La Europa que quise y quiero…

(Artí­culo publicado en Deia el 18 de Mayo)

La iniciativa básica para la configuración de un mercado compartible entre varios jugadores diferentes, en torno a una Comunidad de Intereses en las industrias de «guerra» del acero y el carbón de la mano de la CECA, posibilitó un primer compromiso operativo del sueño, que contemplaron los primeros equipos europeos demo-cristianos, unos años antes (1947), para facilitar un proceso de construcción de una Europa de los pueblos, como proyecto de paz, libertad y solidaridad desde una base de recuperación de una economí­a de post guerra, necesitada de su propia reinvención como pilar sobre el que construir un espacio de bienestar. La economí­a y el mercado caminaban de la mano buscando su interacción en torno a un nuevo proyecto ilusionante para las personas dando lugar a los principios de la economí­a social de mercado que, años más tarde, nos traerí­a a escenarios de crecimiento, competitividad y empleo, desde una práctica polí­tica que personalidades de gobierno hicieron posible en décadas de compromiso, riesgo y objetivos articulados en torno a progresivos modelos de gobernanza adecuados para el nuevo reto. Así­, gobiernos de Santer, Lubbers, la CDU, EAJ-PNV trascendieron del terreno de las ideas a nuevos modelos de competitividad, bienestar social y prosperidad afrontando no solamente perí­odos de crisis económica y social sino procesos complejos de reconfiguración de sus propios estados, y de una nueva Europa pasando de un mercado del carbón y del acero a una Europa regionalizada, a un Mercado Interior, a un supuesto Mercado único y, sobre todo, a un incipiente estadio de una potencial Europa de la diversidad de sus pueblos y sociedades a la cabeza mundial de la protección social y la prosperidad. El proyecto polí­tico, pese a apariencias instrumentales y operativas, lideró el proceso: ampliación desde los seis fundadores hasta la mayorí­a del núcleo central europeo con la compleja incorporación del Reino Unido, la integración alemana en un único acto como si las diferentes Alemanias no hubieran padecido años de separación y culturas antagónicas, la superación de una gélida y paralizante guerra frí­a, la apertura hacia nuevos espacios de la otrora Europa del Este, la propia aceptación y democratización de una España dictatorial, autárquica y post franquista en transición hacia una democracia civilizada y homologable…Todo un proyecto polí­tico pretendiendo generar un espacio europeo superador de guerras centenarias. Hasta entonces, el proceso de configuración de una determinada Europa geo-polí­tica, de los Estados nacionales del pasado, se habí­a ido configurando bien por la fuerza de las armas, bien por «intereses matrimoniales» de casas reinantes que ejercí­an herencias ajenas a principios democráticos, por imposición de la fuerza o por tratados de conveniencia, dibujando fronteras artificiales propias de «gabinetes militares, topográficos o de delineantes» al margen de la historia, culturas, voluntades y, por supuesto, apuestas de un futuro propio de los pueblos afectados.

Hoy, la UE de los 28 concurre a las urnas con la invitación a reforzar su apoyo y apuesta a un complejo proceso pací­fico (no exento del ya tan extendido y conocido «déficit democrático»), hipotecado por sus tambaleantes polí­ticas institucionales, económicas y sociales, un alto grado de escepticismo, elevada desafección ciudadana, anómala e ineficiente gobernanza y escasas propuestas de futuro. Un reclamo electoral  carente de propuestas alternativas a una fracasada estrategia de salida de la crisis en la que estamos inmersos. Los ciudadanos europeos acudiremos  a las urnas huérfanos de proyectos ilusionantes, ausentes de soluciones y carentes de referencias de futuro. En nuestro caso, en Euskadi, condicionados por el bipartidismo estatal (con sus grandes y aplastantes «familias» integradas en los grupos del Partido Popular Europeo y de la alianza social demócrata socialista a nivel europeo) que, más allá de falsos discursos de izquierda o derecha y mutuos reproches respecto de las polí­ticas vigentes de cuya paternidad parecen excluirse ambos, nos ofrecen el triste espectáculo de hablar poco de Europa (la mayorí­a de sus protagonistas electorales ofrecen escaso bagaje europeo y europeí­sta) por lo que tememos más de lo mismo que han venido haciendo, año tras año, elección tras elección, pactando -como siempre- repartos de cuotas (tiempo en las Presidencias de las Instituciones, Comisarios, altos cargos, presupuestos «por Cofradí­as», repartos financieros, cuotas estado compensatorias de polí­tica y marketing local) más allá de compromisos europeos de integración y desarrollo cooperativo, como único objetivo garante del mantenimiento de un status quo que, discursos aparte, mantenga las cosas como  están, sin proyecto alternativo alguno, más allá del acomodo temporal de sus representantes alejados, expatriados o compensados por sus aportaciones y servicios previos. Hipoteca agravada por la impuesta «Circunscripción electoral única» que pretende dificultar la representación de las minorí­as, aunque sean claras mayorí­as en sus naciones y/o regiones sin Estado. Las alternativas reales, pero escasas, ya sean de la Alianza Libre Demócrata -ALDE- (58 partidos europeos entre los que concurren PNV y CiU) con su candidato a presidir la Comisión (Guy Verhofstadt) o la de la Alianza Verde Europea con una compleja y dispersa representación Ecologista y de amplio espectro, con Ska Keller al frente, aportan la esperanza de un cierto contra-poder de las voces minoritarias. Esta primera ocasión en que la elección del Presidente parece compartible con los ciudadanos y sus votos y no por el pago de servicios prestados por una guerra (IRAK-Durao Barroso, por ejemplo) es un pequeñí­simo paso positivo si bien mediatizado por los repartos previos de las grandes familias mencionadas.

Llegados a las urnas pareciera que «la gran Coalición» en versión española de Felipe Gonzalez y el  establishment no han querido proponer alternativas sobre una Europa  paralizada, observada como espacio referente del pasado y de mitigado compromiso con unos valores y lí­neas originales en pos del bienestar y el progreso social, entregada hoy, en exclusiva, a las directrices obligatorias de los mercados de capitales y su anunciada «Unión bancaria y monetaria», de su vehí­culo instrumental de «gobernanza económica de control del déficit público» y la cultura dominante del «igualitarismo burocrático centralizado». Polí­ticas escasamente europeas, profundamente estatalizadas escondiendo tras el consenso la medianí­a y mediocridad horizontal de un relativo «café para todos» que ya conocemos a nivel de Estado español, evitando el riesgo inevitable de las decisiones estratégicas diferenciales que se requieren desde la «diversidad cooperativa» que los padres fundadores preconizaron. Europa -sus dirigentes- parecen haber olvidado que la Europa económica originaria era parte de un proyecto polí­tico y no la esencia del mismo.

Sin embargo, en un panorama como el observado, los europeí­stas convencidos (que no necesariamente entendemos Europa como sinónimo de la actual Unión Europea) queremos y necesitamos más y mejor Europa. Una Europa con alma que dirí­a el Lehendakari Urkullu. Una nueva y rejuvenecida Europa que supere el miedo a transformar su composición, representatividad y gobernanza. Una Europa que entienda que no se puede justificar ni la inacción ni el deficiente proceso de toma de decisiones en el hecho de contar con 27-28 estados miembro según el caso y que entienda que su gobernanza ha de adecuarse a la presencia real de voces, pueblos y espacios diferenciados. Una Europa diversa, compuesta por una rica y variada interacción de múltiples culturas, voluntades de futuro, modelos de gobernanza, tejidos económicos y en diferentes momentos de su propio desarrollo. Una Europa con vocación de convergencia pero no de integración forzada tras cuatro o cinco indicadores, supuestamente objetivos, que dicen muy poco para el inmediato futuro de una o dos generaciones condenadas -con los modelos en curso- a su auto marginación. Una Europa que comprenda que son demasiadas las velocidades distintas que exigen diferentes tejidos económicos de los pueblos. Una Europa que arriesgue decisiones al servicio de las personas y facilite un desarrollo inclusivo y sostenible económico y social, a la vez, y que no se ocupe de expedientes, registros, inspecciones y sanciones de fácil administración burocrática y limitado liderazgo, responsabilidad y compromiso, como razón de ser para entretenimiento de su fuerza burocrática desde una casta polí­tico-administrativa complaciente, alejada del pueblo que se supone representa.

