Debate y Recetas europeas: ¿estabilidad financiera, bienestar y/o competitividad?

(Artí­culo publicado el 28 de mayo)

Si la crisis económica, el resultado del Brexit tras la antesala del referéndum escocés, el aún pendiente desenlace del caso Grecia y su progresivo rescate o las crecientes crisis sociales (migración, refugiados, desempleo, desigualdad…) y las diferentes voluntades, modalidades de desarrollo y desequilibrios internos, forzaron al Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, a proponer un Informe Base sobre los hipotéticos escenarios (oportunidades, resultados previsibles y consecuencias) para elegir el camino a seguir por los Estados Miembro de la Unión, juntos, unos pocos asociados o en solitario, el documento aprobado por los lí­deres de la Unión el pasado 25 de mayo, celebrando el 60 Aniversario del Tratado de Roma, en torno al futuro de Europa (White Paper on the Future of Europe), vení­a a añadir complejidad (inevitable y real) a un proceso que se ha venido en llamar «Debates sobre el futuro de Europa».

La propia Comisión Europea promueve diferentes debates temáticos pidiendo a los Estados Miembro, regiones, ciudades y partidos polí­ticos, posicionarse sobre la base de un área de paquetes e informes «temáticos» con la pretensión de que todo un cúmulo de variables y objetivos sean tratados de forma convergente. De esta forma, se requiere determinar la dimensión social de la Europa del futuro, el rol fortalecedor de una economí­a y sociedad globalizadas, la profundización de una economí­a y polí­tica monetaria única, un nuevo compromiso protagonista en materia de defensa y seguridad y el futuro de las finanzas de la Unión. A esto, falta por añadir un buen número de Informes «parciales» sobre gobernanza, desarrollo inclusivo, pertenencia-relación de la Unión Europea con cada uno de sus Estados Miembro, entre ellos y, dentro de cada uno de ellos, el de los diferentes entes infra estados, naciones sin Estado o Ciudades (en sus diferentes modalidades de Ciudad, Mega Ciudad, Ejes o Polos y aglomeraciones, etc.).

Todo este enriquecedor, complejo e imprescindible debate, bajo principios de la máxima subsidiaridad-colaboración-convergencia posible, bajo criterios de cohesión social y territorial y al servicio de nuevos espacios de competitividad y bienestar. Un reto estratégico y funcional de enorme magnitud que, sin violentar las vigentes reglas de juego y reparto de derecho y poder polí­tico, permiten el derecho a veto o exigen, en la mayorí­a de los casos, mayorí­as reforzadas o unanimidad, en un marco burocratizado, con escasa capacidad de liderazgo y decisión, desde la profundidad de la cada vez más alejada complicidad con la sociedad europea.

En este interesantí­simo momento y proceso en curso, hemos asistido a una semana con diferentes inputs a considerar. Nuestro Lehendakari ha visitado Bruselas para transmitir a Jean-Claude Juncker el posicionamiento inicial de Euskadi en el marco, al parecer, de la participación y colaboración en el ambicioso, sobre el papel, Plan de Inversiones de la Unión Europea de modo que Euskadi no solo sea parte del mismo, sino que asuma el protagonismo directo en la gestión de los temas relacionados con nuestras competencias. Posición más que relevante cuando a unos pocos kilómetros de distancia, España-Catalunya abordan sus diferencias alejándose de una opción dialogada que permita contabilizar la voluntad de la sociedad catalana para elegir su camino que, hasta hoy, no pretende dar la espalda a Europa, sino todo lo contrario. Mientras en Europa se abre un debate general para repensar el futuro, Rajoy-PP, en el el Estado español, se instalan en un peligroso estadio de espera pasiva amparados en las ventajas diferenciales de un veto ante el no cambio, acudiendo a todo tipo de instrumentos de presión como el último, puesto en marcha con la connivencia de la Justicia, medios de comunicación determinados y grupos de interés concretos, amenazando a empresas privadas (las públicas ya tienen instrucciones por definición) en caso de que presten sus servicios profesionales en cualquier tipo de asesoramiento, consulta, informe, contraste que pudiera ser objeto de análisis por la Generalitat. El insólito caso de prohibir a un gobierno democrático estudiar ví­as de mejora. ¿Debe todo gobierno esperar a que un gabinete concreto decida que es el momento de revisar el sistema de protección social, el obsoleto y anacrónico sistema de oficinas públicas de empleo, los mecanismos de financiación a disposición del desarrollo territorial, por ejemplo?

