Elegir nuestro propio futuro: otro paso más

(Artículo publicado el 28 de Abril)

El atropellado anticipo electoral, ha venido provocada por ejes interdependientes en conflicto que han conformado, a su vez, las directrices de la campaña electoral: Catalunya como señal roja del mal llamado “hecho o conflicto territorial”; la insufrible corrupción galopante y descontrolada que ha permanecido en el seno de los partidos socialista y popular, sobre todo, con la sentencia condenatoria firme a este último; la evidente utilización de las “cloacas” y aparatos del Estado en beneficio particular de los partidos ya señalados, acompañada de una justicia bajo sospecha y, finalmente, la no superada crisis económica responsable de una desigualdad creciente. Cuatro hilos conductores de múltiples caras, necesitados de una transformación radical del Estado español, sus políticas, estrategias y gobernanza.

La campaña ha servido poco para motivar a una sociedad necesitada de ilusionarse y comprometerse en la construcción de su propio futuro. Las “viejas reglas del juego” no solo han excluido del debate general a representantes legítimos en las disueltas Cámaras, sino que ha facilitado una equívoca concentración mediática en torno a la distorsionada y falsa imagen de cuatro supuestos posibles presidentes de gobierno. Ninguno de los cuatro preseleccionados puede presidir un gobierno sin contar con el apoyo de los excluidos. Si los “independentistas y nacionalistas periféricos” somos causantes de la insatisfacción con el “modelo territorial” y algunos creen que no hay razón para revisar el modelo, cabría pensar que pasa con otras cuestiones que no parecerían afectar al desajuste: el que no funcionen los trenes en Extremadura, que Castilla la Mancha renuncie a sus potenciales competencias estatutarias, que las Conferencias Sectoriales con las Comunidades Autónomas sean una caricatura de la coordinación interinstitucional y sean meros intercambiadores de reproches inter partidos…, que la deuda del Estado con la Seguridad Social y el Pacto de Toledo sean un “nido de águilas” con todo tipo de despilfarros y negligencias como sus propias actas recogen, la “España vacía”, un inútil Senado y una insuficiencia en la financiación autonómica… por ejemplo. Así, lejos de la razonable  búsqueda de un diálogo abierto a la búsqueda de soluciones, se impone la “promesa” del aspirante Rivera de “eliminar a los enemigos de la unidad de España del Congreso y remitirlos al Senado de modo que los Constitucionalistas españoles podamos hablar de nuestras cosas”: Excluir la diferencia solo lleva a un resultado final: la salida, antes que tarde, de quienes no se sientan confortables en un Estado que, además, les trasmite un mensaje claro: NO es NO y NUNCA es NUNCA en una rotunda, negativa y excluyente  interpretación tanto de la democracia, como del propio ordenamiento constitucional y estatutario vigentes, alejado de la realidad sociológica en cada territorio. Bloque inmovilista del miedo a otras alternativas, ante el temor a una derecha con preocupantes tintes de retroceso y vuelta al pasado. Y, en medio, las “tres derechas”, de apariencia oculta e integradas bajo el viejo paraguas de la Alianza Popular de antaño, en su pelea particular por una reinvención o reacomodo. Ya en plena campaña, una de las perlas del líder de VOX no deja de tener su importancia: “Es más que probable que después del 28-A, la derecha tradicional desaparezca como sucediera con la UCD de Suárez…, y dé paso a un nuevo liderazgo y partido refundados”. Adicionalmente, las muestras de una voluntad y capacidad real de “regeneración democrática” no aparecen y el gran desafío mitigador de la desigualdad y la desafección se deja al azar, en la confianza de que la “magia exógena” termine resolviéndolo algún día.

Ante este panorama, anticipándonos a los resultados de hoy, merece la pena una breve reflexión apoyándome, también, en algunas lecturas, desde ópticas diferentes que la oportunidad vacacional de Semana Santa ofrece.