Así­, el próximo 26 de mayo, sea cual sea el resultado electoral, (muy condicionado por la participación real que se dé -Paí­s a Paí­s, Estado a Estado- y el peso de partidos minoritarios -incluidos los euro escépticos-) el nuevo Parlamento y la Comisión -y el establishment de/en los Estados- habrá de ser permeable a los nuevos desafí­os: una Sociedad cansada de recetas austeras sin éxito, demandante de empleo e igualdad, necesitada de un desarrollo acompañado de progreso social y de estrategias al servicio de las personas, de los diferentes territorios y comunidades en los que vivimos, (Personas-Territorios-Sociedad), que permitan SI una Europa Competitiva pero claramente creadora de prosperidad. Una Sociedad demandante de una Europa que entienda que sus miembros históricos (Escocia, Catalunya, Flandes, Euskadi…) no pueden excluirse de la noche a la mañana por formalismos «constitucionales» de estructuras estatales inmovilizadoras apelando a la unilateralidad de su voluntad de un nuevo espacio propio, cuando esa Europa ha roto o interpretado a su antojo sus propias reglas cuando le ha interesado. Una nueva Europa que no puede proponer a Ucrania, por ejemplo, un proyecto conjunto considerado «como la única opción posible» y dos dí­as después olvidarse de su «importancia esencial», dejándola sola bajo el cobijo transitorio de un lí­der impuesto (como lo ha venido haciendo durante la crisis de los últimos cinco años en Italia, Grecia… por encima de la voluntad popular), o que no puede dejar en el limbo, en manos de burócratas, por años, a una Turquí­a cuyo giro euro-asiático pudiera confirmarse en cualquier momento, harta de una espera reglamentista sin ofertas de futuro. Ni que decir de esa Europa que parece vivir de espaldas a sus ciudadanos y sus problemas de hoy bajo la promesa de que algún dí­a, quizás a partir del 2020 ó el 2030 atendiendo a la prospectiva y escenarios macroeconómicos al uso, según el Estado Miembro del que se trate, quien haya sobrevivido encontrará un empleo.

Sin proyecto y compromiso polí­tico, sin alma, sin personas como objetivo inicial y último, no es posible (ni deseable) construir una Europa desde la desafección creciente. Hoy que, son ya demasiadas las voces que claman por la necesidad de un nuevo espacio ideológico, de un rearme de ideas y valores, de compromisos y liderazgos compartidos y nuevas estructuras y modelos socio económicos (desde el humanismo, desde el crecimiento inclusivo, desde la prosperidad y el progreso social, desde la mitigación de la pobreza, desigualdad y desprotección, de la creación y/o distribución del empleo, desde la co-creación de valor empresa-sociedad), el llamado a la redefinición del rol de todos los actores de la economí­a, los  gobiernos y la propia Sociedad ha de repensar, también, el verdadero papel que Europa puede y debe jugar en el contexto internacional. Demasiado importante para aparecer como «el viejo y experimentado referente del pasado, de cuyo futuro se espera muy poco». El nuevo mundo emergente, los nuevos mercados, los nuevos espacios de innovación, el nuevo modelo de desarrollo tiene mucho que incorporar de la historia, principios (y esperemos que futuro, también) de nuestra Europa.

En nuestro caso, en Euskadi, hoy, nos jugamos mucho. Aunque parezca lo contrario dado el clima electoral por el que al parecer se pretende pasar de puntillas, enredados en discusiones domésticas de confrontación. Nuestra apuesta-necesidad europea es clara. Nuestro trabajo a lo largo de los años requiere muchos esfuerzos para seguir, desde una clara minorí­a, trabajando para que se entienda el nuevo mundo de la economí­a, la polí­tica y la sociedad que la «nueva Europa» ha de liderar. En todo caso, tras las elecciones, seguiremos trabajando. Buscaremos una nueva Europa que se dote  de un proyecto humano y viable. Como decí­a el poeta: «Amo a Europa pero no me gusta. Hagamos que se parezca a aquella que quise y quiero».

En definitiva, Más y mejor Euskadi. Más y mejor Europa. Otra Europa.

La Responsabilidad democrática de los medios: Hartazgo e Impotencia

Precisamente ayer leí­a el borrador del discurso de mi buen amigo, Javier Cremades, Presidente de la Eisenhower Foundation, en su «capí­tulo» del Estado español, que leerá en la ceremonia de entrega del Premio «First Amendment» («Primera Enmienda»). El galardonado será un destacado Presidente-Director de un prestigioso medio de comunicación, en reconocimiento al impulso responsable y democrático de una prensa objetiva y libre. El evento se celebrará en los próximos dí­as en Washington. La lectura de este borrador me ha dado la oportunidad de, repasar el origen de esta primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América y su desarrollo en aras de resaltar el valor de la garantí­a de las libertades de conciencia, expresión e información, como base de sistema libre. Una aportación a la defensa de este, instrumento de contra poder y, sobre todo, del ejercicio democrático de la crí­tica y control desde la ética, imparcialidad y objetividad de los medios y los profesionales del periodismo. Un alegato a favor de la prensa libre y, comprometida con la necesidad de buscar la verdad desde la obligación, -como decí­a Einstein- «de no ocultar ninguna parte de lo que se ha reconocido que es verdad».

Desgraciadamente, una vez más, la realidad suele empañar la grandeza de los principios. Lamentablemente, cada dí­a nos encontramos con una versión muy distinta y distante a esta prensa necesaria, con independencia de medios y profesionales dignos de todo respeto y admiración por su trabajo. Me refiero a la «pseudo-prensa» cada vez más manipuladora, ideologizada e interesada, volcada sin escrúpulos al servicio de sus propios intereses particulares, tanto de periodistas, como de los medios en los que escriben y publican, de sus accionistas y propietarios, de sus Consejos de Administración, de redacción y de dirección. Una pseudo-prensa que, instrumentaliza el mercado de compra venta de noticias, infundios y engaños al servicio de sus propias polí­ticas, compensaciones personales y contra partidas publicitarias.

Desgraciadamente esta «pseudo-prensa» también existe y se extiende en demasí­a a lo largo del mundo. En esta ocasión, como viene siendo habitual al menos desde que soy consciente de su comportamiento y de las noticias que fabrica, el CORREO ESPAí‘OL-EL PUEBLO VASCO, del Grupo VOCENTO, irrumpí­a en mi actividad ordinaria para enviar un mail a mi oficina adelantándome su intención de publicar, hoy, un artí­culo en relación con la adjudicación de un proyecto de consultorí­a desde una empresa pública a una empresa en concreto. Una empresa de la que no formo parte y que está dirigida por un profesional de la consultorí­a con una experiencia de más de 35 años en la materia objeto del proyecto, además de otros profesionales de trayectoria impecable. Me decí­a el periodista que «existí­a malestar y preocupación en la compañí­a contratante, dado que una persona con antecedentes en la vida polí­tica es uno de sus gestores». Obviamente, se estaba refiriendo a mí­, a pesar de saber fehacientemente (ya que yo mismo le he manifestado así­ en numerosas ocasiones) que no tengo participación alguna ni en la empresa en cuestión ni en el proyecto «noticiable». De poco, de nada, sirvió mi respuesta a su mail en la que le reiteraba, una serie de precisiones:

  1. Que no tengo nada que ver con las empresas en cuestión, ni mucho menos con el proyecto del que se habla.
  2. Que no he contratado, nunca, desde mi empresa con la empresa y/o Grupo Público al que hace referencia.
  3. Que no realizo este tipo de consultorí­a, alejada de mi especialización profesional.
  4. Que desde la constitución de mi empresa (2003) no he facturado un solo euro a las Administraciones Públicas vascas, salvo un proyecto de asesoramiento estratégico, en  colaboración con una empresa tercera, a la Diputación Foral de Gipuzkoa, en el año 2008, en condiciones absolutamente legales y públicas y, a petición expresa de la mencionada Institución.
  5. Que desde 1995 (¡nada menos que 19 años!) no he desempeñado cargo polí­tico alguno (ni institucional, ni de Partido), que no he sido fruto de ninguna «mal llamada puerta giratoria» y que no he tenido vinculación profesional remunerada alguna al entramado público empresarial vasco.
  6. Que el 100% de mis ingresos proviene de actividades privadas.