Adicionalmente, del otro lado del Canal y ante las próximas elecciones de Reino Unido, el inicio de negociaciones para gestionar el Brexit, parece enconarse con condiciones previas y, ¡ojo!, con exigencias comunitarias por incorporar a la factura de salida, no ya compromisos y pasivos reales, sino los documentos «programáticos, no realizables, indefinidos y consensuables» de lo que con excesiva frecuencia nos inunda la maquinaria de Bruselas en forma de planes, horizontes, polí­ticas y manifiestos, ni finalistas, ni cumplidos en su gran mayorí­a, transformándose, mandato tras mandato, en un nuevo Plan con distinto nombre y sistema de gestión reconvertido, complicando su ejecución a la vez que igualando un determinado café para todos.

Bajo este marco, la semana también ha dado pie a un peligroso movimiento sobre el que deberí­amos estar muy atentos: «Defendiendo a Europa: el caso de una mayor colaboración de la Unión en seguridad y defensa».

Nadie puede cuestionar que el terrorismo y la proliferación de conflictos hace una Europa y un mundo cada vez menos hospitalario, más peligroso, más inseguro y que no podemos iniciar un mundo desde una postura «naif» como si no irí­a con nosotros. Pero el peligro de supeditar todo objetivo y estrategia vital a las decisiones de los halcones, al mando militarizado y a la justificación de la eliminación de libertades y decisiones y control democráticos al amparo de una «prometida» seguridad al 100%, no puede hurtarse de las decisiones democráticas, controlables. Venimos asistiendo a un discurso concertado desde diferentes áreas de responsabilidad (Ministerios, Estados Miembro…) preparando el terreno para las dotaciones extraordinarias de Fondos Presupuestarios prioritarios e inamovibles, para la defensa, explicando que Europa ha vendido la defensa a terceros (Estados Unidos), lo que no solo es una indefensión, sino que nuestra capacidad innovadora, minimiza el empleo, castiga a la I+D, debilita el desarrollo económico europeo y, por supuesto, nos hace más inseguros. En esta lí­nea, no ya los Ministros de Defensa, sino la Vicepresidenta Mogherini, nos recuerda que «esta es la prioridad europea porque es la prioridad de los ciudadanos europeos», o el Vicepresidente de Empleo, Crecimiento, Inversión y Competitividad, Jurki Katainen, pida más competencias presupuestarias centralizadas de modo que los recursos de los Estados Miembro, pasen al control y decisión «eficientes» de la Unión.

Esta colaboración ha saltado, temporalmente, por lo aires, tras la barbarie de Manchester por el mal uso de la información entre las policí­as y servicios norteamericanos filtrando «asuntos noticiables» a su conveniencia mediática. En paralelo, la visita de Trump a la OTAN, como si del viejo «Cobrador del Frak» se tratara, no ha hecho sino demostrar que las apuestas colaborativas en Defensa tienen lí­mites y contrapartidas «soberanas» que han de contemplarse evitando entregas incondicionales o el aplauso a intervenciones unilaterales.

Y en este contexto, en Euskadi, el Forum Deusto y Orkestra han concluido su ciclo de conferencias y debates sobre «Bienestar y Competitividad» con una última mesa redonda con los Portavoces Parlamentarios Vascos. Como viene siendo natural en nuestro Paí­s, ambos reclamos (Competitividad en Solidaridad, Desarrollo Inclusivo) son compartidos y prioritarios y forman parte de la esencia de nuestras polí­ticas públicas y estrategias de Paí­s. Ahora bien, la dificultad está en su alcance y contenido, en sus ritmos, en los compromisos y ejecución finales y al parecer, siempre en el marco de Europa. Un marco que ha de cambiar, necesariamente. Es, por tanto, una buena ocasión para aprovechar la ponencia parlamentaria debatiendo sobre autogobierno y un nuevo estatus polí­tico para incorporar la variable europea, preguntándonos cuál de la diferentes opciones y escenarios sugeridos por la Comisión, deberí­amos defender.

