Guggenheim Bilbao Museoa en sus primeros 18 años de éxito

(Artí­culo publicado el 18 de Octubre)

El 18 de Octubre de 1997, Guggenheim Bilbao Museoa abrí­a sus puertas al público iniciando lo que se ha venido en llamar «la nueva era de los museos», poniendo en valor, más allá de su propósito cultural, las infraestructuras museí­sticas y culturales, también, como elemento tractor del desarrollo económico y endógeno de las ciudades, los territorios y paí­ses, a lo largo del mundo.

Hoy, 18 años después, el conocido efecto Bilbao-Guggenheim no solamente sigue vigente, sino que, si cabe, se ve revitalizado y es un referente mundial para el mundo museí­stico, el del desarrollo económico, el de las ventajas competitivas en el efecto tractor de su desarrollo y de atracción turí­stico-cultural de las ciudades, en el complejo mundo de su planificación y revitalización urbana, de la coopetencia público-privada como esencia colaborativa, de la gestión de macro-proyectos, de la gestión museí­stica y de la estrategia convergente arte-territorio-economí­a, por citar algunos campos de interés. Y Guggenheim Bilbao llega a su dieciocho aniversario con el respaldo objetivo de la superación de los propósitos iniciales, así­ como del refuerzo innovador que dos nuevos hitos interdependientes pronostican un gran futuro: 1) los últimos resultados de audiencia, aceptación y visitantes (este verano ha sido el mejor de su historia en términos de visitantes, el origen de foráneos de los mismos en torno a un 60%, la espectacular participación de escolares en sus programas educativos, el apoyo sostenido de «los amigos del museo», el constante apoyo corporativo, y su extraordinaria presencia en las redes sociales), y 2)  la reciente renovación del Acuerdo entre la Fundación S.R. Guggenheim de Nueva York y la Fundación de Bilbao para los próximos 20 años con objetivos, compromisos e ilusión renovados.

Como todos los grandes proyectos de éxito, no es fruto de la casualidad sino de un esfuerzo, compromiso y bien hacer colectivos, en un proceso homogéneo entre la visión que le dio origen y su implantación y ejecución, acertada y eficiente, a lo largo del tiempo.

Precisamente hace unos dí­as, una prestigiosa editora norteamericana me escribí­a en relación con este aniversario recordándome una ya vieja propuesta no atendida a finales de 1998 al objeto de escribir un libro sobre el «Milagro de Bilbao». Recordaba aquellos «intangibles» que parecí­an haber hecho posible su creación, rompiendo esquemas y paradigmas tradicionales. Hoy, más que entonces, el tiempo ha acreditado y puesto en valor la apuesta de entonces, el acierto de la decisión y, sobre todo, el trabajo y «apropiación» del proyecto por nuestra sociedad. Nuestro guardián «puppy» y el interés que continúa despertando en quienes nos visitan, es un buen reflejo de esta buena salud de la que goza este proyecto icónico, aumentada por el casi centenar de ciudades que se han acercado a Nueva York deseando concertar acuerdos para disfrutar de «su propio Guggenheim Bilbao».

Así­, junto con la felicitación a Guggenheim, en general y a los directamente implicados y actores protagonistas de Guggenheim Bilbao Museoa, (tanto sus promotores y defensores de la iniciativa, como el personal que lo hace posible dí­a a dí­a, empezando por su Director) merece la pena aprovechar la efeméride para actualizar algunas observaciones y lecciones de futuro.

Tal y como comentaba, el «efecto Guggenheim Bilbao» ha sido utilizado como referente y fuente de inspiración de muchos proyectos e iniciativas. No obstante, una primera lección no suficientemente aprendida la tenemos a lo largo del mundo, en donde cientos de iniciativas han fracasado al traducir Guggenheim Bilbao en actuaciones parciales o sectoriales sin entender el poder de su «modelo y ventaja competitiva» más allá de su arquitectura (genial), de su encaje con las estrategias convergentes de sus socios (SRGF pretendiendo ganar su lugar lí­der en la cultura neoyorquina y mundial desde su internacionalización; Bilbao Guggenheim Museoa liderando el mundo de los museos del siglo XX como elemento icono y tractor del desarrollo ciudad-Paí­s Bilbao-Euskadi; las Instituciones Vascas trascendiendo de un museo para impulsar su estrategia de internacionalización y modernización de su economí­a y Paí­s; Bilbao como complemento protagonista de su estrategia de revitalización urbana, económica y social; las empresas vascas benefactoras apostando por su imagen, reinvención y plataforma de internacionalización e innovación; los gestores culturales en la búsqueda de la modernización y eficiencia en la administración y gestión cultural; el mundo de la educación tras la proyección y comprensión del arte como pieza esencial de una cultura enriquecedora y complementaria de una cultura e identidad propia…). Un modelo propio y diferenciado, de excelencia en su gestión, funcionamiento, colaboración público-público y público-privada, además de sostenible, glokal, integrando ofertas globalizables con idiosincrasia propia y autónoma dentro de una constelación global de vanguardia (Bilbao-Guggenheim). Un modelo con el soporte de la esencia diferenciada que lo ha hecho singular, sino único. Un museo completo (visión, colección, espacios, exhibiciones, programas educativos, promoción de industrias clusterizadas en torno al arte y las llamadas industrias creativas) y, sobre todo, una pieza en el conjunto de una Estrategia de Paí­s, plenamente identificada con la sociedad a la que sirve. Hoy, Guggenheim Bilbao es de todos y no un proyecto de unos pocos (como, dicho sea de paso, nació).

Entender el Modelo es un requisito previo para su extensión o réplica. Desgraciadamente, la «España de la Crisis», por citar un ejemplo en sentido opuesto, ha demostrado demasiados fracasos de quienes, de forma apresurada, se limitaron a creer entender el modelo y no supieron comprender por qué nuestro modelo era algo diferente que aportaba una clara ventaja competitiva, trascendiendo de una mera infraestructura aislada de un compromiso estratégico real. Un buen número de agujeros negros salpican la geografí­a española, como botón de muestra de lo que no se debe hacer.

Cuando hoy contemplamos el éxito logrado en Bilbao-Nueva York, y miramos, también, hacia dentro de su organización, vemos con respeto y admiración a quienes (la inmensa mayorí­a «veteranos» desde su origen) lo hacen posible dí­a a dí­a, con ilusión, compromiso, conocimiento y orgullo.

Hoy, dieciocho años después, hablamos de este singular proyecto. Pero viene muy bien recordar algo más: los proyectos complejos, las iniciativas singulares e innovadoras que pretenden transformar un Paí­s y construir un futuro distinto, exigen un liderazgo arriesgado, asumir la «incertidumbre», minimizar efectos negativos probables y gestionar expectativas favorables. Los proyectos de esta magnitud también pueden fracasar. Lo criticable y rechazable no es su fracaso, sino el no dirigir y alinear recursos y esfuerzos con oportunidades, mitigar el riesgo, contener impactos negativos y poner los mimbres necesarios para favorecer resultados y objetivos auténticos perseguibles.

Hemos aprendido, también, que si bien hoy, desde la evidencia del resultado y la aceptación generalizada de que goza, parecerí­a un proyecto natural del que no cabrí­a esperar otra cosa que el éxito y la identificación plena de la Sociedad. Sin embargo, debemos aprender que esto no fue siempre así­ y no fue bien recibido (incluidos muchos de quienes hoy, afortunadamente, contribuyen a hacerlo posible y son co-responsables del éxito logrado). En especial hoy, dieciocho años después, junto con la alegrí­a del éxito no podemos dejar de recordar la negra y trágica lección también aprendida: la intolerancia, el interés partidario y particular, las amenazas al Consejo de la SRGF y a los responsables de la decisión polí­tica en Euskadi, el recurso a la violencia de quienes hicieron todo lo posible para evitar esta iniciativa. El recuerdo de José Marí­a Aguirre, ertzaintza asesinado la ví­spera de la inauguración, a las puertas del Museo, como intento terrorista de impedir un proyecto no compartido por aquellos que decí­an defender otros modelos de futuro, enseña la sinrazón de determinadas posiciones y la diferente comprensión de nuevos contextos y otros tiempos. Conviene, una vez más, no olvidar, como fruto, también, del aprendizaje permanente.

Afortunadamente, hoy, en Euskadi, podemos disfrutar de este aniversario orgullosos de un Bilbao referente esencial, tanto en la constelación mundial Guggenheim como en el escenario mundial de proyectos museí­sticos, transformadores y revitalizadores. Y Guggenheim Bilbao construye nuevos sueños y espacios de futuro. Si ayer nació rodeado de escepticismo, crí­ticas y desapego, hoy goza de la aceptación natural, normalizada y entusiasta de un buen proyecto propio. Una buena noticia.

27-S: El voto para la desconexión

(Artí­culo publicado el 4 de Octubre)

Tan solo una semana después de las elecciones catalanas del 27-S, una ola de incertidumbre parecerí­a ocultar o distorsionar lo sucedido. La comunicación o interpretación de los resultados en diferentes foros parecen abrir todo tipo de opiniones confusas haciendo olvidar lo que se preguntaba ese dí­a, la historia previa y el por qué y para qué de esa consulta democrática en las urnas, en el marco de la única legalidad permitida desde el espacio normativo aceptado por el Estado español conforme a la interpretación y voluntad del gobierno español.

