Más y mejores empleos… ¿Qué tan bueno es el tuyo?

(Artí­culo publicado el 7 de Septiembre)

El retorno veraniego nos recibí­a con la publicación de las cifras del desempleo en España correspondientes al mes de agosto, provocando un debate estéril y pasajero sobre la bondad o no de la estadí­stica coyuntural y su comparación con ejercicios pasados. Para unos -el gobierno, sobre todo,- se trata de un gran dato («el mejor agosto desde el inicio de la crisis aunque es un mes malo como todos sabemos») que refuerza el propagandí­stico entusiasmo del Presidente Rajoy empeñado en vender su «modélica España, envidia y ejemplo en Europa como lo avalan los estudiantes de Erasmus, el número de castellanoparlantes en el mundo y los éxitos deportivos» según se ha empeñado en transmitir en su mitin permanente… Para otros, es la evidencia negativa de la lejana no ya salida de la crisis, sino de una verdadera recuperación inclusiva.

Así­, en medio de este episodio mediático, la publicación del «OECD Employment Outlook 2014« bajo la dirección del responsable de Empleo y asuntos laborales y sociales de este Organismo internacional con larga trayectoria y reconocimiento en la materia desde su fundación en 1961, aparecí­a en el debate y nos dejaba un mensaje «mediático» resaltando el «cuestionamiento y perversidad de las polí­ticas de devaluación salarial otrora recomendados para combatir la crisis«, sugiriendo -ahora- un nuevo rumbo que parecerí­a apostar por retomar el incremento salarial como nueva receta post-crisis. Desgraciadamente, los medios de comunicación y el debate provocado se han centrado en este único aspecto. Han obviado resaltar que, tras Grecia, España seguirá siendo en 2015 la segunda peor economí­a europea en términos de empleo (24% desempleo) en contra posición a economí­as como Japón (3%), Euro-zona (11,2%) o USA (6-7%), con casi 3 veces el desempleo del 2007, volviendo a su perfil dominante: un desempleo estructural más allá de las crisis.

Este debate parcial oculta las, a mi juicio, verdaderas claves, retos y preocupaciones del mencionado Informe de la OCDE que en sus 260 páginas, aborda cuatro grandes apartados esenciales, no solamente para saber en donde estamos en materia de empleo, sino, sobre todo, hacia donde deberí­amos reorientar nuestras polí­ticas y compromisos: la evolución salarial en el tiempo, la calidad del empleo, el impacto del empleo informal o no regular,  y el impacto de la educación, competencias y habilidades para el empleo. Estos cuatro grandes apartados explicarí­an lo que en palabras del director del Informe, Stefano Scarpetta, configuran las lí­neas de actuación a seguir para dotarnos de «más y mejores empleos como objetivo indispensable para la recuperación inclusiva de la crisis«. Solamente, con una aproximación completa, podrí­amos afrontar más de una solución a los 45 millones de personas desempleadas, hoy, en el seno de los paí­ses de la OCDE, que castigan y excluyen, en especial, a jóvenes, a los menos preparados y cualificados para el empleo, a quienes llevan demasiado tiempo fuera del empleo (1 de cada 3 desempleados por más de 12 meses) y, en el medio y largo plazo, a los propios trabajadores que, hoy, disfrutamos del privilegio del empleo.

Bajo estas consideraciones previas, una lectura del citado Informe y su contraste con la realidad que vivimos, nos lleva a plantearnos una pregunta reveladora: ¿Qué tan bueno es mi empleo y qué oportunidades reales tengo de obtener un empleo garante del bienestar esperable?

Para responder a tan desafiante pregunta, el mencionado informe adelanta algunos avances y conclusiones de un interesante proyecto en el que vienen trabajando en conjunto la OCDE y la UE («Defining , measuring & assessing Job Quality and its links to labour market performance and wellbeing»-«Definiendo, midiendo y asegurando la calidad del empleo en relación con el rendimiento del mercado de trabajo y el bienestar») sobre la base de la interacción de los tres factores que consideran determinantes del bienestar del trabajador: la calidad de sus ingresos, la seguridad en el mercado de trabajo actual y su potencial futuro, la calidad del entorno de trabajo. Con este enfoque sistémico, no solamente confirman la insuficiencia de las polí­ticas macro-económicas y la imperiosa necesidad de intensificar nuevas y diferentes polí­ticas activas de empleo y un cambio radical en la educación-protección para el empleo, en un marco de competitividad (que como hemos insistido a lo largo de los años no busca menores salarios facilitadores de ventajas devaluatorias, sino los mejores salarios y bienestar de los ciudadanos). Si antes resultaba necesario, hoy es imprescindible estimular la demanda, incrementar el gasto público orientado al desarrollo económico y el empleo con su aseguramiento y protección social, invertir para la empleabilidad y devolver el dinero a las empresas y personas, facilitando el consumo responsable. Por supuesto, es momento de profundizar, ya, en las reformas de los mercados eliminando carteles inhibidores del correcto funcionamiento de industrias y servicios, y potenciar  la adecuada movilidad entre capacidades, empleo, empresas e industrias. En el rediseño e impulso de estas polí­ticas, los tres vectores clave de este cambio, exigen una especial atención en la temporalidad y no regularidad y formalidad del empleo que ha demostrado no solamente la incapacidad real de favorecer la empleabilidad a medio y largo plazo, sino que termina impactando de forma negativa la propia competitividad en las empresas, las diferencias salariales reales, la formación y las graves desventajas comparativas entre los colectivos más perjudicados por el desempleo: jóvenes, personas poco o mal formadas para el empleo demandable, parado de larga duración, empleados temporales de manera prolongada y personas «mayores» (¡a partir de los 45 años!) en cuanto al tránsito entre modelos para diferentes expectativas medias de vida…

En definitiva, la evidencia nos recuerda que padecemos una «recuperación incompleta». La ralentización sustancial del crecimiento salarial real ha agotado su recorrido dejando un generalizado empobrecimiento relativo de la sociedad, de manera transversal, si bien con mayor incidencia en el desempleado  y en el trabajador de menores salarios, demostrando que el abuso del empleo irregular no facilita ni la formación, ni la empleabilidad, ni la competitividad real y que el acceso temprano al mercado de trabajo no es garantí­a de empleabilidad permanente (mas bien retira del estudio a los jóvenes, no logra su correcta inserción y dificulta su formación y desarrollo profesional a futuro, a la vez que no redunda la necesaria transformación competitiva de las empresas…).

Desgraciadamente, no solamente la crisis nos ha destrozado en términos de empleo y bienestar. Otros factores exógenos han agravado la situación e hipotecan el futuro del empleo: envejecimiento y demografí­a, nuevas competencias y habilidades exigibles para el empleo, muchas polí­ticas públicas (vigentes y otras ausentes) y estrategias empresariales (o la ausencia de las mismas), disciplina, rigor, actitud y calidad en la enseñanza en una inadecuada relación formación-empleo. Todo un largo camino por recorrer.

Todo esto también está en el mencionado Informe de la OCDE más allá del relevante factor salarial. El camino a seguir es realmente exigente pero inevitable: necesitamos más y mejores empleos (ambas condiciones a la vez). ¿Qué tan bueno es el tuyo?, ¿Qué oportunidades de encontrar o generar otro que garantice tu bienestar?, ¿Qué tan preparado está nuestro Paí­s para ofrecerlos?

Vuelta a la realidad

(Artí­culo publicado el 24 de Agosto)

Coincidiendo con el inicio de la crisis económica en Occidente en el ya pasado 2008, la excepción del crecimiento chino conviví­a con una significativa euforia de «prosperidad» en el seno de su sociedad que dio lugar al éxito de la novela de Chan Koonchun, «Años de Prosperidad». La novela utiliza un atractivo y misterioso reclamo argumental, «Un mes perdido«. Un mes de tensiones, conflictos, despotismo y desprecio a las normas democráticas básicas, sectarismo gobernante y un oficialismo maquiavélico actuante desde una estrategia de manipulación y propaganda al servicio de intereses concretos de un determinado establishment. Un mes «suprimido del calendario» de modo que la complaciente y desinformada sociedad china pudiera disfrutar de ese paraí­so de la felicidad y prosperidad, ajeno al desarrollo real del mundo y, por supuesto, de su propia sociedad, más allá de determinados indicadores económicos. Un mes perdido, oculto, manipulado capaz de reinventar un cierto «mundo feliz», hurtando la realidad de la conciencia colectiva vendiendo una falsa prosperidad interna, única, alejada de la crisis exterior ejemplo y causa de todos los males.