Grandes retos y demasiadas preguntas pertinentes que si bien son de largo plazo, exigen hitos clave en el corto plazo que nos permitan avanzar hacia esa Europa de futuro, puestos en contraste con la publicación (menuda semana informativa) del ya tradicional «Paquete de Primavera» de la Unión Europea, que recoge el diagnóstico y control del estado del arte por los diferentes Estados Miembro, el grado de cumplimento de sus compromisos con la estabilidad económico-financiera y sus «recomendaciones», parecerí­a que los grandes debates, los enormes retos estratégicos, duermen supeditados al corto plazo, en revisiones trimestrales al servicio de variables macroeconómicas, a la espera de tiempos mejores. Recordemos que son muchos los Estados Miembro (como España) que, rescatados, siguen obligados a la aprobación de sus cuentas públicas por la mano oculta de la troika, que le sugiere reducir su déficit, profundizar en reformas en el mercado laboral, garantizar «la unidad de mercado», romper monopolios de Colegios Profesionales, modificar su legislación y sistemas de contratación pública y flexibilizar y hacer eficientes sus sistemas de empleo. Por supuesto, por decoro, recuerda que el Gobierno español y su sistema judicial no hacen todo lo posible por eliminar o mitigar la corrupción. Ambos son también asuntos de sumo interés para los europeos, í­ntimamente relacionados con el autogobierno y controles democráticos, con el bienestar y la competitividad.

Recomendación macro e igualitaria, simpleza administrativa y prioridades financieras. Los retos del mañana, una vez más, parecen aplazados para el debate general de largo plazo.

Pero si algo ha vuelto a poner de manifiesto el debate polí­tico, ha sido, una vez más, la necesidad de no separar las polí­ticas económicas, sociales, presupuestarias, etc. del debate sobre autogobierno, estatus Paí­s y polí­tica con mayúsculas. Bienestar y Competitividad implican instituciones, competencias, modelos, voluntades propias y diferenciadas. Algunos pretenden que todo se pueda hacer sin herramientas adecuadas, propias, bajo el mantra de las soluciones «globalizadas y centralizadas». Este posicionamiento no puede ocultarse bajo el demagógico reclamo a no pensar, en verdad, en «las necesidades de los europeos» (y de los vascos), sino en discursos válidos para el corta y pega, generalizado y dominante, que consolida la confortabilidad de quienes hoy ya cuentan con su modelo.

«Millennials y Centennials»: ¿Opciones para la revolución digital?

(Artí­culo publicado el 14 de Mayo)

En un pequeño corro de amigos coincidentes en un encuentro empresarial celebrado esta semana, departí­amos de manera distendida sobre el momento que vivimos, bajo un eje y diagnóstico compartido: El mundo parece estar «descacharrado», a la vez que su complejidad lo hace interesante y apasionante.

Si el Papa Francisco y, con él, otros muchos analistas advierten que estamos instalados en una Tercera Guerra Mundial deslocalizada, por lo que parecerí­a que no la percibimos y actuamos como si no fuera con nosotros, salvo que padezcamos uno de los miles espacios de conflicto real existentes, o si algunos pretenden asociar sinónimos simplistas y falsos en torno a una supuesta asincroní­a: Populistas o Demócratas, entendiendo que se es demócrata si asumes la globalización de algunos, sin matices, o al contestarla y cuestionarla pasas a formar parte de los antisistema y xenófobos del populismo. Si apoyas el europeí­smo francés de Macron, otorgas un voto en blanco a lo que decidan hacer unos pocos en Bruselas y su traslado de obligado cumplimiento a todo ciudadano de la Unión. Si te comprometes con la revolución digital y el movimiento 4.0, atentas contra el empleo y si exiges disciplina, rigor, compromiso, responsabilidad, resultados, perteneces al colectivo retrógrado y conservador del pasado. Si eres un joven emprendedor que promueve un proyecto individual subvencionado con capital de autoempleo más que de empresa, eres alabado por la sociedad, jaleado por los medios de comunicación, pero si sacas el proyecto adelante, lo haces crecer y generas riqueza y beneficios y lo conviertes en una verdadera empresa, eres un «neoliberal» y empresario «explotador e insolidario» por definición. Y así­, sucesivamente.

Tras este enriquecedor aperitivo, ya entrados en el coloquio del citado encuentro, uno de los temas destacados giró en torno a la economí­a e industria digital.