Recordemos que, al margen de un intenso recorrido histórico cuyo hito mediático para la nueva etapa empezarí­a en 1.714, Catalunya ha venido, sujeto a la ley, intentando dotarse de nuevos instrumentos de gestión, de autogobierno, de determinación y de soberaní­a que han sido rechazados, una y otra vez, de manera unilateral, por un gobierno centralista e inmovilista cuyos viejos argumentos (Unidad nacional, establishment y status quo) niegan la consideración de sujeto polí­tico a una nación sin Estado que aspira a encontrar un nuevo camino para construir su futuro. En este camino, los últimos episodios con el intento de convocar una consulta fracasaron con el partidario apoyo de los poderes mediáticos, judiciales y del aparato del Estado, soportado en una intensa campaña orquestada desde la suficiente presión a directivos y ejecutivos de empresas reguladas y afines. Impedida una consulta, el gobierno de la Generalitat y las fuerzas polí­ticas y sociales mayoritarias en Catalunya apoyaron unas elecciones «autonómicas especiales», en el único marco legal que dejaba en sus manos una consulta indirecta y representativa. La anunciaron como plebiscitaria si bien se configuraba como una elección de representantes, indirectos, al Parlamento. Así­, las reglas del juego eran claras: la gente votarí­a escaños por circunscripción y los electos conformarí­an la mayorí­a requerida para gobernar. Bajo este esquema, una coalición  (Junts pel sí­) optó por pedir el voto para constituir un gobierno con una agenda especial y tasada para declarar la independencia, dotarse de estructuras de Estado y negociar las condiciones, tiempos y modos de la «desconexión» del actual Estado español, con su legí­tima aspiración de permanecer en la Unión Europea como lo han venido haciendo desde 1.986. Una ruta definida, un tiempo prefijado y un proceso para la creación de un espacio nacional diferenciado.

Por otra parte, los partidarios del NO, se empeñaron en negar el carácter «legal de un plebiscito» y recordaron que se trataba, tan solo, de unas elecciones autonómicas ordinarias y convirtiendo su campaña en una «primera vuelta» de las próximas generales españolas, rechazando cualquier opción al modelo preexistente.

El 27-S, Junts pel sí­ ganó las elecciones con absoluta rotundidad: en número de votos (sus 1.621.000 superaron la suma de los tres pro-españolistas claros: C´s, PSC y PP), ganaron con claridad en las cuatro circunscripciones electorales y en todas las comarcas catalanas así­ como en 910 de los 940 municipios, obteniendo el respaldo necesario para gobernar y liderar un proceso parlamentario de mayorí­as (aún pendiente tanto de la decisión final de la CUP, como de los representantes individuales de un Catalunya sí­ que es pot que ni es Podemos, ni IU, ni algo uniforme y homogéneo aún por descifrar en el voto concreto en el Parlamento) y que claramente -pese a los intentos mediáticos- no es sumable con los votos del NO o la abstención o los votos nulos o aquellos que se quedaron en el camino sin representación parlamentaria. Junts pel sí­ ha ganado la legitimidad para llevar adelante su compromiso electoral. En definitiva, quienes expusieron una ruta clara hacia la independencia y soberaní­a de Catalunya en un nuevo modelo, han ganado las elecciones y formarán el tipo de gobierno que ofrecieron.

Sin embargo, otros han visto otra cosa. Un partido «ganador» con 25 escaños de 135 se presenta como lí­der del cambio y pide la dimisión del President Mas; un partido perdedor (PSC) se proclama candidato a presidir un gobierno «transversal», el partido del gobierno español -minoritario, escasamente presente en Catalunya y con el peor resultado de los últimos 15 años-, se «alegra» del triunfo del NO y parecerí­a hacer suyos los votos de sus adversarios, y Podemos «culpa» a la escasa inteligencia del votante por no haberles entendido. Para ellos, el «demonio Mas» ha fracasado y deberí­a irse a casa (o a la cárcel), dando por terminada «la broma catalana». Adicionalmente, quienes quieren ver diferencias en la coalición del SI y la CUP, parecen obviar la confrontación radical entre los tres partidos del NO como si compartieran modelo, proyecto y vocación (suponiendo que los tuvieran más allá de la coyuntura electoral para llegar a la Moncloa).

A partir de aquí­, las mismas voces que no se han creí­do ni el trabajo, ni la desafección, ni las aspiraciones por un nuevo modo de relación y convivencia, vuelven a esgrimir la vuelta al «punto cero» para una negociación a partir de las próximas elecciones generales. Piden un «Punto Muerto« (en sintoní­a con el vergonzoso espectáculo mediático en torno al baloncesto español recientemente vivido con guinda en el Consejo de Ministros español) con miras a retomar el viejo Estatut que se encargaron de «cepillar». La Unidad de España, la estabilidad para el crecimiento y mantenimiento de mercados que destacados bancos, empresas y dirigentes decí­an imposible en caso de ganar la apuesta por la opción independentista, y el nacionalismo español (este tipo de nacionalismo sí­ les parece moderno y aceptable) bien valdrí­an un «Pacto de Estado» que hace unos años rechazaron.

¿Es posible afrontar la demanda soberana de Catalunya volviendo a ese punto de partida? ¿Catalunya se conforma con un nuevo modelo (o proceso) de financiación o con acoger la sede de un Senado obsoleto o de una mejorí­a en las desequilibradas balanzas fiscales como algunos sugieren? ¿Es hora de una promesa «federal» -cuyo alcance y contenido se desconoce- como oferta de un potencial y futurible nuevo inquilino en la Moncloa cuyo recorrido estatutario ya conocemos? En mi opinión NO. La «desconexión» sea o no formal ya está en marcha. La posible «Nueva España» está por reconstruirse y reconfigurarse repensando un Estado de las Autonomí­as que sus propios defensores de hoy (PP y PSOE, sobre todo) se han encargado de destrozar y desacreditar. Ni la parálisis tan propia del Presidente Rajoy, a la espera de que los acontecimientos terminen resolviendo lo que él es incapaz de solucionar o intentar, ni empeñarse en discursos falsos que pretenden negar la evidencia, ni discursos históricos apelando a esa España de cuyo seno han surgido ya más de 20 nuevos Estados independientes en los dos últimos siglos, ni las voluntades y aspiraciones de naciones como Catalunya (o Euskadi pese a la percepción contrapuesta y equivocada que algunos se empeñan en destacar como si la voluntad vasca se hubiera difuminado) se acabarán en un descafeinado acuerdo de continuidad.

Que estamos en un escenario complejo y exigente no lo cuestiona nadie; que resulta más cómodo y «estable» (según terminologí­a al uso cuando aparece el foco en el crecimiento y desarrollo económico de negocios) no intentar salir del «espacio de confort» que el status quo procura para un inmensa mayorí­a resulta evidente, pero que construir un nuevo futuro acorde con la voluntad de un pueblo comprometido con una nueva trayectoria es el camino elegido, también. No parece razonable que cuando la Sociedad en general, a lo largo del mundo, los diferentes gobiernos, dirigentes empresariales, polí­ticos y académicos se empeñan en transmitir al mundo la inevitabilidad de actitudes nuevas en favor de la innovación (tecnológica, social, empresarial, organizativa…) no sean capaces de trasladarla al ámbito de la gobernanza, de la estructura del Estado, de sus Administraciones Públicas. (Baste recordar el reclamo de una de las empresas referentes en el mundo del emprendimiento y la innovación en el mundo, Masschallenge, al presentar su visión: «Trabajamos para construir una sociedad inspirada y creativa en la que todos reconozcan su capacidad y voluntad de definir su futuro desde la fortaleza individual y colectiva de generar su impacto personal en el resultado deseado»). Esto es lo que han transmitido los votantes del SI en Catalunya: su voluntad en cambiar las cosas al servicio de un futuro diferente que, están convencidos, con su esfuerzo, será mejor que el actual. Así­ de sencillo.

El 27-S y el comportamiento normal, pací­fico y democrático de Catalunya ha dicho  claramente, que apoya la ruta hacia la soberaní­a que le fue propuesta ante las urnas. Más valdrí­a no equivocarse. No es un problema catalán o de Catalunya. Serí­a bueno  que España entendiera que tiene un asunto esencial por resolver, por su propio bien y oportunidad. La Nueva España sin Catalunya (y, antes que después, sin Euskadi, en caso de que así­ lo decida en su momento el pueblo vasco) ha de ser diferente a la actual y siempre será mejor diseñarla que no heredarla. La independencia de Catalunya es cuestión de tiempo. Convendrí­a trabajar en una desconexión acordada. No es un problema, sino una nueva estación alcanzable de forma activa y compartible.

Entre la humanidad y el desarrollo incluyente

(Artí­culo publicado el 20 de Septiembre)

La construcción de un futuro mejor se ve lastrada por la actitud y tendencia generalizada a proyectarlo sobre circunstancias coyunturales y el estado actual de las cosas, resistiéndonos a considerar la dinámica del cambio y las múltiples oportunidades que tanto la capacidad creativa e innovadora del ser humano, en Sociedad, es capaz de generar, así­ como de la fortaleza transformadora que la conversión de los desafí­os y «problemas» en oportunidades ofrece.

La sacudida de conciencias y desafí­os post-veraniegos que nos ha provocado la explosión de la población de refugiados en el seno europeo, nos obliga a salir de nuestra zona de confort y a ocuparnos de las soluciones exigibles para 60 millones de refugiados en el mundo, a la búsqueda de asilo, y a repasar la larga lista de paí­ses origen-destino que describen el mapa de horror que lo provoca. Tragedia que viene a sumarse a la ya generalizada desigualdad en que estamos inmersos, a la intensa, dolorosa e imparable migración económica y al reto inaplazable de la revisión en profundidad de muchos de los pilares en que se ha basado un determinado modelo de crecimiento y desarrollo.

En este contexto, más allá de los absolutamente imprescindibles acuerdos humanitarios (y obligaciones legales) que la Unión Europea parece que terminará asumiendo, finalmente, pese a su tardí­a reacción y a las divisiones internas (aún vivas en el momento de escribir este artí­culo), son muchas las necesidades y polí­ticas que las decisiones conllevan cara tanto a ofrecer una acogida real y plena, digna y sostenible, como a la deseada integración de los nuevos habitantes y ciudadanos europeos en todos y cada uno de los paí­ses destino a los que habrán sido asignados o a aquellos hacia los que libremente opten por trasladarse dentro del espacio común europeo. Proceso y desafí­o que trascienden del mundo del asilado, inmigrante o desplazado, para entrar, de lleno, en el ámbito de la inclusión (económica, cultural  y social).

