(Artículo publicado el 12 de Septiembre)
Hace escasos tres meses, el pasado 14 de junio de 2021, el Consejo de jefes de Estado de la NATO (Organización del Atlántico Norte), reunido en Bruselas, emitía su “Declaración Oficial”, repasando su posición ante un centenar de eventos internacionales con potencial o real impacto sobre la misión de la alianza, resumible en “proteger y defender a nuestros territorios y sus poblaciones contra todo tipo de ataques”. Recordaba como “la máxima responsabilidad de la alianza no es otra que, por lo que nos ocupamos de todas las amenazas y desafíos que afecten la seguridad Euroatlántica” y destacaba como “enfrentaban amenazas múltiples, competencia sistémica entre diferentes poderes, crecientes desafíos en la seguridad de nuestros países y ciudadanos, desde todo tipo de direcciones…”.
A tal fin y en relación con los recientes acontecimientos en Afganistán, de extraordinario impacto mundial, afirmaban: “Después de 20 años, las operaciones militares de la OTAN en Afganistán están a punto de concluir. Hemos impedido a terroristas disponer de una base segura para aterrarnos, hemos ayudado a Afganistán en la construcción de sus instituciones de seguridad, entrenando, asesorando y apoyando a las fuerzas de seguridad y defensa afganas, que hoy asumen plena responsabilidad, y el control de su país… Retirar nuestras tropas no significa que terminemos nuestra relación con Afganistán. Abrimos un nuevo capítulo. Afirmamos nuestro compromiso para acompañarlos en el mantenimiento, desarrollo de sus logros, tanto institucionales, como de su población, a lo largo de estos 20 años. Seguiremos asesorando y apoyando a sus fuerzas de seguridad, y defensa, mantendremos nuestra representación civil en Kabul, en permanente compromiso diplomático internacional y potenciaremos nuestras relaciones de partenariado con el país, reforzando su progreso de paz en curso y trabajaremos con todos los agentes implicados para el desarrollo de un sistema político inclusivo, garante de los derechos humanos y del mantenimiento de la ley”. Y, de esta forma, manifestaba su posición ante un amplio recorrido a lo largo de 70 compromisos en relación con las amenazas y desafíos apuntados en su declaración.
Ayer, con ocasión del 20 aniversario de los terribles atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York, el Pentágono estadounidense en las afueras de Washington y el tercer ataque concluido y sincronizado en Pennsylvania, que supuso el asesinato de 2.996 personas y uno de los “golpes terroristas” más sangrientos y significativos sufridos por los Estados Unidos, en su propia casa, la percepción y recuerdo social se ha visto condicionado por las sombras de un final de una salida anunciada, compartida en el fondo, desconcertante en su ejecución. Nunca es el momento de empezar una guerra, y resulta difícil poner fecha al final de la misma, cuyas consecuencias negativas, parecen perdurar a lo largo del tiempo.
Hoy, tras la salida de Afganistán, el aniversario recordado se ve inmerso en todo tipo de análisis y consideraciones en torno al proceso y el incumplimiento “del objetivo” que la “Coalición Occidental” perseguía en sus 20 años de intervención en el país. Desde las explicaciones del presidente Biden y sus portavoces: “Estados Unidos y sus coaligados no fueron a Afganistán con el objetivo de transformar su régimen en una democracia homologable, ni de instaurar derechos humanos universales, ni de provocar recuperación económica afgana alguna, ni de propiciar estabilidad en su complejo mosaico geoestratégico, ni, por supuesto, superar la histórica permanencia de un Estado o nación fallidos”. Terminaron con otro objetivo, “capturar” a Bin Laden, considerado cabeza responsable de los atentados del 11-S. Lograron su objetivo, lo localizaron y en su controvertida, ilegal y manipulada intervención en Iraq terminaron con él. Pero… cumplido el objetivo, continuaron 20 años más, al parecer, sin objetivo concreto, sin acuerdo, consensos y recursos alineados con un “objetivo inexistente” y terminaron dejando el país. Una vez más, la historia ve frustrada, la diversa y persistente intervención de terceros en lo que, desde nuestros ojos y entendimiento, ha sido y es “un Estado fallido”.
Así, entre múltiples versiones, informaciones y publicaciones al respecto de la efeméride, estos días, cobran especial relevancia un par de libros, de muy diferente orientación, contenido y estilo, en relación con el tema en cuestión.
Tuve la extraordinaria oportunidad de vivir de cerca el 11-S en Nueva York y de conocer el drama personal y familiar de una de las victimas que sobrevivió, con máxima virulencia, dicho atentado. Howard Lutnick, entonces presidente de una de las empresas líder en Wall Street no acudió a su despacho en las Torres Gemelas a la hora que lo haría todos los días. Su hijo iniciaba su curso en el “kindergarten” y como parecía una tradición o regla no escrita, debería acompañarle en su iniciación escolar. Quien sí acudió puntualmente a su cita fue su hermano Gary, quien, junto con otros 658 trabajadores de la empresa, Cantor Fitzgerald, murieron en sus puestos de trabajo. La tragedia colectiva, humana, se veía agravada por la destrucción de una empresa obligada a operar con normalidad un par de días más tarde. (Howard explicó, tiempo después, la “carroñería y mezquindad” de sus competidores, proveedores de servicios profesionales, autoridades, aseguradoras… que vieron la oportunidad de mejorar posiciones y reposicionarse con la destrucción de su empresa). Se dio a la tarea de rehacer la empresa de tradición familiar, reorganizar su operativa desde el exterior, acudir a los trabajadores jubilados y a todo un complejo sistema que, finalmente, funcionó y hoy, 20 años después, sigue siendo, otra vez desde Manhattan, una de las empresas líderes en la industria financiera.