En palabras de la Consejera de Desarrollo Económico e Infraestructuras del Gobierno Vasco, Arantxa Tapia, «la revolución 4.0 no es una opción» con lo que animaba al empresariado y público asistente a redoblar esfuerzos en torno a una inevitable transformación. A escasos metros, en la mesa institucional que compartí­an, otras voces advertí­an que «el empleo que podemos ofrecer no encuentra la formación adecuada en la población desempleada y se verá agravada en los próximos años debido al impacto tecnológico» y trasladaba el compromiso y rol formativo del trabajador del futuro a la empresa.

Expuestos así­, estos diferentes puntos de vista están en el centro de un debate constante a lo largo del mundo, haciendo que lo que sí­ sea una opción, es la manera en que todos y cada uno de nosotros afrontamos dicha revolución digital en el marco de un  complejo escenario, en aparente confrontación entre las oportunidades que ofrece y las amenazas que pudiera suponer lo que lleva, por ejemplo, a algunos paí­ses y gobiernos a crear un «impuesto al desempleo tecnológico«, a cargar a aquellas empresas que inviertan en tecnologí­a (digitalización, automatización, robótica, inteligencia artificial…) sustitutiva de «mano de obra» en contraste con la cada vez más extensa e imparable apuesta por nuevas polí­ticas públicas de sensibilización, impulso, inversión y avance hacia el nuevo universo de la llamada Revolución 4.0, más allá de la imprescindible Industria 4.0, Nueva Manufactura o Smartización de la Economí­a. Todaví­a ayer, en Madrid, una asociación española de empresas multinacionales urgí­a al Presidente del Gobierno español a abanderar todo un pacto por la innovación digital, a comprometer presupuestos permanentes en su financiación y a «unificar» fondos evitando despilfarro y duplicidades (se supone que cuando algunas de ellas se mueven en el mismo espacio que otras lo que hacen es competencia sana y nunca despilfarro, copia o seguimiento duplicado…y en sus paí­ses origen se nutren de un fondo único y centralizado para sus inversiones) proclamando la importancia de la marca España tras sus proyectos innovadores.

Por el contrario, la opción vasca que explicara la Consejera, detallaba su reciente apuesta regionalizada en Alemania y sus alianzas con Baviera o la propia Unión Europea a través de su Comité de las regiones. Efectivamente, la revolución digital no es una opción, pero el cómo abordarla y qué hacer con ella sí­ que lo es.

De una u otra forma, vivimos ya, una Cuarta Revolución Industrial en la que, por encima de todo, el factor capital y trabajo han dado paso al conocimiento y talento como referentes esenciales. La tecnologí­a cobra fuerza (hoy más que nunca) como elemento facilitador y acelerador de un cambio, siendo su uso o aplicación perverso o beneficioso para la humanidad. De allí­ la importancia en la opción a tomar. Por encima de todo, simplificando, podemos insistir en que «la tecnologí­a se compra en el supermercado», por lo que la verdadera ventaja diferencial pasa por poner el acento en el qué, cómo y cuándo hacer las cosas (personas, empresas, gobiernos, paí­ses y la totalidad de agentes implicados) más que en la propia tecnologí­a en sí­ misma. ¿Qué modelos de negocio, de empresa, de paí­s y qué polí­ticas y estructuras de gobierno hemos de redefinir atendiendo al grado de uso de las nuevas tecnologí­as y oportunidades disponibles? Y una vez más, hemos de volver a la complejidad integradora de todos los ámbitos de actuación en el diseño de una estrategia con un propósito determinado evitando actuaciones aisladas. Así­, si destacamos la «Innovación» como el gran motor-apuesta de paí­s, el «Emprendimiento» como la solución y panacea de generación de riqueza, crecimiento y empleo, la «Internacionalización» como la fuente aceleradora (e indispensable o inevitable) para sobrevivir en una economí­a mundializada, no podemos olvidar que todas (y alguna más) estas áreas de actuación son piezas integrables en una Estrategia y propósito a perseguir e implementar y que, o son CREATIVAS, o no serán capaces de promover el cambio necesario. Si confiamos en la CREATIVIDAD, a cuyo servicio están las nuevas herramientas de la revolución del conocimiento en curso, podemos transitar hacia escenarios disruptivos y no a temerosas proyecciones del estatus quo. Es la propia innovación, el uso de la tecnologí­a y la esencia de esta nueva revolución del conocimiento lo que nos debe animar hacia un optimismo activo con el que transitar los desafí­os. En esta lí­nea, la reconfortante lectura del último Informe de INDEX (Organización danesa sin ánimo de lucro con la misión de «inspirar, educar y comprometer en el diseño de soluciones sostenibles a los desafí­os globales para mejorar la vida») destaca, como no podí­a ser de otra manera, el peso de la tecnologí­a como uso de los factores relevantes en las potenciales soluciones propuestas, si bien se pone el acento en su uso facilitador de plataformas innovadoras que inciden en nuevos espacios, como la realidad virtual, la inteligencia artificial, la innovación social y la gestión multi-variable, al servicio de la salud, de la educación, del cuidado y bienestar de las personas, de la transformación de las ciudades, del ocio y el trabajo, y, en definitiva, del desarrollo humano, anticipando todo un «universo de nuevos empleos y fuente de riqueza y bienestar para las próximas generaciones». Todo un mundo por crear. Un mundo aún inexistente y ausente de las estadí­sticas anquilosadas del paro registrado, tan frí­amente distorsionado por los servicios públicos de empleo, y, desgraciadamente, de gran parte de nuestro sistema educativo, empresarial y de gobierno.

