Un Nobel de Economí­a anclado en nuestro dí­a a dí­a…

(Artí­culo publicado el 16 de Octubre)

Como no puede ser de otra manera cuando se otorga un premio de prestigio como el Nobel, la semana ha generado -como siempre- controversia. Si comenzaba con la noticia del Nobel de la Paz al Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por su esfuerzo, coraje, decisión y compromiso con la Paz, el imprevisto rechazo plebiscitario al Acuerdo promovido parecí­a «enturbiar» la decisión, juzgada por los resultados inmediatos. Morí­a dí­as antes Shimon Peres, otro galardonado por sus esfuerzos en favor de una PAZ, desgraciadamente, aún ausente en el conflicto Israel-Palestina y el Presidente Obama dejará su Presidencia muy lejos de la «apuesta por la Paz» que le llevará a otro Premio Nobel antes siquiera de tomar posesión en base a sus discursos e intervenciones y con la «mochila negativa» de mantener el limbo jurí­dico y de los derechos humanos de Guantánamo. Sea como sea, un premio Nobel supone mucho más que intenciones, trayectorias personales y circunstancias temporales y permite, entre otras cosas, apoyar e impulsar procesos y trabajos deseables desde las bien intencionadas apuestas del Jurado.

La semana termina con otro Nobel. En esta ocasión, el de Economí­a, otorgado a los profesores Oliver Hart y Bengt Holmstrom (inglés y finlandés, profesores de las Universidades de Harvard y MIT, respectivamente).

Así­, si el 2015 fuera Angus Deaton el galardonado por sus estudios relacionados con el consumo, la pobreza y el bienestar tan alineados con los debates de vigente actualidad en el entorno de la desigualdad y la necesaria orientación de los modelos del crecimiento hacia la inclusión social y la competitividad, así­ como los indicadores de salud percibida en boga en los entornos académicos y poco a poco en la agenda diaria de la polí­tica y la comunicación, ahora se premia el estudio estructurado de la Teorí­a de los Contratos. Parecerí­a, a primera vista, un salto hacia campos áridos, de dominio generalizado y escasamente generadores del valor meritorio de un Premio Nobel. Nada más alejado de la realidad.

Nuestra vida diaria (como individuos, empresa, gobiernos, o sociedad) está llena de Contratos (formales, informales…). En su mayorí­a -si no todos- imperfectos, incompletos y, por lo general, complejos, además de asimétricos en los que una de las partes tiene más y mejor información que la otra, una posición no equilibrada de poder y dominio, una «percepción o necesidad» diferente ante lo que contrata y, en muchas ocasiones, basados o generadores de conflictos de interés, reales o aparentes. Estas circunstancias «naturales» llevan a que, de forma inevitable, optimizar un contrato supone una difí­cil gestión de las ventajas competitivas de una de las partes. Este relevante «conflicto o dilema» les ha llevado a los economistas premiados a transitar con éxito 40 años de trabajo y contribución a una literatura del contrato de importante impacto en asuntos crí­ticos de enorme trascendencia en la economí­a de hoy, cada dí­a más multidisciplinar, integrable en redes, compartida, multi-negocio y multi-interés, en plena interacción público-público y público-privada, demandando no solamente «maximizar» el valor de las transacciones de forma equitativa por todas las partes implicadas, sino lo suficientemente incentivadoras para favorecer los Acuerdos, claramente asignadores de los mecanismos de capacidad de decisión y control, y de normalización de relaciones «amigables, duraderas y deseables».

Si, en este marco, Holmstrom destaca por su vinculación al mundo de la organización industrial y economí­a empresarial, con su intenso trabajo en el ámbito de la remuneración por resultados, la indexación salarial, la separación y condiciones de conceptos fijos y variables, además de sus incursiones en el terreno de la incentivación -disuasión no dañina- (desde el copago o la «deslealtad y no colaboración -escaqueo- en el trabajo en equipo»), Hart incide más, en paralelo, en el mundo de las Fusiones, las Concesiones Administrativas, las Privatizaciones de Servicios Públicos, contratos y subcontratos y el intento por ayudar a definir quién, cuándo y cómo ha de mantener la propiedad, el control y la decisión.

Todo un conjunto de aportaciones en el complejo diseño de polí­ticas públicas e instituciones, alianzas y partenariados público-privados, la co-creación de valor empresa-sociedad, las escalas retributivas y el abanico salarial intra-empresa, así­ como los propios contratos entre el ciudadano contribuyente y la Administración-Prestadora y redistributiva al servicio de la sociedad. Es decir, la Academia y Banco de Suecia han optado por premiar el trabajo al servicio de las aplicaciones y necesidades reales del dí­a a dí­a.

