¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?

(Artí­culo publicado el 11 de Diciembre)

Una conversación dominante en cualquier lugar en el que nos encontremos es la sorpresa, explicación y preocupación que los últimos procesos electorales y/o plebiscitarios han tenido lugar a lo largo y ancho del mundo.

La mayorí­a de los medios de comunicación, los habituales analistas polí­ticos (hoy en boga como politólogos y tertulianos), las empresas demoscópicas y, sobre todo, los ciudadanos que no optaron por las opciones ganadoras (el Brexit y salida negociada del Reino Unido de la Unión Europea, la Presidencia de Trump en los Estados Unidos de América, el NO al refrendo de las reformas polí­ticas italianas de Renzi, la NO ratificación del Acuerdo de Paz en Colombia…) y el temor a una generalizada sensación o mensaje de negativas consecuencias de contagio hacia lo que se identifica como una vuelta a «determinados populismos», a la involución hacia dentro de casa en detrimento de una globalización que parecí­a haber llegado para instalarse en nuestras vidas sin matiz alguno, llevarí­an a preguntarnos ¿en qué hemos fallado quienes proponemos otras soluciones a las demandas y necesidades sociales?, ¿en qué medida está la responsabilidad en nosotros y no en quienes ofrecen «lo nuevo», explicitado o no, creí­ble o no, fundamentado o no, ayudarí­a a afrontar los problemas reales y a trabajar en la dirección correcta?

Esta semana he tenido la oportunidad de compartir con colegas de múltiples nacionalidades y actividades profesionales, diversos foros de trabajo, tanto académicos como empresariales y de elevada interacción público-privada. Más allá de ideologí­as y simpatí­as sobre los temas mencionados, existe una importante preocupación por la incierta y escasa predictibilidad de un futuro que se antoja cada vez más complejo, la necesidad de liderazgos reales y fiables y de pautas de comportamiento social y colectivo que ayuden a transitar el nuevo espacio de «normalidad» en el que al parecer nos encontramos. Y en esta variable mezcla de situaciones, he querido trazar un hilo conductor entre diferentes valores y conceptos que suponí­an una base compartible y que hoy son, precisamente, los factores clave de la discordia.

En Nueva York, en un ambiente artí­stico-educativo, mientras discutí­amos sobre el efecto Trump, observaba una fotografí­a del artista Josh Kline que parecí­a comisionada por los incrédulos para explicar este momento de inquietud. Titulada «Productivity Gains» (las Ganancias de la Productividad) refleja una persona con aspecto temeroso, abandonado hacia la indigencia, tumbado en el suelo, envuelto en una bolsa de polietileno. La fotografí­a, además incorpora el espacio de la innovación y la tecnologí­a avanzada, realizada con impresión 3D y se realiza sobre una mezcla de nuevos materiales incorporando espuma, plásticos y cianoacrilato. El artista pretende, con su obra de arte, denunciar lo que considera uno de los graves problemas del momento, en la supuesta justificación de las polí­ticas y decisiones económicas en base a la búsqueda de la productividad creciente en nuestras empresas y sociedades. Alegato silente incorporando tecnologí­a tractora de la nueva industria y elementos de potencial crecimiento de la productividad en su uso.

Horas más tarde, en mi cita anual en Harvard con amigos y colegas estudiosos y responsables del diseño y ejecución de estrategias y polí­ticas de competitividad, co-creación de valor empresa-sociedad y desarrollo económico y regional, participábamos de la enriquecedora experiencia de investigaciones, planes y polí­ticas que en el marco de nuestra red (ORKESTRA, desde Euskadi, es miembro activo y referente en la misma) se vienen desarrollando a lo largo del mundo (más de 100 paí­ses y regiones presentes). Y así­, al hilo de conceptos clave que acompañan estas materias, la productividad afloraba como un indicador significativo cuya correcta comprensión y mejor aplicación ha de ponerse al servicio del bienestar de los ciudadanos. Productividad empresarial y productividad socio económica, institucional y de capital social y humano al servicio de los paí­ses implicados. No podí­a menos que hilar las reflexiones de la obra de arte antes mencionada con la relevante aportación de la Competitividad al Desarrollo Humano. Y me preguntaba: ¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?, ¿cuál es el rol que la Competitividad ha de jugar en la pedagogí­a y liderazgo en el escenario actual?