En este mundo en transformación, resulta interesante acercarnos a la información con ópticas diferentes a las habituales. Es el caso, por ejemplo, de un trabajo de investigación de Bank of America/Merrill Lynch («New kids on the Block: Millennials and Centennials»). El proyecto forma parte de un intenso esfuerzo de investigación sobre personas y colectivos, innovación, gobernanza, mercados y el mundo «global y regional» en el marco de lo que concibe como el «atlas para cambiar el mundo». Si bien su propósito es el de aportar tan amplio conocimiento a la identificación de áreas y oportunidades de actividad futura, empresas ganadoras en las que invertir en los diferentes mercados de capital, la información observable y su rigurosa clasificación, permite ver un mundo en cambio extraordinariamente relevante. El citado Informe focalizado en los Millennials o Generación Y (población entre 19 y 35 años) los relaciona con la Generación Z o Centennials (de 0 a 18 años), ya que ambos estratos suponen el 60% de la población mundial sabiendo, además, que estos segundos, 2,4 billones de personas vivirán, previsiblemente, cien años en determinadas regiones y economí­as. Y son precisamente estos colectivos quienes conviven, de forma innata y normal, con la diversidad, la sostenibilidad, la «globalización», las tecnologí­as disruptivas, nuevos conceptos y modelos de empresa, de propiedad, de «negocios», de empleo, de educación, de emprendimiento, de polí­tica y gobernanza. Son «digitales nativos» y la llamada «disrupción tecnológica» es y será para ellos algo normal que forme parte del paisaje cotidiano (antes de cumplir 10 años poseerán un Smartphone de última generación que consultarán una media de 50 veces por dí­a, usarán los mensajes instantáneos y los emoticonos en lugar de la escritura para comunicarse…) pero, a la vez, por primera vez en la historia, esas generaciones Y y  Z, convivirán con otra (mayores de 65 años) que les superará (en el 2020) en número, con tasas de fertilidad y reposición en claro y profundo declive excepto en ífrica. ¿Qué opciones tomaremos para estos colectivos con culturas, sueños, habilidades y demandas dispares? ¿Dejaremos que la «nueva revolución sea de ellos» (entendiendo como tal el mundo tecnológico digital) en exclusiva o, por lo contrario, tomaremos opciones de cambio en nuestros modelos empresariales y de desarrollo económico, en vivienda, transporte, pensiones, educación, salud, ciudades, mercados laborales, finanzas, inversión y gobiernos? ¿Qué productos, bienes y servicios quieren, querrán o necesitaremos los diferentes grupos y colectivos?