Así­, la firme decisión de Alemania de comprometer la acogida a 800.000 nuevos habitantes-ciudadanos en su paí­s, sirve para múltiples análisis y valoraciones (de hoy y del mañana). Es el caso de Jennifer Blake, economista Jefe del World Economic Forum y miembro de su Comisión Ejecutiva y que ha co-dirigido el reciente informe sobre el «Crecimiento Inclusivo en el Mundo», fruto del compromiso conjunto de los diferentes Consejos Asesores en materia de Competitividad, Crecimiento y Nuevos modelos de desarrollo. Informe sobre la base del análisis pormenorizado de 140 Paí­ses-Economí­as diferentes, con especial énfasis en 36 paí­ses referentes, entre los que se incluye Alemania. Ella, tras felicitarse de la apuesta europea y de la «oportunidad» de romper con las polí­ticas escleróticas que se han venido aplicando, echa mano del análisis de los principales pilares y fuentes de la construcción de un modelo de crecimiento inclusivo que permita responder al desafí­o, mitigando los efectos de la desigualdad. Repasa los factores clave que el mencionado Informe plantea (más de 100 indicadores) y analiza las debilidades y desafí­os que habrá de superar una Alemania rica, tractora, lí­der en el entorno europeo y mundial pero con peligrosos lastres (nivel de ocupación y participación ocupacional -sobre todo de la mujer- en su economí­a y empleo, la escasa generación de nuevas empresas, la propia integración identitaria, logí­stica nacional a la que habrán de adecuarse los nuevos ciudadanos, el espacio de progresividad fiscal aún disponible, …). Destaca, también, las nuevas fortalezas que ofrecerán al Paí­s: el bono demográfico, educación y empleabilidad, juventud versus envejecimiento galopante en una cambiante nueva pirámide, empleabilidad, y, en definitiva, la necesidad-oportunidad de repensar una nueva estrategia de futuro (para Alemania, para Europa y para los paí­ses origen de los nuevo pobladores). Las directrices propuestas, ofrecen un marco de trabajo que pretende facilitar a los paí­ses (y a todos y cada uno de sus agentes institucionales, económicos y sociales) el diseño de estrategias y polí­ticas que potencien un amplio espectro de medidas, polí­ticas, incentivos y mecanismos que favorezcan la inclusión social en el diseño de las polí­ticas de crecimiento económico. De esta manera, un primer esfuerzo se ha realizado proponiendo, huyendo de recetas, elementos por considerar y experiencias parciales de éxito que sirvan de reflexión y guí­a. Iniciativas de todo tipo que aconsejarí­an a los gobiernos una revisión crí­tica de sus polí­ticas y, sobre todo, de la óptica y perspectiva desde la que se aproximan al «problema», utilizando preguntas correctas alineadas con el verdadero objetivo: ¿Es posible diseñar un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo incluyente? Así­, la siempre aplazada verdadera reforma de los sistemas educativos y de formación para el empleo, la compensación e incentivación de la empleabilidad y el desempleado, el emprendimiento real y sostenible con su consecuente creación de activos asociados a la estrategia Paí­s, la inversión en la economí­a en el marco de sistemas financieros incluyentes, las polí­ticas de rentas, las medidas eficientes anti corrupción, la reformulación del rol del sector público y la función pública con la reforma esencial del personal de confianza y la dualidad seguridad-permanencia en el empleo respecto de la iniciativa privada, la dotación de infraestructura y servicios básicos, las transferencias fiscales… Viejos compañeros de viaje analizados bajo otros prismas.

Se trata de una importante iniciativa (ni la única ni la última) que contribuya a repensar el futuro de otra manera. Como en otros muchos casos, a lo largo de la historia, un inesperado cambio en las prioridades y condiciones ante las cuales se ha de reaccionar puede convertirse en una potente herramienta innovadora. En el caso de Alemania, sin duda, el nuevo desafí­o no ha de verse como un incómodo problema con el que convivir o que «deba tolerarse», sino como una extraordinaria oportunidad para plantearse un futuro distinto, más allá de la prioritaria acción humanitaria.

Por supuesto, la primera (y, en algunos casos, única) razón para ejercer la acogida de una población desamparada es la propia atención humanitaria que conlleva. Hecho esto, no debemos olvidar, tampoco, la oportunidad de hacer de las necesidades reales nuestras fortalezas y modelos de futuro, sabiendo -además- que esto no ha concluido. Pocos retos mayores tenemos que la necesidad de extender la participación y beneficios sociales junto con los beneficios del crecimiento económico en favor de mitigar la desigualdad, favorecer la integración y ofrecer un proyecto de futuro pensado en las personas. Así­, con las diferentes conclusiones del ya citado Informe, podemos afirmar que todos los paí­ses, sea cual sea su situación actual, están en inmejorables condiciones de mejora en este terreno, que no es viable separar crecimiento y polí­ticas económicas de polí­ticas sociales e inclusión, que promover estrategias de prevención, protección y seguridad y bienestar social no solamente es compatible con las polí­ticas fiscales y de endeudamiento, sino que generan, a su vez, claros retornos positivos en la competitividad de los paí­ses y sus economí­as y que, en consecuencia, no son polí­ticas de lujo para paí­ses ricos, sino de clara y necesaria aplicación a lo largo del mundo.

 La «crisis de los refugiados» ha puesto a Europa (y a los europeos) ante un reto inaplazable. No es posible disimular mirando para otro lado. Más allá del drama de quienes lo padecen directamente, las Instituciones europeas han comprobado la fragilidad de su modelo de gobernanza incapaz de «implantar soluciones europeas de emergencia», ha comprobado que sus ritmos no responden a las demandas reales de la Sociedad, que sus acciones u omisiones en determinados conflictos existentes, por muy lejanos que parezcan, producen consecuencias directas en casa, que no hay posiciones inmutables ni polí­ticas únicas sino que los tiempos, los acontecimientos imprevistos, las decisiones personales y colectivas en un momento dado, generan decisiones diferentes que han de adecuarse, en cada circunstancia, a necesidades y demandas distintas. Y han podido comprobar que determinados modelos de crecimiento y escenarios  pre diseñados  saltan por los aires.

   El desafí­o no es fácil. No se trata de mostrar una cara amable y solidaria, voluntarista, sino de toda una maquinaria de acogida que, además, no se limita a lo mucho que tanto Europa como cada uno de sus Estados Miembro y sociedades concretas han o hemos de hacer, o la compleja y largo placista actuación exigible en los paí­ses origen de los afectados. No es cuestión de improvisar medidas urgentes (absolutamente imprescindibles), sino polí­ticas y acciones sostenibles. Todo un desafí­o que se abordará mucho mejor si se concibe como una necesidad y oportunidad de cambiar las cosas construyendo una sociedad menos desigual, bajo un nuevo modelo de crecimiento incluyente, generador de riqueza y bienestar compartido y compartible. Los paí­ses que lo vean en positivo y en términos de oportunidad (no de utilitarismo mercantil), lejos de un peligro o amenaza para su confort y futuro, acertarán y diseñarán un futuro mejor.

En definitiva, parece ser que Alemania así­ lo ha entendido. Una buen noticia.

«Hicimos posible la voluntad del pueblo»

(Artí­culo publicado el 6 de Septiembre)

La Unión Europea cuenta con 28 Estados Miembro, de los que nueve (Chequia, Eslovaquia, Estonia, Lituania, Letonia, Croacia, Eslovenia, Malta, Chipre) no formaban parte de la misma y no eran Estados Independientes con anterioridad a la creación de la Europa de los Fundadores en 1951, a partir de la CECA o de 1957 con la Comunidad Económica Europea, embriones de la actual UE. Además ni la Antigua República Democrática Alemana formaba parte de un Estado Miembro, ni otros disfrutaban de una soberaní­a «de toda la vida», como Finlandia, que accede a su Independencia en 1917. Otros, en el momento de la creación de este selecto club, eran satélites de la extinta URSS y algunos, como España y Portugal, tení­an vetado su ingreso por su carácter de dictaduras impuestas por las armas, contrarias a los Principios de Copenhague, criterios indispensables para formar parte de la hoy Unión Europea. Es decir, que el mapa de la «vieja Unión Europea», contrariamente a lo que se piensa, parecerí­a más bien un renovado espacio innovador y creativo que ha generado nuevos modelos de organización territorial, polí­tica, administrativa y económica, adaptándose a la voluntad democrática, cambiante, que las diferentes sociedades europeas han ido manifestando a lo largo del tiempo. Si además, recordamos que esta nuestra Unión Europea incluye diferentes categorí­as a la de los Estados Miembro como el caso de los «Territorios Especiales» como Gibraltar, Ceuta y Melilla, o «Territorios Exentos» como Dinamarca, Reino Unido, Irlanda, o «Territorios de Ultramar o ultra periféricos» (desde Guadalupe y Martinica hasta Canarias), sujetos a relaciones especiales en el tratado de Adhesión, por no citar otras figuras como el Espacio Económico Europeo que une a los 28 Estados Miembros a Noruega, Liechtenstein e Islandia -quien por cierto ha rechazado el proceso de integración hace tan solo unas semanas- bajo acuerdos especiales como «estados Relacionados», o «los Protectorados y Potenciales Miembro» como Bosnia-Herzegovina y Kosovo, podremos comprender que la Unión Europea no es un modelo fijo de manual sino más bien un modelo abierto que se adapta a la realidad social, democrática y económica a lo largo del tiempo. Mención aparte, dada su excepcionalidad, es Chipre, cuya división territorial y poblacional, compartidas con la República Norte de Turquí­a y dos enclaves de un Paí­s tercero, configuran todo un esquema heterogéneo de adhesión y permanencia con plenos derechos.

Estas ideas cobran especial relevancia cuando, a nuestro alrededor, escuchamos manifestaciones «solemnes y rotundas» que pretenden convencer de la inviabilidad de cualquier alternativa democrática a construir un modelo propio e «independiente o secesionista» en el seno de la Europa actual. A juzgar por las grandilocuentes declaraciones de algunos personajes, cualquier demanda expresada por Catalunya o Euskadi, Escocia o Flandes, parecerí­a condenada a su exclusión de un espacio europeo en construcción permanente. Es decir, en todos los casos, la norma se ha adaptado a la realidad democrática y voluntad de los europeos y no ésta al determinismo europeo.

