«Afiliados a la esperanza»

(Artí­culo publicado el 13 de Mayo)

La última edición mayo-junio de la prestigiosa revista Foreign Affairs lleva a su portada una inquietante pregunta: ¿Está muriendo la Democracia? y, en sus páginas interiores repasa, en el doble marco de una historia comparada y en contraste con de una perspectiva de futuro, múltiples aportaciones de lí­deres y académicos que analizan múltiples señales, a lo largo del mundo, en torno a una creciente corriente sinérgica de autoritarismo, centralización no controlada del poder en los diferentes ejecutivos y sus principales «lí­deres» o dirigentes representativos, la cada vez menor independencia de los medios de comunicación, la interconexión de la propaganda y falsas «verdades noveladas», la politización y manipulación de la justicia cada vez menos independiente del poder ejecutivo, el creciente uso de las responsabilidades polí­ticas al servicio de ganancias privadas, como señales inequí­vocas de una regresión democrática, generadora de múltiples incertidumbres, desconfianza y temor al futuro y una ola de «contestación masiva espontánea», que lleva a las diferentes sociedades a movilizaciones entre la denuncia y la demanda individual y/o colectiva extremas. Los optimistas señalan la capacidad histórica de resistencia y superación demostrada por el sistema a lo largo del tiempo confiando en la superación de las dificultades desde las propias fortalezas internas de la democracia como valor supremo, mientras los pesimistas apuntan, precisamente, al interior del propio sistema: ausencia de voluntad polí­tica y liderazgo para transformarse y avanzar hacia nuevos escenarios superadores del caótico e insatisfactorio estado de las cosas.

Así­, accediendo al debate, grandes dosis de optimismo nos llevarí­an a destacar algunas buenas noticias de la semana, desde la disolución de ETA, el encuentro histórico de las dos Coreas… y, sin duda, un larguí­simo número de iniciativas que, a lo largo del mundo, buscan nuevos escenarios ante las dificultades observables. Desgraciadamente, nuestra exposición mediática a las noticias diarias se ha inundado de señales negativas que parecerí­an surgir un mundo lleno de nubarrones y desgracias con una sensación de impotencia. Como me explicaba hace ya muchos años en Atlanta el director de informativos de la CNN,» tan solo son siete las noticias globales que pretendemos emitir a lo largo del mundo, dejando el resto a corresponsales espontáneos de ámbito local».

Sin embargo, si ante cada una de las dificultades y manifestaciones de acontecimientos desoladores o inciertos, aportamos una actitud exploradora de soluciones desde iniciativas innovadoras y transformadoras, desde esa voluntad y compromiso que comentábamos en el frente optimista al inicio de este artí­culo, sin duda, encontrarí­amos la apasionante ruta de un mundo mejor y apetecible, recuperando la confianza en los liderazgos sociales deseables.

Si nos preguntamos por los elementos o señales que ponen en peligro la democracia atendiendo a la reflexión inicial de los expertos de la revista aludida al inicio de este artí­culo, desgraciadamente, no tendrí­amos que ir demasiado lejos para verlos reflejados en la, por años, considerada democracia de baja intensidad en España. Hace tan solo unas horas, veí­a una entrevista televisiva a varios dirigentes del Partido Popular   y del Gobierno español en la festividad del 2 de mayo en Madrid. Preguntados por el hecho insólito de cuatro Presidentes, sucesivos, de la Comunidad de Madrid, imputados o encarcelados o destituidos a causa de los casos de corrupción y deshonestidad de los ya casi 30 años al frente del gobierno de Madrid, o por las movilizaciones permanentes de los pensionistas reclamando soluciones intergeneracionales, o por las intervenciones del Ministro de Justicia y su consecuente descalificación por la totalidad de asociaciones de jueces, o por la insólita actuación de los Tribunales ante el relato para su intervención en el Procés Catalán con seis meses, ya, de prisión «preventiva» a los lí­deres catalanes, o la alineación insólita de la fiscalí­a con un debate con el propio ministro de Hacienda sobre el uso del presupuesto público, o la creciente ola de casos, inacabables de corrupción ( 6 presidentes autonómicos del PP previamente destacados por su partido y el presidente del Gobierno como modelo a seguir y hoy cesados, imputados y en largos procesos que arrastran a casi mil procesados), sus respuestas, lejos de atender a las preguntas, como si de un irresponsable e intrascendente juego infantil se tratara, derivaban en  historietas ajenas a los asuntos en cuestión. Jugar, así­, con desprecio y soberbia, con los problemas reales y no afrontar soluciones responsables, supone ahondar en el argumento de la democracia fallida y finalizada. Si pese a estos actores del momento, se pudiera observar el liderazgo y compromiso exigible, podrí­amos orientarnos hacia el optimismo ya mencionado y no caer, desde la desesperanza, en el pesimismo generalizado que nos rodea. Ahora mismo, el GRECO (Grupo de Estados contra la corrupción), en su informe desde el Consejo de Europa vuelve a reprender a España por su incumplimiento en las polí­ticas y medidas anticorrupción q implantar. No es cuestión de superar el pasado, sino, sobre todo de construir un futuro diferente.

