Aires otoñales

(Artículo publicado el 29 de Septiembre)

La reciente disolución de las Cortes españolas con la consecuente convocatoria electoral tras un Congreso fallido y el cansancio generalizado de la población llamada nuevamente a las urnas, resucita el deterioro percibido en la ya crónica desafección con la política y el descrédito de los instrumentos institucionales encargados de los complejos desafíos de la Sociedad. Largos meses de desgobierno, incierta espera “política” de una sentencia sobre el Procés, la decisión y consecuencias finales sobre un BREXIT con o sin acuerdo, los más que evidentes anuncios recesivos en la locomotora económica europea, el tuiteo siempre sorpresivo y molesto del Trump de los aranceles, la competencia china y, sobre todo, la amenaza al boicot y embargo iraní bajo graves acusaciones no probadas con el temor a una respuesta bélica, son algunas de las preocupaciones que nos ocupan, siendo generadoras de emociones encontradas, debatiéndose entre sensaciones pesimistas u optimistas según el día y el interlocutor en cuestión. Asuntos que, de una u otra forma, están presentes en múltiples encuentros en la calle, conversaciones informales o foros de debate y análisis a la búsqueda de respuestas. ¿Es tan grave la situación como para una nueva crisis económica generalizada y global?, ¿habrá trabajo suficiente, digno y de calidad para las próximas generaciones?, ¿es sostenible nuestro modelo y estado de bienestar?, ¿vivimos tiempos prebélicos? Con mayor o menor incertidumbre real, una sucesión de dudas, preguntas y cuestiones similares pasan desde la inquietud natural inconsciente, hasta la obsesiva búsqueda de respuestas sin saber muy bien lo que haríamos con ellas en caso de confiar en el rigor de la respuesta recibida. Como siempre, afrontamos la cuestión en función del posicionamiento optimista y positivo o negativo y pesimista según el estado de ánimo en el que nos pille la interpelación.

Afortunadamente, disfrutar de un paseo otoñal como corresponde a la época y más si lo hacemos con relativa distancia física de nuestro entorno natural, sumidos en la melancolía, la bohemia y la caída de las hojas, propio de estos días, provoca un cruce de emociones las más de las veces encontradas. Así, en uno de estos paseos en el entorno privilegiado de Central Park, refugio en estos días del caótico impacto en el tráfico de Manhattan entorpecido más allá de lo habitual, por la concentración de delegaciones ante la Asamblea Anual de Naciones Unidas, con las calles tomadas literalmente por los cuerpos de seguridad, excesivos acompañantes familiares practicando turismo y shopping ajenos a los debates trascendentes, intentaba plantearme las preguntas mencionadas, acudiendo a los pensamientos de Søren Kierkegaard: “…Por eso prefiero el otoño a la primavera, porque en el otoño se mira al cielo, en la primavera a la tierra”. Un soplo de optimismo, de esperanza e ilusión que nos predisponga con espíritu positivo ante todo aquello que parecería hundirnos.