Este entretenido hilo argumental novelado parecerí­a reproducirse con relativa intensidad en el tradicional veraneo del que disfrutamos. Así­, Agosto, dominado por un merecido descanso vacacional, por el «cierre ocupacional pactado», y por las fiestas que se extienden a lo largo de toda la geografí­a en beneficio de una sociedad necesitada de compensaciones y alegrí­as, en el que relajamos nuestras preocupaciones y aplazamos para el nuevo curso los problemas y retos que hemos de afrontar, se habrí­a convertido  en un mes perdido («robado, «eliminado»), bajo el ya previo paraguas de una legislatura de mayorí­a absoluta, decreto-ley semanal precedido de burbujas informativas, propaganda interesada, manipulación de la realidad trasladando el origen de todos los males «al exterior» pese al buen hacer del gobierno y su partido. Mes vacacional al que habrí­amos llegado tras los mensajes optimistas de un presidente Rajoy que anunciaba no ya la salida y final de la larga crisis sino la exitosa manera de hacerlo, como ejemplo de la economí­a mundial, nueva locomotora europea, referente académico futuro del que aprenderán las nuevas generaciones y, por supuesto, todo debido al buen gobierno, a sus polí­ticas internas y sin la necesidad de recurrir a rescate exterior alguno. Mes de descanso para el que dejábamos aparcados «pequeños problemas«, todos exteriores, como el desempleo estructural, la desigualdad, el empobrecimiento generalizado de el quinquenio de crisis, el desorden organizativo y de modelo de Estado, la confrontación polí­tica y la extensa mancha de corrupción invadiendo al propio Presidente y su partido, a la Casa Real, Baleares y sus arreglos inmobiliarios, Andalucí­a y sus ERES, Pujolitics, etc. Por supuesto, mientras la economí­a española funcionaba y el mundo feliz se personaba en el «interior», la ciudadaní­a «exterior» deberí­a ocuparse de una serie de problemas que les aquejaban: el desenlace del conflicto ruso-ucranio-europeo-mundial; la nueva invasión de Irak tras el desastre agravado con una primera invasión apoyada y promovida por cuatro ex lí­deres mundiales hoy fuera de sus responsabilidades públicas; una pléyade de refugiados y desplazados con los inacabados conflictos bélicos en Siria, Libia y Afganistán; el permanente conflicto y masacre de Gaza; la masiva llegada de una desesperada inmigración subsahariana a Europa… y, por supuesto, un sustancial parón en el crecimiento y desarrollo económico en otras economí­as.

Así­ las cosas, cuando el «mes perdido» parecí­a llegar a su fin y se anunciaba un éxito sin parangón de la nueva «locomotora europea», envidia, de nuestro entorno, próxima a acometer una profunda regeneración democrática, ha sido el propio gobierno desde su Ministerio de Economí­a quien, de la mano de la «mala influencia exterior» se ha apresurado a adelantar los peligros a los que hemos de enfrentarnos en el próximo otoño. Al parecer, el mes perdido vuelve al calendario. Efectivamente, tras unos dí­as de descanso, en un breve corte radiofónico, el gobierno español explicaba las causas «externas» que provocaban el parón exportador de la economí­a española (motor de la recuperación y de la supervivencia durante todos estos años de crisis en los que el mercado español desapareció), de modo que ya no eran las polí­ticas propias de Rajoy las que llevaban al éxito sino que era el comportamiento de las economí­as europeas (sobre todo Alemania y Francia), la ralentización del crecimiento en los paí­ses emergentes, el valor del euro en relación con el dólar, la crisis ruso-ucrania, la incertidumbre en Irak y su influencia en la energí­a, lo que explicaba el comportamiento de la economí­a española (para bien y para mal, dirí­a yo). El Secretario de Estado no tuvo oportunidad de incluir, aún, entre las causas citadas, el impacto del ébola o el cuestionamiento polí­tico (interno y externo) del Presidente Obama tras sus decisiones respecto a Irak y Missouri. Ha bastado un estornudo (un indicador trimestral que muy seguramente se verá mejorado en su próxima publicación y un verano de baja actividad ministerial y periodí­stica precipitan la reacción. Hoy mismo el euro-dólar varí­an sus posiciones de forma significativa, el ingreso turí­stico del verano favorecerá la balanza comercial…) para acercarnos a una realidad objetiva: la interdependencia compleja entre hechos, causas y percepciones que explican el estado de bienestar y prosperidad de una economí­a.

La trampa de «lo nuestro va bien y lo de fuera no funciona» termina atrapando a quien la manipula. Valoraciones aparte, cobra especial relevancia el entender la interacción entre los diferentes impactos (la inmensa mayorí­a de ellos fuera de nuestro control directo) que para bien o para mal terminan condicionando nuestra vida y determinando los escenarios en los que nos movemos. Así­, si bien resulta imprescindible comprender los potenciales impactos externos en un contexto en el que nos movemos y que han de incorporarse a nuestras propias estrategias (estados, paí­ses, empresas, personas), serán precisamente estas decisiones propias las que habrán de establecer nuestras propias decisiones orientadoras de ese deseado y soñado espacio de prosperidad del que hablamos y no podemos renunciar a nuestro propio protagonismo y evitar ese «mes robado» de la metafórica y novelada referencia china. La realidad es nuestro verdadero reto. Así­, aunque el merecido descanso temporal nos haya permitido relajarnos, recordemos una serie de hitos que el calendario otoñal nos tiene preparados para la vuelta. El «mes perdido» y las próximas hojas del calendario no podrán borrarse por decreto-ley.

No nos despistemos. La burbuja propagandí­stica ha empezado a calentar motores y a proclamar una nueva regeneración democrática con su reforma electoral (cambiar las reglas del juego a mitad del partido) extendiendo una serpiente de verano que anuncia una baterí­a mediática intensa ante los acontecimientos reales por venir. Escocia y Catalunya son mucho más que dos citas (diferentes y con recorrido propio) que habrán de impactar en la economí­a y polí­tica del Estado de manera relevante, condicionarán -con independencia- del resultado del referendum en el primer caso y de la celebración o no de la consulta en el segundo, el futuro modelo de Estado, su financiación, la gobernanza, las reformas inevitables de la Constitución, las polí­ticas públicas y modelos de participación ciudadana y, en verdad, los elementos clave de una regeneración democrática. Adicionalmente, y con imprevisibles interacciones, no podemos olvidar que la extensa mancha de corrupción ha inundado los tribunales y está en un punto álgido, excediendo el ámbito concreto y privado de los implicados con serias connotaciones y consecuencias polí­ticas y de Estado que habrán de condicionar esa tan mencionada regeneración, renovaciones de cúpulas y maneras de ejercer el servicio público y gobierno. Tenemos un contexto pre electoral inmediato y… siendo «asuntos internos» (que en palabras del Ex Presidente de gobierno español, Felipe González, «eran cuestiones de Directores Generales…») exigirán de una gran dedicación y responsabilidad de todos.

El estado de prosperidad y felicidad que deseamos no será fruto ni de la propaganda ni del pasotismo ni de una actitud indolente de «dejarlo pasar» a la espera de que las cosas sucedan. Cualquier intento por dejarse llevar por la maní­a de los «cortes radiofónicos de 30 segundos», ó por las señales parciales e indicadores macro y temporales no llevan a ninguna parte. Se trata de no olvidar que los grandes problemas sobre los que si se puede y se debe actuar desde dentro, están sobre la mesa y es, precisamente ahora, cuando exigen nuestra respuesta: bienestar, progreso social, gobernanza, nuevo modelo de Estado y su autogobierno, normalización democrática (y no olvidar la pacificación aun pendiente), no son etiquetas polí­ticas «que hoy no preocupan al ciudadano que lo que demanda es empleo«. Es precisamente el empleo, la capacidad de generarlo, la capacidad de crear riqueza sostenible y de administrarla en un modo concreto lo que obliga a considerar todos estos elementos trascendentes en cualquier modelo económico. No es por tanto, el í­ndice inconexo de una proclama polí­tico-electoral, sino el espacio esencial de la tan anunciada regeneración democrática que permita dotarnos de un futuro deseado. No es momento de discursos huecos ni de perpetuarse en el engaño.

Hace diez años, en el verano de 2004, el entonces joven senador de Illinois, Barack Obama, despertaba una ola de ilusión en su discurso inicial para su candidatura demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos de América. Su discurso,» Audacity of Hope» («La audacia de la Esperanza»), anticipo del que más tarde fuera su libro conductor de su polí­tica de gobierno a lo largo de esta década, pretendí­a poner en valor la polí­tica y los servidores públicos a la vez que provocar un rencuentro entre los mundos público y privado al servicio de la Sociedad. En un contexto de claro distanciamiento, de confrontación partidaria, de descrédito y desapego y de búsqueda de soluciones unipersonales. Proponí­a una nueva manera de afrontar los retos y demandas sociales, una nueva forma de gobernanza, una nueva consideración de los demás y un nuevo rol e interrelación de su Paí­s con el exterior y los demás. Su discurso de regeneración democrática, en contraposición a la práctica observada en sus antecesores le llevó a la Casa Blanca y, de inmediato, con más discursos y promesas que hechos, le concedieron el premio nobel de la paz. Hoy, más allá de logros y fracasos que el tiempo y los electores  definirán, con solemne fortaleza y tranquilidad comparece ante los medios dirigiendo nuevas intervenciones en Irak (guerra que criticó y de la que prometió salir), navega en procelosas y turbulentas aguas de Gaza y Ucrania y «observa con preocupación y desolación» el rebrote histórico de la no integración racial en Missouri y sus amplias secuelas de marginación y exclusión del sueño americano. Sin duda, la complejidad de la gobernanza y de los retos de nuestras sociedades así­ como los sueños honestos de quienes asumen el liderazgo (público o privado) no son fácilmente traducibles en los resultados esperados por todos. Si son exigibles, sobre todo, compromisos, responsabilidad y coherencia en la esperanza de un mundo mejor y en la audacia necesaria para afrontar retos y problemas. La prosperidad esperable no puede dejarse en manos dela venta y propaganda ni, tampoco, en los demás. Como Obama, ni él ni ningún gobierno o lí­der es responsable de todos los males que nos quejan ni de todos los logros de una Sociedad. Son demasiados los factores que intervienen en el escenario y resultado final y la interdependencia sistémica exige una complejidad participativa máxima con el compromiso de todos los agentes económicos y sociales de las diferentes sociedades implicadas.

Solamente de esta forma, desde el compromiso personal y colectivo, activaremos una verdadera manera de afrontar nuestra propia prosperidad. El camino no es el cómo vender felicidad ocultando la realidad sino responder al cómo nos hemos dejado atrapar en un sistema y momento como éste y, sobre todo, el cómo reinventarlo al servicio de una sociedad próspera y feliz.

