Un mañana en la economía deseada

(Artículo publicado el 14 de Febrero)

La compleja coyuntura, su acompañante incertidumbre y la variada multiplicidad de condicionantes repletos de incógnitas y consecuencias difícilmente predecibles, parecen llevar al seno de las empresas la sensación de priorizar (cuando no elegir en exclusiva) “el tacticismo operativo”, dejando “la estrategia” para otros tiempos y/u otros responsables a futuro. Desgraciadamente, esta actitud y punto de vista se extiende y generaliza en todo tipo de agentes clave en nuestra economía y contamina a muchos gobiernos y países que concentran sus esfuerzos en presupuestos tradicionales, volcados en resolver problemas del corto e inmediato plazo. Gobiernos, en especial, a los que cabría exigir un esfuerzo superior de coherencia largo placista en su rol director y planificador más allá de las decisiones parciales de los diferentes agentes socioeconómicos que representan. Parecería que muchos gobiernos renuncian a este papel esencial del que no pueden sustraerse, dejándose llevar por el espejismo de la “abundancia financiera”, relativa, fruto de la decidida intervención extraordinaria de las autoridades monetarias y financieras internacionales, en respuesta a los devastadores efectos económicos y sociales a lo largo del mundo.

Si bien no resulta cuestionable la necesidad de tomar decisiones urgentes no solo de supervivencia y rescate o de preparación para un próximo impulso en mejores circunstancias, el propio “sentido de oportunidad” que la situación alumbra, aconseja que esas “políticas tacticistas” cuenten con una determinada orientación hacia un futuro que, de una u otra forma, el panorama pre-pandémico ya anunciaba, y para el que la inmensa mayoría de países y empresas se venían preparando, marcando sus singulares estrategias y mapas de transformación, con un amplio “acuerdo” de especialización e impacto que, aún no a suficiente velocidad y con irregular predisposición a afrontar, se iban incorporando en las diferentes agendas, más operativas que estratégicas.

El caso es que, como no podía ser de otra manera, el estado de la cuestión no impacta a todos por igual, ni son iguales las soluciones posibles, dentro de un marco general que se retroalimenta en toda dirección y que hace, si cabe, más exigente el esfuerzo por encontrar un camino a seguir. Sí resulta observable una tendencia mayoritaria hacia “planes estratégicos a dos años” que son algo más que “programas operativos” de recuperación, resistencia y “aprovechamiento inmediato de oportunidades sobrevenidas”, también asistimos, con ilusión y esperanza, a interesantísimos ejercicios de prospectiva y propósito estratégico con algunas empresas (generalmente líderes) y algunos países-gobiernos que visualizan un futuro diferente, en el largo plazo, que ha de construirse, día a día desde hoy. Enfrentamos, tanto en la vida pública e institucional como en el ámbito empresarial (similar a nuestras actitudes y decisiones personales) la permanente disección simplista entre el hoy y el mañana, entre lo operativo y lo estratégico, entre lo “ejecutivo” y lo “pensante”, como si se tratara de silos incomunicados, siendo, por el contrario, elementos esenciales e inseparables. Las decisiones y actuaciones de hoy condicionan las políticas y planes del mañana. El rumbo que imaginemos para el escenario deseable a largo plazo como punto de llegada marcará los pasos que habremos de dar desde hoy hasta entonces. ¿Hipotecaremos el futuro con las decisiones o inhibiciones de hoy? ¿Señalaremos un camino equivocado o inalcanzable que impida conquistar las oportunidades del presente?