Sin embargo, la realidad es otra. A cualquier observador medianamente interesado en lo que sucede a su alrededor llama la atención el rápido proceso por el que muchos de estos Estados ya mencionados, han accedido a su nuevo estatus polí­tico, proclamando su independencia y, en tiempo récord, han pasado a integrarse en la Unión Europea como miembros de pleno derecho, bajo fórmulas diferenciadas. Un buen ejemplo que nos puede ayudar en este relato es el de la República de Estonia y, con ella, el caso Báltico que tras la llamada «Revolución cantada» permitió la declaración unilateral de Independencia de Lituania, Letonia y la propia Estonia celebrando, en estos dí­as, su feliz aniversario de una todaví­a reciente nueva Declaración de Independencia. Independencias y soberaní­as respecto de la todo poderosa Unión Soviética, accediendo no solamente a un nuevo régimen democrático, sino a terminar con largos perí­odos de ocupación, con el nada baladí­ hecho de la composición de su población con elevados porcentajes de rusos.

En un breve trabajo de Rein Jí¤rlik, impulsado desde el Club de Agosto 20 (Grupo de análisis y diseño de polí­ticas en el proceso de restauración de un estado soberano en Estonia), resumen recopilatorio de dos de sus publicaciones previas («Agosto 20 de 1991″ y «Con el derecho a la libertad»), documento influyente en la Declaración de Independencia de Estonia y publicado por el Parlamento de la República, «We carried out the People’s will» («Hemos hecho posible la voluntad del pueblo»), encontramos una simplificada Hoja de Ruta que describe los más de 600 acuerdos del Parlamento  estonio, en dos años, para dotarse de «las estructuras de Estado y declaraciones y compromisos polí­ticos» que les llevaron a la Independencia con el voto final de 69 de los 105 parlamentarios y el apoyo masivo popular cuyo respaldo en referéndum, a posteriori, fijó el estado actual de las cosas. Una hoja de ruta, diferente para cada caso, como no puede ser de otra manera, pero que comparte un buen número de elementos comunes: un malestar con el estado de las cosas y la necesidad de buscar nuevos caminos; un compromiso impecablemente democrático ante una oposición unilateral y permanente del Estado «central» dominante con todo un largo proceso de recursos, sentencias, anulaciones, sanciones, de todo tipo, con todo el aparato del Estado (incluidos sus servicios exteriores, militares, judiciales y de inteligencia), volcado en el NO a un camino distinto, con el apoyo masivo de la población no independentista; una intensa y agresiva actitud de los poderes económicos y mediáticos dominantes a favor del mantenimiento de las cosas y advertencias y recurso al miedo ante el nuevo «horizonte desconocido», y una Comunidad Internacional expectante a la espera de resultados finales sobre los que posicionarse. Una serie de elementos percibibles en todos los casos sobre la base de poblaciones hartas de una dominación real o sentida, una identidad y orgullo de pueblo y, sobre todo, un sueño de futuro. Como resulta evidente, el proceso no se inicia, de golpe, el 20 de agosto de 1991 con la resolución parlamentaria declarando la independencia, sino que es consecuencia de una sucesión de hechos que, historia aparte, se desencadena, de forma más o menos silenciosa, a partir de la Declaración de soberaní­a o autodeterminación de 1988. Proceso en el que el Parlamento juega un rol esencial junto con los partidos polí­ticos pro independencia, y la sociedad civil, más o menos movilizada desde iniciativas como la del Club 20 de Agosto que impulsa documentos, movimientos, acciones facilitadoras de un espacio y clima de cambio radical en la polí­tica previa hacia una nueva República. Es de destacar que, como en otros casos, es desde las propias entrañas de las Instituciones preexistentes (en este caso el Soviet Supremo de Estonia) desde el que se inicia una transformación y transición democrática. Intensas conversaciones y negociaciones con un Gorbachov y su Perestroika que no da lugar a un acuerdo satisfactorio pero que, paradójicamente,  su derrocamiento (interno) en la URSS, lleva a los parlamentarios de Estonia a entender que el estatus quo no da más de sí­ y que si quieren construir un futuro diferente, han de romper las estructuras dominantes. Como en los casos paralelos (o convergentes) en las otras dos Repúblicas Bálticas (Lituania y Letonia), la sociedad sale a la calle, apoya el movimiento de forma mayoritaria y logra «convencer» a los militares de la inevitabilidad del cambio, evitando la masacre esperable en función de actitudes del pasado. Horas más tarde, Islandia inicia el goteo de reconocimientos y apoyos desde la Comunidad Internacional. Destaca, en esta misma lí­nea, la placa que en la vecina Vilnius (Lituania), recoge el mensaje del entonces presidente de los Estados Unidos de América, George Bush: «Advierto al mundo que los enemigos de Lituania lo serán de los Estados Unidos de América». A partir de allí­, años de reformas, ingreso en la Unión Europea, adopción del Euro y un nuevo camino hacia un futuro deseado.

Una vez más, estamos obligados a insistir en que no existen dos casos iguales. Sin embargo, este tipo de referencias nos sirven para entender que el mapa geopolí­tico es cambiante, que las naciones tienen derecho a organizarse en diferentes modelos de Estado y que es y debe ser, la voluntad de los pueblos, la que defina el modelo y sistema a seguir, recomponiendo, desde su libre decisión, las relaciones con terceros. Más allá de la historia que tiene un enorme peso en el resultado final, tanto la identidad y diferenciación de las Comunidades, es su voluntad de apropiarse de su propio futuro y de dotarse de las estructuras e instrumentos de Estado y gobernanza, lo que hace posible (e inevitable) el nuevo rumbo de cada uno.

En estos dí­as, mucho más cerca de nosotros, asistiremos a una nueva conmemoración de la Diada en Catalunya y, algo más tarde, el dí­a 27 de Septiembre, a unas elecciones cuyos convocantes subtitulan como «plebiscitarias» ante el impedimento de una convocatoria de referéndum oficial. Catalunya, como Estonia, no improvisa un proceso. Son años trabajando en una determinada dirección, intentando superar las dificultades continuas a las que se enfrenta. Ya sus programas electorales de los últimos años anunciaban su «apuesta por dotarse de estructuras de Estado», su voluntad de encontrar un camino propio dentro de una nueva Europa, de avanzar en un acuerdo y diálogo democrático que les permita decidir su destino, ni contra nadie ni aislados del mundo contemporáneo. En esta lí­nea, los próximos pasos serán decisivos en los ritmos y plazos para ese nuevo espacio. Y, sin duda, hoy o mañana, los polí­ticos y responsables Institucionales terminarán afirmando que «han posibilitado el logro de la voluntad de su pueblo».

Lejos de debates mediáticos sobre si una hipotética orientación del derecho a decidir deje a varios millones de catalanes europeos fuera de Europa, si han de permanecer en el limbo a la espera de una nueva solicitud de ingreso en la Unión y si habrán o no de salir de la eurozona de la noche a la mañana, convendrí­a poner el acento en el desarrollo democrático del proceso, en la manifestación y ejercicio de una voluntad de futuro y, en su momento, en los procesos negociados de generación de los nuevos Estados resultantes ex novo. La historia y el comportamiento de la propia Unión y sus Miembros nos dan muchas pistas sobre las múltiples maneras de construir el o los nuevos espacios europeos. Un proceso imparable. Serán, en cada momento, los diferentes pueblos quienes manifiestan su voluntad democrática y elijan sus modelos de organización y gobernanza.

Nación emprendedora…

(Artí­culo publicado el 23 de Agosto)

Los últimos tiempos parecerí­an dominados por un mensaje oficial y colectivo en favor del emprendimiento como panacea, garante de la auto empleabilidad en una economí­a cambiante con escasa oferta de empleo estable en organizaciones tradicionales ya constituidas y en funcionamiento, como especial y prioritaria herramienta de generación de riqueza, base casi exclusiva del crecimiento económico y fuente de la capacidad innovadora y creativa de las personas, las empresas y los paí­ses. Bajo este nuevo mensaje y reclamo generalizado, resulta prácticamente imposible encontrar un gobierno, del nivel que sea, que no incluya entre sus programas públicos de apoyo y en  sus discursos programáticos, sus polí­ticas y sus estrategias, el emprendimiento. Así­, proliferan todo tipo de iniciativas, nuevos instrumentos, reconducción de los viejos programas y agencias públicas de promoción presentando lo que para muchos es todo un nuevo  paradigma. Las más de las veces, sin embrago, se trata de las mismas personas y agentes del pasado quienes se ven «reconvertidos» a base de boletí­n, mercadotecnia y presupuestos, pasando a ser los verdaderos emprendedores o facilitadores del desarrollo empresarial como si la tarea de crear empresas, dirigirlas y hacerlas crecer y perdurar en el tiempo, bajo criterios de rentabilidad sostenible, fuera fruto tan solo del deseo y de la voluntad inicial  de generar tu propio espacio de trabajo. Propuestas voluntaristas más como contrapartida a un desempleo galopante que a una verdadera intención y potencial evidente de desarrollo empresarial o emprendedor. Desgraciadamente, esta buena voluntad viene acompañada de muy pocas evidencias de un verdadero esfuerzo, emprendedor en sí­ mismo, hacia la esencia de la capacidad generadora de empresas e iniciativas creadoras de riqueza de forma sostenible. Pero en definitiva, todo Paí­s, toda nación, todo espacio socio-económico y sus respectivos gobiernos aspiran a convertirse en un nuevo «espacio-nación-estado de emprendimiento».

