos, entonar con fuerza y orgullo el Himno Nacional de Colombia: «Cesó la horrible noche…de la violencia… y llega el día con todas sus promesas…». «Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer de la Paz y de la Vida…».