Innovación geopolítica: muros y contramuros en la frontera del Río Bravo

(Artículo publicado el 6 de Enero de 2019)

Uno de los llamativos, a la vez que preocupantes, reclamos electorales y del gobierno Trump ha sido y es la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos (de América) y los Estados Unidos Mexicanos, al punto en que hoy se convierte en el principal obstáculo para la aprobación del presupuesto de la Administración estadounidense paralizando el país con el cierre de ocho de sus ministerios con sus correspondientes trabajadores y agencias. Grave consecuencia administrativa que se une a los trágicos enfrentamientos de su ejército y policías de frontera con “la caravana de la dignidad”, que pretende entrar en “el paraíso norte americano” tras largo y penoso recorrido desde Honduras.

Trump se empeña en continuar (de forma acelerada y extrema) con la magna obra iniciada por presidentes anteriores (Bush, Clinton, Obama) levantando muros físicos a lo largo del Río Bravo, frontera natural entre ambos Estados haciendo de estados Unidos y México vecinos distantes. “Espacios de protección y seguridad” conformados por muros y fronteras físicas que han servido, históricamente, para guiar desde la geografía a los delineantes de mapas que “construyen” naciones y Estados a raíz de guerras, acuerdos geopolíticos o simples caprichos o pseudo refugios que terminan, de forma temporal, definiendo mapas. La mayoría de las veces, configuran espacios artificiales anti-natura, provocando conflictos entre las poblaciones separadas, prescindiendo de lenguas, culturas, sentido de identidad y/o pertenencia, lazos familiares, historia y relaciones económicas, que parecerían condenadas a desaparecer tras un decreto, leyes o pactos coyunturales generalmente entre vencedores (mayorías dominantes en un momento concreto) y vencidos (minorías en repliegue ante la fuerza del momento). Desgraciadamente, muros del material que sea (incluso aquellos invisibles o intangibles), se han generalizado a lo largo del mundo dando lugar a “flujos fronterizos”, a lo largo del tiempo, provocando o aumentando inevitables inconformismos que hacen de las fronteras, separaciones administrativas pocas veces asumidas por la naturalidad de las relaciones entre ambos lados. De esta forma, si una noche de precipitado insomnio se definió la nueva India de Mountbatten (“Esta noche la Libertad”), o sucesivos conflictos configuraron “las mil chinas”, que conforman una China rodeada por pueblos con poblaciones inmigradas mayores que las poblaciones originarias en los múltiples países que conforman su larga frontera, (destacando Mongolia, India, Pakistán, Nepal, Corea y Kazajistán o Rusia), o el trágico desenlace bélico terminó dando paso a la  recomposición de los espacios naturales y originarios de los Balcanes, pre-Yugoslavia, el muro estadounidense pretende erigirse en un aterrador mensaje para poblaciones vecinas llamadas a configurar un espacio común y/o compartible, desde sus propias identidades, aspiraciones y decisiones, en algún futuro post Trump. Afortunadamente, la inteligencia democrática y el desarrollo de espacios naturales termina generando, de vez en cuando, ideas innovadoras en lo que podríamos definir como una novedosa corriente de innovación territorial, geopolítica y socioeconómica, sustituyendo murallas físicas fijas por espacios cambiantes.

En esta confianza, contemplamos otros casos que por voluntad democrática pueden dar lugar a transformaciones innovadoras como la inevitable generación de “un espacio fronterizo blando”, irlandés, que posibilite un Brexit acordado o la deseada supresión de “fronteras político-administrativas que dividen a un pueblo y comunidad vasca en tres espacios diferenciados dentro de dos Estados diferentes en el seno de la Unión Europea”. En este marco, sin embargo, una de las mayores preocupaciones mundiales no es otra que la migración de las poblaciones. Generalmente, bien por razones de guerra o políticas provocadoras de exilios forzados, crecen los movimientos, “supuestamente voluntarios”, de quienes han de buscar oportunidades para una vida digna, la búsqueda de un proyecto de futuro para sus familias o el derecho a sobrevivir, huir de la pobreza o de situaciones insoportables de vida. Nuestra referencia próxima, Europa, es un doloroso ejemplo al que parece que nos estamos acostumbrando sin encontrar soluciones para quienes esperan una acogida humana.

En este contexto, al margen de otras consideraciones, una idea dominante (de escasa y compleja aplicación temporal) pasa por proclamar la necesidad de invertir en aquellos países o regiones, comparativamente empobrecidos, origen de los principales flujos de emigración, para “atacar y resolver el problema en origen” generando riqueza, empleo y desarrollo endógeno, evitando movimientos hacia los países y polos ricos de desarrollo (Norte-Sur) a los que pretenden y anhelan llegar quienes abandonan sus países o territorios de origen. De una u otra forma, el desarrollo rural impediría el desplazamiento hacia las ciudades, la descentralización evitaría la concentración metropolitana o en Mega Ciudades y, sobre todo, invertir en los polos origen limitaría la necesidad, real o percibida, de emigrar. Así, esta idea base, además de procesos naturales y/o provocados a lo largo del tiempo y el mundo, han podido mitigar desigualdades, favorecer espacios de inclusividad y desarrollo y favorecer la apuesta por unas Comunidades propias en las que desarrollar un proyecto de vida.