En este contexto de premios, la semana ha servido para aportar algunos ejemplos relevantes para los que los mencionados estudios de los flamantes Nobel (la Paz incluida) nos dan pistas para comprenderlos, y afrontarlos con mayor y mejor conocimiento. Si quienes cuestionan el Acuerdo de Paz en Colombia desde la «imperfección» de lo convenido más allá de las propuestas concretas de modificación y mejora realista en el contexto real de las partes implicadas en el Contrato polí­tico y social establecido, o quienes se apresuran a proclamar las maldades del Brexit desde una posición de «incumplimiento del mandato de las urnas» y se esfuerzan en su modificación unilateral, o quienes interpretan los espacios de las Administraciones Públicas y su interacción con terceros (en especial del sector privado), por ejemplo, tuvieran la paciencia de analizar lo que en verdad es objeto de un Contrato, su virtud y complejidad, desde la óptica del verdadero resultado y premisa del beneficio esperado para todas las partes implicadas en el mismo, muy probablemente acudirí­an a muchas de las aportaciones de nuestros nuevos Nobel mencionados.

Decí­a que esta semana hemos conocido diferentes noticias relacionadas con un BREXIT que habrá de acompañarnos, inundados en rí­os intermitentes de tinta, no ya en los meses que lleven al gobierno británico (o a los Tribunales a instancias de la iniciativa y denuncia popular) a comunicar a la Unión Europea su decisión de salir del club, sino los años que serán necesarios para una «desconexión pactada» y la anulación y firma de los viejos (aún vigentes) y futuros contratos a establecer entre las partes, encaminados hacia un nuevo escenario sobre el que se han manifestado los ciudadanos del Reino Unido (en principio, incluyendo a todos aquellos que han optado por una posición no mayoritaria como el caso de los escoceses). En este debate y proceso abierto, la Conferencia Conservadora nos ha permitido conocer no solamente sus iniciales posiciones respecto del Acuerdo Global, sino importantes denuncias sobre contratos «menores» vigentes. Un caso de impacto en nuestra prensa próxima es la puesta en solfa del rol que han venido jugando determinadas empresas en industrias reguladas y privatizadas como la Energí­a y las Telecomunicaciones, la Banca y su Plaza Financiera en la City londinense, calificadas por la Primera Ministra de asimétricos, injustos y dañinos para la población británica, causantes de una supuesta pérdida de valor de la fortaleza industrial y económica del Reino Unido, llamando a la revisión y modificación de las privatizaciones, de los sistemas de contratación pública, a la regulación y tarifas y a las condiciones que han de regir contratos equitativos o justos. También de la mano de los conservadores, se cuestionan los contratos empresariales que «conllevan las inequidades salariales desde la ventaja y superioridad de primeros ejecutivos y directivos más allá de su correspondiente peso en la propiedad y control legitimables por su aportación de valor», así­ como la respuesta a la reinvención de las Administraciones Públicas, analizando cuál debe ser el espacio del sector Público, en qué actividades ha de procederse a las alianzas público-privadas, el modelo de relación contractual a establecer y cuál deberí­a ser un contrato adecuado para el funcionario en un contexto laboral y social como el que vivimos. Por ejemplo. Preguntas de gran calado que lejos del Brexit y de los debates de los conservadores británicos en Brighton, podrí­amos extender a lo largo del mundo y, por supuesto, a nuestro entorno próximo, en un momento como el actual. Así­, en pleno «proceso pedagógico» para convencer a la ciudadaní­a sobre la imprescindible «estabilidad y necesidad de un Gobierno» como mal menor, sea el que sea, no parecerí­a despreciable el ejercicio honesto de preguntarse cuestiones básicas como el ¿para qué?, ¿el cómo?, ¿el cuándo? de las polí­ticas y las iniciativas inaplazables o si la amenazada inmediatez electoral no posibilitara poner en primer plano revisar los «contratos sociales imperfectos», con los que convivimos y que se demuestran insatisfactorios para una buena parte de la Sociedad. No cabe duda que necesitamos, hoy más que nunca, profundizar en la comprensión de los contratos asimétricos con los que convivimos dí­a a dí­a. Contratos asimétricos qué, aunque parezcan inexistentes en muchos casos, están allí­, condicionando decisiones, polí­ticas y comportamientos que, en algunos casos, hipotecan el desarrollo y objetivos que predicamos.

No cabe duda. El premio nobel de Economí­a 2016 tiene sentido. Es una buena noticia. Y si la economí­a se vuelve un poco más cercana a la ciudadaní­a en su percepción desde el Nobel y no terminamos de encontrar las respuestas y preguntas adecuadas, a partir de hoy podemos recurrir a otro galardonado: Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura 2016. Porque, efectivamente, «the answer my friend is blowing in the wind» (La   respuesta está en el aire… pero debemos buscarla, tras formularnos las preguntas adecuadas). Trayectorias, realidades, y reconocimientos.