No dejemos, en ningún caso, que más allá del verano, los largos años de crisis y la dura realidad que vivimos, se «borren del calendario» como si nada hubiera pasado y cambiado. Hemos aprendido mucho. Pongámoslo en valor y construyamos -esta vez no de forma novelada sino real- nuestros años de prosperidad.

Cuando los estados y sus territorios se mueven

(Artí­culo publicado el 10 de Agosto)

Si bien a lo largo de la historia las ciudades (o, de forma más precisa, las ciudades-región) han sido los principales motores de crecimiento, riqueza y productividad, todo parece señalarlas, con renovada intensidad, como las verdaderas protagonistas de la competitividad y prosperidad del futuro más allá de la actual configuración y posición dominante de los Estados. Hoy, la urbanización creciente (por primera vez en la historia es mayorí­a la población urbana) y la concentración y «globalización» económica vuelven su referente hacia la Ciudad, lo que hace que este fenómeno, se vea reforzado. Atendiendo a un reciente informe, próximo a publicarse por el World Economic Forum de la mano de su Consejo de Competitividad, en el que se analizan una serie de megatendencias, parecerí­an adelantarse nuevos escenarios dadas una serie de megatendencias destacables como: 1) Los procesos demográficos y migratorios y su creciente concentración urbana integradora de la clase media emergente, 2) Una creciente desigualdad en geografí­as próximas y, en especial, en las grandes urbes, 3) La cada vez mayor demanda de un nuevo espacio de sostenibilidad, 4) Radicales y disruptivos cambios tecnológicos y sus aplicaciones a los mundos del trabajo y de la provisión de servicios y soluciones a los desafí­os de la sociedad, 5) Una progresiva e imparable clusterización de las actividades económicas cada vez mas entrelazadas generando amplias cadenas de valor en un contexto de interdependencia entre ámbitos local y global, 6) Una nueva gobernanza -pese a las resistencias del sistema establecido- demandante de nuevos conocimientos, una mayor participación y democracia real.

Y es precisamente en este contexto esperable, en donde las ciudades-región definen su competitividad y propósito de progreso social, en donde habrán de reconfigurar su propio marco institucional y fijar su compromiso-desafí­o en materia económica, social y polí­tica, organizando su propio espacio «único y diferenciado», estableciendo sus mecanismos de interrelación con terceros. Nuevos espacios que demandarán instituciones, polí­ticas, estrategias y procesos determinantes de un cierto nivel de productividad y bienestar, diferente en cada caso, sostenible en el tiempo en respuesta a los grandes desafí­os, cambiantes, a lo largo de su propia historia y propósito de futuro. Así­, el citado Informe («The Competitiveness of Cities»), propone una «taxonomí­a de las ciudades exitosas del mañana» que contrasta  con el estudio del desarrollo de 33 ciudades (Bilbao-Euskadi entre ellas), a lo largo del mundo, analizando sus distintas instituciones, marcos y procesos en la toma de decisiones (¿cómo reformar?); el como generar, regular e impulsar un entorno propicio para el desarrollo incluyente y próspero (¿qué reformar?); sobre que pilares e infraestructuras basar y acelerar su transformación, (que de una u otra forma y en algún momento del proceso exigirá dotaciones fí­sicas y recursos adecuados (¿Conectividad hard o fí­sica?); y como potenciar su capital humano y social (¿Conectividad soft?). Cuatro ejes sobre los que profundizar en el análisis de cuyas conclusiones observada y lecciones aprendidas podemos destacar, entre otras cosas, el hecho de que cada región o ciudad es única, que su futuro y desarrollo ha de ser flexible y progresivo, coherente con la voluntad y compromiso de sus ciudadanos y agentes económicos y sociales, ha de contar con instituciones sólidas, creí­bles, transparentes, facilitadoras de movimientos y acciones largo placistas, actuando sobre la totalidad de los factores crí­ticos de forma simultánea, priorizando acciones y recursos y dotándose de los medios especí­ficos para su logro, siempre sometidos a un conocido sistema de control («accountability»). Todo este proceso exige un claro sentido de pertenencia (fuente de compromiso y solidaridad) y una voluntad polí­tico-social con un claro deseo de apropiarse de su propio destino.

Sin duda, un buen número de factores que habrí­an de configurar un nuevo futuro para cualquier ciudad-región que aspire a ser mucho más que un mero «contenedor fí­sico» en el que se alojen acontecimientos, hechos, obras, bienes fortuitos, heredados o depositados por terceros al amparo de otros intereses o servicios externos. Por encima de todo, el futuro de las ciudades será cuestión de propósito y proyectos compartibles y no de decisiones impuestas o uniformes, iguales para todos.

El citado informe, viene a coincidir con una nueva ley de ordenación del Territorio y de la distribución competencial entre los distintos poderes públicos en Francia. El pasado 23 de Julio, se aprobaba «la Nouvelle Carte de France» (si bien pendiente de su revisión y sanción por el Senado en el próximo otoño) lo que supone un último paso (de gran calado) en el proceloso y complejo empeño transformador de la Ordenación territorial de Francia en pasados treinta años, en una apuesta «descentralizadora», siempre supeditada a la, al parecer, inevitable «grandeur»  centralizadora del gobierno vecino. Una nueva reforma que según su propia exposición de motivos «pretende construir el futuro desde la eficiencia y la modernidad, racionalizando el gasto de sus administraciones públicas, favoreciendo la concentración económica en metrópolis competitivas en el concierto global, a partir de una administración única.» «Un nuevo mapa que reconfigure la relación regional sobre las bases de la homogeneidad y tamaño económico eficiente y no sobre la cultura, identidad e historia que, en ocasiones, provoca duplicidades, dificulta la gestión y demanda infraestructuras costosas».

Bajo estos principios, el gobierno francés (socialista) cuyos votos han posibilitado este primer paso, perfila una reorganización -una más- de sus 101 departamentos, 36.700 ayuntamientos, 22 regiones y 2,600 agrupaciones intermunicipales, unificando y distribuyendo competencias únicas y exclusivas en una nueva Administración íšnica. Reforma que, tras su secuencia de leyes y elecciones en desarrollo, en un dilatado calendario, lleve a un nuevo escenario en el 2020, sobre la base de una serie de premisas que parecen contradecir el verdadero ritmo de los tiempos.

Así­, Francia descubre la Metrópoli para concentrar sus polí­ticas, recursos y motores de desarrollo en 13 mega ciudades foco de sus regiones de nueva planta, reformulando su mapa, volviendo a dibujar cuál tarea de delineantes y «traza- fronteras», los nuevos espacios de futuro, precisamente, cuando la economí­a pretende cada dí­a tener más alma y ojos que recetas conductistas, cuando el tamaño mí­nimo se ve desplazado por la interdependencia entre las diferentes unidades económicas, cuando el capital social y su compleja interrelación aporta más valor que la sumatoria productivista medible en economí­as de escala del pasado y las cuentas de resultados de empresas aisladas, cuando la llamada globalización reclama una importante «vuelta a casa» poniendo en valor el factor local, cuando el progreso y bienestar demandan soluciones diferenciadas y cuando son precisamente las grandes aglomeraciones metropolitanas las que ofrecen peores í­ndices de habitabilidad y confort, mayores brechas de desigualdad y marginación, mayor demanda de recursos e infraestructuras, menor grado de participación democrática y mayores problemas de gestión, contra poder y control.

De esta forma, como primer paso, Francia reorganiza sus 22 regiones en trece, suprime Consejos Regionales, elimina miles de cargos electos, fija una nueva dimensión mí­nima obligatoria para disponer de un ayuntamiento y gobierno municipal (20.000 habitantes) e incluso promueve una reforma constitucional supresora de la llamada  «competencia  general» que facilita a toda Administración, del nivel que sea, intervenir en aquellas áreas de interés y demanda de su Sociedad. En definitiva, un largo camino por recorrer, en contraposición a muchos de los elementos crí­ticos que comentábamos en el primer Informe sobre la Competitividad de las Ciudades.  Estamos, por tanto, ante una reforma que si bien ofrece la bondad de afrontar la inevitable transformación de los espacios regionales, parece primar principios del pasado, soportados en la ideologí­a centralizadora de quienes creen que por el hecho de gobernar desde el centro de los Estados vigentes y el establishment, poseen el don de la eficiencia, del mejor conocimiento de las cosas y de una mayor capacidad tutelar sobre el resto a quienes siguen considerando de «provincias» cualquiera que sea su estatus administrativo (y ya no digamos polí­tico). Esta herencia que parecerí­a conceder, por derecho divino, la supremací­a perpetua. Todo en/desde el centro serí­a mejor… Sin embargo, no podemos olvidar la maldad del planteamiento.

Toda una reforma para «descentralizar» que no para «desconcentrar» o devolver poder y competencias a las personas, las ciudades y las regiones, huyendo de cualquier compromiso de empoderamiento, compromiso, propósito y libre decisión. Una reforma que desprecia la historia, la identidad, la cultura y la diferencia, ó la organización pre existente, el grado de desarrollo institucional o la voluntad de construirse su propio espacio, o de las interacciones de vecindad regional, como elementos crí­ticos a la hora de construir su futuro. Un reparto que provoca la integración de «vecinos distantes» bajo el criterio de la proximidad y el tamaño, sin atender a relaciones culturales, sociales o tejidos económicos y lazos históricos. Principios y proceso que no hacen sino recordar fracasos históricos como los ya conocidos repartos de fronteras casi siempre de la mano de compromisos nupciales, guerras a favor de los vencedores, o imposiciones conquistadas. La(s) Metrópoli(s)  termina dictando las reglas de juego obviando la realidad de las personas y pueblos. El tiempo, como la naturaleza, recupera sus cauces, desgraciadamente, con demasiadas pérdidas en el camino.