Bajo esta idea general, diferentes modelos de desarrollo se han experimentado trascendiendo de los límites administrativos y políticos vigentes. Un buen ejemplo es la isla de Batam en Indonesia. La limitación de territorio físico de Singapur, su diferencia económica favorable respecto de las zonas próximas de Indonesia y Malasia, así como sus necesidades de expansión manufacturera y, en consecuencia, mano de obra, generaban una demanda migratoria atractiva para población indonesia. Singapur quería contar con los beneficios de dicha población, pero evitando una masiva entrada de ciudadanos malasios e indonesios, por lo que codiseñó, junto con Indonesia y Malasia, una zona de libre comercio en la isla de Batam. Sus problemas migratorios, sus consecuencias en demanda de servicios sociales, vivienda, protección y seguridad social, integración e inclusión, así como asuntos culturales, lingüísticos, etc., podrían mitigarse. Hoy la Isla de Batam es uno de los principales hubs de desarrollo del triángulo Singapur-Tailandia-Malasia en el creciente sureste asiático.

En esta línea, volviendo al inicio de este artículo, el pasado 1 de diciembre, México estrenaba presidente: Andrés Manuel López Obrador. La fecha coincidía con la “caravana de la dignidad, supervivencia y empleo” que, desde Honduras y Guatemala, cruzaba el territorio mexicano hacia la frontera con un objetivo: entrar en Estados Unidos de América, aspiración máxima de su “tierra prometida”. El presidente Trump enviaba destacamentos militares (decenas de miles) a su frontera, dictaba decretos endureciendo las normas migratorias para impedir la entrada de inmigrantes, detenía y retenía a quienes pasaban ilegalmente su frontera, paralizaba autorizaciones en curso de miles de inmigrantes con años de residencia y trabajo (legal o ilegal, formal o informal) en los Estados Unidos y separaba a los niños de los adultos con los que viajaban. La caravana centroamericana llegaba a la frontera mexicana y Trump exigía al gobierno de México “intervenir y cerrar su frontera sur con Guatemala” para impedir su largo viaje y concentración en la frontera norteamericana. A la vez, recordaba a congresistas y representantes estadounidenses la necesidad de aprobar el multimillonario presupuesto solicitado para construir el muro fronterizo bajo la amenaza de “cerrar el gobierno y paralizar el País”.

López Obrador anunció en su toma de posesión su “contra muro”: “contra un muro físico que impide entrar en Estados Unidos, construiremos una zona especial de desarrollo a lo largo y ancho de la frontera. Los 3.180 kilómetros de longitud de la frontera y en una franja de 25 kilómetros de ancho, generaremos el mayor espacio de desarrollo económico del mundo. Más de 80.000 kilómetros cuadrados al servicio de la inversión mexicana y extranjera, con beneficios fiscales, salarios iguales a los estadounidenses, precios iguales de la energía a ambos lados de la frontera y el mayor plan de infraestructuras jamás visto. Trabajo ya con los presidentes centroamericanos y he iniciado conversaciones con Estados Unidos para lograrlo”. Esta semana, en una reunión con empresarios relevantes y políticos en la ciudad de Monterrey, ha presentado un decreto-ley que pone en marcha la iniciativa anunciada, vigente desde el 1 de enero. Se trata de una “zona franca” con una reducción de impuesto sobre la renta al 20% (menos de la mitad general), un IVA al 8% (el 50% ordinario en el resto del país), homologación de precios de energía con Estados Unidos, facilidades a la inversión empresarial, grandes proyectos de infraestructura (presas, recursos hidráulicos, carreteras, ferrocarril, logística). El impacto económico y social de este “espacio especial” supone actuar sobre una población residente, hoy, de casi 8 millones de mexicanos en 43 municipios en 6 Estados limítrofes con 4 estadounidenses. Por esta zona fronteriza cruza hacia Estados Unidos el 70% del comercio USA-México y el 85% de los mexicanos que atraviesan la frontera compartida. Estos 6 Estados mexicanos aportan el 23% del PIB del país.

De momento, su entrada en vigor supone una reducción estimada, en ingresos fiscales, de 120 mil millones de pesos mexicanos (6.000 millones de dólares) que ya dejan de pagar trabajadores y empresas establecidas en la franja. ¿Serán suficientes los buenos deseos, una zona franca con beneficios fiscales para provocar una exitosa estrategia de competitividad, inclusiva y sostenible que no solo retenga a la población y empresas existentes, sino a la emigración mexicana y centroamericana que tiene como máxima aspiración llegar a los Estados Unidos de América?