 Sin embargo, uno de los graves (y erróneos) mensajes de esta nueva  magia del emprendimiento es el transmitir que parecerí­a estar al alcance de cualquiera, realizable con una mí­nima subvención en la fase preliminar de prospección, diagnóstico y lanzamiento. Mensajes y medidas acompañados de suntuosos locales de elevado coste y alto standing con una serie de servicios mí­nimos de ofimática, internet y espacios de reunión, poniendo el acento en lo fí­sico y accidental o instrumental  más que en la esencia de una buena idea y modelo de negocio y en los recursos y capacidades necesarios para hacerlo posible. Se deposita la esperanza en la inspiración individual -en especial de jóvenes sin experiencia profesional y de empresa, a quienes se dirigen la mayorí­a de las invitaciones- bajo una especie de falacia generalizada: el tránsito de una buena idea a su resultado empresarial de éxito, es individual, rápido y sencillo. Adicionalmente, la literatura al uso está llena de relatos simplistas de las experiencias de éxito: Silicon Valley, ISRAEL: Nación emprendedora, START UP NATIONS… ofreciendo esquemas copiables de éxito, agrupando una decena de iniciativas financiadas por el sector público en un espacio común (también público) y una desmedida publicidad obviando el gran esfuerzo realizado, prescindiendo de su correcta evaluación y medición objetiva (recursos, resultados, sostenibilidad, coste- eficiencia). Se pretende, en definitiva, recorrer el atajo de las recetas copiables lejos del complejo y largo proceso de aprendizaje, repensando los modelos presentes para reformular nuevas necesidades fuente de nuevos modelos de negocio, las más de las veces desde múltiples orí­genes desconocidos con la intervención de múltiples factores y agentes.

 Este tipo de iniciativas, «instrumentales y operativas», proliferan en un disperso «mercado de ofertas competidoras» a las que se suman todo tipo de programas académicos desde las diferentes escuelas de negocio, apoyadas en redes de business angels colaborando en la financiación de un determinado tipo de capital semilla o riesgo, de toda clase. Sin duda, un buen número de estas iniciativas merecen todo respeto, admiración y consideración si bien son las menos dentro del conjunto observable. Por si no fuera suficiente, esos mismos gobiernos que ponen un gran acento en su apuesta emprendedora, son, a la vez, seguidores de las fatí­dicas polí­ticas de austeridad impuestas a lo largo de esta larga crisis, profundizando en elevados niveles de desempleo, en la atoní­a del desarrollo y crecimiento, en la reducción del comercio, en la limitada financiación real de proyectos empresariales (largo placistas y de riesgo, por definición) y de una limitadí­sima intervención creativa del sector público en su inapreciable trabajo de facilitar y promover proyectos estratégicos, apoyar la pre-financiación y promoción empresarial en sus fases precompetitivas antes de llegar al mercado, en su propia labor empresarial pública, en acelerar la dotación de infraestructura , en invertir en verdadera innovación y no en marketing sobre la innovación, en la investigación, en la educación y formación, en la propia reforma creativa de sus administraciones públicas, en su responsabilidad de actuación anti cí­clica en favor de su economí­a real. Todo un prodigio de la incoherencia que no hace sino fortalecer el pensamiento dominante. Los gobiernos parecerí­an prisioneros del lenguaje de la calle y mediático que los asocia con las malas prácticas y las barreras para el buen funcionamiento de los mercados a quienes se atribuye la exclusividad de la «creativa, eficiente e imaginativa solución ordenada y justa de nuestras necesidades» desde la empresa privada en exclusiva.

Estas reflexiones iniciales vienen a cuento en una semana en que asistimos a una nueva revisión a la baja de las expectativas de crecimiento para Europa. Sombras adicionales que refuerzan la incertidumbre de las anunciadas luces a la salida del túnel, o con la superación de la crisis, o la fortaleza de los primeros pasos en la creación de empleo. EUROPA vuelve a demostrar que sus recetas de austeridad, control del déficit, manuales de polí­ticas de saneamiento financiero y su  mal entendida competitividad asociable a devaluaciones internas y reducción permanente de empleo y costes laborales, no nos llevan a un mejor escenario. Por contra, observamos que los gobiernos y paí­ses que, en verdad, han hecho esfuerzos significativos por incrementar sus presupuestos públicos, que han redoblado sus compromisos con la inversión pública y actuado de forma «intervencionista» en su economí­a real, desoyendo las poderosas voces del mercado y el Laiser faire, han salido adelante, marcando la diferencia, evitando las sangrí­as del desempleo, acompasando la coyuntura de sus  empresas e industrias en su preparación para una mejor adecuación al «mercado», transitando hacia nuevos escenarios conforme a los tiempos que la economí­a global, el consumo y la demanda, tiren de ese mercado que hoy lastra su desarrollo.

Este escenario -ya demasiado reiterado- coincide con la petición que me hací­a en dí­as pasado el editor de una revista sobre emprendimiento cara a resaltar algunos hechos diferenciales de Silicon Valley, que me ha llevado a repasar mis notas de una de mis primeras visitas (ya en los lejanos años 80) a este mí­tico valle  y mis reuniones con el Profesor William F. Miller, considerado el «Ministro de Relaciones Exteriores de Silicon Valley» desde su atalaya privilegiada de la Universidad de Stanford y su papel decisivo en los primeros proyectos emprendedores en la zona. El Profesor se preparaba en aquellos dí­as para encabezar un viaje oficial a Irlanda, a petición, de la Casa Blanca, con lí­deres empresariales y académicos, al objeto de «explorar oportunidades emprendedoras que pudieran fortalecer su economí­a y facilitar el desarrollo de este Paí­s dentro de la estrategia de cooperación de USA». Obviamente, ni los empresarios norteamericanos ni la propia Universidad habí­an llegado a la conclusión de que Irlanda era su apuesta más competitiva del momento, sino que lo hací­an impulsados por un gobierno dispuesto a realizar una estrategia determinada, de la mano del desarrollo económico. Esta colaboración público-privada, seguidista  del Gobierno, no era una novedad en Silicon Valley. Este gran espacio meca del emprendimiento, surgió como parte de un hábitat provocado y no consecuencia de la decisión de «un par de genios que se aburrí­an en clase y decidieron dejar la Universidad de Stanford para crear una empresa», como la leyenda y novela nos hacen creer. Por el contrario, las potentes inversiones del Gobierno -y en especial de su Industria y departamento de Defensa- favorecieron el desarrollo de la futura internet, la  aparición de múltiples aplicaciones que años más tarde llegarí­an al mercado, la formación de extraordinarios profesionales, el soporte de las infraestructuras necesarias y la Clusterización real -no de un mero espacio fí­sico- en el entorno de San José-San Francisco-Palo ALTO. De esta forma, la colaboración público- privada, los contratos programa de largo alcance, las inversiones de riesgo…. y la capacidad y voluntad emprendedora en un universo ciencia-tecnologí­a-empresa, así­ como el acceso a la financiación y al venture capital especializado en todas las fases del desarrollo empresarial,  permitirí­an el potente y especial desarrollo de Silicon Valley. Espacio que encontró la fuerza empresarial, de emprendedores reales, comprometidos con su idea de empresa, y que se ha ido reproduciendo a lo largo tanto de los Estados Unidos como del mundo.

Así­, entendiendo muy bien lo que es un modelo completo de emprendimiento, algunos paí­ses se han convertido en verdaderos espacios emprendedores o «Start UP Nations», y lo han conseguido, nunca por casualidad…

En esta lí­nea, esta misma semana, la profesora de la Universidad de Sussex, Mariana Mazzucato, de gran prestigio en el mundo de la innovación y el emprendimiento, en cuyo libro «El Estado del Emprendedor» reivindica el rol de los gobiernos y el Estado Emprendedor, entrevistada por el Financial Times, destaca  que es un buen momento para abandonar determinados discursos oficiales empeñados en exigir la pasividad pública en favor de iniciativas estrictamente privadas y de mercado, así­ como el mantra de que la empresa, solamente privada, «es la única fuente de emprendimiento, empleo y riqueza y que los gobiernos han de limitarse a no estorbar y a propiciar «jaulas confortables» para la iniciativa privada». Por el contrario, insiste, los gobiernos tienen el enorme rol responsable de provocar nuevas empresas, de asumir riesgos, de pensar y actuar en el largo plazo y no limitarse a jugar el papel «del estudiante obediente» que cumpla con los manuales que el pensamiento dominante exige, de modo que le resulte simple su cumplimiento y medición aunque la tozuda realidad le imponga escenarios no deseables como el que vivimos en Europa confiando en que el azar, algún dí­a, provoque un cambio y nos permita certificar un desempleo  de «tan solo» 15 a 20%, insistiendo en exigentes planes de rescate, irrealizables, a Grecia, por ejemplo. Es, sin duda, momento de repensar el futuro y evitar repetir un pasado cuyos resultados no parecen satisfactorios.

 Observaciones que nos llevan a recordar que si bien es verdad que el emprendimiento es una apuesta imprescindible en toda estrategia Paí­s, no es cuestión de confiar en el azar, la genialidad o los milagros (necesitarí­amos cientos de miles o millones de milagros, solamente para inventar nuevas ideas y empleos para superar el desempleo existente, como dirí­a el profesor Peter Thiel, en sus lecciones para emprender, desde su cátedra del MIT en Boston-El mismo, en su libro «De Cero a Uno», fruto de sus clases, múltiples iniciativas emprendedoras de éxito, nos recuerda el rol diferenciador de la tecnologí­a -no solamente las TIC’s- y la necesidad de dotarse de instrumentos colaborativos entre diferentes -alianzas coopetitivas- con proyección de largo plazo.

 En consecuencia, SI a la apuesta por el Emprendizaje, pero adecuando la realidad a sus verdaderas necesidades, posibilidades y protagonistas. En esta lí­nea, sin duda, nos apuntamos, también, a proclamar, EUSKADI NACIí“N EMPRENDEDORA. Pero como hemos señalado, requiere mucho más que el mensaje mercadotécnico al uso, exige mucho más que el tan necesario esfuerzo en poner en valor la empresa y su contribución al desarrollo y bienestar, con especial acento en el empresario, a la vez que se teja una estrategia completa y coherente. Estrategia, en todo caso, provocada y única. Silicon Valley no es un espacio fí­sico irrepetible de la misma manera que el hábitat emprendedor no es una infraestructura o un mensaje sin más. Un Paí­s emprendedor es mucho más que unas pocas empresas o emprendedores de éxito, ganadoras, con domicilio social o fiscal en el territorio en cuestión. Hoy, en Euskadi, tenemos una sólida base sobre la que construir dicha nación emprendedora que habrá de traducirse en empleo, bienestar y desarrollo y progreso social. Construyamos nuestra EUSKADI EMPRENDEDORA.

