Europa: La tristeza de un aniversario…

(Artí­culo publicado el 15 de Mayo)

Sesenta y seis años después de la publicación del Plan Schuman (9 de mayo de 1.950), recordado como el «nacimiento de la Unión Europea», tras un objetivo inicial centrado en el control conjunto y coordinado de la producción del carbón y el acero con la intención de contener el deseo unilateral del uso de los principales materiales para el armamento bélico, esperando y evitando nuevos episodios de las sufridas «guerras mundiales» y la base de una integración europea, hemos asistido esta semana a un deslucido cumpleaños ajeno a celebraciones y distante de la ilusión y pasión ciudadana tras el desafiante proyecto generador de un espacio democrático de paz, solidaridad, bienestar y derechos humanos.

El sueño europeo que arrancaba en los encuentros de los «Nuevos Equipos Europeos» que en 1.947 concitaba el entusiasmo de los dirigentes demócrata cristianos y que inmortalizase a los Monnet, Adenauer, de Gasperi, Churchill, Schuman… y otros muchos (como nuestro Lehendakari Agirre, por ejemplo) y que pretendí­an ir mucho más allá del necesario imprescindible «Renacimiento Industrial», en torno a una Europa de los Pueblos de y para los ciudadanos, promotores de un nuevo modelo de economí­a social de mercado que ha aportado a nuestro viejo continente el mayor periodo de construcción social y progreso, en paz y libertad, desde una lenta y continua integración ajena a la fuerza de las armas, padece un claro agotamiento tanto en ideas, como en objetivos, propósito final, proyectos y gobernanza. Un viejo y querido anhelo, hundido en la desafección, en la  incertidumbre y en la lejaní­a.

En este contexto, este pasado dí­a 9, el recuerdo de tan importante fecha tan solo recogí­a escasas referencias al discurso del Papa Francisco con ocasión del Premio Carlomagno, reclamando de los dirigentes europeos una «vuelta a los orí­genes» hacia la «Europa Humana» que fuera soñada, referente mundial del progreso, solidaridad y libertad a la vez que admirada y observada como referente más allá de sus propias fronteras.

La fecha, además, se veí­a empañada por el último Acuerdo de la Comisión Europea en torno a su renovado proyecto, «para el medio plazo», de un «Nuevo Sistema europeo común de asilo, equitativo y sostenible» al objeto, en palabras del Vicepresidente Primero Frans Timmermans, «de gestionar mejor las migraciones, controlar nuestras fronteras, cooperar con paí­ses terceros y poner fin al tráfico de personas, reasentando refugiados a la vez que facilitemos la coordinación entre paí­ses dando la opción de contribuir con 250.000 euros por cada solicitante de asilo que no quiera o pueda ser atendido por un Estado Miembro» (por ejemplo, en el caso del Estado Español, los 18 inmigrantes acogidos respecto a la «cuota asignada», supondrí­a la alternativa de añadir a su incumplido déficit presupuestario otros 3.000 millones de euros y «cumplir con su solidaridad»).

Adicionalmente, las noticias «europeí­stas» en torno a la celebración han puesto el acento en otros tres asuntos de vital importancia: el BREXIT, el incumplimiento del déficit exigido y las polí­ticas asociables con la llamada Austeridad Inevitable y la revisión (por fin) de la deuda exigible a GRECIA. Basta simplificar en extremo su análisis con la frase «coloquial y desenfadada» del Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Rajoy en funciones (se supone que el Sr. Margallo es tenido como el máximo experto del PP y su gobierno en Asuntos Europeos): «Nos hemos pasado cuatro pueblos con las polí­ticas de Austeridad. Las polí­ticas Monetarias dan lo que dan y es momento de hacer otras cosas que funcionen». El propio FMI (integrante de la temida troika negra que ha dirigido la polí­tica europea de la crisis) pide a Europa un cambio en sus ideas y polí­ticas y reclama para GRECIA, flexibilidad en su déficit público, condonación parcial de su impagable deuda, suavizar los tiempos en la ralentización o desarme de sus  polí­ticas sociales y de pensiones, retomar planes realistas (ejecutables) de inversión y reconsiderar la sacralización de los porcentajes exigibles para el déficit público. Por si fuera poco, los últimos encuentros sitúan a los partidarios del BREXIT (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) a la cabeza ante el referéndum del próximo 23 de junio, ante el que el Primer Ministro Cameron apela a la permanencia en la Unión para «impedir nuevas guerras europeas». Una vez más, el discurso del miedo y no la propuesta positiva de un proyecto de futuro, de ilusión y compromiso al que los ciudadanos (británicos-europeos) deseen unir su destino y futuro.

Todo un cúmulo de hechos objetivos que reflejan la desorientación europea y la ya dilatada distancia entre el ámbito de las aspiraciones de los ciudadanos y pueblos europeos y la «dirección y ejecución práctica» de los actuales responsables del proyecto. Una gobernanza escasamente reconocible en los llamados «Padres de la Unión Europea» a quienes hoy recordamos.