Afortunadamente, más allá de los telediarios, el mundo se mueve y con él, mucha gente que aspira a contribuir en su transformación, superando la incertidumbre y dificultades, tratando de aportar soluciones. En estos dí­as, un reciente informe de la red de expertos globales del World Economic Forum, se preguntaba sobre los vectores de mayor impacto en la transformación de nuestro incierto mundo, aportando una interesante aproximación, destacando algo tan esperable como «la habilidad para trabajar de forma colectiva y colaborativa hacia la identificación de una visión compartida para el logro de un futuro sostenible». Base sobre la que trabajar en la generación y recuperación de credibilidad y confianza en el rol ordinario de los ciudadanos, a la búsqueda del adecuado nuevo balance y equilibrio de poder, renta, riqueza y participación de las personas, los paí­ses y naciones en un nuevo orden mundial por rescribir. Procesos soporte, en todo caso, del uso y gestión positivos de los riesgos de las tecnologí­as disruptivas, regulando y mitigando las pérdidas (temporales o definitivas) que el descontrol de su aplicación genera, potenciando la educación para una sociedad digitalizada, a la vez que desigual, hacia la que nos movemos a marchas aceleradas. Espacios de actuación, interrelacionados, que, a su vez, conforman una intensa red de ecosistemas emergentes (como la robótica, la inteligencia artificial o los sistemas culturales, institucionales y de valores) determinantes de los nuevos y necesarios modelos de crecimiento y desarrollo económico, inclusivos, su empleabilidad y riqueza compartida y su necesaria re orientación hacia la mitigación de la pobreza y la desigualdad.

Una lí­nea esperanzada a la búsqueda de soluciones o repuestas a un complejo marco de incertidumbres o de lí­neas de futuro, según la óptica de cada uno, centrado en ver problemas o en explorar soluciones y oportunidades. Marco que, por ejemplo, permite acercarnos a tres lí­neas de trabajo de enorme interés que observamos en pleno debate a lo largo del mundo y que están detrás de varias de las reivindicaciones que recorren nuestras calles, en casa, en pleno entorno del primero de mayo. Martí­n Ravallion, titular de la cátedra de economí­a de la Universidad de Georgetown, abordaba lo que él llama «falso debate» sobre la renta básica, que prefiere llamar BIG (por sus siglas en inglés, «renta de garantí­a de ingreso»), con la idea de cuestionar los argumentos generalizados en contra de su aceptación y aplicación. En su opinión, desechar el debate debido a una sospecha no probada de considerarla excesivamente costosa e impagable, no comparándose contra el beneficio o ahorro de la supresión de costes innecesarios de subsidios, burocracia, servicios ineficientes o supresión del despilfarro en gasto y presupuesto innecesario, lleva a una renuncia, a priori, de potenciales soluciones viables. ¿Cabe sustituir esta aproximación universal por otros gastos finalistas que no han sido capaces de mitigar la desigualdad, pobreza o marginación en determinadas poblaciones?, ¿en verdad el «argumento» de la desincentivación para la búsqueda de empleo es suficientemente compensatoria? y, finalmente, recuerda: «no hablo de una renta básica exclusivamente en efectivo. Su estimación exige incluir en el sumando, la aportación de salud, educación, vivienda, servicios sociales, etc., en un cómputo real, general y personalizable». En un mundo del Big Data, de la acumulación de información personalizada y con capacidad probada para aplicar nuevos sistemas de gestión, evaluación, segmentación y control de la población, parecerí­a posible y, muy probablemente, eficiente, justa y sostenible, implantar una medida innovadora a la vez que transformadora de una realidad incómoda hacia un espacio de confortabilidad.