Efectivamente, como bien decí­a la Consejera, «no es una opción». No es una opción para el colectivo empresarial (industrial y de servicios) al que se dirigí­a y a cuyo servicio de «acompañamiento e impulso» está enfocada la estrategia Industria 4.0 del Gobierno. Pero tampoco debe ser una opción para el conjunto de las Administraciones Públicas que parecerí­an suficientemente confortables por el hecho de una «natural» oleada de sustitución, por edad y jubilación, de sus plantillas funcionariales, anunciando «Concursos Oposición», masivos, para «cubrir y reponer» las mismas plazas que han de quedar libres. ¿No merecerí­a la pena optar por el complejo y arriesgado camino de repensar las Administraciones del futuro, los nuevos roles que hubieran de corresponder, los perfiles de esa economí­a digital y del conocimiento natural/disruptivo bajo modelos de empleabilidad adecuados a la «nueva normalidad» que está por venir y romper, por ejemplo, con el dualismo entre empleo fijo de por vida para unos y desempleo, precarización o «empleo de mercado» para otros (la mayorí­a de la población)?, ¿no es momento de repensar y redefinir las empresas, su propiedad, sus modelos de negocio?, ¿no es momento de repensar nuestros sistemas educativos (por ejemplo, «simplemente» preguntándonos si el «problema» con los becarios no tiene mucho que ver con la propia reforma de los planes de estudio de Bolonia y la obligatoriedad de incluir meses de prácticas, ni retribuidas, ni debidamente programadas o coordinadas con las empresas, ni tuteladas, ni monitorizadas desde las propias Universidades que las incorporan, obligatoriamente, a su Curriculum)?, ¿no es el momento de «filtrar» los proyectos de nuevos sistemas tributarios con estos nuevos requisitos de la «nueva revolución» e incorporar cargas y beneficios, estí­mulos, recaudación y direccionamiento del flujo de la actividad económica y generación y distribución de riqueza?

No es opción. La Revolución 4.0 está aquí­. Si es una opción elegir la posición a tomar.

Tenemos por delante todo un desafí­o, pero, sobre todo, un prometedor escenario optimista. Todo un mundo de oportunidades desde una enorme disponibilidad de herramientas y plataformas para hacer un buen uso de la tecnologí­a, desde la innovación, la creatividad, el talento y la estrategia. Como siempre, depende de nosotros. Nunca como hoy (y mañana) tendremos a nuestro alcance tantas fuentes, conocimiento y medios para generar novedosos empleos de valor añadido al servicio de verdaderos (novedosos también) sistemas de bienestar. Generaciones X, Y y Z tenemos un papel que jugar y múltiples opciones para elegir.

El enigma del desarrollo. ¿Y ahora qué hacemos?

(Artí­culo publicado el 25 de Abril)

En mi último artí­culo en esta columna de opinión (¿Crecer para todos?) insistí­a en torno al «enigma del crecimiento» y la creciente corriente a debate en torno al nuevo concepto que desde las propias entidades multilaterales pro-globalización y libre mercado, se presenta como una «globalización inclusiva» que pretende reconducir las polí­ticas desde el foco esencial del crecimiento en sí­ mismo hacia la manera de afrontar nuevos modelos de desarrollo económico desde la equidad y el reparto de beneficios, más allá de la generación concentrada de riqueza y recursos de forma desigual y excluyente.

Hoy, insisto sobre esta realidad de primer orden que pasa a ocupar el debate central en la agenda económica, social y polí­tica a lo largo del mundo. Preocupación y prioridad no en exclusiva para un mundo intelectual, académico o de retórica de salón, sino esencial para orientar objetivos, soluciones y compromisos al servicio de las demandas reales de la Sociedad, sus agentes y, por supuesto, de los niveles de vida y bienestar de las soluciones.

En este debate, podemos acudir a una en apariencia anécdota que permite acercarnos a las «paradojas» de la mundialización. Tras el resultado electoral en Francia del pasado domingo, su «primera vuelta» trajo como consecuencia el enfrentamiento de dos candidatos que, de inmediato, han dado lugar a la concentración de etiquetas confrontadas que, en teorí­a, facilitan u obligan la elección del futuro Presidente de Francia el próximo dí­a 7 de mayo. El ganador inicial y previsible receptor del 62% de los votos, Macron, parecerí­a recibir el apoyo de sus excompañeros de partido y gobierno (Socialista) y de un elevado número de centro-derecha republicanos, de los no votantes (Instituciones europeas, medios de comunicación y gobiernos extranjeros, Bolsas de Valores y Mercados de Capital…), así­ como la duda de la Izquierda populista de Mélenchon. Le Pen, por el contrario, recibirí­a el castigo en un «todos contra ella» como mal menor para no superar el 32% de los votos. Así­, la simplificación del Europeí­sta y liberal (o «naranjito francés») ganarí­a a la xenófoba y ultra derechista nacionalista. Francia, la Unión Europea, el mundo en general respirarí­a tranquilo y el modelo vigente avanzarí­a por encima de incertidumbres y alteraciones no deseadas.

