(Artículo publicado el 6 de Abril)
Uno de los conceptos (o simplemente terminología) más utilizados en el entorno científico-tecnológico-industrial-empresarial es el de la INNOVACIÓN. Se adopta con naturalidad, parecería inevitable, imprescindible o deseable, más allá de las dificultades y resistencia al cambio que pudiera conllevar como inherentes a toda iniciativa de su marco.
Sin embargo, su traslado al mundo de la sociedad, de los espacios de las “Ciencias Sociales”, de las Administraciones Públicas, Gobiernos y otros muchos campos en los que su implantación y desarrollo resultan, también, esenciales en los inevitables procesos de transformación, no parecería contar ni con el consenso necesario, ni con la voluntad, actitud y prácticas exigibles.
Sin embargo, asumido o no como elemento esencial, aceptado o no, querido y deseado o no, la innovación está presente en dichos mundos, generaliza su extensión y supone todo un movimiento imparable, ya sea por activa o por pasiva.
Así, la Innovación Educativa es una de las principales fuentes de innovación observables (e imprescindibles para el desarrollo de toda sociedad).
World Economic Forum, en un último informe sobre el futuro del trabajo, el empleo y la irrupción de las tecnologías disruptivas, estima que la Inteligencia Artificial (IA) y otras tecnologías exponenciales generarán 190 millones de empleos, a la vez que destruirán otros 80 millones del empleo actual. UNESCO cifra un déficit de 30 millones de maestros en la próxima década y para cumplir los objetivos de desarrollo sostenible en la agenda (SDG4) desde los ciclos básicos y de secundaria.
Por otra parte, la OCDE (Informe sobre el presente y futuro de la Educación), señala que en los próximos 5 a 10 años, las capacidades requeridas para el empleo cambiarán en un 40%. Entre otras cosas, la competencia por profesionales para enseñar en el mundo educativo será inmensa. A la vez, no parece que “la profesión de profesor o educador” (en primaria y secundaria) sea de las más apreciadas, valoradas y populares, por lo que la demanda de profesores será un auténtico “tapón y barrera” para una “buena educación”.
¿Ayudarán las tecnologías exponenciales a cubrir ese déficit? Entre tanto, el uso de la IA generativa, ya sea como apoyo a las clases de los alumnos, o a la recualificación del profesorado, o a la gestión de centros, provoca un debate entre prohibir, limitar o dejarlo sin definir en lo que se refiere a la autorización, ya sea en clase, en los recreos, para apoyar en los deberes en casa y, sobre todo, en el reciclaje de las plantillas actuales.
Adicionalmente, tanto en las reflexiones superiores en torno a la “Innovación en la Educación”, la IA y otras tecnologías ocupan un papel insustituible y se apuesta por su rol facilitador de un sinfín de nuevos modelos, instituciones, sistemas, programas, perfiles de todo tipo de iniciativa pública, privada y social, en todos los niveles educativos y formativos, formales e informales, en los centros “tradicionales” o en nuevos espacios de múltiples variedades. Parecería que gobiernos, profesores, padres de familia, educadores… deberán implicarse de forma activa en el rediseño de sistemas y modelos educativos, en sus marcos regulatorios, en los perfiles profesionales de los profesores. Y su formación y aprendizaje permanente.
Entre tanto, las calles se llenan de manifestaciones, paros, huelgas y descalificaciones a los dirigentes (escolares y gobernantes) centrando el debate en el salario, las horas lectivas y jornada laboral, oposiciones (del pasado y sobre materias y exámenes del pasado para plazas y contenidos de ayer) para ocupar “plazas” fijas, indefinidas e inamovibles. Hoy, según OCDE, el 44% de una jornada media del profesor se dedica a todo menos a horas lectivas. Parecería más que razonable esforzarse en utilizar tecnologías, metodologías y procesos de gestión para liberar al profesorado de estas tareas y facilitar su concentración en su tarea educativa. A la vez, actuar sobre una evaluación permanente en los Centros Educativos, no dejar en manos de Departamentos de Educación o en Organizaciones internacionales exámenes de control cada dos o tres años.
Por si fuera poco, estos días se abre un nuevo enfrentamiento en el mundo de la educación, investigación, financiación, propiedad y generación de impacto del ámbito universitario. Ya sea por ópticas personalizadas contrarias a la libre decisión de la comunidad educativa en distinguidas variedades en Estados Unidos o por el siempre recurrente litigio ideológico público-privado en el Estado español.
Resulta desolador no encontrar una sola idea que permita conocer lo que se pretende más allá de la descalificación de Universidades por su titularidad. Ninguna referencia al papel a jugar por la Universidad no ya solo hoy, sino en las futuras etapas de una nueva y larga vida (también laboral y de contribución a la sociedad) , de la gente que ya hoy tiene una expectativa de vida en torno a los 80 o más años, con capacidad y experiencia para continuar aprendiendo y aportando valor a la sociedad y a poblaciones “intermedias” que no inician su formación universitaria a la búsqueda de un primer empleo sino una mayor y mejor capacitación, a añadir a largas experiencias y motivación creativa compartiendo valor, por ejemplo. Parecería que se sigue estancando en inmovilistas modelos del pasado y no en el compromiso de anticipar un nuevo y mejor futuro a la sociedad. Las Universidades, hoy, son objeto, también de una redefinición y transformación (su rol y contenidos, sus planes y programas de estudio, la cocreación de impacto en las sociedades para las que preparan a su gente, el impacto de su profesorado en el ámbito local, laboral y social, la reorientación de sus programas de investigación aplicada, el público-estudiante objetivo al que se dirigen, su interacción con el tejido económico-social-institucional en el que se insertan).