En fin.

Todo parece indicar que el «pecado original» consiste en: haber asumido una responsabilidad pública del máximo nivel (y también de satisfacción y orgullo personal) en el gobierno de tu Paí­s y salir de ésta, por voluntad propia.

Veinte años después, parecerí­a necesario volver a proclamar obviedades:

  • No es delito ejercer una actividad profesional tras dejar un gobierno. Parece mentira que sea necesario decir esto, pero quienes pretenden confundir a sus lectores con estas pseudo-noticias prefieren olvidarlo, aunque para ello tengan que insultar la inteligencia de las personas a las que dicen servir con su labor.
  • No es delito que terceras personas vinculadas de forma estrictamente personal con un ex cargo público se ganen la vida gracias a sus conocimientos, en este caso estrictamente profesional y contrastables. Resulta cuando menos sorprendente el interés por la filiación personal que ciertas personas demuestran en los medios en los que escriben, habida cuenta que otras filiaciones también personales que ellos mismos ostentan no merecen la más mí­nima reflexión, cuando no reprobación, por su parte ni por la de las y los directivos de sus medios.

No todo vale. Los escandalosos casos de corrupción que estamos conociendo casi diariamente han generado un caldo de cultivo muy saludable para una necesaria regeneración democrática: la ciudadaní­a sabe y manifiesta su hartazgo ante el uso ilegí­timo de los recursos que unas pocas personas hacen desde sus responsabilidades públicas. Pues bien, aprovechar de forma torticera la indignación de las y los lectores, y construir sobre este estado de opinión infundios y mentiras es una práctica que conlleva la máxima gravedad. Serí­a bueno que este periódico, sus periodistas y el Grupo, ocuparan sus esfuerzos en mirar hacia dentro y explorar el comportamiento de sus afines y propietarios (hechos públicos objeto de sentencias firmes y conocidas) y que diesen luz a una necesaria recuperación de la confianza general en el servidor público. No todos los servidores públicos, ni todas las Administraciones, ni todos los territorios son iguales. Seguro que en Vocento también lo saben.

Yo personalmente, agradecerí­a, dado el rol esencial atribuible a la prensa libre, una información veraz sobre hechos relevantes, comportamientos maquiavélicos de presión de la interacción entre gabinetes de comunicación-periodistas propietarios, el medio en el que escriben y las facturas publicitarias y de asesoramiento a empresas e Instituciones, así­ como sobre las modalidades de contratación empleadas. Serí­a una sana contribución a la democracia perseguida.

Pero, por lo contrario, dejando de lado todas las explicaciones, el mencionado periodista-periódico se las vuelve a ingeniar para destacar una supuesta relación que no estropee su novelado relato previamente diseñado. Hace tiempo me hablaron de una máxima que supuestamente circula por algunas redacciones: «No dejes que la realidad te estropee un titular», pero yo no quise creer que fuese cierta. Son ya demasiadas las ocasiones en las que utiliza el mismo juego en lo que parece una obsesiva persecución personal con el total apoyo y beneplácito del medio para el que trabaja. Eso sí­, continuarán presumiendo de imparciales, objetivos y profesionales.

Y, así­ las cosas, una vez más, dentro de unas horas, coincidiré en la calle o en cualquier acto social o institucional con Presidentes, Consejeros Delegados, directores, consejeros, ex directivos y accionistas, periodistas y colaboradores  de dicho Grupo. Me saludarán con gran simpatí­a y educación. Me dirán cuánto lo sienten y lamentarán que puedan ser malinterpretados artí­culos como el mencionado y, como siempre,  defenderán la independencia de sus colaboraciones. Me jurarán que no existen directrices ni ideológicas, ni polí­ticas, más allá de la estricta prioridad informativa.

Y mientras escucho esta letaní­a, recordaré las palabras de uno de sus conocidos exdirectores cuando, hace ya muchos años, quise pedir una verdadera rectificación sobre lo publicado:

«A los periodistas nos gusta ser el contacto elegido, que alguien se deje olvidado sobre la mesa un dossier confidencial, o filtre un documento, o nos dé una exclusiva, que nos compre publicidad. Y sabemos corresponder…». Además, recuerda: «escribimos todos los dí­as del año, tenemos un alto espí­ritu corporativo y siempre hay alguien dispuesto a filtrar cualquier cosa y provocar un daño anónimo…». Recuerdo que la charla se cerró con un: «rectificar es orear la porquerí­a…»

Pues eso. Libertad de expresión en manos irresponsables, que lejos de ejercer un contra poder democrático, practican su juego de intereses, a cualquier precio.

¡HARTAZGO E IMPOTENCIA!

Es el cí­rculo perverso de la bondad de una prensa libre. Pobre primera enmienda.

Un compromiso con el Primero de Mayo

(Artí­culo publicado en Deia el 4 de Mayo)

La celebración del dí­a del Trabajo el pasado 1 de Mayo no es una fiesta cualquiera. Se trata de mucho más que un festivo que posibilite su prolongación en «puentes vacacionales» o una excusa reivindicativa de determinados derechos de los trabajadores o de un homenaje sindical. No es, tampoco, un momento exclusivo y excluyente para proclamar una separación de clase (proletariado versus burguesí­a) o de confrontación empresario-trabajador o trabajador-desempleado o sindicado-no sindicado. Más aún, no deberí­a traducirse en una simplista descalificación del «contrario», sea el Gobierno de turno, el empresario, el trabajador directivo o terceros que aparecerí­an como responsables directos y únicos de todos nuestros males. La merecida y bien ganada festividad del trabajador ha de abarcar a todos, y habrí­a de convertirse en un buen reclamo para la reflexión que, desde la necesaria eliminación de silos separadores, posibilite espacios de encuentro para acometer los desafí­os de un mundo complejo en una Sociedad cada vez más demandante de nuevas soluciones y, en consecuencia, de nuevas maneras de hacer las cosas, nuevos modelos de participación y representación y nuevos roles a desempeñar, en el mundo de la economí­a, por todos y cada uno de los agentes económicos, sociales e institucionales. Así­, en este contexto, resulta necesario trascender de los discursos parciales escuchados estos dí­as y, lejos de enredarnos en crí­ticas, descalificaciones y reproches con pseudo defensas parciales y/o auto complacencia de parte, empeñarnos en la búsqueda de soluciones compartidas. No es, sin duda, una justificada oportunidad para exabruptos culpabilizando al desempleado de su situación, ni el momento de llamar a la confrontación como objetivo y razón de ser, lejos de animar a la búsqueda de espacios de encuentro, compromisos y soluciones compartibles al servicio del conjunto de la Sociedad.

En esta lí­nea, el pasado 1 de Mayo tuve la oportunidad de compartir estas reflexiones en el corazón del Banco Mundial en su sede central de Washington. Sin duda, una de las Instituciones internacionales controvertidas, percibidas como causante de la crisis  actual o, al menos, responsable de una más que criticable gestión de la salida de la misma, asociándose a una impositiva orientación de polí­ticas generalizadas a lo largo del mundo, limitantes de una determinada apuesta por determinadas polí­ticas sociales. (Sí­. El primero de Mayo es festivo en casi todo el mundo, si bien en algunas excepciones como Estados Unidos, su celebración no conlleva la «fiesta laboral», por lo que en Washington se trabaja celebrando la oportunidad de disfrutar de los beneficios del trabajo y el empleo). Contra lo que algunos puedan imaginar, no se trataba de una reunión financiera o recaudatoria a la búsqueda de recursos y/o ayuda  al servicio de un proyecto subvencionable. El motivo era una iniciativa en el mundo de la salud dirigida a la población más desfavorecida en diferentes regiones del mundo. Iniciativa que emprendemos desde la empresa bajo los principios orientadores del llamado «Shared Value», (Valor Compartido Empresa-Sociedad) a partir de las necesidades sociales en este amplio mundo de la «Base de la pirámide» (la población menos favorecida y desprotegida en términos de renta, protección, oportunidades de progreso social y acceso a la educación y a la salud), identificando retos y oportunidades como fuente de definición de un nuevo «modelo de negocio y empresa» para ofertar soluciones de máxima calidad, mejor ratio coste-eficiencia en términos de bienestar y en condiciones abordables por la población beneficiaria. Proceso abierto, complejo, más allá de planteamientos propios de la filantropí­a o de la responsabilidad social corporativa. Proyecto empresarial que pretende explorar una oportunidad de resolver una legí­tima demanda social.

