La Responsabilidad democrática de los medios: Hartazgo e Impotencia

Precisamente ayer leí­a el borrador del discurso de mi buen amigo, Javier Cremades, Presidente de la Eisenhower Foundation, en su «capí­tulo» del Estado español, que leerá en la ceremonia de entrega del Premio «First Amendment» («Primera Enmienda»). El galardonado será un destacado Presidente-Director de un prestigioso medio de comunicación, en reconocimiento al impulso responsable y democrático de una prensa objetiva y libre. El evento se celebrará en los próximos dí­as en Washington. La lectura de este borrador me ha dado la oportunidad de, repasar el origen de esta primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América y su desarrollo en aras de resaltar el valor de la garantí­a de las libertades de conciencia, expresión e información, como base de sistema libre. Una aportación a la defensa de este, instrumento de contra poder y, sobre todo, del ejercicio democrático de la crí­tica y control desde la ética, imparcialidad y objetividad de los medios y los profesionales del periodismo. Un alegato a favor de la prensa libre y, comprometida con la necesidad de buscar la verdad desde la obligación, -como decí­a Einstein- «de no ocultar ninguna parte de lo que se ha reconocido que es verdad».

Desgraciadamente, una vez más, la realidad suele empañar la grandeza de los principios. Lamentablemente, cada dí­a nos encontramos con una versión muy distinta y distante a esta prensa necesaria, con independencia de medios y profesionales dignos de todo respeto y admiración por su trabajo. Me refiero a la «pseudo-prensa» cada vez más manipuladora, ideologizada e interesada, volcada sin escrúpulos al servicio de sus propios intereses particulares, tanto de periodistas, como de los medios en los que escriben y publican, de sus accionistas y propietarios, de sus Consejos de Administración, de redacción y de dirección. Una pseudo-prensa que, instrumentaliza el mercado de compra venta de noticias, infundios y engaños al servicio de sus propias polí­ticas, compensaciones personales y contra partidas publicitarias.

Desgraciadamente esta «pseudo-prensa» también existe y se extiende en demasí­a a lo largo del mundo. En esta ocasión, como viene siendo habitual al menos desde que soy consciente de su comportamiento y de las noticias que fabrica, el CORREO ESPAí‘OL-EL PUEBLO VASCO, del Grupo VOCENTO, irrumpí­a en mi actividad ordinaria para enviar un mail a mi oficina adelantándome su intención de publicar, hoy, un artí­culo en relación con la adjudicación de un proyecto de consultorí­a desde una empresa pública a una empresa en concreto. Una empresa de la que no formo parte y que está dirigida por un profesional de la consultorí­a con una experiencia de más de 35 años en la materia objeto del proyecto, además de otros profesionales de trayectoria impecable. Me decí­a el periodista que «existí­a malestar y preocupación en la compañí­a contratante, dado que una persona con antecedentes en la vida polí­tica es uno de sus gestores». Obviamente, se estaba refiriendo a mí­, a pesar de saber fehacientemente (ya que yo mismo le he manifestado así­ en numerosas ocasiones) que no tengo participación alguna ni en la empresa en cuestión ni en el proyecto «noticiable». De poco, de nada, sirvió mi respuesta a su mail en la que le reiteraba, una serie de precisiones:

  1. Que no tengo nada que ver con las empresas en cuestión, ni mucho menos con el proyecto del que se habla.
  2. Que no he contratado, nunca, desde mi empresa con la empresa y/o Grupo Público al que hace referencia.
  3. Que no realizo este tipo de consultorí­a, alejada de mi especialización profesional.
  4. Que desde la constitución de mi empresa (2003) no he facturado un solo euro a las Administraciones Públicas vascas, salvo un proyecto de asesoramiento estratégico, en  colaboración con una empresa tercera, a la Diputación Foral de Gipuzkoa, en el año 2008, en condiciones absolutamente legales y públicas y, a petición expresa de la mencionada Institución.
  5. Que desde 1995 (¡nada menos que 19 años!) no he desempeñado cargo polí­tico alguno (ni institucional, ni de Partido), que no he sido fruto de ninguna «mal llamada puerta giratoria» y que no he tenido vinculación profesional remunerada alguna al entramado público empresarial vasco.
  6. Que el 100% de mis ingresos proviene de actividades privadas.

En fin.

Todo parece indicar que el «pecado original» consiste en: haber asumido una responsabilidad pública del máximo nivel (y también de satisfacción y orgullo personal) en el gobierno de tu Paí­s y salir de ésta, por voluntad propia.