Así, si llegaba a Nueva York con la resaca de la disolución de las Cortes en España con el decepcionante fracaso -una vez más- del candidato Sánchez y su partido acumulando una nueva derrota de investidura, desaprovechando el “regalo” que le diera la mayoría, no parte del triunvirato de derechas, para censurar la labor del presidente Rajoy y su partido, con el encargo de convocar elecciones a la mayor brevedad posible y no el de reconstruir su partido a base de cargos de confianza, decretos ley no convalidables y compromisos, una y otra vez, incumplidos, para usarlos en nuevas y sucesivas “negociaciones”, no ha sido menor el impacto del clima político que invade Washington, de la mano de las revelaciones en torno a las relaciones del Presidente Trump y el presidente Zelinski de Ucrania, base de una clara intención de impeachment o destitución. Poder seguir en directo la comparecencia de testigos (nada menos que el Director en funciones de la Inteligencia Nacional de los Estados Unidos o del fiscal general) ante la Comisión de Inteligencia del Congreso y tener acceso a los documentos completos, desclasificados, que conforman la denuncia presentada desde funcionarios de la propia Casa Blanca, supone un contraste de gran magnitud, presentando dos enfoques de aproximación diferenciados sobre el valor de la democracia y transparencia aplicados para el control y, en su caso, juicio a un mandatario (en esta ocasión, el presidente de los Estados Unidos), y el polo contrario, observando la fragilidad que el intercambio de favores y el posible uso personal del poder ejecutivo pudiera suponer, en un país totalmente fragmentado en lo político desde hace ya demasiados años, en un elevado deterioro institucional, de credibilidad y a merced de la mayor o menor interpretación de las series televisivas que parecerían reflejar la realidad de un sistema de poder e intercambios claramente decadente y contrario a los intereses del servicio público. “We the People…”, (“Nosotros el pueblo…”) como recoge el preámbulo de su Constitución, son el poder real y depositarios de la verdadera soberanía y capacidad de elección y decisión. Delicadísimo asunto que nos ocupará e impactará en las próximas semanas y meses. A la vez, en el marco de la Asamblea de Naciones Unidas en Nueva York, como si viviera ajena a su país-sede acogida, su agenda ha incluido, entre otras muchas cosas, la evaluación de los objetivos de desarrollo sostenible, que ha pasado un tanto desapercibida. Si por un lado la Imperative Social Progress Initiative hacía público su ya conocido y relevante Índice Global de Progreso Social con la buena noticia de que el progreso social avanza, año a año, atendiendo a las mediciones comparadas por el citado Índice, a lo largo del mundo, observando actitudes, herramientas y políticas en curso, favorables al progreso e impulso de una gran apuesta, no solamente facilitadora de una mejor comprensión de la realidad y de las palancas y práctica en uso promoviendo mejores resultados al servicio de las personas en diferentes comunidades, orientando las soluciones hacia una mitigación de la desigualdad y a favor del desarrollo inclusivo. Desgraciadamente, esta buena perspectiva, de avance, paso a paso, venía acompañada de la mala noticia anunciada en el proceso de evaluación de Naciones Unidas respecto de sus propios objetivos fijados en su momento para el año 2030: Sus metas y resultados prefijados no se alcanzarían, actuando conforme a lo previsto, antes del año 2072. Buenos objetivos, cada vez más asumidos a lo largo de todo el mundo y que, sin embargo, no invitan a esperanza alguna con un horizonte como el que se ofrece. No es cuestión de esperar y/o continuar haciendo lo mismo, con los mismos recursos e instrumentos y políticas, y los mismos objetivos y medios.

Y, de esta manera, aunque pudieran parecer casos de escasa relación o interdependencia y de menor rango de prioridades y alcance, volvemos al otoño electoral próximo en donde contemplamos a los mismos protagonistas, los mismos no programas del pasado reciente y limitadas ofertas de escasa relevancia, menor interés y nula ilusión de futuro. Aquellos que no han sido capaces de cumplir con su trabajo mínimo tras las elecciones, concurren a las mismas sin novedad alguna, sin evaluación de su trabajo, confiando en que el azar traiga nuevos resultados y soluciones a la compleja demanda de la sociedad, ansiosa de contar con un proyecto compartible de futuro. Escenario de candidatos que prometen no hacer nada diferente a lo que han hecho hasta ahora, ni una sola idea creíble sobre un nuevo modelo de bienestar, nada sobre el viejo discurso de la economía productiva alternativo al monocultivo turístico, nada sobre una respuesta al mal llamado conflicto territorial y una negativa vuelta a la centralización, más jarabe de “155” para Catalunya y café para todos con independencia de las aspiraciones de la gente. ¿Condenados a la parálisis?

Siempre habrá alternativas a la realidad observada y a las decisiones propuestas y aplicadas. La complejidad, los nubarrones en el horizonte, han de dar paso a nuevas ideas, proyectos, compromisos y logros. El otoño no es sino como el arte de vivir, cambiar las hojas sin perder las raíces. No tenemos respuestas categóricas para un mundo incierto. Solamente la voluntad de recorrer el camino, cambiante, día a día, hacia nuevos sueños e inquietudes.

“Tenim pressa, molta pressa”

(Artículo publicado el 15 de Septiembre)

El President de la Generalitat de Catalunya, nos recuerda en su libro “Els últims 100 metres” (los últimos 100 metros hacia la independencia y república catalana), la frase utilizada por el dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, Heribert Barrera, en el Congreso de Diputados español, al defender su propuesta de autodeterminación de Catalunya haca ya casi 40 años.