Así­, mientras en nuestras calles podí­an oí­rse los gritos acusadores al mundo de la empresa, en muchos lugares, esa empresa estigmatizada se empeña en reconsiderar las verdaderas necesidades, reinventar productos y servicios, redefinir sus cadenas de valor y facilitar el desarrollo y generación de riqueza y empleo. Lo hace en un esfuerzo innovador, permanente, co-creando valor para la Sociedad, en compañí­a de múltiples agentes (otras empresas, diversos gobiernos a lo largo del mundo, diferentes comunidades y personas con las que trabaja, instituciones académicas y de investigación y desarrollo tecnológico, entidades sin ánimo de lucro…) consciente de que las soluciones del mañana no pueden darse de forma aislada. Tal y como ha sido la esencia de la empresa a lo largo de su historia, sus resultados dependen de los beneficios sociales (también económicos) que genera, y como unidad socio-económica (capital y trabajo en sentido amplio, abierto y compartido), requiere del compromiso (cada uno según su aportación, responsabilidades y compensaciones) de todos. Y, por supuesto, más allá de la empresa, la Sociedad en su conjunto ha de formar parte imprescindible (activa) de sus propias soluciones. También, por supuesto, los gobiernos y sus empleados públicos, los sindicatos y sus afiliados y no afiliados, los trabajadores y los desempleados. Un momento crí­tico en el que nuevos paradigmas se abren paso en un escenario de búsqueda de «un pensamiento lateral» que nos permita ver las cosas de otra manera y trascender de soluciones clásicas que no parecen responder a los desafí­os reales del momento.

Vivimos un nuevo espacio de oportunidades y desafí­os. El nuevo camino por recorrer es demasiado exigente y necesita de todos nosotros. Nuevas soluciones, nuevos modos de acometerlos, nuevos roles de los diferentes agentes implicados, nuevas estructuras empresariales (también institucionales, de gobernanza y de representación de quienes tienen trabajo y de quienes no lo tienen) y nuevos roles y competencias (además de compromisos) de las personas. Cualquier propuesta que no venga precedida de un filtro «sistémico» que incluya todos estos elementos estarí­a condenada al fracaso.

Si el 1 de Mayo de 1886, las generalizadas huelgas de Chicago y Detroit extendieron un amplio movimiento de protestas y rebelión proclamando un nuevo marco (no solamente de relaciones laborales) social y económico, más allá de la reivindicación de una jornada de 8 horas con un salario justo y digno en un contexto determinado, y pasó a convertirse en el «dí­a simbólico del trabajo». Retomemos hoy su fuerza icónica para acometer un nuevo desafí­o. Trabajo, empresa, gobiernos, Sociedad formaron parte irremplazable de un sumatorio capaz de ofrecer una respuesta compartida. Es la manera de honrar a «los mártires de Chicago» y, por supuesto, a los mártires de aquí­ y de todos los dí­as. Celebremos un primero de Mayo, contextualizado, pensando en el futuro. Repensemos, todos, nuestros roles y compromisos.

 

Un nuevo camino por recorrer: «Del PER CíPITA al PRO CíPITA»

(Artí­culo publicado en Deia el 20 de Abril)

La reciente presentación en Londres del índice de Progreso Social 2014, ha dado lugar a un nuevo proceso cuyo objetivo no es otro que «impactar» en la redefinición de las agendas de los gobiernos, empresas y sociedades en sus modelos de negocio y, sobre todo, polí­ticas públicas. El movimiento, aún incipiente, en torno al reclamo por la interacción convergente y simultánea entre las necesidades sociales y la creación de valor económico, es una realidad que se extiende al mundo de la estrategia empresarial, las polí­ticas de desarrollo y cuenta, además, con un nuevo índice que permite medir indicadores crí­ticos sobre los que actuar, a la vez que compararlo con el tradicional PIB que nos ha acompañado por décadas.

El prestigioso profesor Michael E. Porter, máximo responsable académico del mencionado índice de Progreso Social (avalado, en especial en esta materia, entre otras cosas, por haber dirigido durante años la elaboración del conocido índice Global de Competitividad que, con carácter anual, publica el World Economic Forum y sirve de base de decisión a 140 paí­ses a lo largo del mundo) destacaba en su presentación, el por qué y para qué de este nuevo índice así­ como, sobre todo, este refuerzo en un movimiento hacia el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad. Nos recordaba una evidencia: «Pese a diversos esfuerzos, aún no entendemos la verdadera conexión entre desarrollo económico y desarrollo social, no contemplamos una visión holí­stica del desarrollo y, en consecuencia, no hemos acertado en la correcta definición de las polí­ticas sociales necesarias. Nos hemos acercado a conceptos de crecimiento y desarrollo desde el PIB y hemos intentado avanzar en otro tipo de í­ndices, hemos mezclado indicadores sociales (pocos y escasamente claros) con el peso del PIB y su dominio económico». En este camino, han aparecido diferentes aproximaciones como  el índice de Desarrollo Humano e incluso el de la Felicidad, pero anclados en la visión económica del PIB. Esta desconexión, si bien es verdad que se ha venido mitigando con un cada vez mayor esfuerzo por unir determinadas polí­ticas económicas y sociales en estrategias convergentes y que, poco a poco, interiorizamos en determinadas polí­ticas y estrategias el hecho de que, también, las polí­ticas sociales y redes de bienestar son facilitadoras del desarrollo económico. Aun así­, tal y como han publicado recientemente Stiglitz y Fitoussi («Mismeasuring our lives», «Midiendo mal nuestras vidas») seguimos instalados en el PER CAPITA que, además, resulta engañoso con medios irreales penalizadores de las poblaciones desfavorecidas siendo claramente distorsionador de la realidad.

Así­, el tránsito a la era «PRO CíPITA» pretende disponer de nuevos elementos de medición, exclusivamente soportado en indicadores sociales, que midan Resultados (OUTCOMES) y no inputs, que estén orientados a la acción (oportunidades para el cambio) y que sean relevantes para todos los paí­ses (no solamente los «llamados pobres o en desarrollo, sino TODOS, incluidos los «avanzados»). Metodologí­a compleja que exige de un intenso trabajo de mejora que permita que los primeros 132 Estados incluidos en la edición 2014, actúen sobre los propios indicadores, afinen sus conceptos y reorganicen sus aparatos estadí­sticos. (Recordemos que los primeros intentos para medir el PIB fueron claramente inapropiados y muy limitados y que aún se cuestionan muchos de los datos que aportan determinados paí­ses con discrepancias evidentes entre diferentes Organismos). Adicionalmente, no podemos olvidar que continuar midiendo en el ámbito estatal, incide en un error grave en la medida que las diferencias y desigualdades en el interior de los Estados son, las más de las veces, mayores que de Estado a Estado. Aquí­, debemos destacar un hecho relevante: Euskadi. El índice de Progreso Social 2014, además del análisis en 132 Estados de los cinco continentes, recoge una singularidad: su aplicación al Paí­s Vasco como único caso No Estado que permite abrir un camino hacia la «regionalización y actuación en espacios infra-estado y/o especiales», que posibiliten una mejor comprensión del progreso social y faciliten las polí­ticas a implantar. La elaboración de este Indice ha contado con la participación del Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA en una iniciativa singular analizando -con carácter piloto- la racionalidad e importancia de su aplicación en ámbitos llamados «infraestado». El Informe resalta algunas de las caracterí­sticas clave que concurren en nuestro Paí­s para convertirlo en un candidato ideal a este ejercicio: su carácter lí­der y vanguardia en el desarrollo del Estado español (primero en el propio PIB), cabeza en el desarrollo social en términos de índice de Desarrollo Humano conforme a parámetros del PNUD-Naciones Unidas, distintos elementos que le caracterizan como un territorio diferenciado de su entorno (identidad y cultura, tejido económico, capital humano, autogobierno y elevado grado de autonomí­a con estrategias y polí­ticas diferenciadas, una oficina estadí­stica propia con un alto recorrido en la elaboración de información e indicadores ad hoc para el propósito buscado y la presencia, institucionalizada, de diferentes observatorios e í­ndices en el ámbito de la innovación social, regional y comarcal).

