La Ventaja Competitiva de las Naciones. 25 años orientando el futuro.

(Artí­culo publicado el 22 de Marzo)

Hace ya veinticinco años, veí­a la luz el libro de Michael E. Porter, «La Ventaja competitiva de las Naciones», reforzando su liderazgo intelectual, ya ampliamente acreditado en sus dos grandes éxitos previos: «Estrategia Competitiva» y «Ventaja Competitiva» que habrí­an revolucionado el pensamiento estratégico empresarial, trascendiendo de la Academia desde su solidez y rigor investigador, influyendo en las decisiones de polí­ticas públicas y empresariales.

La nueva contribución de Porter iba más allá del mundo de la empresa para construir un nuevo paradigma, explorando aquello  que hací­a que las naciones, más allá de sus empresas e industrias, prosperasen. Su trabajo rompí­a la hasta entonces bicentenaria teorí­a de la «ventaja comparativa de las naciones» para dar paso a la «ventaja competitiva«. Una nueva y clarificadora respuesta, abrí­a las puertas a nuevas ví­as para la competitividad internacional. Porter empezaba su libro con una simple pregunta: ¿Por qué determinados grupos sociales, instituciones, entidades económicas y naciones avanzan y prosperan?

Como el mismo Porter explicaba entonces, su principal atención en años precedentes habí­a sido la empresa, y sus grandes éxitos nos dotaron de marcos de análisis y estudio, hoy todaví­a no solo vigentes, sino esenciales para cualquier aproximación o entendimiento de la empresa, las industrias y mercados en los que operan, así­ como sus diferentes interacciones en las ya entonces señaladas por él como industrias y firmas globales. Su «Cadena de Valor», su «Diamante competitivo», su esquema de «Las Cinco Fuerzas», su diferenciación estratégica empresarial, parecen haber llegado para quedarse, sobre cuyas bases esenciales nuevos profesores, empresarios, lí­deres y estrategas construyen «matizaciones», alternativas, nuevos modelos, marcos y apuestas. Hasta entonces y con ese enorme y cualificado bagaje, el trabajo de Porter habí­a concedido un escaso protagonismo a los gobiernos y limitada apuesta por su rol principal e imprescindible ante una cierta visión negativista y generalizada sobre quienes hasta entonces consideraban a la «polí­tica industrial» como un juego de ganadores y perdedores a discreción de la elección polí­tica, con una determinada interferencia en el «buen hacer» de los mercados libres, arrastrando una confusa interpretación del concepto de competitividad, escasa medición de su impacto en el desarrollo económico y de los territorios y paí­ses, reforzado en un nulo compromiso real entre los silos académicos, polí­ticos, empresariales y sindicales.

A partir de este trabajo, Porter, otorga un rol esencial a los hoy llamados «eco sistemas empresariales», resaltando la enorme importancia e influencia de los gobiernos y sus polí­ticas, la imprescindible economí­a colaborativa, las organizaciones extendidas más allá de la propia empresa, la clusterización de las economí­as con la esencial preponderancia de lo local como plataforma insustituible del resultado diferenciado y próspero. En este viaje, Porter anticipa un nuevo marco de análisis, «El Diamante Competitivo» (de las Naciones) en el que los diferentes niveles de gobierno incidieran, de desigual forma pero siempre relevante, en cada uno de los 4 vértices convergentes que lo contení­an (la importancia de los factores de la demanda, la orientación decisiva a los mercados y la manera de afrontarlos, las estrategias, rivalidad y configuración-comportamiento de las empresas en un espacio determinado, y el grado de integración de la necesaria constelación de cadenas de valor en el propio territorio en cuestión), sometidos al doble impacto de las polí­ticas públicas (existentes o no) y del momento (suerte, cadena de acontecimientos externos tractores o no de la estrategia, etc.). Entonces, la relevante importancia de las polí­ticas sociales no cobraba la importancia que a lo largo del tiempo y hoy, más que nunca, resulta evidente y esencial.