Un verano presupuestario

(Artí­culo publicado el 9 de Agosto)

La poco usual costumbre de presentar unos presupuestos generales del Estado en pleno Agosto vacacional provoca un buen número de opiniones encontradas.

Si bien es verdad que una de las primeras obligaciones de un gobierno es la de formular un presupuesto de modo que la Asamblea o Parlamento correspondiente lo apruebe o revoque de modo que en el primero de los casos, garantice el funcionamiento ordinario de su Administración para el ejercicio objeto del mismo o, en el segundo caso, constatado el rechazo de la Cámara, propiciar la alternancia del gobierno parecerí­a poco razonable la decisión del gobierno Rajoy, presentando un presupuesto para el ejercicio 2016, con un gobierno agotado, de veraneo y a las puertas de unas próximas elecciones no más allá de octubre-noviembre. Resulta evidente que el presupuesto en cuestión no tiene mucho recorrido práctico ni siquiera en el caso de que el Partido Popular ganara las elecciones del próximo otoño. La expectativa electoral apunta a nuevos juegos de mayorí­as que obligarán a pactos bi o multi partido que, obviamente, exigirí­an acuerdos de modificación presupuestaria. Además, si creemos en la honestidad de los portavoces de la oposición que se han apresurado a descalificar el hecho de presentarlos (el PSOE incluso los califica como «Fraude Constitucional») y anuncian su derogación tras las elecciones, cabrí­a esperar que, desde hoy mismo, quienes aspiran a gobernar en un próximo periodo se den a la tarea de elaborar unos nuevos presupuestos alternativos, así­ como la baterí­a legislativa que habrí­a de acompañarlos (seguramente empezando por un Decreto-Ley a los que tanto nos ha acostumbrado el gobierno del PP) de modo que una vez constituido un nuevo gobierno, los «nuevos presupuestos» pudieran aplicarse evitando la pérdida de tiempo, de energí­a, incertidumbre y parón en el funcionamiento de las diferentes administraciones públicas (y agentes privados afectados) implicados en la letra y número de los citados presupuestos «derogables», facilitando el normal funcionamiento de una nueva legislatura por venir.

Siendo tan poco previsible su aplicación, ¿por qué el PP aprueba un proyecto de presupuestos e inicia un periodo extraordinario de comparecencias de sus altos cargos -la mayorí­a de ellos no serán a futuro responsables de los presupuestos que hoy defienden- a salto de mata entre la playa y el Congreso? ¿Se trata de un abuso de propaganda electoral, del ejercicio máximo de su responsabilidad o de un juego provocador que permita, a futuro, echar en cara a un hipotético mero gobierno, su decisión respecto de lo que «ellos hubieran hecho»?, o ¿Es, simplemente, su voluntad de hipotecar el comportamiento futuro de un nuevo gobierno?

Sea cual sea la intención, el resultado parece inadecuado. Por delante, elecciones generales y elecciones plebiscitarias en Catalunya suponen elementos exógenos de especial calado como para pensar en un gran impacto sobre el futuro presupuestario. Adicionalmente, el escenario polí­tico parecerí­a haber cambiado en los últimos meses y las recientes elecciones autonómicas y municipales han ofrecido resultados -directos e indirectos- diferentes a los habituales dando entrada a nuevos jugadores y alumbrando nuevos espacios de pacto a determinar el futuro gobierno. ¿Estamos en una situación excepcional que obligue a contar con «cualquier presupuesto» y aplicarlo de inmediato para evitar males mayores? Esperemos que no.

El gobierno se ha apresurado a anunciar su propuesta como «un ejercicio de responsabilidad para evitar volver al pasado y aprovechar la ya evidente salida de la crisis« y ofrece «más dinero en gasto social (sanidad y dependencia), mayor compensación para los funcionarios que han sufrido la crisis y recursos para mitigar la deuda de las Comunidades Autónomas, sobre la base de una rebaja fiscal que generarí­a más ingresos y una sustancial reducción del gasto de desempleo ante el éxito de las polí­ticas seguidas que hacen que disminuya la demanda de ayudas públicas». Este parece ser el discurso. Pero, no obstante, parece muy alejado de la realidad. No olvidemos que la economí­a española sigue sujeta al protocolo de rescate al que debió adherirse para afrontar su crisis y que el «Protocolo de Déficit Excesivo» obliga a someter sus cuentas a la vigilancia y aprobación, en su caso, de las autoridades europeas. Por tanto, cuidado con los mensajes truculentos. Unos presupuestos que de cumplirse ofrecerán una tasa de desempleo del 19,7% que el gobierno considera todo un éxito. Adicionalmente, su capí­tulo de inversiones deja «manga ancha» al gobierno para actuar o no en lo que promete con importantes partidas en infraestructuras cuyos complejos procesos de proyectos, licitaciones y adjudicaciones dan oxí­geno al ejecutivo para «cubrir desviaciones» en sus fuentes de ingreso y que ya han puesto a la defensiva a todos los gobiernos afectados (los que en apariencia recibirí­an fondos como los que los verán recortados). Unos presupuestos que vuelven a cargar sobre las Comunidades Autónomas (verdaderos responsables del gasto social-salud, educación y bienestar -e infraestructuras básicas-, además de las polí­ticas activas de empleo y promoción de la actividad económica, de la Administración de Justicia, entre otros) el peso del endeudamiento y la tensión del cumplimiento real de su cuadro y prospectiva macro-económica. Unos presupuestos que fortalecen «el brazo del Estado» (Defensa, Casa Real, Exteriores, Empresas Titulares del Estado, I+D… y otras no competencias sobre las que interviene desde el gasto como Cultura, Salud, Dependencia, etc.), más allá de sus competencias formales para introducirse en áreas de responsabilidad de terceros en el actual modelo autonómico. Unos presupuestos que siguen la mala y vieja costumbre de utilizar sus disposiciones adicionales para modificar leyes, polí­ticas y programas más allá del espacio de sus contenidos reales para dejar en manos del contable o interventor de turno la decisión y gestión de las estrategias y polí­ticas públicas, en un claro abuso de poder de muy dudosa legalidad.

En definitiva, lo que siempre ha de ser una buena noticia -disponer de un proyecto presupuestario en plazo- no parece una buena decisión en esta ocasión. Quizás, puestos a aprender, podrí­amos sugerir la oportunidad de avanzar en cambios sustanciales en los esquemas de gobierno. Por ejemplo, la creación de una Oficina Presupuestaria en el Congreso (y en cada uno de los Parlamentos o Asambleas de las Comunidades Autónomas) de modo que la información económica-financiera ofreciera una base cierta sobre la que actuar ante cada presupuesto con la perfecta identificación de créditos obligatorios por cumplimiento de legislación en curso, créditos de libre disposición sobre la que intervenir según criterios ideológicos o partidarios (absolutamente legislativos) y aquellos otros de plena disponibilidad. Evitarí­amos depositar en el ejecutivo el control y poder del Presupuesto. Permitirí­amos que los parlamentos pudieran actuar con mayor conocimiento de causa, con mayor celeridad y facilitarí­amos las negociaciones post electorales en la definición de programas o espacios de poder compartibles, facilitando, además, a los ciudadanos, la comprensión de lo que se acuerda y las implicaciones que, en realidad, tendrán unos u otros acuerdos en nuestras vidas. En la misma lí­nea, contemplar presupuestos que excedan el año, adecuándolos a los tiempos electorales y evitando prisas y tentaciones para dejar un presupuesto atado («por si ganamos» y «por si perdemos»). O, finalmente, si el gobierno del PP está motivado por intereses de servicio y eficacia, propiciar un acuerdo parlamentario para aprobar, de urgencia, una capacidad y flexibilidad mayor en las «prórrogas presupuestarias» en previsión al calendario electoral de modo que quien haya de asumir la función de gobierno (incluido el propio PP) pudiera actuar con celeridad.

En todo caso, ya hay una propuesta presupuestaria en el Congreso, cabe pensar que será enmendado por todas partes, si bien con escasa convicción de que las enmiendas resulten pactadas o aprobadas, y que el PP rechazará lo esencial y será aprobado tal y como ha sido propuesto por el gobierno. ¿Cuándo? ¿Con un gobierno en funciones? ¿Antes de la disolución de las Cortes? ¿Con un nuevo gobierno, diferente, que deba aplazarlo? En principio, un despropósito.

Un verano atí­pico que obliga, a quienes aspiran a presentarse como alternativa de gobierno, a trabajar en la preparación de un completo presupuesto alternativo que sustituya al actual. Desgraciadamente, estamos acostumbrados a que desde la oposición se anuncie la derogación de leyes «aprobadas a la contra» y, una vez en el gobierno, se dan por buenas o se tienen como mal menor. Esperemos que este «fraude constitucional» que señala el PSOE les lleve, por ejemplo, a proponer unos presupuestos en condiciones. En todo caso, siendo o no su objetivo, el PP ha puesto sobre la mesa un interesante desafí­o al resto de las fuerzas polí­ticas: acudir a las próximas elecciones con un presupuesto distinto, comparable, más allá de la retórica y del discurso, soportado en números, identificando partida a partida, en aquello que se traducirí­a, al menos para el primer año, su apuesta electoral. Así­, pese a la pereza merecida del verano, queda mucho trabajo a realizar en los gabinetes de los partidos polí­ticos para trascender del programa electoral y aportar su propio presupuesto. Un trabajo posible para los próximos seis meses. ¡Mucho tiempo por delante!

Rediseñando estrategias financieras al servicio del desarrollo social…

(Artí­culo publicado el 26 de Julio)

El mundo de las finanzas ha acaparado, en estos dí­as, la atención pública desde la óptica restrictiva de «los mercados», el «rescate-default griego» y, en mucho menor medida «local», la sentencia del Tribunal Supremo español en torno a un recurso de la Generalitat de Catalunya contra la sistemática intervención de la Administración Central española en la financiación-subvención de la «Asistencia Social».