Sin embargo, bastaron escasas 24 horas para que ambos candidatos «coincidieran» en la población francesa de Amiens (Departamento de Somme) ante los trabajadores en huelga a las puertas de la fábrica de una multinacional expuesta a un cierre o reconversión fruto de la «deslocalización» en curso. Mientras Le Pen era recibida con aplausos, selfis y declaraciones de voto «por defender nuestros puestos de trabajo», Macron era abucheado (en su propio pueblo) acusado de «banquero neo-liberal y defensor de los accionistas extranjeros». Macron escribí­a en su cuenta de twitter (@Emmanuel Macron): «MLP=10 minutos con sus seguidores en un parking delante de las cámaras; yo: 1 hora y 15 minutos trabajando con los sindicatos, sin prensa. El 07/05, cada uno elegirờ.

¿Realidad y Percepción; etiquetas y contenidos; preocupación e intereses personales o principios y beneficios generales?

La respuesta reviste enorme complejidad. Tras años de un intenso y en apariencia sostenible crecimiento, junto a los logros «globales» observados, la desigualdad, el estancamiento en los niveles de vida provoca una clara convulsión polí­tica. Un pensamiento común parece alumbrar el gran peligro: «El final del Orden Económico de post-guerra» anunciado de mil formas a lo largo de múltiples foros, que, según un amplio número de analistas, vendrí­a explicado por la crisis de 2008, la pérdida de expectativas de mejor nivel de vida para la próxima generación, la impronta de los populismos, el protagonismo de los nacionalismos y la confortabilidad de unos pocos, suficientemente supervinientes al cataclismo, protegidos por situaciones relativas de privilegio ya sea por su empleo público asegurado de por vida, por su patrimonio y ahorros o por situaciones diversas que les sitúe en mejores posiciones comparadas. Pero surgen unas cuántas dudas al respecto: ¿y si la crisis mencionada no hizo sino destacar el parón y rumbo equivocado que ya vení­a experimentando el crecimiento?, ¿y si la globalización ni era tan perfecta y deseable para todos, ni era la mejor fórmula para facilitar el comercio, la mundialización, la competitividad y el bienestar?, ¿y si la débil gobernanza pública no ha sido capaz de ordenar y gestionar el proceso?, ¿y si la toma de decisiones empresariales no ha sido la adecuada para entender los cambios y llevar a buen puerto los objetivos indicados?, ¿y si factores externos como el envejecimiento, los cambios demográficos, tecnologí­as y educativos son más relevantes y condicionantes de lo que pasa?, ¿y si no sabemos lo que debemos medir y seguimos hablando de PIB, de paro registrado, etc.?, ¿y si cuando hablamos de crisis y no crecimiento hablamos del Occidente europeo y norte americano y nos olvidamos de lo que pasa en el mundo emergente y en desarrollo que supone «tan solo» las 2/3 partes de la población mundial, viviendo y creciendo a otro ritmo? Quizás sea momento de pensar en hacer algo diferente.

Es posible que una buena aproximación empiece por ordenar causas y consecuencias y no tratar todo como un conglomerado sin orden, ni concierto y, lo que es peor, sin preocuparnos por entender su verdadero significado y generando confusión, uso equivocado de términos y descalificaciones de «otros» atendiendo a nuestros intereses particulares. ¿Debemos empeñarnos en un continuismo que no parece ofrecer los resultados objetivo? Atendiendo al ejemplo francés anteriormente mencionado, ¿dirí­amos que Macron no es un nacionalista francés, no dirigió un Ministerio de Economí­a con polí­ticas «proteccionistas» en defensa de empresas tractoras insignia del motor económico francés, o no ha criticado las polí­ticas europeas de «austeridad y estancamiento», de migración, etc. que, entre otras cosas, le llevaron a dejar su espacio socialista y el Gobierno de Hollande para transitar, en apariencia, sin partido?, o por el contrario, ¿es Marie Le Pen menos nacionalista (francesa) que Rajoy (nacionalista español)?, ¿es el apoyo de Le Pen el aumento del gasto en defensa y la intervención unilateral de Trump en Siria menor o diferente al de Rajoy al conjunto de ministros y exministros de Defensa europeos? o ¿será Macron un neoliberal al servicio del capital como dirí­an algunos sindicalistas y populistas de nuestro entorno a la vez que destacan, por contraste, en el exterior, nuestras polí­ticas económicas y sociales?, ¿tiene sentido que el lí­der de la izquierda francesa Mélenchon dude en pedir el voto a Le Pen y no a Macron o que el sindicato CFDT en Francia destruya sus oficinas ante la filtración de su posible apoyo al exministro socialista?