Hoy, al celebrar este veinticinco aniversario y recordando en y desde Euskadi, el enorme impacto de aquellas ideas llevadas a la práctica, no cabe sino felicitarnos por partida doble: 1) por haber sido el primer lugar (nación no Estado, además) en que se aplicó de manera estratégica y completa su nueva teorí­a y paradigma, adelantándonos a su propia publicación desde las bases de sus investigaciones y recomendaciones iniciales, contando con su asesoramiento personal experto, y 2) por haber mantenido, profundizado y contribuido a lo largo de estos largos años a redibujar estrategias y polí­ticas para la competitividad en solidaridad y bienestar, con un resultado exitoso ampliamente reconocido a lo largo del mundo.

En Euskadi hemos aprendido (y seguimos aprendiendo) muchí­simo de Porter. A su vez, él también ha aprendido de nuestro trabajo conjunto. Juntos hemos reforzado el rol a jugar por los gobiernos en diferentes modelos estables de coopetencia público-privada y público-público; hemos entendido el verdadero rol y organización permanente de la clusterización de la economí­a, rompiendo el clasicismo del sector industrial determinado por conceptos de mercado-producto del pasado dando paso a concepciones diversas, pluridisciplinares, multi industria y diferenciables mercado a mercado; hemos comprendido el impacto competitivo de la identidad y el sentido de pertenencia; hemos profundizado y logrado el desarrollo conjunto -a la vez- de las polí­ticas y redes de bienestar (educación, sanidad, servicios sociales…) y económicas y la importancia en no separar su ejecución temporal, dejando el reparto de la riqueza a los resultados excedentarios del buen hacer «económico»; hemos comprendido el verdadero sentido de la dimensión y el tamaño empresarial definido, no por el de cada unidad económica empresarial, sino el del Valor de una red con la que interactúa, superando también aquí­, la transición de conceptos analógicos fijos a digitales dinámicos; y hemos sabido anticiparnos a la realidad del difí­cil balance entre una economí­a cada vez más mundializada con el efecto diferencial de su localización en el complejo diálogo local y local, asistiendo a las demandas reales y legí­timas de los gobiernos, paí­ses y regiones, por un mayor protagonismo en sus propias estrategias sin el complejo de quienes asimilan proteccionismo y reduccionismo, con diferenciación de polí­ticas adecuadas para realidades distintas al servicio de la prosperidad de las sociedades….

Veinticinco años después, celebramos -con gratitud- el éxito y contribución de tan importante legado activo. Y, sobre todo, observamos con ilusión que esto, lejos de ser historia auto contemplativa, no es sino la sólida fortaleza para afrontar el futuro. Hoy Michael Porter, abandera todo un nuevo paradigma a través de las «iniciativas de valor compartido y progreso social«. El nuevo índice de Progreso Social que lidera, su co-liderazgo con Mike Kramer en la «Shared Value Initiative» y su continua labor como «formador de formadores» para la competitividad y la prosperidad desde la red MOC (Microeconomí­a en Competitividad) con una extensa implicación de 120 Universidades en los cinco continentes (red en la que el Caso del Paí­s Vasco ocupa un lugar destacado en su material de estudio desde su prestigioso Instituto de Estrategia y Competitividad en Harvard, paraguas de su obra), y desde sus contribuciones diferenciadas en el «nuevo» «Health Value» (el Valor de la Salud para el Paciente) en su largo e intenso compromiso con los nuevos sistemas de salud para todos, suponen los ejes vectores de lo que él llama «la nueva etapa de la Competitividad». Una etapa que, en sus propias palabras, predice que «los modelos de negocio de éxito en el futuro, serán aquellos que satisfagan las necesidades sociales» del mundo.

En Euskadi, hoy, veinticinco años después, contemplamos su extraordinaria herencia y disfrutamos de su guí­a e impulso en las nuevas iniciativas y corrientes de futuro. Hace veinticinco años, en escenarios de crisis y ruina, necesitábamos un nuevo paradigma. Su «Ventaja Competitiva de las Naciones» nos ayudó a recorrer un nuevo camino hacia la prosperidad. Hoy creemos entender y saber por qué las naciones, como las empresas, las industrias, instituciones y sociedades prosperan. El camino es largo y complejo pero conocemos la trayectoria por recorrer. Tenemos las ideas, recursos y compromisos necesarios para «desbloquear» todas aquellas llaves, candados y obstáculos que bloquean nuestra competitividad. Es tiempo de abrirlos.