Este nuevo escenario, en lo que se refiere a Euskadi (y, en concreto, a su larga reivindicación de un Departamento propio en el Pays Basque) parece complicarnos las cosas. Si bien la propia Ley permite el potencial intercambio entre regiones a la búsqueda de un mejor «re acomodo», resulta evidente que los criterios seguidos en este caso en la integración de los espacios Aquitania-Limousin-Poitou-Charentes, no solamente priorizan tamaños escasamente relacionados sino que difieren de la «singularidad» respetada en los casos de Bretaña y Córcega (historia, cultura, lengua y activismo) con escasa referencia a la atractividad y desarrollo económico que se suponí­a moví­a la reforma. Eso sí­, en todo caso, la Metrópoli elegida es Bordeaux lo que permite acotar una ciudad hermanada, con algunos intereses y proyectos compartibles lo que posibilita explorar nuevas ví­as colaborativas, confiando en que Parí­s quede un poco más alejada de determinadas decisiones del dí­a a dí­a (veremos en que quedan las competencias generales y los recursos financieros asignables con la descentralizadora reforma). Recordemos que las Ciudades son mucho más que sus propios lí­mites geográficos y que su propio sentido viene dado por u interacción con el hinterland del que forma parte. Recordemos que lo que haga Francia y sus nuevas regiones no será una experiencia asilada respecto a una Europa regional que se supone está en desarrollo y redefinición. Recordemos que el estado español no puede aplazar la revisión de su modelo territorial…

En todo caso, compartiendo o no los criterios del modelo francés, resulta de interés comprobar que el mundo se mueve. También en lo que se refiere a la ordenación del territorio y configuración del Mapa de los Estados. Comprobar que pese a lo que algunos afirman, proclamando la imposibilidad de «modificar» el mandato de los Estados y su gente a redefinir sus lí­mites, su organización polí­tico-administrativa, sus modelos de relación, su gobernanza, el esquema de dotación de recursos, etc., éstos resultan inevitables y no han de esperar a la fuerza de las armas o la herencia monárquica para decidir un nuevo estatus. Ni que decir que procesos de reconfiguración democráticos, se extienden a lo largo del mundo y son una realidad creciente y no una simple anécdota. Las constituciones contemplan sus propias modificaciones, la complejidad del mundo que vivimos y viviremos no puede quedar encorsetada en modelos asumidos hace siglos, estáticos, sin el análisis profundo de la Sociedad que «contienen». El proceso es cambiante y dinámico y no homogéneo. Francia ha elegido un camino y unos criterios tras su propio análisis. Otros planteamos otros modelos y principios. La única respuesta no válida es el inmovilismo porqué sí­. Este nuevo mapa francés es una buena excusa para repensar nuevos modelos de Estado en coherencia con nuevas demandas, desafí­os y aspiraciones de la Sociedad.

A lo largo y ancho del mundo, nuevas realidades surgen dí­a a dí­a. El territorio ha pasado a jugar un nuevo rol. Nuevos jugadores, nuevos criterios, nuevos desafí­os y nuevas soluciones.

Sin duda, hoy, Francia también se mueve. ¿Otros lo harán mañana?

Yes Scotland… ó «¡No nos dejes así­!»

(Artí­culo publicado el 27 de Julio)

Ni es la primera vez ni será la última en que tratemos aquí­ el proceso de Escocia hacia su independencia. Hoy, la coincidencia del destino (o adecuada programación según se mire) hace que se celebre la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en  Glasgow, dando a Escocia la oportunidad de destacar en su capacidad organizadora, potenciar su protagonismo diferenciado dentro de la Unión y experimentar un determinado mundo de «relaciones internacionales» dentro de su histórica y natural unidad de comercio mundial,  cuando conforme al calendario de Yes Scotland restan 56 dí­as, 11 horas y 30 minutos para la «decisión mayoritaria en favor de la independencia de Escocia» en su próximo referéndum del 18 de Septiembre. Aunque parezca mentira, el éxito de los Juegos puede empujar los votos indecisos hacia la independencia escocesa. Así­, cincuenta dí­as de juegos con la participación de las 70 naciones asociadas concluyen, prácticamente, en la cita con las urnas. Deporte, escaparate mediático extraordinario y recta final decisoria confluyen en un escenario de máxima importancia y militancia polí­tica.

En plena campaña, las encuestas se alinean en torno a un reñidí­simo margen que, o bien dará el SI a la independencia, o quedará en un mí­nimo y estrecho NO, que en todo caso, abrirá un nuevo escenario de negociaciones entre los gobiernos inglés y escocés cara a definir un nuevo modelo de relación a futuro. Ya sea el SI, con el mandato a los gobiernos inglés y escocés de acordar la forma de generar un nuevo estado independiente, o un NO que obligue, también, a repensar una nueva manera de avanzar-seguir juntos dentro de la Unión adecuando las aspiraciones y realidad actual a un escenario compartible. Espacio negociado que, a su vez, se verá condicionado por una inmediata renovación del parlamento británico en la primavera próxima, un debate inglés sobre la permanencia o no en la Unión Europea, una OTAN alterada por la crisis ucraniano-rusa y una Europa en plena «reinvención» a la búsqueda de su rol post crisis.

Y es en este contexto, en el que merece la pena destacar algunos comentarios de interés que la prestigiosa revista británica The Economist recoge en un espacio especial sobre el «tema escocés» (o británico según se vea). Sin descalificaciones ni miedos infundados, se posiciona en su editorial claramente a favor del NO, argumentando su deseo de mantener siglos de Unión que explican una determinada manera de entender el UK (Reino Unido) bajo la corona. Entre su trasfondo editorial, no oculta una cierta pereza ante la complejidad de un proceso negociador que conllevarí­a el SI escocés, traducido en lo que entiende el informativo, serí­a una clara disminución del poder y capacidad de influencia mundial del «nuevo Reino Unido Reducido (UK)», resultado de una Escocia no unida al Reino Unido, o mejor dicho, no unida a Inglaterra, conforme al status quo. Su gran lamento editorial es suficientemente gráfico: «¡No nos dejes así­!».

Lo que en verdad es reseñable no es el posicionamiento del prestigioso grupo de comunicación, (se agradecerí­a la claridad y honestidad editorial de otros medios ante procesos más o menos asociables) sino la normalidad con que aborda el asunto, que no conflicto. Empieza por afirmar que Escocia puede ser independiente, más próspera y viable conforme a la proclama de los partidarios del SI. Reconoce que la propuesta escocesa pro SI es atractiva y permitirí­a, en caso de llevarse a la práctica, una mejora relativa en los niveles de bienestar del escocés medio y aportarí­a un mayor equilibrio territorial respecto del desigual reparto existente en estos momentos, claramente favorecedor del hinterland de Londres. Lo que cuestiona, sin embargo,  es su impacto  en el Reino Unido Residual (UK) con una, en principio, pérdida relativa de influencia en el contexto internacional, obviando el papelón representado en la reciente configuración del Parlamento y la Presidencia europea, por no recordar el rotundo fracaso de su embajador Blair en Oriente Medio, Irak… dando por firme el supuesto rol determinante de la Inglaterra actual versus el futurible nuevo esquema colaborativo que pudiera producirse con una Escocia con voz y decisiones propias. Sostiene, por tanto, que es mejor que sigan juntos a que no lo estén. Pero acto seguido, en una especie de explicación del ¿por qué y cómo hemos llegado hasta aquí­?, se plantea una cuestión fundamental: «Juntos no puede significar seguir como hoy. Un nuevo mundo exige nuevas fórmulas de Estado, más abierto, más independiente, más británico y menos inglés, con mayor peso de Escocia en las decisiones internas y no más centralizado tal y como Inglaterra se ha empeñado en reconvertir el proceso de Devolución de Poderes a Escocia». Como argumentan jóvenes independentistas, dice, «hay más osos panda en el zoológico de Londres (2) que parlamentarios escoceses en Westminster».