Estos días, con ocasión de la Diada, esta frase ha estado presente en los diferentes eventos y acontecimientos conmemorativos, en una reclamación estruendosa no ya para poner su acento en la historia y derechos preexistentes sino, sobre todo, en la voluntad de futuro del pueblo catalán. Pasar de ser independentistas para ser independientes es el gran objetivo de este largo proceso histórico para el que la sociedad demandante tiene prisa y mucha prisa. Sobre todo, cuando los retrasos vienen impuestos y escapan de su control. El reclamo general ha consistido en el “objetivo independencia” y “absolución” como puntos de unión de una amplia y diversa sociedad movilizada tras diferentes iniciativas y opciones políticas y sociales en curso. La Diada, por encima de cifras y dificultades o de confrontación táctica interna, ha demostrado la fortaleza de un movimiento con prisa, paso a paso, avanzando desde la combinación de diálogo y confrontación democráticas, en un ejercicio continuo y comprometido, conscientes de las enormes dificultades que el propósito final conlleva.

A pocos kilómetros, también, el Reino Unido tiene mucha prisa. Decidió, por vía democrática directa, seguir un nuevo camino independiente de la Unión Europea. Y tiene prisa en abordar su propio camino pese a la complejidad e incertidumbre en que se encuentra, al proceloso y preocupante proceso conflictivo de salida en el que no parecen colaborar ninguna de las partes y sabedor de las largas y complejas tareas que les esperan, no solo en lo que a una nueva relación con la UE le supone, sino a una necesariamente innovadora recomposición de su configuración interna como Reino Unido con diferentes anhelos y aspiraciones irlandesas, escocesas, galesas e inglesa. Todo un nuevo camino por recorrer. Desoír la voluntad de un referéndum que algunos sugieren alejando en el tiempo las decisiones esenciales ya tomadas con el mandato popular, no parece la mejor forma de tomar decisiones incómodas. Ni la Unión Europea, ni el gobierno británico parecen haber asumido la decisión y mandato popular y el 31-O está encima. Sin duda, mucha prisa. Inevitable a fecha fija. Ucrania tiene mucha prisa en utilizar su libre decisión para escribir su propio camino, fuera del dominio y control de su antiguo “compañero” ruso y promueve la intermediación internacional (Europa y Estados Unidos) para facilitar un acuerdo de salida. Hong Kong lo mismo respecto de China, una vez probada la atadura dependiente de su gran coloso “centralizador-globalizador”. Ninguno pretende un futuro aislado, pero sí su propio futuro. Todos ellos son pequeños jugadores en relación con sus interlocutores “dominantes”. Todos ellos creen en un destino propio, interdependiente con sus vecinos y/o antiguos compañeros de viaje, pero, desde sus propias convicciones y decisiones, por vías pacíficas y democráticas. Todos confían en que el asumir las riendas de su propio proyecto generará mayor bienestar para sus ciudadanos. “Small is cute, sex and successful. Why Independence for Wales & other countries makes economic sense” (Con este título, el profesor Adam Price publicaba en la Harvard Kennedy School Review, su comprobación del mundo exitoso de los “pequeños jugadores” que obtenían mejores resultados en términos de valor -económico, social, institucional- que aquellos “grandes bloques dominantes”). “Lo pequeño es sexy, bonito y exitoso. ¿Por qué la Independencia para Gales y otros países tiene un gran sentido económico?”, se preguntaba. Como ellos, otros muchos, como Euskadi, gestionamos nuestros tiempos y realidades para lograr la independencia necesaria para decidir nuestros propios destinos, que en cada momento y circunstancia decidan nuestras sociedades, de manera libre, pacífica y democrática. Escocia, Flandes, Irlanda, por citar algunos otros destacados. Cada uno escribimos nuestra propia hoja de ruta, respetamos las de los demás, aprendemos de ellas y adecuamos el reclamo de nuestros pueblos a los tiempos y voluntades realizables.