Hace veinticinco años, uno de los grandes maestros de la estrategia y premio nobel de Economí­a, Robert M. Solow, desde el otro lado del Rio Charles, «frontera más que fí­sica», separadora de su M.I.T. (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y su competidora Universidad de Harvard, presentaba el libro de Porter destacando que el «nuevo paradigma que propone, se basa en la clásica manera de formularlos: sólida investigación, probado rigor académico y práctico, compañeros de viaje responsables de diseñar y aplicar sus recomendaciones». Simplemente eso.

Los actuales desafí­os no hacen sino redoblar el valor de su contribución. Hoy, sus conceptos siguen vigentes y el mundo está mejor preparado para comprender sus propuestas de entonces como un simple desarrollo natural de su teorí­as. La realidad nos ha venido a situar ante la evidencia de los resultados y, sobre todo del proceso. Si hoy Euskadi es un referente en este campo y materia de estudio mundial, no es por haber copiado un texto extraordinario, sino por haberlo interpretado de forma adecuada, integrarlo en su propia necesidad y realidad, incorporarlo a su identidad y cultura y asumirlo como base de un complejo proceso de avance y mejor permanente tras un claro para qué: «Construir un paí­s y una sociedad próspera. Un modelo completo de competitividad en solidaridad».

¡Son la confianza y la microeconomí­a, estúpido! ¿Estaremos en condiciones de confiar la prosperidad al crecimiento global prometido?

(Artí­culo publicado el 8 de Febrero)

Dos referencias mediáticas parecen estar concentrando la atención en el debate económico (y socio-polí­tico) mundial, que la profundidad y duración de la última crisis que iniciamos hace ya más de siete años ha orientado hacia el cuestionamiento, no solo de las polí­ticas concretas a aplicar para su superación, sino a la revisión y reconsideración del otrora modelo o paradigma del crecimiento como vector determinante del espacio de bienestar, sostenible y deseado.

Por un lado, el fenómeno Pickety  ha hecho de la simbiosis capitalismo-desigualdad un foco de análisis, debate y controversia dominante. En paralelo, la crisis griega y la novedosa irrupción del fenómeno Syriza, han puesto de moda al ministro greco-australiano, Yanis Varoufakis, en plena gira paneuropea predicando la necesidad de una significativa ruptura respecto de la polí­tica dominante del momento: una troika dirigente implantando órganos decisorios democráticos de libre elección, una austeridad como mantra anunciadora de un futuro único, rescates al mundo financiero y a los Estados «incumplidores» de unas recetas «objetivas» en términos de porcentajes máximos de endeudamiento, gasto público y pruebas de stress (iguales para todos más allá de sus modelos institucionales, bonanza pública, tejido económico, aspiraciones de futuro…) y sus efectos en la falta de un modelo creí­ble de futuro, mientas la desigualdad (renta, empleo, servicios, bienestar…) aumenta en términos reales y percibidos, absolutos o relativos según el caso. Más allá de la incógnita de la llamada Grexit, el interés por conocer un desenlace alternativo acapara la atención.