Por un lado, el sociólogo aragonés Ignacio Urquizu, se acerca a un posible “retrato robot del ciudadano medio español” (“¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente”), aportando interesante información desde su percepción inicial de lo que considera el abandono real de este inexistente ciudadano tipo del que sin embargo todos parecen conocer y hablar. Lo ha estudiado desde la realidad estadística observable y le lleva a razonar el porqué de resultados en apariencia sorprendentes en sucesivas votaciones desde el año 2011 hasta nuestros días, en las diferentes democracias europeas. Su detallado análisis le lleva a preguntarse por la tipología real del elector en los diferentes países para romper el simplista análisis qué, desde la distancia y desde percepciones predeterministas, ha llevado a tantos a a concluir que lo inesperado (para algunos) de los resultados, es fruto de los movimientos populistas, nacionalistas o ultras. Así, quienes apoyaron el Brexit o pretenden transformaciones radicales en el modelo de Estado, o desoyen los mensajes “estabilizadores” de las recetas de siempre, o no se sienten identificados con determinadas ideologías político-económicas de “probado éxito en el pasado”, o abogan con impaciencia por mayor velocidad en herramientas mitigadoras de una creciente desigualdad, o no se ven representados por academicismos pseudo intelectuales y culturalismo de izquierda, o quienes se ven empobrecidos o perjudicados como consecuencia de la globalización, padecen la crisis económica o el impacto tecnológico y cambios sociales, no estarían necesariamente equivocados, ni serían simples egoístas individualistas, insolidarios, xenófobos o localistas contrarios al progreso y futuro “normalizado y deseable” que habría de beneficiarnos a todos. La compleja realidad dista mucho de esta conclusión apresurada. Ni existe un ciudadano medio al uso, ni, en consecuencia, se da una confortabilidad homogénea. El ciudadano medio, más allá de estadísticas, es, además, cambiante a lo largo del tiempo y en función de sus circunstancias, reales o percibidas.

Y, de esta forma, el votante que hoy acude a las urnas varía, atendiendo a Belén Barreiro (“La sociedad que seremos”), según su encaje en lo que ella llama “sociedad cuádruple” que en una primera aproximación a una España tipo, post crisis e inmersa en una revolución tecnológica incierta, da lugar a cuatro grandes categorías: los digitales enriquecidos, los digitales empobrecidos, los analógicos enriquecidos y los analógicos acomodados. Cada uno de estos bloques genera una predisposición a un voto diferente más allá de otras segmentaciones tradicionales. Ideología, consumo, tecnología-afección en términos de calidad y expectativa de vida, llamarían a un respaldo u otro a según que partidos políticos y liderazgos, resulten creíbles y referentes para sus personales aspiraciones de futuro. Categorías más o menos identificables en el modelo español, al que añado el carácter plurinacional (real, al margen de su configuración político-administrativa actual) del Estado, generando una caracterología diversa que obligará a una mejor comprensión del votante en Euskadi, Catalunya y, sin duda, desde otras perspectivas, deseos de apropiación y grado de protagonismo esperable en su propio destino. Tan evidente en espacios territoriales e identitarios además de su particular sentido de pertenencia, lenguas, cultura y, sobre todo, voluntad de futuro (naciones diferenciadas) y, sin duda, también presentes, de una u otra forma, en los habitantes de las diferentes Comunidades Autónomas y municipios del Estado, con sus propios sentimientos, voluntad de pertenencia, compromiso colectivo y apetencias personales respecto de sus propias consideraciones y valoraciones del rol del Estado y su mayor o menor intervención.

La “nueva realidad” observable se parece poco a la ciudadanía corriente, a los apriorísticos “deseos” individuales del votante encasillado por un marketing electoral asignado y sí a una interacción aspiración-compromiso no asociable al uso. Nuevo “ciudadano corriente, real”, para el que no es menos relevante la consideración del líder potencial que habría de inspirar la necesaria confianza para depositar en él su representación para trabajar en línea con el futuro esperado.

En esta línea, la publicación estos días, desde una perspectiva empresarial y del management, por Mckenzie, de “El nuevo dilema del primer ejecutivo en las Organizaciones: El sufrimiento del corto plazo por los beneficios del largo plazo”, nos recuerda que las estrategias y sus resultados, exitosos, son fruto de acciones colectivas y no individuales y que su trabajo de hoy será base de los éxitos de otros, mañana, y de la necesidad de liderazgos de “luces largas” anticipando los inevitables cambios esperables en el largo plazo. Resalta la importancia de aquellos líderes que han sabido que su compromiso supone coser un nuevo eslabón al servicio del proyecto final y no su propia gloria cortoplacista. Por tanto, cuando mañana, día 28 revisemos el resultado electoral habremos de preguntarnos: ¿hemos elegido un gobierno que sacrifique las ganancias deseables y esperables de una sociedad plural diversa, heterogénea en un Estado distinto al actual, reinventado desde sus raíces diversas, reales , con diferentes aspiraciones y voluntades futuras, un nuevo estado de bienestar y desarrollo inclusivo o, por lo contrario, seguiremos con el deterioro de las recetas del pasado considerando inamovible un modelo económico, social, político y territorial cuyas consecuencias negativas e insatisfactorias posibilitan, simplemente, el no riesgo a la espera de que suceda “lo que tenga que pasar” cuando estén otros?