La situación incierta de partida no es, tampoco, un “agujero negro” que nos obligue a partir de cero, reinventar la rueda o navegar a ciegas hacia mundos absolutamente inesperados. Aprendiendo con los demás, disponemos de rigurosa información, imaginativas propuestas, soñadores escenarios y, sobre todo, caminos que señalan potenciales hojas de ruta que puedan conducirnos a nuevos espacios deseables en los que, por simplificar, aspiremos a vivir. En esta línea, hace unos días, en el seno de una sesión de reflexión estratégica en la que se debatía en torno a “las tecnologías relevantes en las que deberíamos centrarnos, su impacto en nuestros mercados-modelos de negocio” y, en consecuencia, el camino a elegir, uno de los consejeros participantes ponía el acento en el uso de la información disponible, suficientemente trabajada por terceros, cuya credibilidad y prestigio está claramente avalada y, proponía profundizar en el impacto que sobre nuestro propósito y propuesta de valor concretas implicaba. Centrarnos en dicho impacto y la decisión de optar que conlleva es el punto relevante en el ejercicio estratégico. Así, hoy podemos asumir algunos ejes o factores críticos que guíen nuestro esfuerzo para el rediseño estratégico a perseguir.

La reciente “Cumbre de Davos”, más allá de sus resultados concretos, de las ideologías, voluntades y propósitos personales de los miles de líderes empresariales, políticos, sociales y/o académicos y sus capacidades de aplicar lo observado en su particular ámbito de responsabilidad o decisión, ha señalado la desigualdad real no percibida y las barreras para la movilidad social y territorial en la diana de los problemas-objetivos de oportunidad y solución, bajo los condicionantes múltiples del uso que seamos capaces de hacer de la tecnología, de la interacción personas-planeta y de la generación-distribución de los beneficios/pérdidas que conlleve. Así, de una u otra forma, seis ejes conductores componen un puzle básico sobre el que hemos de preguntarnos y que ha de cambiar nuestras agendas de futuro (a cuyo servicio, también, han de integrarse las actuaciones “tácticas”): el aprendizaje e impacto económico, social y de vida que está suponiendo la COVID-19; la reinvención de los sistemas, modelo, prestaciones y acceso a la salud; la capacidad de resiliencia y respuesta creativa y ágil ante la incertidumbre y los efectos negativos de los factores externos; el imprescindible rediseño del concepto de trabajo-empleabilidad-ingreso y sus consiguientes contratos sociales, condiciones socio-laborales, sistemas de prevención, protección, seguridad social, además de la reeducación, capacitación y formación, también para ese escenario de empleo; la transformación de la actividad económica base y sus cadenas de valor y diferentes roles que cada uno ha de desempeñar en ellas, la recomposición de las diferentes industrias y su relocalización a lo largo del mundo; un desarrollo (¿y crecimiento?) inclusivo mejorando o recreando nuevos estados de bienestar. En definitiva, un nuevo pensamiento económico y social. Ejes conductores en un marco base que responde a la llamada “economía justa al servicio de las personas y la sociedad”.

Se trata, sin duda, de apostar por una nueva economía, por un nuevo mañana, del que nos gustaría formar parte. Una economía que responda a nuestra voluntad y sentido de pertenencia que diría Martin Sandbu (“The economics of belonging”, “La economía de la pertenencia”). Esa “nueva economía” para un mundo inclusivo. Una economía diferente que hemos de construir día a día, sabiendo hacia donde queremos ir.

Sin duda, las decisiones que se tomen en estos momentos condicionarán ese futuro de largo plazo. No cabe duda de que el nivel de responsabilidad y ocupación no es el mismo para todos. Pero, lo que no parece cuestionable es la inevitabilidad de tiempos nuevos que redoblen esfuerzos de “espacios compartidos”, empresa-sociedad, público-público y público-privado, bajo reinventados espacios coopetitivos que aporten lo mejor de cada uno, desde su ámbito competencial, propiedad, activos, control. Tiempos para revisitar el propósito guía de nuestros proyectos, explorar las enormes oportunidades de futuro, rescatar las emociones positivas, reinventar nuestra gobernanza.