De esta forma, de la mano de 52 indicadores sociales en torno a 3 pilares determinantes (Necesidades Humanas Básicas, Bases del Bienestar y Oportunidades de Desarrollo), se alcanzarí­a el Progreso Social entendido como «la capacidad de una Sociedad para alcanzar las necesidades humanas de los ciudadanos al objeto de establecer aquellos fundamentos sólidos que permitan a los ciudadanos y sus comunidades mejorar y sostener su calidad de vida creando las condiciones par que todos participen de un bienestar inclusivo».

Con este propósito, el resultado del índice 2014 se ha presentado con una interesante comparación en relación con el PIB. Así­ podemos utilizar como ejemplo los Estados Unidos de América, primer lugar en el ranking mundial de PIB y 15 en el nuevo índice de Progreso Social. El «New Deal» que ha caracterizado un «Pacto Social» a lo largo de la historia estadounidense, proclamándose como «Tierra de Oportunidades»,  «por lo que todo ciudadano puede aspirar a ser multi-millonario o presidente del Paí­s» (si logra al menos 100 millones de dólares para financiar su campaña), no parece responder a los mejores indicadores sociales. Ni su educación pública básica (la K-12 obligatoria), ni su sistema de salud, ni sus redes de servicios sociales, ni las polí­ticas de protección social, ni la vivienda popular, ni el equilibrio y cohesión territorial parecen estar en igualdad de desarrollo que su PIB per Cápita. Por el contrario, con sus limitaciones, pese al deterioro de los últimos años de crisis y las polí­ticas restrictivas del bienestar en Europa, salvo los casos de Canadá y Austria, son los paí­ses Europeos los mejor situados en ese grupo de cabeza de los primeros 16 Estados en el ranking. Se trata, sin duda, de un buen reclamo, en los tiempos que corren, para los defensores de las polí­ticas de bienestar en detrimento de los defensores a ultranza de un libre mercado. En ese pelotón de cabeza, la «estrategia vasca» en torno a un modelo de competitividad en Solidaridad haciendo de la convergencia permanente entre sus polí­ticas industriales, sus polí­ticas sociales y sus polí­ticas de cohesión territorial parecen justificar y demostrar su acierto y el camino a seguir.

En definitiva,  asistimos al despliegue de un nuevo movimiento que se abre camino, paso a paso, desde la solidez conceptual, la evidencia diferenciada y la extendida demanda social. La necesaria interconexión economí­a-Sociedad cobra carta de naturaleza y exige una clara reorientación de las polí­ticas hacia la prioridad tantas veces anunciada: las Personas. Un tránsito aún incipiente. No obstante, más allá de un índice, lo relevante es actuar sobre sus indicadores, focalizando estrategias y polí­ticas concretas sobre todos aquellos relevantes crí­ticos. Disponemos, hoy, de mejores instrumentos para afrontar los nuevos desafí­os. A partir de aquí­, en los próximos años, recorreremos, sin duda, nuevos caminos pro-cápita, es decir, al servicio de las personas.

Desigualdad, Protección Social, Polí­ticas Sociales…

(Artí­culo publicado en Deia el 6 de Abril)

A la vez que un buen número de declaraciones del Gobierno español y titulares de prensa económica proclaman que «España ha salido de la crisis», respaldados en algunos indicadores como el incremento de la recaudación por IVA, reducción de la prima de riesgo o recientes compras (o anuncio de la posibilidad de hacerlas) por grupos inversores extranjeros, además del previsible «cese temporal» de la intervención directa de la troika financiera en la gestión de las finanzas públicas y los presupuestos del Estado, la OCDE se ha encargado de resaltar las luces rojas y el lienzo negro que describe el panorama de la sociedad española del 2014, destacando las consecuencias de la crisis. Adicionalmente, en estos últimos dí­as, las declaraciones del ministro de Hacienda español, Cristóbal Montoro, pretendiendo descalificar determinados informes molestos para su discurso de recuperación, no han hecho sino avivar la preocupación y el debate en torno a la desigualdad, la pobreza y los modelos de crecimiento y desarrollo económico y social.

El mencionado informe de la OCDE pone el acento en la desigualdad, la necesidad de una «nueva estrategia de protección social» y la reorientación de prioridades hacia la población más desfavorecida y el amplio colectivo de los NEET (ni empleados, ni educándose, ni formándose), que representan ya 1 de cada 5 adultos entre 15 y 24 años. Lo hace sin dejar de señalar un desempleo juvenil que ha superado el 50% o el hecho de que el desempleo adulto de alta duración alcanza ya al 45% de los 5,8 millones de parados. El desempleo de la crisis (2007 a 2013) ha ido creciendo a un ritmo de 13.000 desempleados por semana. Así­, desempleo, empobrecimiento generalizado de la población (en torno a un 30%) acentuado entre los de menores ingresos, sitúan a España en los peores lugares del ranking europeo y de paí­ses de la OCDE, con el triste y preocupante tercer puesto por la cola en empleabilidad y el segundo peor en pobreza infantil.

Con este panorama, todo intento o señal de recuperación económica, esperanza en las reformas y polí­ticas de productividad, negociación colectiva e incluso fiscal y tributaria, no evitará, en un horizonte de al menos el medio plazo, que la desprotección social, desigualdad y marginación vaya en aumento o en insuficiente contención de crecimiento relativo, bajo marcos y modelos convencionales. Una vez más, debemos asumir que no podemos esperar la pasiva creación espontánea de riqueza y empleo desde el cí­rculo natural dado por válido en los escenarios del pasado. Ni el proceso es tan evidente ni el caprichoso mercado asigna correctamente los resultados esperados ni los tiempos permiten esperar unos resultados teóricos.

En estas condiciones, el desafí­o (universal) al que nos enfrentamos reviste extrema complejidad, no ofrece soluciones cortoplacistas y exige cambios radicales de cultura, actitudes y riesgos. No parece que la inevitable cobertura de prestaciones sociales, cada vez más costosas y con más demandantes, pueda recaer, sin más, en un incremento continuo de la ví­a impositiva sobre aquellos que disfrutan de mayores rentas o mejor formación y una adecuada cualificación a las actividades mejor apreciadas y compensadas por el mercado, asistiendo a una cada vez menor relación entre trabajador-contribuyente y desempleado o pensionista. La demanda de prestaciones sociales no contributivas crece y la sociedad y sus gobiernos no pueden (ni deben) no atender la demanda real y natural que, desgraciadamente, conllevan. Tampoco se puede descansar en la creación de empleo público artificial con independencia del valor que genere ni, por supuesto, en una optimización administrativa fijando requisitos excesivos para limitar los derechohabientes que mayor atención demandan, a la vez que tampoco cabe esperar que toda iniciativa de reforma parta de la premisa de considerar inamovible el estatus quo funcionarial manteniéndolo como miembro fijo de la ecuación.