Las dos primeras parecen focalizarse en instrumentos, polí­ticas, y objetivos de financiación  en una determinada lógica macro entre acreedores y deudores contemplándose como acciones y polí­ticas aisladas o autónomas «al margen de la economí­a real». Percepción negativa generalizada en una sociedad azotada por una crisis, la más reciente, de origen bancario-financiera, más tarde económica, luego social y, en todo momento, polí­tica. Entorno de frustración que castiga y penaliza, prácticamente sin matices a la «economí­a financiera» en lo que serí­a su aparente contraposición a la llamada «economí­a real». La última incidirí­a en el corazón y el alma de las personas.

Conviene, sin embargo, recordar una obviedad: economí­a real y financiera son indisociables. Lo que sí­ fija la enorme diferencia es el objetivo, la prioridad y, en su caso, el valor vs. el instrumento. Hoy, dadas las circunstancias, en esta vorágine perversa, la economí­a real parecerí­a asociarse con la cara positiva y esperanzadora de la economí­a. En este contexto y en medio del dominio acaparado por las crisis griega y china, especialmente, la reciente Cumbre de Naciones Unidas para la renovación de sus compromisos con una sociedad global, sostenible y mitigadora de la pobreza ha pasado desapercibida y con ella los esfuerzos en la búsqueda de nuevos modos de afrontar su financiación.

En esta lí­nea, tras un largo e intenso esfuerzo de trabajo conjunto, el Word Economic Forum y la O.C.D.E. han presentado su «Blended Finance Initiative» asociada a los objetivos 2015 para el desarrollo global recomendados desde Naciones Unidas. La Cumbre de Addí­s Abeba (Etiopí­a) ha sido el Foro adecuado y en el que, como no cabrí­a esperar otro mensaje fuerza, ambas Organizaciones Internacionales han recordado uno de los mayores problemas (y desafí­os) mundiales: La desigualdad global se incrementa y necesitamos nuevos modelos de desarrollo económico incluyente. Constatación de una realidad, desafí­o prioritario y compromiso inaplazable.

Así­, la iniciativa propuesta pretende movilizar flujos de capital hacia los paí­ses en desarrollo, rediseñando los instrumentos y polí­ticas financieras, convergiendo los mundos y espacios de la filantropí­a y las finanzas internacionales en una fusión público-privada dirigida a generar un verdadero IMPACTO consistente en favorecer del  crecimiento económico y social compartido y uní­voco, mitigando riesgos y ofreciendo el mayor retorno posible de beneficios en una verdadera transformación de la calidad de vida, sostenible, de las personas y paí­ses a los que se dirige. Otra vez, «innovación» pero no solo tecnológica y/o financiera en sí­ misma, sino aplicada a las demandas sociales.

Bajo este objetivo y compromiso, la iniciativa se propone «desbloquear recursos y agentes», a lo largo del mundo, hacia soluciones ganar-ganar transformando economí­as, sociedades y, sobre todo, vidas. Necesidades de transformación que reciben los nombres de infraestructuras, salud, educación, alimentación, agua… Sus promotores parten de una afirmación que parecerí­a chocante para muchos: «Existe dinero suficiente para cubrir nuestras necesidades», en un espacio creciente de los mercados de capital, con mercados, espacios emergentes que acceden a nuevas necesidades y soluciones con creciente poder adquisitivo y voluntad de intercambio de bienes y servicios, con cada vez mayor presencia y apuesta del inversor privado en los paí­ses y regiones en desarrollo, pero… los «cuellos de botella» que rodea estos complejos espacios de decisión y correcta asignación de recursos, la debida convergencia de intereses públicos y privados, el rol de los gobiernos (incluida la desgraciada corrupción presente en determinadas prácticas y casos) impide el correcto funcionamiento deseado. Así­, una vez más, la tan reclamada colaboración, coopetencia y estrategia compartida vuelve a ocupar roles esenciales. En el fondo de esta iniciativa subyace la necesidad de abordar las potenciales soluciones no ya desde silos confrontados o sustitutivos gobierno-iniciativa privada, sino como acciones conjuntas complementarias con el apoyo de un tercer actor: las fuerzas intermedias o facilitadoras, bien concebidas como organizaciones NO gubernamentales o como nuevos instrumentos no públicos al servicio de la sociedad.

«Blended Finance» pretende ser mucho más que un ya conocido PPP (modelo de colaboración público-privada) como modo alternativo, de sustitución de un proyecto concreto con interés complementario, sino algo especial, diferenciado y estable, que se autoproclama como una apuesta del rediseño de  las estrategias de colaboración financiera para el desarrollo. Iniciativa que parte con un compromiso base como plataforma ad hoc, «Convergence Blending Global Finance» en la que inversores privados y ONG’s aporten sus fondos y recursos al servicio de la financiación de proyectos de impacto real para el desarrollo sostenible (en el tiempo). Plataforma fí­sica real, con sede en Toronto, bajo la gestión inicial de Dalberg (grupo especializado en estos ámbitos colaborativos, especialmente, a los llamados paí­ses emergentes).

Todo un reto, todo un camino más por recorrer.

Y, es aquí­, donde surge, una vez más la apariencia poco relacionada en referencia a la «tercera percepción pública» que comentaba al principio de este artí­culo. La noticia de la sentencia del Supremo ha provocado una primera reacción, interesada y de parte, demonizando a Catalunya «cuya insolidaridad y actitud de mirarse el ombligo, perjudica a miles de ONG’s y ciudadanos», en palabras de la Secretaria de Estado para Asuntos Sociales del gobierno Rajoy en España.

Empecemos por decir que llama la atención que 30.000 ONG’s reciban dinero desde los presupuestos generales del Estado (más bien, de la Administración Central), en una competencia transferida -en exclusiva- a las Comunidades Autónomas (tan Estado, tan o más eficientes y próximos… como la Administración Central), y resulta fuera de lugar que el gobierno español tan preocupado por las duplicidades de otras Administraciones no se ocupe de su propia casa, y que un cargo público polí­tico, tenga tan escaso cuidado en sus palabras. Las ONG’s no deben vivir del Estado, ni crear ni mantener sus estructuras de unos fondos públicos permanentes. Lo que sí­ pueden y deben hacer es acceder a Fondos Públicos y Privados al servicio de proyectos, iniciativas y programas de interés e impacto social, desde una acreditación objetiva, probada eficiencia y con resultados e impacto real en la sociedad. Iniciativas alineables con las polí­ticas públicas (en este caso de los gobiernos competentes en la materia y no de otros). La colaboración público-privada resulta esencial, optimiza su gestión, favorece la convergencia financiera, mejora la focalización y monitorización de proyectos y resultados, favorece el voluntariado real, acerca las posibilidades de solución a las demandas sociales y permite movilizar recursos en favor de la sociedad.

Lo que no puede ser, si queremos desbloquear dificultades, ineficiencias y cuellos de botella es que «en nombre» de la asistencia social valga cualquier actividad clientelar de una Administración Pública que no es competente para hacerlo (máxime cuando se trata de un gobierno que dice desconfiar de las ONG’s cuando ofrecen informes y estadí­sticas que no le gustan).

El rol de las ONG’s, de la filantropí­a, el valor compartido empresa-sociedad es esencial en estos nuevos espacios de compromiso y responsabilidad. El de los Gobiernos, por supuesto. Pero eso sí­, el de los gobiernos responsables y competentes.

En definitiva, se trata de recibir con esperanza nuevas iniciativas y compromisos no solo hacia nuevas estrategias y desafí­os para el desarrollo, sino a la indispensable convergencia entre las economí­as real y financiera. La renovación de los objetivos globales que pretenden continuar mitigando la pobreza y desigualdad en el mundo resulta esencial. La valoración del camino recorrido es objetivamente positiva (en cuanto a resultados macro y globales) si bien no solo insuficiente, sino gravosa en términos de desigualdad relativa, espacio a espacio, región a región, sociedad a sociedad.

Etiopí­a ha de ser un nuevo nombre de referencia con puntos de inflexión para la solución de estas desigualdades y graves necesidades. Un punto de encuentro entre diferentes actores, con nuevos instrumentos y roles convergentes. Ojalá asistamos a nuevos caminos y mejores resultados.

OXI: Sí­ a la cosoberaní­a, Sí­ a Europa, No a la situación actual… Al margen de las decisiones finales.

(Artí­culo publicado el 12 de Julio)

El atrevimiento de dedicar una columna al asunto GRECIA, en plena tormenta de encuentros y desencuentros, negociaciones varias y volatilidad de mercados expectantes, no deja de ser una osadí­a temeraria. Más aún cuando todaví­a el pasado viernes el gobierno griego presentaba en Bruselas una nueva propuesta para su tercer rescate, alineado con las exigencias declaradas públicamente por la Unión Europea. Cabe esperar que hoy mismo, coincidiendo con la publicación de este artí­culo, conozcamos el desenlace. Sin embargo, la actualidad se impone y, más allá de acertar o no en un escenario final, parecerí­a de interés repasar algunos aspectos presentes en el proceso griego y extraer algunas lecciones más allá del resultado, anticipando futuras consecuencias para Grecia, para Europa y, por supuesto, para todos y cada uno de nosotros.

El inesperado y precipitado referéndum griego del pasado domingo 5 de julio, con una participación superior al 60%, no solamente ofreció un mayoritario y rotundo NO (Oxi) tal y como pedí­a el gobierno de Tsipras (61% para el NO, contra el 32% del SI que pedí­an tanto la oposición, como Bruselas, los dirigentes colegiados europeos y los numerosos dirigentes polí­ticos que se personaron, desde fuera de Grecia, en el proceso), sino que fue el ganador en el 100% de los distritos o circunscripciones electorales (56). Grecia decí­a NO a lo que entendí­a era una imposición de polí­ticas negativas para su población, hipoteca de su cosoberaní­a y clara intromisión de terceros en la decisión democrática sobre sus dirigentes y gobernantes. Podrá cuestionarse y debatirse si ha sido o no un verdadero referéndum con fundamento clásico desde las bases de un derecho constitucional, si contó con escaso tiempo de movilización e información para la decisión formada o si ofrecí­a una pregunta clara o si buscaba un apoyo indirecto a polí­ticas dispares. Pero la evidencia constata, participación y respuesta en una dirección. Adicionalmente, tras el NO, todos los partidos polí­ticos griegos se han sumado al apoyo de Tsipras en su negociación. Eso, sí­, los negociadores europeos se han cobrado una ví­ctima: Varufakis. No les gustaban ni sus formas, ni sobre todo, su capacidad y conocimiento de lo que estaba en juego (pese a que en sus publicaciones académicas concluye con un esperanzado llamamiento a Alemania y a Estados Unidos como últimos valedores del sistema). A partir de aquí­, Tsipras cambió a su Ministro, el lenguaje previo y ha propuesto una nueva solicitud de rescate que, en principio, parecerí­a responder a un acuerdo previo con quienes habrí­an de gestionar su salida de la crisis en los próximos tres años.