Veinte años después, parecerí­a necesario volver a proclamar obviedades:

  • No es delito ejercer una actividad profesional tras dejar un gobierno. Parece mentira que sea necesario decir esto, pero quienes pretenden confundir a sus lectores con estas pseudo-noticias prefieren olvidarlo, aunque para ello tengan que insultar la inteligencia de las personas a las que dicen servir con su labor.
  • No es delito que terceras personas vinculadas de forma estrictamente personal con un ex cargo público se ganen la vida gracias a sus conocimientos, en este caso estrictamente profesional y contrastables. Resulta cuando menos sorprendente el interés por la filiación personal que ciertas personas demuestran en los medios en los que escriben, habida cuenta que otras filiaciones también personales que ellos mismos ostentan no merecen la más mí­nima reflexión, cuando no reprobación, por su parte ni por la de las y los directivos de sus medios.

No todo vale. Los escandalosos casos de corrupción que estamos conociendo casi diariamente han generado un caldo de cultivo muy saludable para una necesaria regeneración democrática: la ciudadaní­a sabe y manifiesta su hartazgo ante el uso ilegí­timo de los recursos que unas pocas personas hacen desde sus responsabilidades públicas. Pues bien, aprovechar de forma torticera la indignación de las y los lectores, y construir sobre este estado de opinión infundios y mentiras es una práctica que conlleva la máxima gravedad. Serí­a bueno que este periódico, sus periodistas y el Grupo, ocuparan sus esfuerzos en mirar hacia dentro y explorar el comportamiento de sus afines y propietarios (hechos públicos objeto de sentencias firmes y conocidas) y que diesen luz a una necesaria recuperación de la confianza general en el servidor público. No todos los servidores públicos, ni todas las Administraciones, ni todos los territorios son iguales. Seguro que en Vocento también lo saben.

Yo personalmente, agradecerí­a, dado el rol esencial atribuible a la prensa libre, una información veraz sobre hechos relevantes, comportamientos maquiavélicos de presión de la interacción entre gabinetes de comunicación-periodistas propietarios, el medio en el que escriben y las facturas publicitarias y de asesoramiento a empresas e Instituciones, así­ como sobre las modalidades de contratación empleadas. Serí­a una sana contribución a la democracia perseguida.

Pero, por lo contrario, dejando de lado todas las explicaciones, el mencionado periodista-periódico se las vuelve a ingeniar para destacar una supuesta relación que no estropee su novelado relato previamente diseñado. Hace tiempo me hablaron de una máxima que supuestamente circula por algunas redacciones: «No dejes que la realidad te estropee un titular», pero yo no quise creer que fuese cierta. Son ya demasiadas las ocasiones en las que utiliza el mismo juego en lo que parece una obsesiva persecución personal con el total apoyo y beneplácito del medio para el que trabaja. Eso sí­, continuarán presumiendo de imparciales, objetivos y profesionales.

Y, así­ las cosas, una vez más, dentro de unas horas, coincidiré en la calle o en cualquier acto social o institucional con Presidentes, Consejeros Delegados, directores, consejeros, ex directivos y accionistas, periodistas y colaboradores  de dicho Grupo. Me saludarán con gran simpatí­a y educación. Me dirán cuánto lo sienten y lamentarán que puedan ser malinterpretados artí­culos como el mencionado y, como siempre,  defenderán la independencia de sus colaboraciones. Me jurarán que no existen directrices ni ideológicas, ni polí­ticas, más allá de la estricta prioridad informativa.

Y mientras escucho esta letaní­a, recordaré las palabras de uno de sus conocidos exdirectores cuando, hace ya muchos años, quise pedir una verdadera rectificación sobre lo publicado:

«A los periodistas nos gusta ser el contacto elegido, que alguien se deje olvidado sobre la mesa un dossier confidencial, o filtre un documento, o nos dé una exclusiva, que nos compre publicidad. Y sabemos corresponder…». Además, recuerda: «escribimos todos los dí­as del año, tenemos un alto espí­ritu corporativo y siempre hay alguien dispuesto a filtrar cualquier cosa y provocar un daño anónimo…». Recuerdo que la charla se cerró con un: «rectificar es orear la porquerí­a…»

Pues eso. Libertad de expresión en manos irresponsables, que lejos de ejercer un contra poder democrático, practican su juego de intereses, a cualquier precio.

¡HARTAZGO E IMPOTENCIA!

Es el cí­rculo perverso de la bondad de una prensa libre. Pobre primera enmienda.