Ya el propio Varoufakis en su metáfora predictiva del «Minotauro Global» que publicara en 2013 nos llevaba, desde su pesimismo imposible, a volver la vista hacia los Estados Unidos como únicos lí­deres capaces de enfrentarse a sus propios errores para destruir el monstruo Wall Street, generador del reciclaje de excedentes y beneficios netos, fruto del éxito de unos pocos paí­ses de cuyo seno emergen pequeños ganadores a lo largo del tiempo, y clama, a la vez, por una apuesta favorecedora de un nuevo crecimiento incluyente y social, intentando convencer a propios y extraños de la necesidad de crecer, sí­, pero haciéndolo de manera diferente a la actual y en tiempos diferentes, acelerando su extensión a todos los ciudadanos y paí­ses bajo el control de sus gobiernos democráticos. Ya entonces confesaba que, muy a su pesar, solamente Estados Unidos tendrí­a la confianza y capacidad suficientes para romper el equivocado modelo generado, aunque lo hiciera por interés propio. Un crecimiento y liderazgo que dejarí­a los beneficios en los mismos creadores del problema y beneficiarios parciales de la desigualdad creciente. Sus teorí­as de ayer se traducen en los nuevos culpables de hoy que señala como Alemania, el Benelux y la exportadora Escandinavia en Europa, así­ como sus nuevos compañeros de viaje, Japón (pese a su recesión crónica) y los nuevos emergentes selectos. Un viaje complejo cuyo resultado final parece distar mucho de lo que proponí­a en su avance académico.

Mucho hemos escrito en esta columna sobre el propio cuestionamiento del crecimiento y el «cí­rculo virtuoso» del pasado (crecimiento-empleo-riqueza-bienestar para todos), dando paso a la necesidad de «nuevos modelos de riqueza y prosperidad incluyente». En esta lí­nea de reflexión, un último trabajo publicado por Mackenzie aborda el tema haciéndose una doble pregunta de gran interés: ¿Podemos salvar el crecimiento a largo plazo?, desarrollando un análisis histórico que nos llevarí­a a sospechar que se trata de una quimera que, en realidad, solamente nos ha acompañado unas pocas décadas y, además, de manera desigual. Adicionalmente, su segunda pregunta resultará mucho más atractiva: ¿En dónde buscar razones o fuentes para el crecimiento deseado? Y es aquí­, en donde Mackenzie nos ofrece un ejercicio de aproximación recogiendo una serie de respuestas de un nutrido grupo de pensadores. Sus respuestas, como desgraciadamente no cabí­a esperar fuera de otra manera, dan por clave única o principal sus respectivas áreas de responsabilidad y rol personal actual. La variedad de las mismas se resumirí­a en la ya explorada apertura de mercados libres y globales, o la confianza en la demanda China y su particular recorrido hacia la prosperidad, o la inestabilidad de una coherente coordinación de polí­ticas macroeconómicas a lo largo del mundo o de una serie de apuntes especí­ficos que generan una cierta oportunidad por explorar o confiar: las ciudades y la urbanización mundial de la población como motor de actividad, o la reconsideración del potencial y tratamiento creativo de la inmigración, la paridad e igualdad de la mujer generadora de un nuevo y diferente empleo o, la siempre presente propuesta innovadora a la búsqueda de «nuevas ideas y su difusión».

Lo interesante de este ejercicio es que, más allá de una u otra solución concreta, la capacidad creativa de la humanidad, demuestra una potencial generación de soluciones y compromisos, abriendo un lugar a la esperanza transformadora de un determinismo sin futuro gestionable que parece extenderse, por momentos, desde el pesimismo crónico instalado en nuestras sociedades.

Hoy, además de algunas de las ideas ya mencionadas, surgen con fuerza diferentes movimientos no conformistas que ponen el acento en las necesidades y demandas o desafí­os sociales como las verdaderas fuentes de riqueza, empleo y prosperidad, como el cada vez más extendido movimiento del «Valor compartido empresa-sociedad y el progreso social, más allá del crecimiento del producto interno bruto bajo el impulso decidido, entre otros, de Michael Porter y Mike Kramer, ya tantas veces citados en estas colaboraciones. En esta lí­nea hace ya años que invitábamos, ante la pregunta de cuáles habrí­an de ser las apuestas de Euskadi, por ejemplo, a reformular las dificultades en términos de convertir sus problemas en soluciones, sus necesidades en oportunidades. Así­, por ejemplo, el envejecimiento, la inmigración, las complejidades y restricciones demográficas, la inadecuación de la formación a la empleabilidad, las dificultades de gobernanza, los déficits en determinadas infraestructuras, la escasez de energí­a, el deterioro medio ambiental, la decisión individual de la empresa y tejido económico, las ciudades en su estado previo… lejos de convertirse en un dato estadí­stico y coyuntural negativo, son y deben ser, nuestras fuentes de riqueza, empleo y prosperidad. A medida que profundizamos en vectores macroeconómicos y globales como renta global, (y, supuestamente, uniforme para todos) nos alejamos de proyectos, iniciativas y compromisos especí­ficos, identificables, gestionables y motivantes. Los análisis y soluciones globales son imprescindibles, la coordinación de polí­ticas también. Pero, sobre todo, las necesidades palpables y las respuestas y soluciones inmediatas y próximas, marcan la diferencia. Tenemos las oportunidades de ese crecimiento incluyente delante de nosotros, en nuestra propia casa.