Al margen de las medidas aplicadas, el gobierno mexicano ha explicado que trabaja en el diseño de una estrategia completa que haga de la innovación, la inclusión social y la diversificación productiva los ejes de su desarrollo. Anuncia que transformará sus sistemas de salud, educativo y de bienestar. Como viene siendo tradicional en los gobiernos anteriores que el actual presidente califica de “neoliberales” culpables de políticas que ha endurecido y empobrecido al país, señala las mismas recetas en términos de etiqueta: potenciar a la microempresa, generar ecosistemas de innovación, generar cadenas de proveedores, revisar y potenciar los acuerdos de libre comercio de México con el exterior, oficinas de promoción de inversión extranjera y contemplar la apuesta como “piloto” para su aplicación en otras doce zonas metropolitanas en las que se concentran el 81% de las exportaciones del país. Además, decreta el traslado de la sede del Ministerio (Secretaría de Economía) desde Ciudad de México a Monterrey para propiciar vocaciones descentralizadoras. ¿Más allá de las palabras y referencias a programas y políticas, habrá una implantación real de una nueva estrategia? ¿Será el nuevo paraíso deseado en el ansiado eje Sur-Norte?

Ya hace años (2003), el entonces presidente de México, Vicente Fox (Partido Acción Nacional, conservador, que gobernaba por primera vez tras el final de la revolución de 1910, que dio paso al PRI a lo largo de todos estos años salvo dos periodos presidenciales), promovió junto con los gobiernos centroamericanos (Honduras, Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Belice) el llamado “Plan Puebla-Panamá”. Su razonamiento era claro: “la inmensa mayoría de la población emigrante de nuestros países hacia Estados Unidos sale de este corredor deprimido entre el sureste mexicano (Puebla) y la totalidad de Centro América. La única manera de evitar esta dolorosa sangría es generar un eje de desarrollo económico”. Su plan se concentró en un eje que atraería la inversión: un macro plan de infraestructuras físicas con una carretera vertebradora, un ferrocarril moderno, un entramado logístico, energía barata y arquitectura fiscal favorable. El desarrollo de esta apuesta favorecería los niveles de bienestar deseables. Hoy, desgraciadamente, el Plan y su gobernanza inter-países y multi-región no existe, los proyectos previstos han sufrido cambios diversos y, en el mejor de los casos, alguno de ellos se “reinventa” en algún gabinete local a la espera de su oportunidad. La región sigue mirando a Estados Unidos y sus habitantes engrosan la caravana ya mencionada.

 ¿Prosperará la apuesta por este contra muro? ¿Estaremos a las puertas de un modelo de innovación geopolítica? ¿Provocará una reacción distinta en los Estados Unidos, sabedores de la importancia real que para su propia economía y sociedad representa la frontera, la emigración latinoamericana y, en definitiva, su futuro? Recordemos que las prospecciones definen un Estados Unidos de más de 60 millones de “hispanos” en el 2050, en el que México estará más cerca del llamado G-20 que España, mientras USA habrá confirmado perder posiciones en su ranking mundial de desarrollo, y que el espacio transfronterizo, con muro físico o sin él, será más parecido a lo que nuevos espacios reales, como el nuevo aeropuerto internacional San Diego-Tijuana compartan territorio transfronterizo USA-MEX y no que barreras aduaneras físicas entre el Laredo y Nuevo Laredo de hoy eviten los flujos deseados. Los espacios naturales, innovadores y disruptivos compartibles entre Estados Unidos y México configuran, ya, un amplio eje que atraviesa con normalidad vastos territorios de miles de kilómetros desde el Estado de México-Puebla-Hidalgo hasta los Grandes Lagos estadounidenses, uniendo, sin discontinuidad, un largo y amplio corredor económico con los 4 Estados americanos del espacio fronterizo mencionado. Industrias críticas e interrelacionadas: automoción, petróleo, energía, aeronáutica… no se entienden sin ese concepto territorial y actividades coopetitivas que lo refuerzan. Y, sobre todo, su población trabajadora y sus familias viven y conviven a lo largo del trayecto y, día a día, demandan la misma educación, salud y bienestar. Y, por supuesto, en 2050, conformarán un nuevo espacio sociológico y socio cultural, además de político, claramente distinto al escenario de hoy.

 Nuevos espacios de convivencia y desarrollo, bienestar e inclusión no son una quimera. La innovación, una vez más, no es solo cuestión de tecnología y la protección y seguridad fronteriza no es cuestión de muros. Con este 2019, un voto de confianza a arriesgar nuevos caminos de solución.