Escocia-Londres, al igual que Euskadi y Catalunya, en procesos similares de «Devolution» o «Desarrollo Estatutario», en su relación con Madrid-Estado Español, padecen de una unilateral manera de orquestar e institucionalizar un pacto histórico que se ha venido reconvirtiendo hacia una excesiva recentralización uniformizada. Lejos de aceptar los Estatutos de Autonomí­a o las leyes de Devolución de poderes (se supone que sobre la base de derechos pre existentes al pacto en cuestión), conforme a su espí­ritu y letra al objeto de configurar un nuevo modelo de Estado, facilitador de la «confortabilidad» de unas naciones deseosas de responsabilizarse desde su protagonismo y su voluntad de apropiarse de su futuro, pactando un nuevo marco de autogobierno pleno, los modelos en curso se han convertido en la  imposición continua de un pensamiento único, de un juego y mercadeo a voluntad unilateral y centralizada en función de los intereses particulares de los gobiernos (español-inglés), cuando  se supone habrí­an de abrir el Estado hacia una nueva filosofí­a y manera de entender una apuesta de interacción colaborativa. Por el contrario, lejos de cumplir con sus compromisos, con una visión miope, egoí­sta y conservadora de su propio establishment, se muestran incapaces de comprender el «interdependentismo económico» que se generaliza en una economí­a internacionalizada, pero ni única ni homogénea ni global, demandante de nuevos modelos de organización, gestión, control y gobernanza hacia un corte confederal (más allá de federalismo de geometrí­a variable y  asimétrica) que dé una mejor respuesta a las distintas configuraciones y aspiraciones de gobiernos, pueblos y sociedades. Nuevas visiones demandantes de nuevos modelos de gobernanza. La realidad no es otra que Londres-Madrid giran,  circularmente,  desde y hacia el jacobinismo homogéneo al servicio del establishment  tradicional bajo la excusa de una supuesta indisoluble unidad histórica. Nada de tendencias de apertura y proximidad en una más directa democracia participativa, nada de autogobierno real, nada de bilateralidad, nada de transferir competencias, poder polí­tico y recursos bajo principios legí­timos de subsidiaridad, nada de diferenciar las estrategias y polí­ticas adecuadas a tejidos económicos y sociales distintos, nada de reconocer mayorí­as de edad y mucho menos el propiciar la mejor manera de construir espacios socio-económicos competitivos regionalizados. Pese a su discurso invitando a un espacio de futuro acorde con la modernidad de la globalización que explicarí­a la única dirección a recorrer, ofrecen una ya conocida y desalentadora posición en la contra de los tiempos. Su mensaje no ilusiona. No ofrece un mañana mejor. Ofrece «más de lo mismo», con los mismos protagonistas del pasado, desde sus posiciones cómodas del ayer (para ellos) y con escaso compromiso y credibilidad. Tanto Londres como Madrid constituyen el discurso del pasado. El uno, para retener a Escocia, preconiza un futuro pobre y subsidiado para una Escocia a la que sigue observando con superioridad, débil, incapaz de construir su propio futuro en bienestar. El otro, Madrid, pretende atemorizar a Catalunya y Euskadi con una supuesta fragilidad. Transmite miedo a que no puedan  financiar su particular e independiente estado de bienestar, a no poder cubrir sus pensiones, a padecer el vendaval de la huida de empresas y centros de decisión, a la pérdida del mercado español (como si hoy existiera y su economí­a presentara escenarios de crecimiento, empleabilidad y riqueza más atractivos que otros espacios emergentes a lo largo del mundo) y aislamiento  europeo en un tránsito lleno de dificultades, como si la España que sugieren no solamente no careciera de ilusión y viabilidad, sino que obviara el desempleo estructural, la  desertización industrial, el retraso tecnológico, y la desarticulación territorial, empañadas -además- con una gobernanza invadida por corrupción y descrédito (precisamente, de los mismos que pretenden ofrecer alternativas mejores), que, de forma inevitable, exige estrategias diferenciadas. En este caso, ni Catalunya ni Euskadi pueden construir su futuro desde el homogeneizador «café para todos» bajo el tibio techo de un estado de las autonomí­as de baja intensidad, gestión centralizada y unilateral. Ofrecer la nada a cambio de complejidad es muy poco bagaje para nuevas generaciones que reclaman su propio futuro.

Es verdad, volviendo al editorial comentado, que el SI a Escocia (y mañana a Catalunya y Euskadi) supondrí­a un paso hacia la complejidad negociadora, hacia  la reinvención de una alianza en materia de defensa y seguridad diferente a la actual y exigirí­a reconstruir un sistema monetario propio o participar del ya existente (libra o euro), habrí­a que retomar la manera de continuar siendo Miembro de la Unión Europea (los artí­culo 48 y 49 del Tratado lo posibilitan por ví­a corta o larga con o sin apoyo del Estado pre-existente) y reinventar un nuevo servicio exterior, como principales dificultades. En el caso escocés, se añade con especial relevancia el ejército, la seguridad y la pertenencia o no a la OTAN con el desencuentro respecto del TRIDENT o posicionamiento nuclear. Ahora bien, ¿ni Londres ni Madrid habrán de replantearse todos estos desafí­os con o sin Escocia, Euskadi y Catalunya? o ¿es que un NO a la independencia equivaldrí­a a la parálisis en las propuestas (inexistentes) de futuro para los Reino Unido y España actuales?, ¿es que ambos pueden permanecer impasibles amparados en un hipotético NO a Escocia, o la no celebración de una consulta en Catalunya, o ignorando-vetando un proceso alternativo a Euskadi tras su derecho a decidir?, ¿basta recuperar pactos no escritos de merchandising de una «renovada casa real», una reforma electoral de parte excluyendo «voces minoritarias» o «fumarse un puro» esperando que amaine?, ¿es que Europa no ha de afrontar una nueva gobernanza, una nueva manera de incorporar a sus miembros y de acometer sus desafí­os polí­ticos, económicos, sociales y territoriales?

Escocia, en su apuesta por el SI, ofrece un Paí­s más próspero con el compromiso, responsabilidad y sacrificio de sus ciudadanos. Inglaterra ofrece «cambiar», dar mayor peso a Escocia y minimizar riesgos futuros desde su gestión unilateral. Advierte que sin Escocia ambos se verí­an debilitados (sobre todo Londres) en su influencia mundial. Madrid, por su parte,  ofrece «fidelidad a una cierta historia de Unidad» y una nueva «regeneración democrática» (la suya) para seguir igual. Su fórmula bipartita serí­a garantí­a suficiente. La realidad es que, efectivamente, el mundo ha cambiado y lo hará aún más. No hay recetas mágicas, no hay paraí­sos estables y conocidos. Como la nada sospechosa editorial del Economist recordaba, en palabras de un militante escocés por el SI, «navegaremos en aguas turbulentas, todos, también en Westminster y Bruselas, pero nosotros si sabemos hacia donde queremos ir». Y yo añado, en Catalunya y Euskadi, también.

Mientras tanto, en Madrid, nuevos manifiestos, campañas y voces «intelectuales» claman por «el dislate catalán», y -en seguida- vasco, desde el miedo y la amenaza del inmovilismo, en una desesperada  y corto-placista cruzada para  paralizar cualquier iniciativa (el episodio semanal de las «balanzas Fiscales» como supuesto instrumento inapelable para demostrar» la imposible sostenibilidad de la cohesión regional o los privilegios económicos y sociales», no hace sino calentar motores ante un otoño focalizado en Catalunya y, con especial deriva hacia Euskadi). Así­ las cosas, no parece que podamos ser demasiado optimistas más allá de lo que nosotros mismos seamos capaces de hacer. De momento, tenemos un verano de por medio, un Septiembre inmediato con un nuevo curso repleto de hitos relevantes: Diada, Referéndum escocés, consulta catalana…

Sin duda, no hay dos casos iguales. Cada uno ha de recorrer su propio camino. Pero, palabrerí­a al margen, la interdependencia en otras materias, también aquí­ resulta de aplicación. Hoy, lo que toca es, simplemente, y por orden, Yes Scotland.

Diseño Industrial en Euskadi. 30 años después… Design FORwHUM?

(Artí­culo publicado en Deia el 13 de Julio)

Hace 30 años, el entonces recién creado Departamento de Promoción y Desarrollo Económico de la Diputación Foral de Bizkaia, proponí­a su Plan de actuación económica 1984-1987 en el que incluí­a una serie de iniciativas de Polí­tica Tecnológica e Innovación, entre las que se recogí­a DZ-Centro de Diseño Industrial con el objetivo de atraer conocimiento y experiencia internacional, formar y crear competencias y capacidades en el Paí­s, promover emprendizaje en su ámbito de actuación, generar una red-networking profesional y facilitar su difusión e información. Todo ello orientado a «crear y generar  un movimiento para incorporar valor a nuestro tejido industrial». Nací­a una iniciativa que empezó por reclutar y formar futuros profesionales en un campo hasta entonces escasamente apreciado y poco introducido en los procesos y productos manufactureros. Así­, las principales escuelas y centros de diseño (Alemania, Reino Unido, Italia, Chile, México, Finlandia…), establecieron convenios con la DFB-DZ y abrieron sus puertas a la formación de un núcleo básico de personas competentes como germen de lo que hoy son cientos de profesionales, empresas y organismos especializados en el diseño en sus múltiples facetas y áreas de intervención. Como tantas iniciativas disruptivas, también ésta fue objeto de crí­ticas y debates periodí­sticos, bien porque surgiera de «un ámbito local o menor», porque viniera apoyada en «profesionales extranjeros» o porque «ya hay Centros de Diseño en Catalunya y no hay lugar para otro en el Estado» o, incluso, porque «no son estudios universitarios serios». Afortunadamente, DZ siguió adelante y, progresivamente, fue sumando apoyos del Gobierno Vasco, de unas pocas empresas y de la propia Comunidad Económica Europea (de entonces), captando fondos estructurales para su equipamiento y explotación así­ como para la promoción del diseño en todas las áreas vectoras de entonces (diseño gráfico, diseño industrial y diseño multimedia).

Con esta base y el esfuerzo continuo de profesionales, empresas e Instituciones se ha llegado hasta aquí­. Esta semana, con ocasión del dí­a mundial del diseño, bajo la iniciativa del Bilbao-Bizkaia Design & Creating Council (BBDCC), se han celebrado unas jornadas de promoción con la pretensión de impulsar este nuevo foro de diseño orientado a las llamadas «industrias creativas» en las que el mundo multimedia («fun & serious»), la moda, la arquitectura efí­mera y las ciudades parecen acaparar el complejo mundo del diseño. Invitado a participar en el mismo, me preguntaba de qué FORO estamos hablando y, sobre todo, lo que llamo -usando las prácticas creativas- «Design FORwHUM», es decir, ¿diseño par quién o para qué?