La hoja de ruta hacia la República catalana ha incluido un modelo objetivo, esquematizado en Dinamarca, como imagen orientativa de un pequeño país (tamaño y población), nórdico, miembro de la Unión Europea, líder y referente entre los rankings internacionales de desarrollo económico, bienestar y progreso social, solidez estructural y calidad de vida. Ejemplariza el ya conocido reclamo global de los conceptos de Schumacher (“Lo pequeño es hermoso”), reforzado por Robien (“Lo pequeño es posible”), desde la experiencia comparada y las tendencias probadas ante los desafíos mundiales -solucionables, inclusivos-gestionables: “Lo pequeño es imprescindible”. Observa cómo hoy, “pequeños jugadores” ocupan destacadas posiciones en el gobierno de la Unión Europea. Para este largo recorrido, la Diada de esta semana ha movilizado a muchísima gente, consciente de las dificultades que entraña un anhelo de esta magnitud, pero sabedora que el siguiente paso, dotarse de “estructuras de Estado”, resulta imprescindible. Sabe, también, que no es cuestión de replicar aquellas que padecemos en un Estado español aferrado a un centralismo paralizante que se deteriora a pasos agigantados (todavía esta misma semana, estudios demoscópicos indican el deseo mayoritario de Comunidades Autónomas como Aragón, Madrid, Castilla-León o Castilla La Mancha y Valencia optarían por un Estado centralizado y renunciarían a su “modelo autonómico”, lo que aconseja revisar y diseñar “su propia hoja de ruta”, demostrando la imperiosa necesidad de revisar a fondo el futuro de una “España Unica” no deseada). Construir un nuevo modelo no se improvisa, requiere ingenio, innovación, compromiso y mucho aprendizaje. No es cuestión de mirar a modelos del pasado, ni a las infraestructuras radiales hacia y desde Madrid, o a una función pública del siglo XVIII, o a una financiación ahorcada por un centralismo incremental, año tras año. Catalunya sabe que el viaje solamente merecerá la pena si les lleva a un escenario distinto -por descubrir- al servicio del futuro. Y tienen prisa. El día a día, sin movimiento real hacia adelante, no vale para afrontar los retos a los que se enfrenta, no permite abrigar sueños y esperanzas, sino una tediosa espera en lo mismo, hacia ningún horizonte claro. Buscan dotarse de la savia aceleradora de un espacio mejor, por construir. De la misma manera que Ucrania no quiere volver a la Rusia que ya conoció y cuyo plan de futuro desconoce, ni el Reino Unido quiere aceptar una tutela de funcionarios en Bruselas, acomodaticios, en cada ola, a cualquier “nueva política” de supervivencia (de ellos, del aparato dominante, sea cual sea el tiempo, ideología o demanda social cambiante), ni Hong Kong quiere volver a un macro centralismo dirigido desde Pekín. Todos saben (sabemos) que han (hemos) de encontrar los mecanismos y estructuras adecuadas, en colaboración y apertura mundializados, pero desde la libre decisión (incluso con el derecho a equivocarse/equivocarnos). No buscan ni privilegios, ni confortabilidad en el camino. Pero sí persiguen un mundo diferente al que hoy tienen…

Mientras tanto, en Madrid parecen soplar otros tiempos. Ellos allí no tienen prisa. Se han acostumbrado a la resistencia desde “sus fortalezas”, enrocados en unas estructuras (también cloacas) de supervivencia del Estado. Se han adaptado a ellas y no ven necesidad alguna en transitar hacia un futuro que, en todo caso, les resulta incómodo y desconocido. ¿Se puede pretender presidir un gobierno que en 2019 no dé prioridad a encontrar soluciones a las demandas sociales e institucionales de Catalunya y de otros tantos que por activa y por pasiva les transmiten, día a día, su malestar y disconformidad con su Estado? ¿Cómo es posible que el señor candidato proponga un supuesto Programa de Gobierno o equivalente, con tanto desconocimiento del modelo autonómico existente (no ya de las aspiraciones de cambio que se vienen dando a lo largo y ancho del Estado, Europa y el mundo)? ¿Es esta la oferta de futuro que cabe esperar? Confían en el auto desgaste, desde el engañoso espejismo de una lucha de cifras clamando en sus propios medios y mensajes dirigidos a quienes comparten sus posiciones en un monocorde discurso diciéndoles lo que deben hacer: “aparcad vuestras reivindicaciones, volved a nuestro estatus quo y esperad un buen momento para repasar y avanzar en el Estatuto de la transición”. Creen que su propaganda de embajadas acallará las voces de lo que ahora llaman “territorio” (ni nación, ni país, ni pueblo). No. Ellos pueden esperar porque no tienen prisa, ni interés en avanzar o cambiar. Persisten en el error y no comprenden que la movilización de Catalunya no tiene marcha atrás. Ya no es cuestión de una u otra “transferencia” o de cheques desde la calle Alcalá. Es cuestión de Estado. Es un compromiso histórico con su propio futuro. Mientras se insiste en que se trata de un “conflicto catalán” o “revuelta de niños ricos, mimados, consentidos y de zona rica” que dijera Ucelay-De Cal (“Recomposición del Independentismo”) o un capricho de “revoltosos antisistema”, el movimiento, ralentizado o no, seguirá su hoja de ruta. Y, finalmente, aquellos que hoy no tienen prisa, no tendrán tiempo para recomponer un Estado unitario irreal del que “sus partes” se habrán distanciado sin remedio.