En convergencia, estos cambios trascendentales conviven con los gaps de la digitalización y alfabetización tecnológica. Las hipótesis de mejora social, aumento de competitividad, generación de empleo y riqueza presuponen que la población objeto de la educación ofrecida esté preparada para esas funciones. Desgraciadamente, el gap es enorme y la distancia aumenta de forma acelerada. (Según los empleadores, en torno al 70% del perfil requerido no está disponible). Es, por tanto, también, un aviso urgente a las propias empresas y empleadores llamándoles a participar, de manera activa, urgente, incentivadora, en la propia formación y educación-trabajando, a quienes incorpora entre sus colaboradores. La educación, en distintos niveles incide de manera determinante, también, en la empleabilidad, el desarrollo económico y el bienestar. Sin duda, quienes creemos en la IA como parte inevitable (y positiva) de nuestras vidas a futuro, en la medida que la pongamos al servicio de las personas, del bien común, bajo un control ético, democrático e inclusivo, y procuremos en nuestros ámbitos de influencia la generación de impacto (empresa, academia, sociedad), transmitir (con realismo y rigor) un mensaje de esperanza y no de temor, apostando por aportar herramientas, conocimiento y soluciones a las personas que habrán de preparase para cerrar ese gap destructivo de la no alfabetización y no digitalización, vemos con optimismo, líneas de trabajo (eso sí, exigentes), publicaciones como la que la alianza del World Economic Forum-McKinsey promueve desde su “Coalición Educación 4.0” (líderes políticos y de gobierno, empresariales, educativos, educadores) y detalla en uno de sus últimos y recientes informes analizando y proponiendo diferentes casos de éxito, atendiendo a su significado, alcance, escalabilidad y satisfacción (de toda la Comunidad Educativa) pasando desde programas de Unicef facilitando accesibilidad digital a libros de texto, distribuidos entre 240 millones de niños desfavorecidos y/o con discapacidades, obteniendo extraordinarios resultados de mejora; el uso de “mentores y tutores virtuales” en las Academias Kabakoo en el África Occidental en comunidades al límite de la formalidad carentes de profesorado disponible; el IA letrus, en Brasil, para la mejora de la alfabetización en IA mitigando diferencia entre estudiantes jóvenes con diferentes niveles de rentas y capacidad socio-económica; CEIBAL, para el pensamiento computacional en IA en escuelas rurales; o la formación de IA y algoritmia a 20.000 estudiantes de primaria, secundaria en Estonia; o, en Europa, el JA Europe para formar emprendedores en la IA, con especial énfasis en iniciativas para la enseñanza y formación del profesorado. Nuevos modelos, nuevos planes y programas. Las Universidades se reinventan (Harvard dedica una cantidad ingente de recursos y programas dirigidos al Liderazgo con propósito, por ejemplo, para profesionales expertos en sus últimos años de carrera y vida profesional para contribuir a la promoción y dirección de nuevas iniciativas empresariales basadas en modelos de negocio respondiendo a necesidades sociales cocreando valor). Otros promovemos programas pioneros para la formación permanente en el seno de las empresas, acreditando su formación-educación en su puesto ordinario de trabajo. Minerva, por ejemplo, ofrece modelos diferenciados de formación en todos los niveles, o un buen número (aún reducido) de Universidades, basan sus planes y programas en el aprendizaje basado en problemas, provocando la implicación directa de alumnos y profesores en la reflexión y las decisiones prácticas de solución y confrontación de desafíos, favoreciendo, además, el autoaprendizaje.
En definitiva, más allá de creencias sobre el impacto final del empleo-IA-formación, los sistemas y modelos educativos y, sobre todo, la profesionalización, adecuación y solución en el esencial rol de los maestros y profesores, exige trabajar en mucho más que “marcos reguladores formales” para un estatus quo profesional-funcionarial. Nuestras sociedades demandan a los mejores profesores, formados y motivados para formar y guiar a nuestros estudiantes, así como a alumnos (y toda la comunidad educativa, incluyendo padres y gobernantes) implicados en la alfabetización y conocimiento, usando la IA, sí, pero, sobre todo, implicados en una transformación innovadora de su propio proceso educativo. Desafío de la formación, de la empleabilidad, de la riqueza y del bienestar (de ellos y de todos).
La educación, como gran motor del cambio social demanda una intensa e importante transformación innovadora. La IA es una herramienta (nunca un fin) cuyo gran valor reside en amplificar la inteligencia humana, poniéndolo al servicio del aprendizaje, desarrollo personal. Hoy, la frase dominante no es otra que la “búsqueda de una Educación de Precisión” (personalizada, anticipadora de un futuro de desafíos y oportunidades, participativa, proactiva). Las tecnologías exponenciales (ya entre nosotros aún en sus fases iniciales) facilitarán acercarnos a ese objetivo educativo, potenciarán el perfil del estudiante (también para su encuentro con el mundo empresarial, del trabajo del futuro en su concepción cambiante, acelerará la capacidad generadora de impacto en la Academia y promoverá nuevos modelos de interacción estudiante-profesor).
Una educación como experiencia transformadora. Todo un reto. Alta complejidad, medidas y soluciones urgentes en un marco viable de medio, largo plazo, reinventando roles de los jugadores implicados, rompiendo barreras y creando nuevos espacios de oportunidad y futuro.
Nuevas marcas, nuevas reglas, nuevo protagonismo, nuevas actitudes y una múltiple interacción convergente entre sus coprotagonistas, de hoy y las esperables para mañana.