En Euskadi, apostamos por una estrategia de competitividad en solidaridad que nos ha venido acompañando desde el inicio de la recuperación y actualización de nuestro derecho al autogobierno tras la aprobación del Estatuto de Autonomí­a en 1980. Fruto de esta lí­nea de pensamiento, hemos construido modelos de desarrollo humano sostenible que han roto barreras del «pensamiento único», que apostaron por polí­ticas económicas (esencialmente industriales) y sociales convergentes y de aplicación conjunta e instantánea, facilitando una red de bienestar que hoy nos permite aportar una saludable y positiva ventaja comparativa y competitiva como Paí­s respecto de nuestro entorno y siendo objeto de análisis y referencia en el mundo. Nuestras industrias y empresas han mejorado considerablemente su productividad (no en base a recetas del pasado basadas en salarios y devaluaciones, sino en contribución y generación de valor añadido) y transitamos, de manera permanente, hacia modelos de colaboración innovadora, estrategias de co-creación de valor y, en definitiva, hacia el objetivo esencial de generar un desarrollo y crecimiento inclusivo, con un claro acento en modelos glokales (no globales) que permitan la conectividad de nuestro paí­s, empresas ,personas e instituciones con el talento, la creatividad y las oportunidades allí­ donde se encuentren a lo largo del mundo, a la vez que intentamos generar la mayor capacidad de magnetismo y atracción de flujos (capitales, personas, recursos de todo tipo) imprescindibles para un desarrollo y cohesión social que no margine a nadie, ni en su generación, ni en el disfrute del valor y beneficios que seamos capaces de aportar. Esta y no otra ha sido, es y deberí­a ser la esencia de una competitividad bien entendida. Estrategia que exige romper, además, ideas y actitudes del pasado, estancas, que perpetúan la separación entre lo público y lo privado en una confrontación permanente más allá de sus roles respectivos y diferenciados, lo académico y lo práctico, a la empresa de sus «componentes esenciales» (todos los «stake holders» implicados: accionistas, directivos, trabajadores -de cualquier responsabilidad y rango- y agentes interrelacionados a lo largo de las cadenas de valor de las que participe, así­ como de los agentes sociales y económicos), a la sociedad de sus instituciones, a la economí­a de la polí­tica y las ideologí­as y a la democracia de sus representados y verdaderos destinatarios de las polí­ticas a aplicar. En consecuencia, los vascos conocemos la fortaleza de estos conceptos e ideas, las vivimos dí­a a dí­a y constatamos los avances que aporta a nuestro desarrollo compartido. (Y cada vez más, el mundo observador reconoce el sabor y magia del proceso seguido en estos ya casi cuarenta años en entornos complejos y especialmente duros).

Por tanto, no resultarí­a extraño, aquí­, saber que si pretendemos que los resultados electorales esperables se parezcan a «nuestra racionalidad», hemos de actuar en consecuencia. Si quienes queremos sociedades justas, participativas, igualitarias, no somos capaces de demostrar que son objetivos y compromisos reales y no simples declaraciones temporales, difí­cilmente lograremos convencer que nos encontramos en «el menos malo de los sistemas», y dejaremos, no solo en manos de la demagogia, sino de la voluntad de experimentar nuevos caminos, a quienes no encuentran respuestas en el modelo propuesto.

Hemos hablado en estas páginas en repetidas ocasiones de Europa. No reacciona. Las mismas recetas, los mismos dirigentes alejados de la elección y control democráticos reales en una larga y sucesiva cadena de repartos bipartidistas bajo la ya manida alternancia que lejos de favorecer opciones diferenciadas y asumir riesgos de largo plazo con proyectos innovadores, se auto protege para proponer programas únicos con cambio de nombres. No es de extrañar ni el Brexit, ni el NO de Italia, ni la nueva ola francesa, ni la vergí¼enza migratoria. No es de extrañar, tampoco, que demasiadas voces estadounidenses apoyen la opción que han elegido. Por no hablar, hoy, de la renovada Presidencia española por quien fuera rechazado por toda la oposición y cuyas polí­ticas prometí­an desbaratar en los primeros 100 dí­as (que no sorprenda a nadie que mañana surjan nuevas corrientes de castigo). Acomodarse al estatus quo para garantizar la confortabilidad no elimina los verdaderos problemas. Los problemas y demandas sociales exigen afrontarse y ofrecer soluciones. Ni hay atajos, ni es cuestión de acomodarse al discurso mediático esperable.

Rompamos los espacios y mundos aislados, entendiendo los verdaderos conceptos que acompañan cada una de las muchas propuestas que a base de repetirlas parecerí­an decir lo mismo, sin matices, y hagamos un esfuerzo real por alinear las muchas herramientas de las que disponemos al servicio del verdadero objetivo: Generar valor -económico y social-, de forma sostenible, al servicio del bienestar de la sociedad, respondiendo a sus verdaderas demandas y necesidades sociales. Con este objetivo, si tiene sentido hablar de Productividad, serán evidentes sus «ganancias» y la democracia real y para todos se verá fortalecida. Como siempre, también en este sentido de los votos, las soluciones están en nosotros mismos.

Pero dicha «Democracia Productiva» exige credibilidad y legitimidad. «Combustible» que se gana con discursos firmes, compromisos reales, ejemplos constatables y, sobre todo, entender los conceptos y lo que, en verdad hay detrás de cada palabra y propuesta que se formula. Vivimos una nueva realidad, nuevas demandas, nueva complejidad. También, nuevas demandas y exigencias.