Este triste, olvidado y escasamente celebrado aniversario, se ve reflejado en una caricatura publicada por «The Economist» en su último número de esta semana. Observamos la imagen de dos hombres hospitalizados compartiendo habitación en un hospital, sujetos a diagnóstico y tratamientos diferenciados: por una parte, una moribunda UNION EUROPEA, sobreviviendo clí­nicamente gracias a todo tipo de tratamiento asistido y compleja monitorización tecnológica, enchufada a la corriente eléctrica y pendiente de una «doctora» atenta a certificar su defunción y, por otra, su vecino de cama, («Nacionalismo Europeo»), despierto, (eso sí­, recibiendo suero en vena»), preocupado por alcanzar el enchufe del vecino para desconectarlo. Delante de sus camas, los gráficos de su estado médico: el primero muriendo, el segundo, cada vez en «mejor situación», evolucionando en su rápida recuperación.

Más allá del impacto caricaturesco, preocupa que la opinión publicada y la percibida por una inmensa mayorí­a de la población (en especial la situada fuera de Europa, burócratas, funcionarios «globales» en el exterior de sus respectivos paí­ses…) tiendan a asociar, de manera simplista, la relación causa-efecto que propone la simplificada imagen. De esta forma, parecerí­a que si la Unión Europea carece de un rumbo estratégico suficientemente claro y estimulante para sus ciudadanos, si es incapaz de establecer un buen modelo de gobernanza (eficiente y eficaz, a la vez que participativo, equitativo, motivador y democrático), si no es capaz de proponer, acordar e implementar soluciones a los graves problemas que afectan tanto a sus ciudadanos, como a los Estados Miembro, si no es capaz de integrar el amplio y complejo mundo de pueblos, naciones y regiones que la integran, si no puede ir más allá de sus polí­ticas e indicadores monetarios y macro-económicos, si no es capaz de garantizar la aplicación de sus Planes y Programas de crecimiento y desarrollo, si no avanza más allá de sus «repartos consensuados dirigidos a un aparente positivo café para todos»… no es sino por la existencia de «fuerzas negativas» que, desde la legitimidad democrática de los ciudadanos que les han elegido para representarles, pretenden defender posiciones, polí­ticas e instrumentos diferentes a los que el «club de la élite autonombrada» impone desde Bruselas (o en Bruselas bajo mandato exterior). Así­, se trasladarí­a la sensación de que quienes no posibilitan el «éxito» europeo son quienes se mueven por «pretensión localista y negativa». Eso sí­, surgirí­an dos tipos de nacionalismos: los buenos, objetivos y pro-Europa que defienden sus «Estados Nación Unitarios» de los siglos pasados, y los «otros», secesionistas, localistas y cuestionables de las actuaciones de la élite globalizada funcionarial y polí­tica de Bruselas o de las capitales y establishment de los Estados Miembro. Esta barata demagogia que, gracias a repetirse en «salones internacionales», parecerí­an aportar un plus de «globalización, intelectualidad y conocimiento del viajado», cala en la opinión pública y en los medios, generando un cierto complejo de inferioridad en quien cree legí­timo construir su forma de vida desde su sentido de pertenencia e identidad y que es muy libre de no compartir ni las recetas, ni las ideas, ni mucho menos las imposiciones de los demás. Máxime cuando sus resultados no parecen avalar el éxito prometido. La realidad es muy diferente. Los errores cometidos y la necesidad de repensar las cosas, urgente.

La Unión Europea es un gran desafí­o. Sus orí­genes de postguerra contaron con la pasión y emoción del compromiso por construir un espacio de desarrollo económico pero al servicio de los principios de libertad, democracia, derechos humanos, igualdad y crecimiento inclusivo a la vez que evitar la guerra y el triunfo del más fuerte. Un desafí­o con importantes logros y paraguas de sueños y realidades que nos han permitido a muchos (pueblos y personas) confiar en la superación común de las autarquí­as, dictaduras y erradicación de derechos conculcados, padeciendo sus negativas consecuencias en determinados momentos de nuestra vida. Sin embargo, hoy, la posición inicial se desvanece, los sueños originales chocan con una cruda realidad que ni entendemos, ni compartimos, no reconocemos liderazgo alguno y no identificamos ni el punto de llegada propuesto, ni la hoja de ruta por recorrer. Con estos mimbres, no es cuestión de culpar a supuestas «mentes retrógradas, localistas y pequeñas» de la mala marcha de la antes querida y soñada Europa.

Más bien, parecerí­a lógico y deseable repensar Europa empezando por entender quienes habrán de conformarla, sus legí­timas aspiraciones, sus necesidades y planes propios de futuro. Quizás así­, se podrí­a intentar recuperar la confianza y compromiso en un futuro compartible al que dirigir la pasión, el compromiso y el esfuerzo permanente para lograrlo. Posiblemente, de esta forma, el próximo 9 de mayo, Europa viva su fiesta «plurinacional» con el reconocimiento no solo de los europeos, sino de otros muchos que se reconozcan en el extraordinario espacio de libertad, democracia y  humanidad que represente.

Deseamos que un próximo 9 de mayo, celebremos, con alegrí­a y emoción, nuestra esperada realidad Europea y que las luces brillen por encima de tanto nubarrón.