En nuestro caso, la sociedad vasca  disfruta del beneficio relativo de decisiones estratégicas valientes tomadas en el inicio de su acceso al autogobierno y que se han venido perfeccionando a lo largo del tiempo. En estos dí­as, la celebración del «año de lucha contra la pobreza y la desigualdad», diversos análisis y diagnósticos sobre la aplicación y gestión de las rentas de inserción, así­ como el propio debate Hacienda-Cáritas y sus informes, además del debate permanente sobre la prioridad en el gasto público, han permitido la organización de un seminario-aniversario sobre el rol jugado por las administraciones vascas en este ámbito social. Y con la oportunidad del debate en torno al siempre difí­cil concepto de pobreza, recordamos aquel pionero «Informe sobre la Pobreza en Euskadi» del Departamento de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social del año 1986, que fue recibido con una alta dosis de crí­tica e incredulidad. ¿Era posible hablar de pobreza en Euskadi cuando nuestra sociedad viví­a en una situación claramente superior a las de nuestro entorno? ¿Qué significaba «vivir en la pobreza»? ¿Se trataba de un mensaje alarmista condicionante de los esfuerzos de solución a la grave crisis económica y de empleo que padecí­amos? ¿Habí­a capacidad (competencial, legal, financiera, de gestión) para abordar un plan riguroso para erradicarla? ¿Estaba nuestra sociedad preparada para aceptar el concepto y asignar recursos (salario social, emergencia social) a aquellos a quienes no cabí­a exigir un trabajo (entre otras cosas porque no habí­a empleo disponible) o una contraprestación especí­fica? ¿Disponí­amos de una adecuada red de bienestar y servicios sociales para responder al reto?

 

Hoy, el tiempo ha dado la razón a la importancia de la apuesta de entonces. Euskadi, también en este capí­tulo, diseñó e implementó estrategias contracorriente. El mencionado informe fue una pieza clave en un intenso proceso que complementaba diferentes estrategias y polí­ticas para enfrentar un graví­simo desempleo por encima de un 23%, inmerso en un pasivo y pésimo servicio de empleo público (INEM), unas polí­ticas activas de empleo secuestradas y momificadas por la nefasta trí­ada gestora de la administración central, los agentes sociales (sindicatos UGT y CC.OO.) y patronal (CEOE), administradores de un sistema inoperante con resultados caóticos. Más allá de ámbitos competenciales no transferidos, Euskadi optó por afrontar los problemas y plantear soluciones de futuro. Desde nuevos indicadores de desempleo (PRA), nuevas iniciativas de censo y mercado de trabajo, polí­ticas activas de empleo no financiadas por la administración central, un sistema de formación profesional y ocupacional propio, nuevos espacios de interacción bienestar-empleo y socio-sanitario (recordemos que entonces no existí­a la cobertura sanitaria universal) hasta la creación de un salario social, pionero en el Estado que, con el tiempo, se ha generalizado de una u otra forma. Ese binomio empleabilidad-salario social, en su progresiva aplicación a lo largo de cerca de 30 años, en el marco de una estrategia de competitividad y bienestar, permite que hoy, pese a la profundidad de la crisis descrita, Euskadi ofrezca los niveles más bajos de pobreza y desigualdad de Europa, tras Suecia.

Este proceso, sostenido a lo largo del tiempo, ha sido objeto de análisis (recuerdo y reconocimiento) en estos dí­as. Los grandes esfuerzos realizados por un grupo de técnicos del Gobierno vasco en los albores de los años 80 vieron su primera luz con la elaboración del «Informe sobre la Pobreza en la CAPV» e inspiraron la actuación del Parlamento Vasco en una proposición no de ley de EAJ/PNV y se fueron perfeccionando a partir del compromiso parlamentario del lehendakari Ardanza para acometer, en el marco del entonces en diseño «Plan Euskadi-Europa 93», una apuesta para dotar a Euskadi de las infraestructuras y polí­ticas de cohesión social y territorial que nos permitieran no perder el «tren de Europa o del futuro», recomponiendo la condena a la marginación a la que nos llevaba el Informe Cecchini (El coste de la NO Europa). Entonces, Euskadi tampoco disponí­a de grandes excedentes presupuestarios, ni nadaba en la abundancia, ni contaba con el apoyo de Madrid para acometer estas polí­ticas regionalistas anti-pensamiento centralizador dominante. (El propio socio de gobierno de coalición, el PSE, se oponí­a a un salario social en Euskadi que «contaminarí­a» las polí­ticas «en el resto del Estado»). Hoy, Europa vuelve a retomar el discurso de la desigualdad y la pobreza como expresión rebelde de una dura realidad que por desgracia nos aqueja. Afortunadamente, en este tipo de compromisos y estrategias, Euskadi también ha sido pionera. Por supuesto, de manera insuficiente e inacabada. El desafí­o es enorme y no solo es cuestión de voluntad y recursos sino de acertar en las estrategias integradas, interdepartamentales e interinstitucionales que vieran su luz en los compromisos de los primeros 90 y que hoy siguen surgiendo con renovados impulsos.

Euskadi revisa las lecciones aprendidas para acometer la intensidad del momento. Es el momento de desempolvar una extraordinaria publicación del Gobierno vasco «1984-2008: 25 años de estudio de la pobreza en Euskadi» y, de la mano de sus autores, Luis Sanzo y Joseba Zalakain, analizar el proceso… además de agradecerles públicamente su esfuerzo, dedicación, insistencia y enorme contribución a lo largo de estos 30 años. Como a tantos que han trabajado en este complejo, las más de las veces oscuro e indefinido mundo de la pobreza y la desigualdad.

Gracias a esta base forjada, una vez más, desde un claro liderazgo polí­tico con el imprescindible compromiso de la iniciativa social (mención especial al enorme protagonismo y aportación de Cáritas ya entonces) y privada (de especial relevancia el SIIS de Donostia cuyo empeño, investigación y aportaciones conceptuales aportaron inapreciable profesionalidad y referencia) y que fue capaz de incorporar en torno a una arriesgada y compleja estrategia de polí­ticas sociales en una estrategia-paí­s de éxito al Gobierno vasco, a las diputaciones forales y a los ayuntamientos. Una apuesta valiente, de alto riesgo, superadora del conflicto competencial inter-intra administraciones públicas, de la discusión permanente en torno al espacio de atención de las personas atendiendo a si «son enfermos que envejecen o mayores que enferman»; si la «seguridad social única y contributiva para quien tiene empleo debe o no extenderse a un salario social, digno y suficiente para quien no dispone de ingresos, cae en la emergencia social o no puede salir del pozo de la pobreza, sin contra prestación alguna».

Hoy,con orgullo, debemos recordar y poner en valor cómo las instituciones vascas y sus gobernantes lideraron el proceso, asumieron los riesgos y apostaron por un camino pionero y, sobre todo, solidario. Camino que nos ha permitido afrontar las dificultades y posibilita construir futuro. Trayectoria con resultados observables positivos. Lecciones para ganar la confianza necesaria para afrontar los enormes desafí­os, renovados, existentes.

Sin duda, es un buen momento para, además de preocuparnos por la situación, ocuparnos. Desigualdad y pobreza están aquí­. Pero, por encima de todo, hemos de tener la certeza de que el trabajo emprendido ha sido positivo, que disponemos de una sólida red de bienestar y servicios sociales, que hemos construido un marco colaborativo interinstitucional e interdepartamental además de público-privado al servicio de las personas. Esta es la estrategia de competitividad, bienestar y desarrollo por la que hemos apostado. Un gran desafí­o… posible.

Euskadi: Un nuevo paso en su compromiso con el Progreso Social

La Fundación «FSG» (Social Progress Imperative – www.fsg.org), plataforma público-privada presidida por el profesor Michael E. Porter, en colaboración con prestigiosas Instituciones académicas y empresas lí­deres mundiales, ha presentado el «índice de Progreso Social 2014″ (www.socialprogressimperative.org/es/data/spi)

Una vez más, una potente iniciativa que contempla la necesidad de entender y medir aquellos pilares que impactan de manera positiva (o negativa en su ausencia) el nivel de bienestar y progreso social. El citado índice recoge la medida de 52 indicadores y establece el marco comparado en 140 Estados de los 5 continentes. A su vez, trata de comparar este nuevo marco con factores exclusivamente sociales con el comportamiento del PIB en dichos Estados, ofreciendo conclusiones y bases de análisis para el «rediseño de polí­ticas y estrategias públicas». Dirigido a los «policy-makers», contribuye como una herramienta única desde la decisión social de la polí­tica, la economí­a y la gobernanza.