Mientras unos se enrocan en lo que creen que es una fortaleza unitaria e inamovible, protegida por sus “aparatos de Estado” y la inercia de “unos pocos cientos de años”, el liderazgo compartido, un proyecto común (aunque pareciera romperse en múltiples piezas) y la unidad de acción (en el largo plazo y en los elementos esenciales) orientan una hoja de ruta suficientemente articulada. Equipos, excelencia y diálogo (enraonar), hacen de sus 3-Es la grasa necesaria para mantener un movimiento en marcha, impulsando el largo camino que hace de cada Diada una estación renovadora.

Se vea o no, un camino sin vuelta atrás. Lo decían estos días sus camisetas: “objetivo independencia” y se escuchaban sus dos principales reclamos: Unidad y absolución. Se preparan para una nueva fase de movilización y compromiso social desde todo tipo de iniciativas, entidades, comportamientos personales, además de su voto y exigencia a sus representantes políticos e institucionales. Dos millones de catalanes europeos eligieron a sus eurodiputados que, de forma unilateral, están privados de su escaño. Sus líderes políticos están en prisión, en el exilio o inhabilitados. El Procés ha puesto en evidencia, también, errores y desencuentros, pero la Diada no ha sido un mensaje “de nostalgia hacia el pasado”, sino de compromiso renovado hacia nuevos caminos, protagonistas y espacios por compartir y a partir de la esperada sentencia que, soportada en un relato político ad hoc, marcará la intensidad, tiempo y dirección de este imparable movimiento. ¿Se moverán también quienes persisten en su distante “constitucionalismo español”? Ojo a otro Brexit (esta vez en el Sur de Europa) sin acuerdo, en perjuicio de todos.

Sí, tenen pressa, molta pressa.

Tras la resaca de Biarritz

(Artículo publicado el 1 de Septiembre)

Los últimos días de este agosto vacacional han llegado acompañados de una serie de malas noticias o indicios de un tiempo complejo y convulso como bienvenida a nuestras tareas ordinarias.

Si empezábamos la semana con las conclusiones del último G7 celebrado en nuestra querida Biarritz, envueltos en la percepción generalizada transmitida por los medios de comunicación calificándolo como un encuentro irrelevante, costoso, perturbador de la tranquilidad y el uso del espacio público ordinario en contraposición a los “amables movimientos antisistema”, la terminamos inmersos en diferentes señales de preocupación con impacto más o menos mundializado. Indicios o acontecimientos que parecerían obligarnos a una doble mirada en ese doble plano entre lo mundial, global o multilateral y supranacional o supraestatal, según se entienda, con las preocupaciones y demandas inmediatas y próximas en cada uno de los espacios micro de nuestro mundo, según intereses, prioridades y apuestas de unos u otros. Así, asistimos a las sombras negras de una potencial recesión (alemana, europea y quizás mundial), la incierta continuidad de la guerra arancelaria con una China denunciada y visibilizada como el gran desafío a superar (hundida, además en su siempre vivo conflicto de integridad territorial, hoy con Hong Kong), las verdades o fake news ya conocidas en relación con Irán, la nula respuesta convincente a la migración y su cruda e inaceptable cara deshumanizada del Mediterráneo o de las fronteras de los ríos Bravo y Suchiate, o las catástrofes naturales (ya sean incendios o nada menos que la creación de una nueva ciudad que albergue en Borneo la capital alternativa a una Yakarta superpoblada, foco de marginalidad y desigualdad, en peligro de hundimiento y tsunamis permanentes), el doloroso y triste anuncio de la vuelta a las armas de las FARC II en Colombia, o, en otro orden menor a la vez que importante, del desgobierno italiano, español, además de un Brexit con o sin reinvención del Reino Unido y de la Unión Europea, en un horizonte más o menos largo.