El propio BBDCC-BEAZ realizó un estudio comparado de la industria del diseño (Euskadi, Alemania, UK, Italia), del que se desprende una taxonomí­a no excesivamente optimista cara a su fortalecimiento y factor esencial de desarrollo futuro (muy similar, por otra parte, en los diferentes paí­ses objeto del análisis). Se tratarí­a de un mundo sumamente atomizado, poblado por microempresas unipersonales, «fashion oriented« y un tanto excluyente de otros espacios como si el resto de las industrias no fueran creativas -o no deberí­an serlo-, locales y sin vocación ni interés ni capacidad de crecer y/o internacionalizarse, asociables al auto empleo individualizado, concentrado en el producto de bajo o medio contenido tecnológico, con excesivo peso en la llamada «creatividad», un tanto aislada del valor y no inserta en el tejido industrial y las principales apuestas de futuro de nuestra economí­a Paí­s. Adicionalmente, se observa un esquema de ayudas públicas  con claro sentido horizontal y de escasa intensidad de intervención directa. En definitiva, la fotografí­a de una industria que si bien ha superado la necesaria atracción y creación de talento requeridos no ha logrado, aún, el fortalecimiento colectivo en torno a entidades y empresas de referencia y soporte,  esencial para que nuestra economí­a satisfaga las necesidades de generación de riqueza y empleo requeridas y que, sin duda, ha de demandar al mundo del diseño y sus profesionales.

Hoy, como hace 30 años, el mundo del diseño sigue siendo esencial («Visión esencial para la Humanidad»). En el caso de Euskadi, el diseño no puede ser una pieza libre sino que ha de implicarse en la esencia de la apuesta en curso. Si, por una parte, nos definimos como una economí­a manufacturera sofisticada y/o avanzada y de servicios especializados o con clara focalización hacia la llamada «servitización«, y asistimos a una reformulación de la estrategia de Competitividad y Bienestar, que propone cambiar una «Estrategia de Especialización Inteligente» como Ciudad-Región en el marco conceptual de la Unión Europea, en un escenario de renacimiento industrial que ha pre-definido una serie de «tecnologí­as facilitadoras desde el Conocimiento ó KET en el lenguaje de la Unión» (entre las que, afortunadamente, se incluye el diseño), orientadas a 3 industrias-espacios prioritarios de futuro según la apuesta ordenadora de la Red Vasca de Ciencia y Tecnologí­a (Manufactura avanzada, energí­a y ciencias de la salud), con clara vocación internacionalizadora soportada en empresas en crecimiento en marcos colaborativos y alianzas que la hagan posible, el nuevo diseño industrial ha de recrearse. En consecuencia, sus propios protagonistas y las Instituciones hemos de reformular su proceso, campo y reorientación. Así­, el nuevo espacio del diseño parte, por supuesto, de implicarse en el proceso creativo y las actividades «fashion», pero ha de trascender hacia el resto de mundos por los que nuestra economí­a transita hacia un progresivo e ilimitado universo (multimedia y digital, arquitectura, territorio, movilidad, eco-diseño, vivienda, TICs, hogar y electrodomésticos, automoción, aeronáutica, maquina herramienta, manufactura avanzada, soluciones urbanas innovadoras…). Es sin duda, un nuevo tiempo para nuevos instrumentos. Por tanto, reinventemos y recreemos DZ. Un laboratorio vivo de Diseño Industrial que reconduzca el movimiento creativo, incorpore nuevos esquemas y procesos formativos, acerque el binomio diseño-industria, favorezca el asociacionismo y alianzas colaborativas, dote de mayor músculo financiero y empresarial a nuestros profesionales y aporte infraestructura paí­s para su desarrollo además de reforzar la «oferta diseño Paí­s» conjunta, su difusión e incentivación. Otra vez, necesitamos un claro apoyo público institucional para superar las «debilidades y fallos del mercado», concentrando acciones en la formación y educación continua y/o ejecutiva, la compra pública, el apoyo a proyectos empresariales y la inserción laboral y de talento en las iniciativas empresariales objetivo alineadas con nuestra polí­tica industrial.

Hoy, treinta años después, el diseño industrial continúa siendo esencial. Como en otras muchas áreas de intervención, los éxitos logrados no permiten su continuismo ordinario. Saltos cualitativos, movimientos radicales y disruptivos son imprescindibles. Como en toda polí­tica económica (también industrial y tecnológica, por supuesto) el riesgo de elegir y apostar resulta inevitable. Hoy, Euskadi dispone de suficientes mimbres sobre los que pegar este salto en el necesario y esencial campo del diseño. Necesitamos y debemos explotar el buen nombre que determinadas marcas, industrias, empresas y soluciones gana dí­a a dí­a a lo largo del mundo. Resulta fundamental para cumplir con esa «visión esencial» que de forma tan compleja define la ICSID: «Actividad creativa cuyo objetivo es establecer las cualidades multifacéticas de objetos, procesos, servicios y sus sistemas en diferentes ciclos de vida. Es el factor central de la humanización innovadora de las tecnologí­as y su factor crucial y económico». Si es así­, no podemos prescindir de «Diseñar para la Humanidad». ¡Aunque sea difí­cil!

El valor de las ciudades

(Artí­culo publicado en Deia el 29 de Junio)

En 2010, Bilbao recibió el primer premio Lee Kuan Yew de las Ciudades, premiándola por su modelo de transformación y ejemplo referente para las llamadas «Soluciones Urbanas Innovadoras», que habrí­an de guiar la nueva concepción del futuro de las ciudades como auténticas protagonistas de los nuevos espacios de desarrollo económico y social. Dos años más tarde, el premio correspondiente al 2012 fue otorgado a la ciudad de Nueva York, valorando muchas de las mismas razones que llevaron al éxito de Bilbao en un marco de intensa colaboración público-privada, bajo un claro liderazgo de innovación y estabilidad, hacia una ciudad «verde y habitable» a la vez que generadora -de forma constante- de nuevos espacios de emprendimiento, educación e innovación.

Hace unos dí­as, en su tercera edición, el premio 2014 ha recaí­do en la ciudad china de Suzhou, en la provincia de Jiangsu, en el delta del rí­o Yang.

Suzhou no es una ciudad-región desconocida ni recién llegada al primer plano. Sus 2.500 años de historia y su riqueza y herencia cultural han hecho del binomio tradición-progreso su seña de identidad. Con sus 10 millones de habitantes es uno de los ejemplos de la irrupción china de los últimos 30 años, aprovechando el fuerte tirón de crecimiento económico (en torno al 10% anual en las primeras dos décadas) hacia objetivos un tanto especí­ficos y diferenciados respecto de la media china observable. Así­, de la mano de sus iniciales «Master Plan» de 1986 y su actualización en 1996, ha sido capaz de integrar la búsqueda de 3 ejes vectores como pre-requisitos orientadores de su nueva estrategia: prosperidad económica, bienestar y preservación del medio cultural. Ejes convergentes que se tradujeron en un intenso esfuerzo por crecer atrayendo industrias y empresas de alto valor añadido, para las que se diseñaron y construyeron espacios ad hoc para alojarlas, huyendo del modelo «low cost–low tech» de crecimiento al uso en China. Esta apuesta diferenciada vino acompañada de un innovador modelo de «asentamiento y tránsito del medio rural al espacio urbano», bajo un esquema de realojamiento (vivienda, educación y servicios sanitarios y sociales) único en China, fortaleciendo «espacios rurales integrables en el desarrollo urbano», con familias enteras y una polí­tica abierta pro-inmigrantes. Modelo de cohesión que ha contribuido a la atracción y retención de personas y medios esenciales para su prosperidad. Bajo estas lí­neas de actuación, Suzhou ha sabido rehabilitar sus centros históricos, en especial su distrito histórico de Pingjiang, testigo de la dinastí­a Song y que junto a sus recuperados canales y lagos, ha permitido rehabilitar los espacios culturales y habitables que explican la historia y realidad de la ciudad como eje de un recuperado modelo de recuperación (premio UNESCO 2005), en armoní­a con las nuevas y modernas áreas periféricas y grandes infraestructuras de la más alta eficiencia y calidad al servicio de la ciudad y sus ciudadanos, haciendo de la naturaleza y los nuevos circuitos verdes, el mejor antí­doto anti-polución.

Hoy, con la concesión de este premio, la red de «lí­deres mundiales» en torno al «Nobel de las Ciudades» Lee Kuan Yew, formada por Bilbao-Nueva York-Suzhou, supone un triángulo único de referencia y de nuevas oportunidades. De esta forma, su promotor, Singapur, refuerza su capacidad de conocimiento y creatividad para desarrollar sus estrategias de desarrollo a partir de las «Soluciones Urbanas Innovadoras» como motor de innovación, tecnologí­a y manufactura avanzada, a la vez que mejora las condiciones de vida en su territorio y extiende por el mundo un «laboratorio permanente» de aprendizaje. Bilbao-Euskadi, como ciudad-región fortalece su inacabable proceso transformador y creativo, ampliando, a la vez, su red prioritaria y especializada. En esta ocasión, Suzhou, valida -una vez más- su modelo para el necesario cambio de ciudades en «el mundo en desarrollo» (más allá del intenso programa de construcción de más de 200 nuevas ciudades previsto para los próximos  veinte  años en China), hacia espacios vivibles, nuevas  polí­ticas sociales y la inevitable reconfiguración de las «mil chinas» existentes. Las ciudades serán el nuevo motor de integración, cohesión y desarrollo inclusivo de la futura China, de los nuevos espacios de esperanza (Africa) y de los paí­ses y regiones del mundo emergente.

Hoy, como hace 4 años, Bilbao ocupa un destacado papel transmitiendo al mundo «los valores que explican el éxito de una ciudad». Con Suzhou y Nueva York, teje otro eslabón más en la larga e inacabable cadena.