Contemplado además como un proceso más allá de un marco de indicadores estáticos, avanza la necesidad de desagregar la información disponible hacia marcos y niveles especiales (subnaciones, regiones, ciudades, etc.) que dentro de un mismo Estado ofrecen realidades muy diferentes que afectan a la población de forma claramente diferenciada por lo que exigirí­an estrategias, ad hoc, también diferenciadas. Fiel a esta lí­nea de pensamiento y práctica, una vez más, el Paí­s Vasco – Euskadi está presente en este tipo de iniciativas pioneras a nivel mundial. Euskadi, en su trayectoria referente en el campo de la Competitividad, el Bienestar y Desarrollo Humano sostenible, ha participado en este nuevo índice como caso único, piloto, de una nación no Estado, en el ámbito de espacio infra-estatal, aportando su granito de arena en están nueva ví­a de conocimiento. Su aplicación a Euskadi viene a enriquecer el ya largo y estable compromiso del Gobierno Vasco hacia una nueva manera de entender la economí­a, el bienestar y el desarrollo, con el objetivo primero y último: Las Personas.

El Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA (www.orkestra.deusto.es) ha sido el socio-académico que ha acompañado al Social Imperative en este proyecto pionero.

Renacimiento Industrial…

(Artí­culo publicado en Deia el 23 de Marzo).

En un controvertido y sorprendente despliegue publicitario en la prensa de los 28 Estados Miembro de la Unión Europea, la Comisión Europea, a página completa con fotografí­a incluida de su Vicepresidente y Comisario responsable de Industria y emprendimiento, Antonio Tajani, ha insertado un publi-reportaje bajo el tí­tulo «Un Renacimiento Industrial para el Crecimiento y el Empleo».

Sin duda, el perí­odo pre-electoral europeo y la próxima «Cumbre» en el marco del Consejo Europeo de marzo sobre industria, energí­a y clima habrán influido en que el despliegue publicitario intente difundir una «Comunicación de la Comisión al Consejo». Ahora bien, dicho esto, y más allá de «objetivos colaterales», merece la pena destacar algo relevante, que no es otra cosa que la puesta en valor de las polí­ticas industriales tan denostadas en otros tiempos. La citada comunicación incluye un párrafo introductorio significativo y muy alentador si, en verdad, compromete polí­ticas, instrumentos y presupuestos coherentes para su aplicación: «La recesión más larga de la historia de la Unión Europea ha puesto en relieve la importancia de contar con un potente sector industrial que contribuya a fortalecer la economí­a. Si hemos aprendido alguna lección de esta crisis es que los paí­ses con una sólida industria han sufrido menos…»

Al hilo de esta afirmación, desde la experiencia vasca, instalados en una estrategia focalizada en el fortalecimiento innovador de nuestra industria a lo largo de las últimas décadas, constatando el resultado positivo diferencial respecto de otras economí­as de nuestro entorno, podemos insistir en algunas lagunas, carencias y potenciales errores que la propuesta al Consejo Europeo en los próximos dí­as conlleva. Si bien la propuesta recoge una «prosa agradable», sus contenidos reales e implementación paí­s a paí­s, programa a programa, pueden llevar a su fracasada aplicación.

La apuesta por el mencionado reconocimiento industrial sigue atrapado en la llamada «dependencia austera de la recesión» que sigue priorizando ajustes financieros, fiscales y presupuestarios impidiendo un esfuerzo extraordinario y comprometido con la economí­a real. Más allá de los muy necesarios programas de apoyo público, subvencionadores e incentivadores, el flujo de crédito sigue estancado, segmentado y administrado en un paralizante goteo que impulsa a los gobiernos a una «gestión funcionarial» rodeada de una asfixiante parálisis en la contratación y gestión pública, dañina a todas luces para cualquier estrategia relevante. Prima la «transparencia y competencia formal, alejada de un control real que además de validar procedimientos, fortalezca la propia competitividad de los proveedores de servicios y la eficiencia-resultados de la experiencia real deseable. Adicionalmente, la insistencia en un tejido PYME mal entendido lleva a una panoplia de instrumentos burocratizados,  sin duda con  buena voluntad, pero dotados con escasos recursos y mí­nimo impacto real en los objetivos diseñados (innovación, internacionalización, creación de empresas, transformación y restructuración, nuevas tecnologí­as y aplicaciones…). Si además, se insiste en un supuesto cí­rculo mágico crecer-crear empleo-salida de la crisis-bienestar, parecerí­a estar obviando el drama de la desigualdad creciente que el mundo globalizado, sin matices, está generando -también- a lo largo del espacio europeo. Elementos que no parecen reflejarse en las recomendaciones de la Comisión, que parecerí­a simplificar su aproximación con el sugerente impulso a la «Especialización Inteligente» que pretende -como siempre en la programación centralizadora de Bruselas al servicio de su «simplicidad administrativa de fondos» y no en los objetivos de sus programas- incorporar un único modelo y su extensión a centenares de regiones y ciudades, lo que lejos de propiciar «Proposiciones íšnicas de Valor», habrá de conformar expedientes subvencionadores iguales para todo tipo de regiones con independencia de su punto de partida, de su marco institucional, sus fortalezas y ventajas competitivas y sus aspiraciones y compromisos de futuro.

Desgraciadamente, el Renacimiento Industrial desde una «nueva industria innovadora, sofisticada y avanzada, ecológica, competitiva y al servicio de la PYME como motor de crecimiento» puede quedarse en un reclamo teórico y las polí­ticas que se proponen en torno a un doble vector, el Horizonte 2020 y los KET (Tecnologí­as clave facilitadoras…) puedan contener buenas lí­neas de especialización a futuro, pero seguirán siendo medidas horizontales no discriminatorias que difí­cilmente supondrán la necesaria diferenciación que cada territorio demanda. Veremos proliferar infraestructuras caras adecuadas a un estadio de la innovación de primerí­simo nivel desplegada a lo largo de Europa en páramos industriales que aún conviven en un estadio de «factores» en el que la restructuración, la lucha por la calidad y la ausencia de tejido industrial suficiente, campe a sus anchas. Redundaremos gasto e inversión con escasa dimensión y eficiencia.

Y, finalmente, volvemos a asistir a una cadena de planes sectoriales paralelos con escasa articulación en una convergente estrategia europea, que integre múltiples acciones integradas en un proyecto de futuro. De poco servirán polí­ticas renacentistas para la industria de no venir acompañadas de polí­ticas sociales, de empleo, de infraestructura y de gobernanza al servicio de los ciudadan@s europeos.

En definitiva, bienvenido el reconocimiento de la importancia de la industria y un voto de apoyo a la necesidad de proclamar la buena nueva señalando un camino a recorrer. Pero, desgraciadamente, no basta con reconocer que la lección aprendida es apostar por la polí­tica industrial. Las lecciones aprendidas pasan por entender la esencia y contenidos de una verdadera estrategia industrial completa, vector de una estrategia de competitividad, bienestar y desarrollo económico. Por definición, estrategia única (sí­, por supuesto, inteligente, pero propia y diferenciada), soportada en instrumentos ad hoc para su implantación, con presupuestos y financiación especí­fica que les de sentido y las haga posibles, sostenible en el medio y largo plazo, en una complicidad constructiva público-privada. Una verdadera estrategia y polí­ticas discriminatorias. Una estrategia no pensada en una Europa abstracta y unitaria, competidora contra bloques determinados, sino múltiple en que diferentes paí­ses, economí­as y regiones puedan lograr su propio futuro. Basta de comunicaciones y declaraciones complacientes en las que, sobre el papel, quepan todos y que cada gobierno pueda vender en casa las bondades de una supuesta polí­tica común alineada con «la Biblia europea». No queda más remedio que asumir el riesgo de elegir… y, posiblemente, equivocarse.

Ahora que desde Bruselas, también, nos animan a abrazar el «Renacimiento Industrial», no caigamos en la trampa de adecuar nuestra estrategia, en exclusiva, a sus programas y fuentes de subvención, entrando en un pelotón general renunciando a un necesario, legí­timo y creciente liderazgo. Hagamos lo que creamos que debemos hacer y no lo que parecerí­a subvencionable con independencia de nuestros objetivos reales. En el caso de Euskadi, no se trata de renacer sino de «re-innovar» nuestra propia estrategia desde el largo, intenso y exitoso camino recorrido.