Demasiados preguntas y posiciones contrapuestas. No parece que las definiciones y clasificaciones simples de unos y otros sirvan para explicar o definir ni la ideologí­a de cada uno de ellos, ni el perfil de quien les vota.

A falta de respuestas bajo el prisma mencionado, nos encontramos «bloqueados y atrapados en el pasado equivocado» tal y como publicaba hace unas semanas el subdirector gerente del FMI, Tao Zhang, defendiendo una reorientación hacia el crecimiento inclusivo. En su caso, insiste no solamente en la necesidad de implicarse en superar secuelas de la crisis financiera, sino avanzar hacia la reactivación de la productividad (aspiración, inspiración, esfuerzo, incentivos, no penalizar el éxito ético…), como atributos esenciales de nuevas polí­ticas completas e integradas  que repiensen educación y empleo, compensación, salud, inclusión financiera, redes de protección y polí­ticas redistributivas, orientadas a criterios  y objetivos encaminados a mitigar la desigualdad.

En este contexto, hace unos dí­as se presentaba en Bruselas un documento del laboratorio europeo para la competitividad y el crecimiento inclusivo con una serie de ideas prácticas «más allá de la balanza entre equidad y eficiencia». Fruto del trabajo conjunto del World Economic Forum, del Banco Europeo de Inversiones y del Think Tank Bruegel, pretendemos facilitar un debate entre la totalidad de agentes económicos, sociales e institucionales para futuras estrategias y polí­ticas europeas, que devuelvan al corazón del modelo europeo, la inclusión, el bienestar como esencia de su polí­tica económica, y una nueva de gobernanza, capaz de poner en valor no ya la profunda contribución europea a la paz, la libertad, el desarrollo económico y social en el tiempo de post-guerra, sino, sobre todo, reforzar sus fortalezas para devolver a Europa el poder y compromiso de transformación y avance, referente de un espacio protagonista y lí­der de su futuro. Los desafí­os observables no pueden traducirse ni en parálisis, ni desesperanza, ni frustración o desafección. Por el contrario, son acicates y revulsivos para convertirlos en lí­neas de solución. Obviamente, el trabajo realizado no es una panacea, ni la esperada y ansiada caja de pandora. Es una iniciativa constructiva, con más preguntas que respuestas, que se une a todo un movimiento generalizado a lo largo del mundo, en marcha, en favor de una nueva manera de afrontar modelos económicos, polí­ticos y sociales al servicio de un desarrollo (y crecimiento, si fuera preciso y necesario, en según qué condiciones) inclusivo, invirtiendo la ecuación y respondiendo a las adecuadas relaciones trabajador-consumidor, contribuyente-beneficiarios, economí­a-sociedad, en planteamiento, respuesta y reparto simultáneos.

La capacidad social, el capital humano, la institucionalización democrática de recursos y agentes, predeterminarán una nueva manera de provocar un mundo futuro diferente, más allá de proyecciones y predicciones sobre las bases y estadí­sticas del pasado.

Hoy que Europa, bien por decisión propia, bien por obligada respuesta a factores relevantes como el Brexit, por ejemplo, se ve obligada a replantear su futuro, convendrí­a evitar la tentación del gatopardismo para fingir que cambiamos para seguir haciendo lo mismo. No dejemos que un pasado repleto de logros, sin duda, impida abrazar nuevas lí­neas de pensamiento acordes con demandas insatisfechas.

Así­, seremos capaces de «desbloquear las fuentes reales de una nueva manera de entender el mundo en el que habremos de movernos». Y, por supuesto, parafraseando el tweet de Macron, «cada uno elegiremos; o continuar atrapados en las no soluciones del pasado, o asumir el riesgo de repensar un futuro distinto». Hoy en Francia, mañana, una a una, en todas partes.