En este sentido, por ejemplo, lejos de un debate limitado a la indexación de las pensiones, las reformas necesarias demandan nuevos escenarios, nuevas apuestas y sistemas intergeneracionales para su sostenibilidad solidaria. Así­, apelar -en España- al Pacto de Toledo como receta mágica sin profundizar en las medidas de potencial mejora y reforma no supone solución alguna. Ya en artí­culos anteriores, en referencia a análisis en el seno de la OCDE y de la UE, diferentes informes destacan que uno de los problemas relevantes de pago y reformas de cuantí­as, capacidad de pago y reformas a futuro, no es otro que el que  sus cálculos y definiciones obedecen más a la coyuntura económica en el momento de su determinación o regulación, que a proyecciones realistas, análisis demográficos, escenarios de desarrollo y empleabilidad y arquitectura fiscal y presupuestaria ad hoc, ajustada a poblaciones objetivas concretas. Otro espacio alternativo de exploración innovadora.

Y, una vez más, el recurso al PIB relativo y las medidas estadí­sticas disponibles, lejos de estimaciones e indicadores, de mayor complejidad, pero más realistas y representativos de la realidad, provoca más que problemas que soluciones, aumentando la sensación de incertidumbre y malestar o insatisfacción con el sistema. Con ocasión de este primero de mayo y «presionados» por las «movilizaciones espontáneas no sindicalizadas en favor de un nuevo régimen de pensiones», los lí­deres sindicales de UGT y CCOO se enredaban en una tertulia telefónica sobre el peso del gasto en pensiones, respecto de su PIB correspondiente, entre diferentes paí­ses de la UE y el presupuesto en el estado español. Su aritmética mágica los llevaba a la solución simplista y paralizante del debate en torno a un porcentaje, asignable en los presupuestos públicos, con el único condicionante, decí­an, de la voluntad e ideologí­a de quien gobierna. Ante este reclamo, releí­a el trabajo publicado hace un par de meses, bajo la dirección de Olivier Sterck, economista de la Universidad de Oxford, sobre los resultados y desenlaces en salud y correspondiente asignación de recursos en 99 paí­ses. Lejos de la aproximación simplista del gasto en % del PIB, el estudio riguroso de los determinantes de la salud, más allá de la renta y riqueza de la población a partir de un mí­nimo concreto, el contexto epidemiológico, el gap de la pobreza, las condiciones educativas y socio-sanitarias previas, la nutrición, el acceso al agua, saneamiento, higiene, o la capacidad institucional y sus modelos y sistemas/organizaciones de salud, resultan tanto mejores predictores como indicadores de la salud de la población. Añadirí­amos, para facilitar la imagen adecuada, que Estados Unidos de América es el paí­s, con gran diferencia, que mayor porcentaje de su PIB dedica al gasto en salud y su resultado es un pésimo sistema de salud, claramente mejorable, en el que aún más de cuarenta millones de personas, carecen del acceso al sistema.

En definitiva, tan solo tres espacios de aproximación como ejemplo de problemas concretos que pesan en el malestar y desconfianza en una democracia que parecerí­a cuestionable. No se trata, aquí­, de asumir ninguna solución mágica, pero sí­ de volver a la premisa inicial: en un momento de desafección, de incertidumbre, de pesimismo generalizado ante un mundo observable, dí­a a dí­a, noticia tras noticia, existe un gran espacio de oportunidades y lugar para el optimismo. Desde la propia democracia, desde nuestros sistemas y fortalezas, individuales y colectivos. Pero, sobre todo, la respuesta está en nuestro compromiso, en nuestra voluntad de transformar y conformar nuestro propio futuro. Voluntad, pasión, liderazgo, compromiso.

Volvamos a la esperanza tras dos noticias positivas. Por fin, ETA se ha disuelto. Concluye su doloroso y equí­voco trayecto. Se acaban las tutelas y excusas y se abre una nueva oportunidad para la pacificación y normalización de nuestro Paí­s, se abre una nueva ventana para la convivencia y un nuevo espacio de madurez democrática para el autogobierno, para nuevos modelos de relación con y entre la totalidad de los territorios vascos a ambos lados de la muga, con España, Francia y Europa. Es la voz democrática de la sociedad vasca la que habrá de determinar, en cada momento, los pasos que quiera dar. A la vez, a miles de kilómetros de distancia, la Cumbre de Panwunjom de Moon-Kim supone un abrazo hacia el milagro de la paz en un camino de voluntades y promesas para evitar que la pení­nsula coreana vuelva a conocer la guerra. Dos hechos relevantes, distantes y distintos que permiten devolver la esperanza y creer en la superación de dificultades y en futuros prometedores por muy complejos que parezcan. Es momento de afiliarnos a la esperanza y movilizar nuestras voluntades para revitalizar la democracia y asumir nuestro limitado compromiso intergeneracional.