¿Cí“MO CRECER?: La verdadera conversación hacia la prosperidad compartida

(Artí­culo publicado en Deia el 9 de Marzo).

La resaca «intelectual», que no la de la insoportable violencia y guerrilla callejera anti sistema que nos ha dejado la semana tras el evento-presentación del gobierno español del supuesto paso de «la estabilización hacia el Crecimiento» de la economí­a española, bajo un pomposo reclamo («Global Spain Forum»), nos permite recuperar algunas piezas de interés que han de servirnos para enfrentarnos a la aún grave crisis en la que nos encontramos para construir un nuevo proceso hacia un futuro de crecimiento y prosperidad compartidos.

Más allá de los discursos explicativos y justificativos de determinadas polí­ticas y diagnósticos de la mayorí­a de los participantes (Comisarios europeos, FMI, Gobierno español…), quisiera destacar dos intervenciones discordantes con el guion general y sobre las que, en mi opinión, merece la pena insistir y profundizar: «Crecimiento Inclusivo y/o para el desarrollo humano sostenible» de la mano de sendas propuestas del Lehendakari Iñigo Urkullu y del Secretario General de la OCDE, íngel Gurrí­a.

íngel Gurrí­a «desentonó» (afortunadamente) del relativo optimismo y recomendaciones dominantes en el evento, llamando la atención sobre la aún lejana salida de la crisis y aportando una seria reflexión sobre el Crecimiento. Hace tan solo unos dí­as, en Nueva York, se celebró un Seminario de la llamada «Iniciativa para el Crecimiento Inclusivo», impulsado por la OCDE y la Ford Foundation bajo el sugerente tí­tulo «Cambiando la conversación sobre Crecimiento» (Going Inclusive: Changing the Conversation on Growth). Basta destacar la breve presentación de sus organizadores para comprender no ya el contenido del mismo sino, sobre todo, la necesidad de afrontarlo como prioridad a lo largo del mundo:

«El crecimiento económico es uno de los pilares clave de la economí­a, ha de entregar mejores estándares de vida para todos e incrementar la prosperidad, acompañado de mejoras sociales y bienestar. Por tanto, los beneficios de un mayor y mejor crecimiento han de ser compartidos por la sociedad en su conjunto. Junto con las correctas polí­ticas y herramientas, está a nuestro alcance y podemos hacerlo posible» (íngel Gurrí­a, Secretario General de la OCDE).

«Los lí­deres a lo largo del mundo buscan nuevas ví­as para lograr un avance sostenible de un crecimiento económico que reduzca la pobreza y la desigualdad. Necesitaremos soluciones reales y esperanzadas. Hemos de construir una aproximación inteligente que base el crecimiento en el potencial de todos contribuyendo a una sociedad igualitaria que comparta las ganancias de forma equitativa, al servicio de todos» (Darren Walker. Presidente Ford Foundation).

Presentación para un debate que poní­a sobre la mesa una pregunta base: ¿Por qué ha de importar la inclusión en materia de crecimiento? La respuesta no vení­a de la mano de aproximaciones éticas, escalas de valores, vocación filantrópica o entretenimiento académico, sino de la identificación de una serie de «Costes de la Desigualdad» que resultan excesivamente graves y demoledores:

–  200 MM de personas sin empleo.

–  La pobreza continúa aumentando y afectando a millones de familias.

–  El desempleo juvenil crece de forma imparable.

–  Restricciones al acceso a los servicios esenciales.

–  Frustrante pérdida de expectativas y satisfacción de necesidades.

–  Un gran número de personas están perdiendo oportunidades y proyectos de vida y pierden su confianza en quienes han de definir y aplicar nuevas polí­ticas económicas y sociales.

–  La desigualdad en rentas aumenta de manera alarmante concentrando en el 10% de las rentas, hasta 10 veces la del 10% del decil inferior, cuando era menor de 7 veces hace 25 años. Y esta desigualdad  aumenta en todos los paí­ses y regiones del mundo, llegando hasta más de 100 veces en Africa.

Con un cuadro como éste, no cabe sino cuestionar aproximaciones y posiciones clásicas para iniciar una nueva manera de afrontar la insostenible situación. Así­, si hace muchos años se defendí­a un pensamiento mayoritario planteando la elección de polí­ticas y resultados económicos vs. sociales (trade offs) y se supeditaba «el reparto del beneficio» al resultado previamente obtenido y, afortunadamente, las mejores evidencias -contra corriente- han demostrado que aquellos paí­ses (y empresas) que entendieron la competitividad como un completo proceso en el que las polí­ticas económicas y sociales habrí­an de conformar una estrategia única y que, precisamente, una red de bienestar es el mayor y mejor de los factores de competitividad (como el Caso Vasco), hoy, resulta imprescindible no solamente poner el acento en CUíNTO CRECER sino, sobre todo, en Cí“MO CRECER. Es el momento inevitable de comprometer gobiernos y a la totalidad de los grupos de interés (stake holders), en todos los niveles (global, nacional, regional y de las Ciudades-Municipios) en la búsqueda y aplicación de polí­ticas, planes y acciones tangibles para favorecer ese Cí“MO CRECER, Cí“MO INCLUIR a quienes hoy no participan de los beneficios del crecimiento cuantitativo observable y cómo hacerlo de manera sostenible.

En la segunda intervención destacada, el Lehendakari confrontó a la complaciente y no autocriticada «intervención austera» de los diferentes organismos intervinientes, cuyos resultados se han demostrado coadyuvantes del deterioro social y agravantes de la profundidad recesiva de las economí­as bajo su máxima de aplicar igual diagnóstico, tratamiento y medicina a todos, desoyendo sus propias contradicciones internas (basta revisar informes sucesivos del propio FMI), confundiendo el comportamiento de gobiernos, Paí­ses, industrias y empresas como si de actores similares se tratara una estrategia de crecimiento basada en un propósito: el desarrollo humano y el elemento esencial a quien ha de dirigirse: LAS PERSONAS. En su intervención no solamente destacó los valores y pilares del llamado MODELO VASCO (del que, al parecer hoy los mencionados organismos internacionales intervinientes en el evento mencionan como referente de éxito y constatan sus resultados diferenciados respecto del entorno en esta profunda crisis) construido a lo largo del tiempo, sino que reclamó llegado el momento de exigir de los rescatados (en especial el mundo financiero y, sobre todo, de quienes lo han hecho muy mal y hoy son ayudados por quienes sí­ se ocuparon de sus deberes) el esfuerzo de «rescatar e impulsar» la economí­a. Una economí­a, decí­a, al servicio de las PERSONAS, con cara y ojos, solidaria, comprometida con un desarrollo humano que haga del empleo fuente de riqueza, dignidad y proyecto de vida, esenciales para el progreso social y económico. Una economí­a basada en la empresa, de iniciativa privada y social que no es un espacio de confrontación empresario-directivo-trabajador, sino un conjunto convergente comprometido con la creación de valor, riqueza, empleo y prosperidad.

Bienvenidas voces discordantes, rigurosas con la gravedad de la situación, conscientes de la necesidad de abordar polí­ticas de ajuste y saneamiento, pero con un POR QUí‰, un PARA QUí‰ y un hacia donde. Medidas y polí­ticas con un proyecto de futuro, deseable y alcanzable. Que no nos pase lo que el Comisario europeo, Joaquí­n Almunia decí­a en torno a su presencia en la citada cumbre: «España no tiene PROYECTO, ha salido de la recesión pero aún le quedan demasiados deberes pendientes»…

Es sin duda, un momento crí­tico y complejo. Necesitamos, SI, reactivar nuestra economí­a y crecimiento, pero hemos de hacerlo de forma inequí­voca hacia la Prosperidad Compartida.

Ojalá que esta «Cumbre» mediática nos deje, al menos, como «herencia colateral» la oportunidad de repensar «nuestras conversaciones» hacia un futuro deseado y próspero. Que en este año de Europa -del que hablaremos mucho hasta las próximas elecciones de Mayo- veamos una Europa que recupere sus esencias sociales dando sentido a la economí­a y que devuelva la esperanza a todos aquellos que hemos querido ver en ella mucho más que un mercado.