Y en esta lí­nea, merece la pena destacar un par de aspectos y trabajos de interés que pueden ayudarnos a continuar construyendo futuro y no padeciendo el pasado. Trabajos ambos, en el mundo de la confianza, tal y como dirí­an las voces de la disrupción necesidad-solución: ¡Es la confianza, estúpido!

En estos dí­as, llamaba la atención la publicación de algunas conclusiones del «2015 Edelman Trust Barometer» señalando el enorme gap existente en la confianza ciudadana y las acciones de los gobiernos y las empresas: el 80% de los ciudadanos consultados, en 27 mercados y paí­ses diferentes, desconfí­an en una o en las dos «Instituciones» (empresas y gobiernos). 21 paí­ses se sitúan por debajo del 50%. ¿Han de preocuparse los responsables de esta información en la formulación, decisión y aplicación de sus polí­ticas y decisiones? El propio Banco Mundial se preguntaba hace dí­as al respecto y destacaba la necesidad de un importante cambio de timón y hací­a referencia a la vieja frase mediática asimilable: «¡Es la confianza, estúpido!», poniendo en valor la influencia de factores no cuantitativos en la toma de decisiones.

Llama la atención que si bien se aprecia una creciente mejorí­a (y reconocimiento generalizado) de la percepción pública de una sustancial mejorí­a en la transparencia, en las polí­ticas de gobernanza, en el grado de participación de los diferentes stake holders, así­ como de iniciativas de compromiso y responsabilidad social corporativa, tanto en los gobiernos como en las empresas, la «confianza global» en ellos siga suspendiendo. Resulta preocupante que cuando todo llevarí­a a pensar en la necesidad de directrices y liderazgos fiables, la desafección y desesperanza se generalicen.

A la contra, pese a este estado negativista de las cosas, encontramos pensadores y pensamientos positivos que refuerzan la esperanza. Tal es el caso del último libro  de Will Hutton, cuyo avance se ha presentado estos dí­as, empeñado en aportar un soplo esperanzador de futuro, adentrándose en la necesidad de provocar un cambio en la concepción de nuevos espacios de encuentro o enlace en ese esfuerzo imprescindible por «reinventar el capitalismo», recuperar los principios de una justa, eficiente y equitativa economí­a social de mercado o abordar una nueva economí­a colaborativa e igualitaria, según la orientación ideológica de quien se lo proponga. Hutton provoca contra los malos tiempos y proclama (y defiende con argumentos) que «no llevará mucho tiempo hacer de Gran Bretaña el Estado más dinámico de Europa» basado en las fortalezas internas, en un enfoque propio y esencialmente microeconómico por y para los ciudadanos, respondiendo a sus necesidades reales, próximas y vitales mientas otros se ocupan de directrices exclusivamente globales difí­cilmente aplicables en beneficio de todos. Su libro, «How good we can be» («Qué tan buenos podemos llegar a ser») es un buen alegato para enfrentar el gran desafí­o: «La desigualdad se ha convertido en el máximo reto de todo ser ético y moral».

En definitiva, nuevos aires recorren el mundo con una preocupación y desafí­o comunes. Si ganamos la confianza y buscamos soluciones próximas a nuestras necesidades sociales, estaremos en condiciones de crecer en prosperidad y bienestar. De lo contrario, la ola de la inequidad y la desigualdad terminará arrastrándonos.