Amanecer en Colombia. 50 años después

(Artí­culo publicado el 2 de Octubre)

Con la firma del Acuerdo de Paz del pasado dí­a 26 de septiembre, la Comunidad Internacional manifestaba, de forma solemne, su apoyo al proceso de paz, trabajado, negociado, arrancado de una sociedad que ha sufrido 50 años el horror de la ausencia de paz.

Proceso largo, muchas veces interrumpido, que a falta del plebiscito que hoy mismo convoca a la sociedad colombiana a su ratificación en las urnas, solemniza la ausencia pactada de violencia, así­ como un amplio, complejo y largo proceso en el que el pueblo colombiano decidirá, en libertad, embarcarse, si como muchos deseamos, se da un clamoroso SI A LA PAZ.

Paz y cese de la violencia no son, en sí­ mismo, el punto final para la normalización ni la transformación inmediata de un paí­s que ha de acostumbrarse (bendito compromiso y responsabilidad) al nuevo escenario post conflicto. El Acuerdo merece un especial aplauso tanto por su resultado final, como por la gestión del siempre complejo, inmediato y, en algunos casos, controvertido, esfuerzo y episodios negociadores. Ví­ctimas, victimarios «colaterales», protagonistas y actores pasivos, cada una desde sus propias vivencias y experiencias, su grado de sufrimiento y participación, observa, celebra y padece un resultado final.

Con más de 220.000 muertos, 5 millones de desplazados, un paí­s dividido para muchos, reconciliado para otros, en la búsqueda de su propio relato y valoración personal e intransferible del resultado alcanzado y que ha sufrido sus graves consecuencias y su reflejo negativo dentro y fuera del paí­s. Miles de ilusiones frustradas y excesivas vidas destrozadas.

Hoy, contemplamos un nuevo faro de esperanza. Quienes desde la respetuosa distancia a quienes han de decidir sobre su pasado y futuro, con el cariño de una larga convivencia personal y profesional a lo largo de décadas, hacemos votos por el Sí a la PAZ.

En estos dí­as, las historias se repiten entre el drama, tragedia y emoción. Las anécdotas proliferan. Ví­ctimas y victimarios «comparten» aquellos recuerdos y momentos en que la tragedia los separó. Familias, amigos y pueblos se fragmentaron. Los caminos de unos y otros se separaron. La restauración, la reconciliación y la reparación, el relato hacia una nueva realidad y nuevos proyectos de vida pesan en las posiciones más o menos entusiastas, contrarias o totalmente favorables al Acuerdo y sus esperanzadas consecuencias. Con ellos, el «bono de la paz» destaca como referente de un futuro diferente, por construir, al servicio, sobre todo, de las nuevas generaciones. Más allá de los más de 300 folios que recogen el Acuerdo alcanzado, así­ como de innumerables medidas al servicio de su instrumentación, el reconocimiento del daño causado, la radicalidad introductoria sobre algunas claras raí­ces (desigualdad, pobreza, debilidad institucional) del conflicto, la petición de perdón de quienes actuaron en y desde el castigo violento a quien responsabilizaba de su situación, el nuevo relato consensuado pensando mucho más en el mañana que en el ayer, la nueva oportunidad histórica para que quienes optaron por la lucha armada, el terrorismo, la extorsión, abandonen las balas y enarbolen el diálogo, la negociación, la polí­tica. Facilidades pactadas para que la otrora guerrilla participe en la construcción de la Paz y en la construcción de un nuevo proyecto paí­s, desde la polí­tica. Un nuevo entorno estratégico para el desarrollo rural y territorial, garantí­as de protección y seguridad para desmovilizados y reinsertados y un complejo e imprescindible «sistema judicial transicional». Todo un entramado que acompañará al desarme, desmilitarización y recuperación de territorios. Estrategia post conflicto bajo la batuta de un Ministro-Responsable ad hoc y, sobre todo, toda una sociedad comprometida en hacerse corresponsable de su pacificación y normalización en marcha. Como ha afirmado el Presidente Santos: «es más fácil hacer la guerra y perpetuarla que construir la Paz».

Una bienvenida entusiasta (que no ingenua, ni plena de «sí­ndromes de Estocolmo» o similares) si no consecuente con la construcción de un mejor futuro (en especial para las nuevas generaciones).