Pero, a la vez, Howard y su hermana Edie, se dieron a la tarea de ocuparse de la “familia Cantor”, atendiendo a todas las víctimas relacionadas con sus hermanos trabajadores fallecidos. Constituyeron un Fondo (Cantor Fitzgerald Relief Fund), crearon los instrumentos adecuados de gestión y apoyo, movilizaron todo tipo de agentes implicados y superaron, de una u otra forma, la cadena de obstáculos que hicieron de combatir, con especial inquina de determinados funcionarios públicos, medios de comunicación y opinión pública en general. Sus libros “On Top of the World” (“En lo alto del mundo”) y “An Unbroken Bond” (“Un lazo inquebrantable”) ,que conforman una unidad y referencia en el relato, resultan especialmente detallados y duros en sus comentarios, citas y narrativa, demostrando cómo, más allá de discursos casi siempre alineados con el rechazo al terror, la igualdad de trato a las víctimas con independencia de su origen, renta, posición social, etc., terminan ocultando intereses particulares muchas veces alejados del “verdadero objetivo” expuesto. No solamente sufrieron la muerte de sus seres queridos, amigos, compañeros de viaje, sino que emprendieron un largo viaje al servicio de las víctimas, su memoria y los proyectos vitales de sus leudos. También, en el camino, conocieron la generosidad, compromiso y bondad innata en las personas.
En otra línea, esta misma semana se ha presentado en la feria del libro de Lisboa, “O vento mudou de direçao” (“El viento cambió de dirección”) de Simone Duarte. Simone vivió el 11-S en directo, en Nueva York, como corresponsal del Grupo “O Globo” brasileiro. Su libro pretende ir más allá de la narrativa puntual del “minuto a minuto” que entre cenizas, sirenas y caótica e improvisada respuesta (como no podía ser de otra manera), sin saber si se estaba ante un accidente, un atentado, o ambos a la vez, ofreció en sus crónicas en directo. Ha querido añadir, desde su amplia experiencia periodística en complejos trabajos en “países fallidos” y procesos de paz post guerra, en especial en África, así como de primerísima mano en Iraq, Pakistán, Timor… y su implicación en procesos que cubrió en seguimiento informativo de quien fuera Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la O.N.U., Sergio Vieira de Mello, muerto en atentado en Bagdad en agosto de 2003, a la entrada de su despacho oficial junto con 22 compañeros de trabajo, su testimonio y visión particular sobre lo que, como dice, “no empezó el 11-S, sino años atrás cuando primó un concepto unilateral de intervención salvadora, desde la no comprensión de la historia, cultura, realidad y aspiraciones de los pueblos en los que se actuaba”. Inevitablemente, Simone recurre de manera permanente (explícita o no) a Sergio (popularizado en la película de Netflix), su estilo multilateral de actuación su idea central basada en “procurar ponerte en la verdad del otro”, en la negociación/acuerdo sobre principios esenciales y marcos de avance compartido. Como ella narra, “no soy historiadora, sino una transmisora de las voces, distintas, que he escuchado”. “Quiere y quiero escapar de la emisión del material informativo bruto, para entender el contexto y el sentido de lo que sucede”.
Hoy, el llanto inevitable por el horror de los años, en apariencia perdido, ha de revitalizar la necesaria búsqueda de nuevas maneras de afrontar los problemas a lo largo el mundo, de entender lo que significa coaligarse desde un multilateralismo, como coro de voces distintas, cada una con su corresponsabilidad y coprotagonismo, y la importancia, para todos, en ocuparnos de todos los “Estados fallidos” y empezando por entenderlo, facilitarles sus procesos de tomas de decisiones y posibilitar que se apropien de su futuro.
No hay nada peor que no tener un propósito y objetivo claro que, disfrazarlo y empeñarse en lograrlo sin contarlo, ni compartirlo, de verdad, con los demás. Sus secuelas y consecuencias personales, además de frustraciones, conllevan consecuencias trágicas y difícilmente reparables.
Sin duda, todo hace pensar que, efectivamente, “el viento cambió de dirección”. Hoy, nuestra esperanza y compromiso ha de pretender no seguirlo como determinismo inevitable, sino provocar que role en aquella dirección deseable. Tal y como aconseja la práctica para la toma de decisiones, cuando el asunto es caótico se actúa y por lo general se dan respuestas novedosas; cuando es complejo, requiere un proceso de análisis e investigación y se ensayan nuevas vías de solución alternativas a los ya aplicados, surgiendo prácticas emergentes. No es mal momento para “cambiar de rumbo”.
Es un mundo tan necesitado de alicientes, de esperanza, de confianza en los demás y, en especial, en quienes han de asumir la compleja tarea de tomar decisiones de impacto general al servicio del bien común, asumamos nuevos caminos y ritmos para rolar en el sentido esperable. Todo empezó mucho antes de que las señales y alarmas saltaran. No queremos nuevas luces rojas y ruidos de sirena. Anticipemos el caos ingobernable.
Hoy, más que nunca, necesitamos liderazgos compartidos, tejer alianzas múltiples y, sobre todo, dirigidas a construir sociedades libres y verdaderamente democráticas, superadoras de “Estados fallidos” pensando en espacios de paz y prosperidad, no en hacer la guerra. No son tiempos de atajos bélicos que, uno tras otro, han venido demostrando su fracaso.
Sí, sin duda, los vientos han cambiado su dirección y rolan, con fuerza, en sentidos diferentes, esperanzados en sumar nuevos recorridos y protagonistas.