El NO griego no supone nada definitivo. Deja aún abierto el posible acuerdo o no sobre la solución al grave problema financiero y default del Paí­s, a la posible salida o no de Grecia del euro e incluso, a más largo plazo, de la Unión Europea, con independencia de la solución coyuntural con o sin rescate en curso. Si bien la posición del gobierno griego proclama, una y otra vez, su voluntad de permanecer en Europa -euro incluido- pero en el marco de un Acuerdo que haga viable su pago de la deuda, un crecimiento y desarrollo incluyente, con el digno acceso a las polí­ticas sociales y el respeto a los principios  y valores que se suponí­a marcaban la diferencia de pertenecer a una Europa, deseada, de libertad, justicia y bienestar, en contra posición a otros frentes potenciales, o a seguir un camino en solitario, por incumplimiento de exigencias y compromisos que, bajo los criterios de «convergencia económica y limitación teórica del déficit público», establecidos por muchos que hoy se revuelven contra ellos, condicionan las decisiones polí­ticas de sus gobernantes y ciudadanos, llegándose a argumentar incluso que su cultura «oriental» no es compatible con la europea y recomiendan una salida DE TODO ESPACIO EUROPEO.

Sin embargo, el «asunto griego», parecerí­a haberse jugado al margen de los intereses y necesidades de GRECIA y de los griegos. Los llamados «mercados», por definición, temen la incertidumbre y volatilidad y operan en términos especulativos preocupados por el movimiento corto placista de las Bolsas, pero con la atención real en su apuesta en el largo plazo. Sus cálculos trasladan preocupación, hoy, pero su apuesta, en realidad, es por un GREXIT, acordado para evitar sobresaltos, en el largo plazo, en el que la «pequeña y modesta economí­a griega» simplifique y facilite la «uniforme creación de un euro más fuerte». Un «euro fuerte» que habrí­a de acelerar reformas en favor de la «Unidad bancaria, monetaria y fiscal», al margen de los gobiernos y en manos de la «burocracia independiente» que escuche e interprete la voz del mercado. Y, en el peor de los casos, limitada a una dirección mí­nima y centralizada bajo el mandato y control de unos pocos. Grecia, para ellos, representa un escaso peligro de contagio global.

«Los Mercados» que no han jugado solos sino que se han alineado con unos pocos dirigentes polí­ticos que llevan años pretendiendo modelar una «nueva Unión Europea», por encima de la democracia popular directa, desde órganos uniformes de gobierno a los que se supeditan los mecanismos formales de Presidentes y Ministros que eluden el control parlamentario en sus respectivos paí­ses, argumentando la complejidad europea, la inevitable velocidad en toma de decisiones y la «confianza» que ha de depositarse en ellos para «hacer lo que sea mejor para su Paí­s en Europa». Es evidente que las decisiones de los Jefes de Estados Miembro o de los ministros del Eurogrupo también lo son con el aval democrático de sus respectivos paí­ses, pero no es menos cierto que, salvo escasas excepciones, Europa nos tiene acostumbrados a decisiones de salón, con nocturnidad y nulo control previo, cuando no a cambios en las reglas del juego en pleno partido. Estado Miembro y dirigentes aliados con un FMI que nos tienen acostumbrados a un doble juego combinatorio de extraordinarios estudios e informes de diagnóstico, a la vez que, pésimas decisiones sobre un esquema común y generalizado para todos, con escasa sensibilidad a la realidad de las poblaciones sobre las que actúa en una zigzagueante senda de opiniones y posiciones contradictorias. Ni estrategia previa, ni control democrático directo, ni crí­tica posible salvo ser tachado de nacionalista, aldeano, anti europeo o desinformado. Dirigentes que no han tenido vergí¼enza alguna en imponer primeros ministros no elegidos, de saltar cuantos acuerdos no les han facilitado su diseño previo y que en este proceso griego no solo se han entrometido en decisiones libres de un Paí­s concreto, sino que los han insultado, descalificado y reñido por «no acertar» con su voto. Se ha hecho una guerra partidaria, en clave de polí­tica local, ante Syriza, sin pensar en Grecia y sus ciudadanos.

Si bien es verdad, por otra parte, que GRECIA no cumple con sus obligaciones y compromisos (al igual que otros) y que no puede actuar por libre. Pero si hablamos de rescates incumplidos, niveles de deuda rebasados (suponiendo que toda ella sea calificada de lí­cita), de reformas paralizadas, de sobre dimensionamiento de su función pública o regí­menes «insostenibles» de pensiones, además de mirar a lo largo de Europa, merecerí­a la pena conocer lo que de verdad se está exigiendo hacer, con qué intensidad y en qué plazo, si es razonable y alcanzable, y, en todo caso,  «exigir» a Grecia un compromiso de éxito y no un camino a ninguna parte. Todo objetivo inalcanzable es imposible a priori.

De una forma u otra, GRECIA no deja de ser un «pequeño experimento» para muchos. Quienes nunca han creí­do en el euro y contemplan el momento como una gran oportunidad para darle un buen zarpazo; quienes aprovechan la ocasión para «demostrar que el euro solo es viable bajo un marco único, con mando único y armonizado» en el que se den los máximos niveles de cesión de soberaní­a hacia un «club europeo» de unos pocos; quienes con el modelo europeo en «de construcción» promueven la oportunidad de un bipartidismo extendido a/en todos los paí­ses miembro y con un férreo control en beneficio de unos pocos; quienes ven la oportunidad de acallar movimientos alternativos de gobierno y diferentes modelos de desarrollo. Y, también, para quienes añoran eras pre-euro y la vuelta a la dolarización excluyente.

Así­ las cosas, merece la pena resaltar que una salida de Grecia (del euro o/y de la Unión Europea) vendrí­a a demostrar que existen opciones de desarrollo diferentes a las fijadas por la UE en el marco de la tan temida «troika»; que cada vez son más las voces que se levantan en favor de un camino propio y distinto y que si Europa no es capaz de reinventarse, de entender el coprotagonismo y cosoberaní­a de los muchos pueblos que la componen y dan sentido a una apuesta por el otrora «sueño europeo», sus piezas se alejarán de Bruselas (y de Berlí­n y de Parí­s). Si finalmente Europa enmascara su decisorio rescate y apoyo a Grecia en un transitorio proceso de «no salida» bajo el apoyo de otra moneda hasta adecuar su economí­a a las demandas europeas, dará un peligroso mensaje: la solución está fuera de este inconcluso sistema. ¿Cómo argumentar, entonces, en contra de la libra y el Reino Unido, de la pertenencia dual de diferentes paí­ses con un sí­ a la UE pero no a la eurozona, o a la retirada de solicitudes de ingreso como la reciente de Islandia? ¿Y la permanentemente aplazada  decisión sobre Turquí­a? Si por el contrario, va más allá y facilita su salida real, asistiremos a un nuevo proceso de creación de espacios alternativos que, con toda probabilidad unirí­an voluntades, realidades muy distintas en los que primarí­a no la «convergencia monetaria y financiera», sino una nueva geo-polí­tica, con una muy probable, distancia cultural e ideológica del Occidente europeo. Asistirí­amos al principio de un nuevo escenario: a priori, ni mejor ni peor. Simplemente otro. Escenario para el que es más que probable no estemos preparados. Y si, finalmente, da el visto bueno al «nuevo rescate» en los términos explicitados en la propuesta pactada de antemano pero mantiene, en el fondo, la desconfianza en Grecia y su í­ntima convicción de que «no son tan Europa como se espera», estaremos ante una prórroga a tres años de una potencial y demasiado reiterativa crisis del sistema.

Tras el NO hemos visto nuevas caras y posturas que nos llevan a observar el uso propagandí­stico y negociador de las partes, así­ como la «verdadera vocación solidaria y europeí­sta» de algunos. La rotundidad del FMI, del Parlamento europeo o del propio gobierno griego (por no hablar de otros irrelevantes y caracterí­sticos personajes como Rajoy y su corte mediática española y sus portavoz europeo, González Pons reclamando la devolución de «los 6.000 millones de euros de los  españoles») exhibidas en las horas previas al referéndum, en contraste con las escuchadas horas después, no son sino reacciones y declaraciones acomodaticias a la coyuntura con tintes partidarios localistas.

En definitiva, el OXI griego tiene menos que ver con la gestión de 300.000  o 500.000 millones de euros que se suponen en juego (deuda, rescate, etc.) que con la verdadera cuestión a preguntarse y resolver: ¿Qué Europa queremos?, ¿Con quién?, ¿Para quienes?, ¿Para qué? Y, sobre todo, ¿bajo qué principios y valores al servicio de quién?

OXI: Sí­ a una Europa cosoberana, desde la libre decisión de sus Miembros; Sí­ a una Europa de bienestar y cohesionada; Sí­ a una Europa como referente democrático y de libertades; SI a una Europa con una buena gobernanza alineada con todos sus miembros (Estados, pueblos, personas).

Gracias a Grecia. Más allá de coincidencias y discrepancias -con sus gobernantes, los protagonistas del proceso, sus estrategias y métodos-, ha jugado un importante papel para la reflexión. Ojalá sirva, también, para corregir el rumbo. Y, sobre todo, que el sufrimiento de su pueblo haya merecido la pena.

Sea el que sea el resultado final para Grecia, con o sin default, dentro o fuera del euro y/o de la Unión Europea, el problema sigue estando en el principio: Europa.