Si el votante y ciudadano medio no es ni quien era, ni lo que parecía, si los diferentes pueblos del Estado no se sienten confortables con un modelo que pide a gritos actualización y cambio, si la crisis económica ha aumentado la desigualdad (real o aparente), si el pensamiento económico único es insatisfactorio, si aumenta la desafección con las instituciones y se cuestiona una democracia infectada por las cloacas en que parece apoyarse y si la incierta revolución tecnológica obliga a toda una transformación radical, ¿no es momento de pensar en el futuro y abordar, para la sociedad, su Estado y su administración y gobernanza, el mismo consejo que damos a las personas, empresas y organizaciones: “innovación y conocimiento”, desde la riqueza de la democracia?

Hoy, podemos votar y elegir a nuestros representantes. Confiemos que no sea para volver al mismo escenario de partida sino otro paso relevante hacia un nuevo futuro.

Empresas zombis, recursos tóxicos y política industrial

(Artículo publicado el 14 de Abril de 2019)

En el último Consejo Europeo celebrado el pasado 22 de marzo, junto con la importancia de los principales asuntos que conformaban el orden del día (Brexit, Ucrania, acuerdos Unión Europea-China), se incluyó “el fortalecimiento de la base económica de la Unión Europea”, considerando que su “solidez reviste esencial relevancia para la competitividad y prosperidad europea”.

La resolución del Consejo al respecto pretende focalizar los esfuerzos de la Comisión y de los Estados Miembro en tres apartados: la economía de los servicios en la configuración del mercado único, la inteligencia artificial conductora de su política industrial y la adecuación de la política digital a la economía de los datos. Bajo estas indicaciones, ha encomendado a la Comisión Europea un enésimo plan de largo plazo que, a finales de 2019, señale la visión de futuro de su política industrial. En paralelo, “anima” a los diferentes actores a aumentar la inversión y riesgos en investigación e innovación y el impulso al libre comercio articulados en convenios internacionales de comercio exterior, defensa comercial y nuevos instrumentos de contratación pública internacional.

Recordemos que, periódicamente, la Unión Europea resuelve recordar la importancia de la política industrial y elabora interesantes documentos de diagnóstico y análisis que suelen perderse en su recomendación voluntarista de aplicaciones parciales que, desgraciadamente, o no concretan su verdadera ejecución desde la exigible coherencia estratégica y focalización diferenciada por los diversos Estados, regiones y empresas europeas miembro, o quedan  en programas o piezas sueltas dominadas tanto por el amplio espacio de la “Innovación e Investigación” con limitada especificidad diferencial según variadas y distantes realidades y tejidos económicos, base industrial y, sobre todo, voluntad, capacidad y aspiración de futuro. Desgraciadamente, resultan de escaso valor transformador, dominados por un empeño teórico en determinadas orientaciones hacia  “una excesiva policía de la competencia” sobre un teórico mercado único o mercados empresariales globales o en la supuesta búsqueda e incentivación de “grandes campeones europeos”, bajo el paraguas de una ya superada teoría clásica de la competencia directa encaminada a superar/eliminar de los mercados a sus competidores estadounidenses y japoneses (en los años 80) o chinos (en la actualidad), en un marco mal entendido de la competitividad que procura la Coopetencia y alianzas a lo largo de las cadenas locales y globales de valor y no a la suma cero consecuencia de ganadores y perdedores. Así, “Libros Blancos para una política industrial para un mercado único”, “El renacimiento industrial” o la “Necesaria revolución industrial”  que alumbraran movimientos en otros momentos, pasan por convertirse en reclamos temporales para uso particular, ya sea por algunos gobiernos o por determinadas direcciones generales que incorporan, parcialmente, su teoría y guía (direcciones de innovación e investigación, política regional, competencia, empleo…), que suelen terminar sirviendo como marco actualizado para nuevos términos (que no conceptos esenciales) para el acceso a programas bajo el caramelo de la subvención, provocando un exceso de iniciativas y planes escasamente diferenciados y, por definición, estratégicos segmentando iniciativas, recursos y objetivos.