Sin duda, contemplar la ocupación de Biarritz y su amplio hinterland (resulta más que desagradable contemplar Hondarribia atravesada por flotas y maniobras militares en espacios peatonales) nos ha generado malestar, incomodidad, rechazo, además de un impacto económico negativo para determinadas personas, colectivos y negocios. Otra cosa será el potencial beneficio general que pudiera ofrecer en el medio y largo plazo. El siempre delicado encuentro entre el uso del espacio público, el interés individual y general (en especial cuando éste lo eligen otros), el límite seguridad-libertad, han acompañado toda referencia a la citada Cumbre que, adicionalmente, ha sido presentada por los medios, en general, sin matiz alguno, como “la reunión del capitalismo global”, protegida de la nunca criticada o calificada “movilización alternativa”.

Sin embargo, este doble plano de la gobernanza mundial multi objetivo y el diferenciado micro espacio exigente y demandante de soluciones ad hoc para distintas necesidades, prioridades, proyectos de futuro y voluntad y compromiso colectivos para orientar nuestro futuro deseado, requieren de prolongados y permanentes compromisos y esfuerzos de diálogo creativo, coherencia, debate de desde posiciones y visiones contrapuestas, soportadas en acciones solidarias de largo plazo. Esto hace que, más allá de expectativas ilusorias o de descalificaciones derrotistas, se propicien todo tipo de foros de diagnóstico y encuentros, en gran medida informales, sabedores de que las decisiones y acuerdos no serán necesariamente aplicables directamente, ya que son otros los foros en los que habrán de decidirse e implementarse desde la libertad, soberanía y responsabilidad de cada una de las partes.

Conviene recordar que el G7 fue creado en 1973 a raíz de una de las mayores crisis económicas de postguerra (con referencia inicial a la crisis del petróleo y la energía), con el compromiso de los seis países fundadores (un año más tarde se uniría Canadá) que representaban el 75 % de la economía mundial (en términos de PIB), con el objetivo de realizar un diagnóstico común y fijar soluciones convergentes que posibilitaran políticas alineadas al servicio de lo que entendían sería un nuevo mercado libre abierto al mundo al servicio de lo que creían sería la base del crecimiento económico (entendido hasta hace dos días como única vía de generar y garantizar  desarrollo y bienestar). El Grupo se inspiró en una serie de principios y valores de obligado cumplimiento (democracia, respeto a los derechos humanos y al derecho internacional y favorecer el libre intercambio de bienes y servicios), confiando en que esta puesta en común generaría largas cadenas de posicionamiento e influencia en los diferentes organismos internacionales y sus diferentes países, con independencia de quien gobernara en cada uno de ellos en cada momento. Tuvieron la visión, también, de estructura un modelo de trabajo estable, con coordinadores rotatorios encargados de fijar una agenda con los principales desafíos, establecer los equipos expertos necesarios para elaborar diagnósticos y propuestas, facilitar acuerdos y promover tomas de decisión (esta coordinación rotatoria es la que ha ejercido este año Macron, ni por su rol internacionalizador, ni por protagonismo reconocido alguno, ni por ideología, sino, simplemente por ser el presidente de turno). Francia ha propuesto la agenda, la ha trabajado en múltiples grupos, reuniones, informes, etc. y ha llegado a Biarritz con propuestas e invitados.

Hoy, con el paso del tiempo, el mundo ha cambiado y con estos cambios, el propio G7. Si en 1998 incorporó a Rusia pasando a ser el G8 e incorporando a los desafíos económico-financieros, los sociales, políticos, medio ambientales y de inclusividad siendo hoy sus principales espacios de preocupación. Fiel a sus principios, dejó en suspenso la participación de Rusia por su intervención en Crimea-Ucrania, contraria a los principios de auto determinación y derecho internacional acordados por el Grupo. Todos ellos, además, forman parte de otro Grupo, G20, que incorpora a otros estados miembro que hoy (y, sobre todo, mañana) son y serán de vital importancia en la generación y, esperemos que solución, de desafíos. Hoy son ya las 2/3 partes de la población mundial y suponen el 80% de su economía (socialista, de mercado, social de mercado…). Todos ellos se reparten en todo tipo de foros similares (G4, Mercosur, Asean, UE, G5, B-20, ALP, etc.), conocedores que son sus respectivos parlamentos y gobiernos quienes toman las decisiones y no el Grupo X de turno, si bien saben que, con su presencia en todo tipo de foro y organismo, marcan posiciones y pretenden facilitar soluciones convergentes y coherentes. Saben que, en el seno de sus diferentes grupos de trabajo, encuentro y debate existen enormes diferencias e intereses (legítimos o no) y que han de seguir un proceso de diálogo inacabable. De esta forma se ha llegado a Biarritz. Construyendo posiciones ante los desafíos mundiales (desigualdad, desarrollo inclusivo, sostenibilidad, cohesión territorial, nueva gobernanza, empelo-educación, la salud del futuro, la digitalización y los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, el desarme nuclear o el arancelario, cambio climático…) y aquellos “asuntos coyunturales” que el tiempo y circunstancias han puesto en primea línea (Brexit-UE, China, Amazonía, Mediterráneo… desarrollo endógeno y cooperación en África y, un “pequeño” asunto administrativo y regional que puede ser un foco de reflexión y futuro mundializado: “demandas y preocupaciones de la Nueva Aquitania en el reordenamiento territorial y administrativo de Francia”).