Un clamoroso Sí a la Paz. Un sí­ plebiscitado con el que la mayorí­a del pueblo colombiano no pretende olvidar ni conceder beneficios o privilegios a quienes hicieron la guerra en décadas. Un sí­ a la esperanza, a trabajar para conseguirla, extenderla y mantenerla, llevando al paí­s a una nueva democracia y nuevos modelos de hacer polí­tica (todos), con el silencio de las armas (las palabras del presidente Santos son un ejemplo del enorme esfuerzo por recorrer: «En Colombia tenemos 1.100 municipios; 700 tienen minas antipersona en su territorio. Debemos identificarlas e inutilizarlas y la Comunidad Internacional ha dado un paso aportando los 80 Millones de dólares para iniciar este largo, complejo, peligroso e infernal trabajo»).

Una ventana para la Paz que, sin duda, aporta valiosas lecciones en la resolución de conflictos, en la construcción ilusionada de un nuevo futuro. También el contradictorio e hipócrita comportamiento de determinados lí­deres y dirigentes a lo largo del mundo que asisten como testigos a festejar el Acuerdo, ofrecen apoyo allí­ y, sin embargo, ponen todo tipo de dificultades a afrontar otros procesos inacabados (nunca hay dos «conflictos» iguales), en «su propia casa», en donde tienen responsabilidades por asumir. Pero hoy no es momento de enturbiar ni la PAZ, ni el esfuerzo, generosidad y compromiso de COLOMBIA. (Baste resaltar como en el discurso de la firma en Cartagena, el representante de las FARC apelaba al final negociado de otras guerras que recorren el mundo con un sonoro NO a la guerra ni en SIRIA, ni en COLOMBIA, ni en ninguna parte)

Así­, el pasado lunes, tuvimos la oportunidad de celebrar la Paz en un evento aleccionador en y con la «Cartagena Heroica» que resistió el asedio vencido por Blas de Lezo, terminó con la esclavitud en la región y alumbró «las mariposas amarillas» de Garcí­a Márquez, Gabo, para afrontar su tan ansiada «Segunda Oportunidad, en las zonas de dolor en que germina, ya, la Paz».

Una ceremonia aleccionadora con dos discursos claros y honestos. Si Rodrigo Londoño Echeverri, «Timochenko», abrazaba la construcción de una nueva patria «en la que no caben las balas, bombas o guerras, sino la democracia real», recordaba sus orí­genes guerrilleros en el Marquetala en el año 1.964 y explicaba cómo en los altibajos de largo proceso, su comandante, escribiera al entonces Ministro de Defensa, hoy Presidente Santos: «Así­ no es, Santos», pero el tiempo y el final permiten decir con fuerza «¡Así­ sí­ era, Presidente!». Timochenko pidió perdón a las ví­ctimas por el daño y dolor causados y desgranó las razones polí­ticas de su compromiso, repasando los contenidos del Acuerdo y su voluntad por recorrer el nuevo camino de la polí­tica que les espera. El Presidente Santos fue rotundo y enérgico en sus posiciones y Acuerdo. Recordó que fue implacable en su ataque contra la guerrilla subversiva mientras predominó la dinámica de la guerra a la vez que hoy, en el escenario de paz, protegerá y apoyará el derecho de todos a defender sus ideas en el juego abierto de la democracia e invitó a la sociedad colombiana a superar el sufrimiento del pasado, «lágrimas de dolor y pobreza por la esperanza de un futuro mejor y sabiendo que todos tenemos por quien llorar».

Un Acuerdo de Paz que en sus propias palabras «es un Acuerdo Imperfecto que pretende salvar vidas, lo que será mejor que cualquier guerra perfecta que destroce el futuro».

Un Acuerdo de Paz, en definitiva, que como el propio Secretario General de Naciones Unidas calificó de ejemplar y aleccionador tanto por su contenido, como su proceso negociador y los elementos externos de facilitación y soporte (con especial relevancia de Noruega y Cuba y los paí­ses acompañantes de Venezuela y Chile, así­ como la propia ONU y la Comunidad Internacional, además de la Iglesia Católica con su Papa Francisco en ella). (Hoy como en Colombia, la historia despide a Shimon Peres con elogio y agradecimiento por su diplomática lucha por la Paz mientras otros, en especial en la Jerusalén árabe le reprochan su relevancia como halcón en el terrorismo árabe-israelí­. Otras lecciones del tiempo).

En definitiva, desde el respeto a la voluntad del pueblo colombiano, con el cariño y esperanza que merecen, un Sí a la PAZ que permita no solamente «el silencio de los fusiles», sino como destacarí­a, también, el Presidente Santos, entonar con fuerza y orgullo el Himno Nacional de Colombia: «Cesó la horrible noche…de la violencia… y llega el dí­a con todas sus promesas…». «Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer de la Paz y de la Vida…».