Sin duda, no son tiempos fáciles, pero sí el momento de aspirar a un mundo mejor en el que nos sintamos, sobre todo las jóvenes generaciones, confortables, satisfechos y con plena autoestima. El día después ya está aquí y sus resultados solamente dependerán de lo que seamos capaces de construir. Tiempos para resolver el hoy, dibujando, pensando y trabajando en un mañana deseable. ¿Cuál es nuestro escenario deseable y cómo lo hacemos posible? ¿Qué hacemos con nuestras fortalezas y capacidades diferenciadas y cómo podemos superar/mitigar nuestras debilidades? ¿De qué manera secuenciamos los innumerables pasos y caminos a transitar para lograr nuestros objetivos? No hay recetas mágicas. Es el viaje estratégico habitual movido por la fuerza de nuestro propósito.

Es un buen momento. Somos conscientes de la inevitabilidad de un cambio profundo, radical. Sabemos que el continuismo no nos lleva a nada (seguramente ni siquiera a la “supervivencia, ni a mantener el estatus quo”) y, sobre todo, como casi nunca a lo largo de nuestra historia, disponemos de instrumentos, herramientas, fortalezas únicas que nos facilitan acceder al conocimiento, activos y espacios de oportunidad compartibles.

Tiempos inmejorables para nuevas propuestas de valor, para imaginar un futuro mejor, para transformar una sociedad que entendemos manifiestamente mejorable. Más allá del imprescindible tactismo, estrategias y pensamiento creativo para el largo plazo con resultados, también, día a día, paso a paso. Un proceso inacabable en marcha.

El límite de las responsabilidades, el crepúsculo de la democracia

(Artículo publicado el 31 de Enero)

Nuestras calles transmiten una creciente sensación de fatiga y desazón, invadidas por la intensidad e incierta pandemia que sufrimos y sus inevitables consecuencias, también, más allá de la salud, tanto en nuestra economía, comportamientos sociales, como en observancia de la gestión y dirección política en el entorno.

Las positivas sensaciones esperanzadas ante la expectativa de unas vacunas capaces de inmunizarnos en un plazo inmediato, así como las diferentes medidas de resistencia, recuperación y reorientación de un futuro alentador de la superación de la crisis, abrían una enorme ventana de oportunidad para animarnos a transitar hacia un futuro distinto y deseable.

Esta semana, parecería como si una tormenta inesperada, acompañaba la “nevada de Filomena” que tan nefasta incomodidad produjo, y se llevaba por delante las ilusiones depositadas en las luces de recuperación comentadas. Mientras el mundo entero, debate sobre los principales desafíos y riesgos que habrán de acompañarnos a futuro, alumbra “renovadas” vías de solución, embarcándose en reflexiones prospectivas, identificando nuevos proyectos, conceptos y modelos empresariales, métricas ecológicas asociables a los indicadores económicos y sociales, sustitución de gobernantes inadecuados que incitaban a tomar el Capitolio, y se refuerza un claro llamamiento a construir “economías y sociedades más justas”, mitigar las desigualdades y ,de una u otra forma, “centrar nuestras preocupaciones en las personas” llamando a focalizar nuestro esfuerzos hacia el binomio “humanidad y planeta”, surgen sombras que cuestionarían el camino deseado. Sin duda, interrogantes propios de la complejidad e incertidumbre en que nos encontramos.

En esta línea, la “Agenda de Davos 2021” que el World Economic Forum ha celebrado esta semana, observamos el ilusionado mundo de desafío-soluciones-oportunidades en torno al clima y naturaleza de un planeta castigado, a la desigualdad y falta de equidad que pese a su mitigación creciente a lo largo del tiempo, asola nuestras vidas -próximas y lejanas-, a la intensidad de la imparable digitalización de la actividad económica, social, política que nos rodea, a observar la tecnología a nuestra disposición desde una amigable mirada a su uso potencial a nuestro servicio, a la búsqueda real de modos de vida en un espacio que envejece, a la inevitabilidad del acento participativo en los “stakeholders” (todos los implicados en la generación de resultados y toma de decisiones), bajo diferentes interpretaciones de movimientos interrelacionados más allá de puntos ideológicos de partida (Valor Compartido Empresa-Sociedad; ESG-objetivos integrados económicos, sociales, medio ambientales, de gobernanza; “nueva economía social de mercado”; “Stakeholder Capitalism”…). Todo un reto de exigencia, complicidad y hojas de ruta de los que aprender y por recorrer.