Llegados a este punto, cabe preguntarse si no es un valor en sí mismo enfrentarse a estos desafíos, compartir información y reunir a líderes relevantes para su atención y debate.

¿Cabe esperar resultados concretos y tangibles de inmediato?

Sin duda, la llamada gobernanza mundial o global, para algunos, es una asignatura pendiente. Muchos pensamos que pretender un único gobierno con cesión previa de soberanía de un inmenso número de pueblos en torno a un grupo selecto, por importante que este sea, es un error condicionado por la falta de proximidad y legitimidad, además de control y seguimiento democrático directo, con el grave peligro de caer en manos del funcionariado y administración no electos. Parecería que el multilateralismo de corte confederal es un camino de mayor fiabilidad y combustible de legitimidad democrática, interacción con los desafíos específicos que se viven y con un mayor grado de compromiso y responsabilidad directa ante los mecanismos y sistemas de control. Una doble combinación de asociacionismo libre y configuración colaborativa de líneas estratégicas y políticas compartibles supone una aproximación más realista, creíble y asumida por una población demandante no solo de soluciones, sino de su protagonismo y capacidad de influencia, decisión y control, por complejo que parezca. La gobernanza de los desafíos a los que nos enfrentamos y la cantidad de jugadores que han de verse implicados, es necesariamente compleja. La innovación política y administrativa supone un auténtico reto. Es cuestión del futuro y no del pasado. No queremos soluciones mágicas desde un club de notables. Deseamos implicarnos en nuestro futuro y asumir el compromiso, obligaciones y responsabilidades que nos correspondan. Ahora bien, pasar de este deseo y compromiso a dar por inservible el esfuerzo común y el trabajo de representantes libremente elegidos por sus respectivos pueblos y proclamar las bondades acríticas de movimientos no electos, en procesos desconocidos y no transparentes, ni en sus contenidos, ni soporte, ni financiación, hay un largo trecho. Hoy no sabemos en qué se traducirán los trabajos y acuerdos de Biarritz. Si sabemos que anteriores Cumbres posibilitaron la reforma de la organización y control del espacio y políticas financieras que permitieron afrontar el desafió (político, social, económico y de empleo) de la crisis energética del 73, sabemos que Berlín posibilitó la creación del Banco europeo para la reconstrucción y el desarrollo que facilitó la expansión y entrada de la Europa del Este hacia un nuevo mundo tras la caída del muro de Berlín, o que Deauville permitió acordar los principios rectores de la llamada “primavera árabe”, o que el G7 facilitó, de la mano de la OMS, el  Fondo Mundial de lucha contra el paludismo, el Sida y la tuberculosis, o el programa Muskoka que permitió mitigar la mortalidad materno-infantil a lo largo del mundo, o las bases para el Acuerdo de París contra el Cambio Climático.

Sin duda, los grandes desafíos de nuestra Sociedad no los resolverá una Cumbre del Grupo X. No esperemos soluciones mágicas. Nuestro futuro lo construiremos entre muchos (ojalá todos), en nuestro diario esfuerzo y múltiples foros y escenarios en el marco de procesos inacabables. Los países que hoy ocupan los asientos directivos no serán los que los ocupen mañana. Diferentes espacios, diferentes formas de gobernanza, nuevos jugadores, nuevas ideas y estrategias abordarán las nuevas soluciones. Es en este contexto en el que quienes hoy somos claras minorías reclamando voz propia, desde nuestras diminutas naciones sin Estado, nos esforzamos en soñar y construir nuestro propio futuro. Atentos a los diagnósticos de todos y a sus líneas de trabajo, intentando desempeñar un co-protagonismo indispensable para afrontar los verdaderos desafíos.

 Atentos, también, a Biarritz.