Cuando a lo largo de esta semana, en diferentes foros volví­amos a escuchar la necesidad y oportunidad que las «Ciudades del Futuro» ofrecen a nuestro Paí­s y sus empresas para construir un mejor hábitat -en casa- y generar riqueza y empleo, propiciar nuevas tecnologí­as y sus aplicaciones y nuevas soluciones innovadoras alimentando nuestras industrias clave de Paí­s, en ese gran mercado mundial en crecimiento, resulta trascendental poner en valor lo realizado, de modo que seamos capaces de afrontar el reto y oportunidades que las nuevas tendencias globales en lo que respecta al rol de ciudades y regiones, y a su desplazamiento geográfico hacia el Este del planeta, bajo una nueva conformación del mundo multilateral, ofrece. La transformación de la ciudad-región Bilbao-Euskadi, nuestra Euskal Hiria, no ha sido fruto de la casualidad. No es sino el resultado de una historia de innovación permanente, la implantación de una orientación y dirección estratégica, una transformación conjunta económica (sobre la base de nuestra cultura real) y social compartidas, la dotación de una red de bienestar, con la dirección de un liderazgo compartido, siguiendo  un marco nuevo (jurí­dico, presupuestario, organizativo y fí­sico) facilitador del cambio deseado, desde el compromiso y colaboración público-público y público-privado, con  la apropiación responsable de un proyecto y concepto ciudad-región de ciudad «extendida», más allá de los lí­mites fí­sicos y normativos de un perí­metro municipal o administrativo. No lo digo yo, lo dijo el jurado del premio Lee Kuan Yew cuando otorgó a Bilbao el primer premio mundial de ciudades, explicando el porqué del mismo.

La necesaria puesta en valor del nuevo protagonismo de las ciudades y de lo realizado aquí­, resulta de extraordinario interés para acometer las reflexiones y conclusiones de lo aprendido. Precisamente, hoy, cuando la marejada de las nuevas tendencias globales apuntan a un sinnúmero de nuevos marcos, recomendaciones y modelos, las más de las veces teóricos, que pretenden uniformizar en burocráticos programas acciones y programas inconexos escasamente articulados. Asistimos a una proliferación de proyectos bajo el paraguas de las Smart Cities que ofrecen subvenciones europeas a todo espacio urbano que siga un modelo concreto, aplique una determinada metodologí­a y se proponga los mismos resultados. Proyectos carentes de alma, identidad, compromiso y riesgo diferenciador de quienes han de impulsarlos. En paralelo, la moda del benchmarking, pretendiendo hacer lo mismo que otros hacen o el seguidismo de la venta de ciertos productos o clientelismo, nos pueden llevar a un camino fácil de escaso resultado; o propuestas que inciden en el viejo error de la oferta europea de programas, diseñados para su gestión simplificada y semiautomática de la burocracia y no en el objetivo real a perseguir: estrategias únicas, diferentes, de alto valor, para cada ciudad según su propio ADN. Confiemos no caer en el error y seguir apostando por poner los objetivos delante de la subvención. En nuestro caso, tenemos el camino aprendido. Y tenemos mucho aún por recorrer.

Nuestros gobiernos, nuestras ciudades, nuestras empresas y organizaciones especializadas, constituyen mimbres más que cualificados para articular adecuadas respuestas a los retos por venir. Aprovechemos esta oportunidad.

Sirva, por tanto, junto con la felicitación a Suzhou y su bienvenida «al Club», esta nueva edición del premio y las razones de su concesión  motivo para redoblar esfuerzos desde la confianza en el éxito posible. El valor que subyace bajo esta transformación ha de ser un pilar y palanca esencial para avanzar ante las nuevas perspectivas futuras.

Salud: Industria y cambios disruptivos…

(Artí­culo publicado en Deia el 15 de Junio)

Esta importante transición «disruptiva» que excede de la influencia de la tecnologí­a, los modelos de negocio y la generación de riqueza y empleo, se generaliza a lo largo del mundo.

En esta lí­nea, y en medio de un importante, si bien parcial, debate en torno al sistema de salud (en especial, al sistema público de salud) acrecentado en el largo perí­odo de crisis sistémica que padecemos, en Bilbao se dan cita 2.600 congresistas en el 47 Congreso nacional de la SEPAR (neumologí­a y cirugí­a torácica), abordando una amplí­sima agenda en torno a relevantes temas directamente asociados a su especialidad, las demandas de sus pacientes, los avances cientí­ficos y protocolos de atención. En este marco interno, sus organizadores me invitaron a compartir reflexiones en torno a «una visión humanista-económica que ampliase la óptica directa de los profesionales de la medicina», como ponencia inaugural el pasado viernes. De esta forma, tuve la oportunidad de compartir con ellos «Un renovado compromiso de co-creación de valor Empresa-Sociedad: Salud para todos, siempre». La ocasión permití­a  explicar el porqué de una inevitable «revisión y renovación del compromiso«, al objeto de romper el cí­rculo perverso de la crisis económica que parecerí­a alejarnos del compromiso de construir un Estado de Bienestar del que la Salud es un pilar esencial, de provocar la necesidad de recuperar y reivindicar el derecho esencial de la universalización de la asistencia sanitaria, atendiendo a la NECESIDAD y no a la posibilidad de pagarla, acompañando a las personas, en salud, a lo largo de toda su vida y no ante y durante la enfermedad. Retos y desafí­os que tensionan el sistema y obligan a renovar compromisos desde los valores y principios del humanismo y la sociedad devolviendo la centralidad, prioridad y causa-efecto a las personas, destacando la ética, la formación, la vocación y el servicio como eje esencial del rol médico, y resto de agentes de salud implicados.

Con tal armazón, se tratarí­a de «repensar» viejos-nuevos paradigmas como desafí­o y oportunidad:

1) Concebir y gestionar la SALUD más allá de la SANIDAD y la ausencia de enfermedades.

2)  «Clusterizar» la salud dando sentido a la pluridisciplinariedad desde la interacción de una medicina «extendida», una tecnologí­a aplicable a la salud, un vector económico de riqueza y empleo, nuevas infraestructuras adecuadas a los objetivos reales previstos, la educación y nuevos espacios de formación y especialidad, su integración con los servicios sociales y la financiación requerida.

3) Redefinir roles de los actuales y nuevos jugadores en el sistema de salud, con un papel relevante para la enfermerí­a, los agentes de salud y desarrollo comunitario y el propio paciente con un cada vez mayor protagonismo en su enfermedad y, sobre todo, en su salud. Salud, educación, desarrollo comunitario, constituyen nuevos pilares básicos del desafí­o.

 4) Superar la paralizante discusión simplista de la privatización versus el compromiso insustituible de la responsabilidad de los poderes públicos. Es un tiempo de coopetencia público-privada y público-público (niveles de atención, roles, espacio salud-social,…) en el que organización, propiedad, estructura, financiación y atención han de repensarse desde su esencia y coste-eficiencia al servicio del objetivo real: salud para todos.

Así­, todo este nuevo bagaje requiere, además, abordar un marco adicional de gran trascendencia y en lí­nea con el apartado introductorio de este artí­culo: Salud y Economí­a. Más allá de la dignidad, equidad y «derecho natural» a la salud, ésta ha de verse como una fuente de innovación, riqueza y empleo así­ como clave de la competitividad para el bienestar de la población. La salud (y un sistema Paí­s debidamente articulado) es factor de empleabilidad (en Euskadi hoy, sobre todo, de la mujer), tractor demandante de servicios especializados, generador de conocimiento, talento y motor de la innovación. Es, sin duda, fuente y aplicación de la tecnologí­a, demandante de infraestructura y equipamiento y transformador, también, de modelos de negocio.

Así­, más allá del importante debate especializado de los profesionales en el marco de su revitalizador congreso anual, el efecto «disruptivo» que se cierne sobre su propia actividad provoca un nuevo ADN del sistema: «hacer de las necesidades, desafí­os sociales, la fuente de los nuevos modelos de desarrollo, sistemas completos de salud y renovado compromiso Personas-Medicina-Salud-Economí­a y Sociedad». Este nuevo-viejo paradigma entronca, en mi opinión, con el escenario mundial observable en una industria de la salud en plena ebullición y que, como plantea el mencionado artí­culo inicial, permite comparar con los cambios disruptivos que se han venido dando en diferentes industrias a lo largo del tiempo.

Como todo cambio radical de esta magnitud, la incertidumbre es enorme y condiciona actitudes, culturas tradicionales, modelos organizativos y acciones en curso. En el campo de la salud, además, se da un complejo «mercado» con la perversidad de la toma de decisiones de los actores implicados, en el que, normalmente, quien requiere la atención o no paga por la misma de forma directa, no decide el «servicio o atención que requiere», dispone de una limitada capacidad de elección del proveedor directo e indirecto, ve limitada su información y formación, y tiene un escaso protagonismo positivo en su propia salud a lo largo de su vida. Por no decir, además, que una elevadí­sima población continúa al margen del sistema, no pudiendo acceder a un sistema de salud pese al, afortunadamente, cuasi universal reclamo de paí­ses, gobiernos y sociedad por el acceso universal a la salud y el creciente avance y mejora de la cobertura de salud, de calidad, a lo largo del mundo. Sin embargo, la buena noticia es que estas transiciones hacia nuevos espacios no son sino grandes bolsas de oportunidad. La historia empresarial, no obstante, enseña un elevado fracaso en la mayorí­a de las empresas en su interpretación y tiempos cuando se produce la disrupción industrial, cuando cambian las reglas del juego y aparecen nuevos jugadores. Mckinsey, apunta tres estrategias convergentes  para esta industria de la salud: reenfocar su cartera de productos y servicios hacia las lí­neas de cambio observables, transformar los modelos de negocio con especial atención a «segmentos no abordados hasta el momento» y atentos a las ofertas novedosas de los nuevos entrantes que cuentan con la desventaja de la inexperiencia pero la bondad y flexibilidad de no contar con hipotecas estructurales heredadas, y/o construir un nuevo y mayor negocio, bien con alianzas, adquisiciones o fusiones. En todo caso, ninguna ví­a garantiza el éxito, y todas exigen de sus propietarios y directivos un cambio de actitud y enfoque, una adecuada reasignación de recursos (toda estrategia es solamente teorí­a mientras no se reasignan los recursos para implementarla), incrementar la velocidad y capacidad, el cambio desde la comprensión de las competencias con que en verdad se cuenta y ser coste-eficiente para el nuevo envite.