Como diría la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en su intervención al explicar el rol de la Unión Europea durante la COVID y sus apuestas de futuro, “el World Economic Forum es el mayor Think Tank-Centro de Pensamiento del mundo, integrando a los principales líderes mundiales de gobierno, empresa, academias, movimientos sociales y jóvenes pioneros y transformadores de su comunidad”, y un buen espejo en el que mirarnos para compartir análisis, líneas de acción y compromisos de solución. Dicho esto, la presidenta europea también nos recomendaba una lectura: “Social Dilemma” (Los Dilemas Sociales) para confrontar los retos y oportunidades de futuro con las crecientes y diversas demandas y necesidades sociales cuya no resolución o insatisfactoria respuesta da lugar a “populismos, desinformación y falta de confianza” para lograr un futuro deseado. En nuestras propuestas y realidades está la confianza deseada.

Siguiendo su recomendación, la lectura de Van Lange-Balliet nos lleva a recorrer la “economía del comportamiento” que resalta una “base autoritaria” de la población, en cualquier lugar del mundo, que no acepta la complejidad, no la tolera, no asume la discrepancia y el debate ni, por supuesto, alternativas a su base de pensamiento o ideas previas. Se trataría de una posición observable al margen de ideologías, orientación de “derechas” o “izquierdas”, grado de instrumentación, condiciones sociales. Población propensa a “La gran mentira”, foro de acciones comentadas, predeterminadas (aunque la mayoría de quienes ayudan a propagarlos o compartirlos no llegan a saber “para quien trabaja”) generando un “marco mental” y una permanente desconfianza en el otro, en especial, si se trata de un dirigente (en cualquier ámbito). Así las cosas, afrontamos la realidad que nos rodea.

Esta misma semana, en este contexto, la “herramienta de ilusión y salvación” que tras los llamados “Fondos Europeos” y Next Europe ha movilizado la Unión Europea y sus 27 Estados Miembro, ha llegado al Congreso de los Diputados en Madrid para la aprobación de su “metodología de uso, gestión y vehiculización”.

Europa, en una iniciativa desconocida en anteriores crisis, alineada con la mayoría de los gobiernos del mundo “contribuyente” y los principales organismos internacionales, proclamó ante la crisis actual, su famosa: “Todo lo que sea necesario” y, manos a la obra, diseñó y aprobó los mecanismos de financiación necesarios para “salvar la necesaria respuesta en términos de salud”, “facilitar nuevos instrumentos para la reinvención de la salud del futuro” y “convertir las negativas consecuencias económicas y sociales en una gran oportunidad para construir una nueva Europa”. Resiliencia, equidad y una nueva economía, sociedad y gobernanza al servicio de las personas.

Bajo este marco general, la Unión Europea ha fijado principios y líneas de actuación atendiendo a diferentes prioridades en términos de transición ecológica hacia una economía verde, digitalización de la economía, el nuevo mundo de la salud y la cohesión social y territorial. Los diferentes espacios han de lograrse abordando proyectos concretos, de medio-largo plazo, que superen las dificultades estructurales de los Estados Miembro, sus regiones, sus empresas y sus ciudadanos. La colaboración público-privada constituye un elemento esencial en su propósito. Proyectos por acometer, en mayor parte, en el próximo trienio y en un marco de financiación extraordinario hasta el año 2045, pagadero, en esencia, desde su “mercado de emisiones” acompasado con los compromisos hacia la energía verde y en aplicación “concreta” desde las aportaciones ordinarias de los Estados Miembro.