Sin duda, la industria de la salud vive un nuevo momento de cambio. Desafí­os y oportunidades se entrelazan para orientar un nuevo rumbo. Es un momento ideal, también para los gobiernos, para repensar sus sistemas de salud, su organización administrativa y su concepción, también, como un auténtico motor generador de empleo, riqueza, bienestar. No es solamente un espacio para las biociencias en términos de investigación o apuesta de largo plazo, es, sobre todo, un espacio de servicio, de actividad, de desarrollo tecnológico aplicado y de reconfiguración industrial. He aquí­ uno de nuestros grandes nichos y espacios de futuro.

Salud: cobertura universal, pilar de bienestar, y por supuesto, motor económico, tecnológico y de innovación y empleo. Una industria clave para Euskadi.

Otra polí­tica económica, otra Europa…

(Artí­culo publicado en Deia el 1 de Junio)

Más allá del nerviosismo desatado tras las elecciones europeas del 25 de Mayo en los principales partidos y grupos del «establishment», reaccionando como si los resultados hubieran sorprendido y no evidenciado, simplemente, los errores cometidos a lo largo, al menos, de los últimos años, acumulando comportamientos endogámicos, alejados de la realidad social y territorial, fomentando su propio «bienestar de aparato», parecerí­a razonable concentrar la reflexión en presupuestos de futuro capaces de reconducir polí­ticas fracasadas hacia proyectos de ilusión y esperanza.

En paralelo, tres publicaciones recientes están concitando un gran interés en el actual debate en torno a los nuevos desafí­os del desarrollo económico ante las graves carencias que el «modelo económico dominante» ofrece a una población cada vez más desigual, más desanimada y desafectada respecto a instituciones, gobiernos y empresas, que sufre con el galopante desempleo y la fragilidad e incertidumbre ante el empleo existente o potencialmente alcanzable. Interés obligado por la necesidad de encontrar alguna luz que nos permita pensar que una manera diferente de hacer las cosas es posible.

La ya prolongada y persistente última crisis que venimos padeciendo en los últimos siete u ocho años, en menor o mayor medida en según que zona y/o estrato económico a lo largo del mundo, cuestiona un buen número de lí­neas de pensamiento que parecí­an haber dado con la «varita mágica» en torno a una globalización generadora de crecimiento y prosperidad generalizados, la consiguiente creación de empleo «inteligente y modificado» para una población joven adecuada y preparada para la sociedad del conocimiento, afianzada en una acelerada diseminación de las tecnologí­as de la información facilitadoras de nuestras vidas, en un mundo de abundancia de bienes, servicios y capital guiado, todo ello, por un eficiente y milagroso mercado como foco de una supuesta igualdad de oportunidades guiada por la meritocracia, con una clara resultante de prosperidad.

La realidad, sin embargo, da paso a nuevos paradigmas que vienen a complicarnos un poco más la vida. El «proceso de éxito» descrito en el párrafo anterior, en caso de haber existido, ha quebrado y exige una nueva «redefinición» no ya de cada fase del mismo (globalización, mercado, crecimiento, financiación, educación-empleabilidad, sociedad y economí­a del conocimiento…) sino del papel que ha de desempeñar cada uno de los actores de un sistema y/o modelo socio-económico al servicio final de las personas, las empresas, los gobiernos y los territorios implicados.

Así­, el premio nobel de economí­a y ex economista jefe del Banco Mundial (además de miembro del Consejo Económico del Presidente Clinton) y su compañero de Cátedra en la Universidad de Columbia, Bruce Greenwald, aportan una nueva aproximación al crecimiento, el desarrollo y el progreso social proponiendo «la creación de una Sociedad del aprendizaje» empezando por repensar algunos conceptos básicos, partiendo de los trabajos del profesor Kenneth Arrow (que a juicio de los autores ha sido el «mayor contribuyente al cambio del pensamiento en las últimas seis décadas») en su «Elección Individual y Valores Sociales». En su profundo trabajo, contrastando la academia con la experiencia de las polí­ticas seguidas en los dos siglos de crecimiento y transformación económica vividos a partir de 1.800, resaltan, entre otros aspectos clave, una serie de hechos relevantes: a) la falsedad de la eficiencia del mercado; b) la importancia diferencial y enriquecedora de las ventajas comparativas dinámicas que obligan a diseñar e implantar polí­ticas económicas (sobre todo industriales) diferentes, región a región, con el propósito esencial del «desarrollo endógeno» desde los fundamentos microeconómicos que conlleva; c) el «aprendizaje» haciendo y no la acumulación de tecnologí­a o capital como motor del cambio; d) la inevitable interacción público-privada/gobierno-empresa no como opción entre uno y otro, sino como alianza inseparable; e) la convergencia permanente entre polí­ticas económicas y sociales; f) la supeditación de los mercados de capitales y polí­ticas fiscales a la estrategia económica de desarrollo endógeno…

Estas «conclusiones» (recogidas de forma excesivamente simplificadas en este artí­culo) se asemejan a la lí­nea argumental que Michael Porter, M. Kramer y M. Green sugieren en sus múltiples trabajos que concentran sus últimas publicaciones en torno a la «Convergencia Estratégica Empresa-Sociedad» y su «Imperativa de Progreso Social» para llevar sus ideas a la práctica, articulando la concurrencia de la Estrategia «clusterizada» para la competitividad, orientada hacia el progreso social y la prosperidad, a través del «valor compartido» en un proceso permanente de co-creación de valor que exige de las empresas la redefinición de su estrategia y modelo de negocio a partir de las «necesidades sociales» como oportunidad de negocio, la cadena de valor de la que forma parte con un claro peso a la potencialidad de su desarrollo en un entorno propio (endógeno) y clusterizando la actividad económica  «rompiendo» las fronteras de la empresa y de los sectores, en un compromiso empresa-gobierno-sociedad en el largo plazo, trascendiendo del PIB como indicador dominante del desarrollo.

Adicionalmente, Thomas Piketty, a través de su «Capital en el Siglo XXI» ha «revolucionado» el contexto ideológico abanderando el gran debate de la dinámica de la renta y el bienestar, poniendo el acento en el cí­rculo perverso de la acumulación del capital, y su herencia como fuente imparable de la desigualdad creciente. Desigualdad que en pleno debate entre crecimiento y desarrollo inclusivo, agravado en la Europa del desempleo, provoca un intenso cuestionamiento de los modelos vigentes y las polí­ticas en curso que, además, parecerí­an inmutables en los programas de los gobiernos europeos y de su futura Comisión. Confiemos que no incidan en su error y entiendan que no será posible construir el sueño europeo acompañados de una escasa participación y una denuncia cuyas voces se extienden a lo largo y ancho del espacio que pretenden gobernar.

Con estas reflexiones, ahora que Europa ha podido constatar en las urnas lo que ya sabí­a (que su modelo de desarrollo económico ha fracasado, que sus polí­ticas y gestión de la crisis no resuelven los problemas y demandas de empresas, gobiernos y personas, que dejar la economí­a en manos del mercado resulta caótico, que centrar su atención en el liberalismo financiero ni lo hace más competitivo ni lo acerca a la economí­a real, que responder a las «señales del mercado de capitales» como único signo de éxito o fracaso no lleva a ningún sitio, que practicar la máxima de que la «mejor polí­tica industrial es la que no existe» y que las ayudas de Estado y desarrollo local «son anticompetitivas» es un verdadero error que deja a Europa y sus pueblos desprotegidos y en manos de no se sabe quien ni para qué, que diseñar polí­ticas horizontales iguales para todos impide la innovación, el aprendizaje y el logro de la competitividad y prosperidad deseadas…). Europa debe comprender que, una vez más, el mensaje recibido, traducido de mil maneras, es, sobre todo, un clamor de su aumentada desafección, sobre todo, a su falta de proyecto de futuro para generaciones que no pueden esperar 15 o 20 años a que «el sacrificio de hoy se traduzca en el empleo de pasado mañana». No vendrí­a mal, por tanto, que sus dirigentes aprovecharan sus largas estancias en Bruselas-Estrasburgo-Luxemburgo en repasar, al menos, estas publicaciones e ideas y se ocuparan en repensar el nuevo rumbo que Europa necesita. Europa y nuestros males no son solamente una cuestión de economí­a, pero sin afrontar un modelo de desarrollo económico inclusivo, en poco ayudarán parches menores o discursos, necesarios pero insuficientes. Se puede ser revolucionario y amar las flores, pero no basta amar las flores sin cuidar e intervenir en el jardí­n.

Afortunadamente, en casa, conocemos estas recetas que parecen concluirse del pensamiento recogido en las publicaciones mencionadas, desde la autoridad de quien las sugiere y que vienen a acompañar otras muchas alineadas con estas ideas y prácticas. Con el esfuerzo experto y la confianza en el camino emprendido, apostemos por nuestro propio destino. Estamos en un momento crí­tico en el que tenemos, también, una extraordinaria oportunidad para redoblar esfuerzos en la dirección deseada.  Construyendo Euskadi, construyendo Europa. Como decí­amos una semana antes de las pasadas elecciones: Más Europa, Otra Europa.