Desgraciadamente, esta apuesta tan bien recibida, se canaliza, por razones de facilidad administrativa, mayoritariamente a través de los Estados Miembro. España, fiel a su comportamiento “histórico”, centraliza su decisión y gestión, de espaldas a su composición territorializada, a las competencias reales de sus diferentes comunidades y ajena a la capacidad real de ejecución de proyectos. Así las cosas, el Pleno del Congreso de los Diputados del pasado jueves nos ha dado una noticia desalentadora. El gobierno Sánchez sacó adelante su propuesta en un extraño puzle de apoyo y rechazo. No contó con el respaldo de todos los partidos que le llevaron a su presidencia minoritaria, tuvo el rechazo claro de su “oposición constitucionalista” (tal y como se autodenominan quienes parecen ser los “auténticos defensores” de una determinada lectura, interpretación y aplicación de la Constitución) y contó con el “inesperado apoyo salvador” de VOX (“la ultraderecha que pretende terminar con nuestra democracia y derechos logrados en la transición” según proclaman de forma reiterada desde la coalición de gobierno y sus medio afines).

En el citado pleno, destaca la intervención de la representante del Partido Nacionalista Vasco, Idoia Sagastizabal, quien explicaba su voto afirmativo: “Somos conscientes de que nos estamos jugando la recuperación de la economía, el futuro y la esperanza de una ciudadanía que ve en estos Fondos, porque así se lo hemos hecho saber, una tabla de salvación. Actúan ustedes como si tuvieran mayoría absoluta, no cuentan con nadie y pretenden que les apoyemos. La paciencia de mi grupo tiene un límite… Queremos aprovechar la oportunidad que nos ha brindado Europa para construir un tejido empresarial menos resiliente y cambiar el modelo económico… donde ustedes ven cogobernanza vemos ausencia, pero una vez más les sacaremos las castañas del fuego”.

Conviene recordar que “el estilo Sánchez” es todo un clásico. Bajo el reclamo permanente a la necesidad de hacer política de Estado y pensar en el país, ante el miedo a los enemigos que quieren destruir nuestro estado de libertad y derechos conseguidos… o conmigo o el caos. Así, una tras otra, bajo promesas sobre “diálogos” futuros, va profundizando en su recorrido. España tiene el lamentable record de no ejecución (tan solo el 30%) de los fondos europeos recibidos en la última década. Su modelo de gestión, su inclusión en cascarones administrativos centralizados sin competencia real en los territorios y áreas en que se aplican y su poca focalización en el cambio de modelo económico y territorial y su limitada interacción público-privada tristemente demostrados, cuestionan la eficacia y buen uso de lo que se supone es una oportunidad única para la necesaria transformación económica.

Al hilo de este “episodio”, falta de confianza y credibilidad, con desafecciones sucesivas de diferentes sociedades ante sus gobernantes, merece la pena repasar el libro de Anne Applebaum, ganadora del premio Pulitzer, reconocida investigadora y analista de “alianzas rotas” que parecerían explicar muchas de las preocupaciones que nos aquejan.

En “Twilight of Democracy” o “El crepúsculo de la Democracia” se pregunta en qué momento se torció nuestra democracia, destacando cómo diferentes “señuelos seductores” han venido horadando verdaderos pilares del sistema y le llevan a plantear la necesidad de evitar hacer ciertas las sospechas de Platón, basados en lo que creía la demagogia instrumental que hacía entender la democracia tan solo como una estación inicial del camino a la tiranía y el autoritarismo. Dejar pasar puntos críticos por el bien de la continuidad, termina explicando la cadena de desviaciones que explican por donde discurre el desencanto y desafecto.

Ejercer el límite a la responsabilidad es, sin duda, un elemento esencial para evitar la larga marcha hacia el “populismo descalificador e inhabilitante”. Fortalecer la democracia, promover y apoyar liderazgos compartidos, construir espacios de codecisión y cogobernanza e implicar a todas las partes en juego (Stakeholders) es una buena vacuna para tiempos de incertidumbre y complejidad. Vitamina imprescindible para el optimismo creativo.