En este marco, Margrethe Vestager, Comisaria de la Competencia en la Unión Europea y candidata a presidir la futura Comisión, en el caso de que su grupo parlamentario (ALDE) obtenga el resultado necesario para jugar un papel bisagra entre los tradicionales Populares y Socialistas europeos, ha criticado la línea del debate sugerido, entendiendo que obedece a un intento encubierto de potenciar un eje franco-alemán en defensa de sus intereses de grupos empresariales propios en detrimento de afrontar los verdaderos “fallos de mercado”, cuya solución generaría, a su juicio, las bases reales de una nueva política industrial europea. La líder danesa considera que, “el término política industrial se ha vuelto tóxico, ya que sugiere la selección de ganadores en una economía a la vieja usanza”. Con el crédito de sus decisiones firmes en el largo contencioso UE-Google defendiendo que la corporación tecnológica no actúa en un mercado global, sino en múltiples mercados diferenciados ejerciendo un desmedido poder y control en cada uno de ellos, a través de sus múltiples alianzas y empresas participadas que copan e impactan la totalidad de espacios asociables con el uso de las tecnologías emergentes en su efecto transversal sobre todo tipo de empresa e industria necesitada de afrontar su digitalización creciente e inaplazable, o su oposición firme a una fusión Alstom-Siemens por entender que no favorece a la industria europea, sino que diluye los “n” mercados ferroviarios en su seno. Vestager aboga por “reinventar” las economías de plataformas, el Big Data y su impacto en la nueva revolución digital e industrial, interconectada con el efecto industrial derivable de una firme lucha contra/ante el cambio climático, propiciando “la reinvención de la industria energética” y “la reorientación de la Inteligencia Artificial hacia los usos y necesidades sociales”, advirtiendo que “la I.A. no será mejor que los datos con los que se programe”. Hace suya la bandera de una nueva “inteligencia industrial y competitividad empresarial”.

Bajo estas declaraciones subyace, sobre todo, el continuo debate entre los posicionamientos negativistas sobre la política industrial que para pensamientos de libre mercado puro (en caso de que esto exista), se escondería el intervencionismo público, la “nefasta” actuación de los gobiernos, “el elevado grado de error “tras la elección de “campeones” o de “empresas tractoras preferentes” o de “sectores prioritarios” o de su participación en el rescate, salvamento y/o reestructuración y reorientación de empresas en crisis ,y la “distorsión de la economía de mercado, supuestamente, ”asignador perfecto de recursos en el sistema”. Además, coincidiendo con este debate, la coyuntura ha hecho que vean la luz una serie de informes (por ejemplo, Orkestra: “Solvencia de la empresa vasca”; OCDE: “Recursos ociosos en empresas tóxicas”, “The Corps walking death”) que rescatan el ya viejo, conocido y siempre interesante cuestionamiento de las llamadas “empresas zombis” (aquellas empresas que tienen un bajo nivel de rentabilidad y cuya única manera de sobrevivir es la refinanciación permanente de sus deudas, apoyadas en quitas, benevolencia de sus acreedores y subsidios públicos). Este representativo término, acuñado en las crisis japonesas de algunas de sus grandes corporaciones líderes mundiales -en determinadas épocas- que en plena crisis e insolvencia coyuntural fueron sostenidas por el gobierno de Japón contra la opinión de los mercados. Hoy, se estima que este tipo de empresas suponen el 10% de los mercados en España, Francia, Italia, Alemania. Y, por supuesto, Japón sigue “reconvirtiendo” sus empresas y/o unidades clave, apostando por una reorientación estratégica hacia nuevos mercados y modelos de negocio confiando en sus capacidades (reales u ocultas) para transitar hacia nuevos espacios de éxito. Desgraciadamente, esta visión reduccionista tratando de asimilar política industrial a la inevitable reestructuración y rescate de empresas en dificultad o crisis, serviría a muchos para el descrédito de las estrategias industriales a lo largo del mundo, dando paso al simplismo de la globalidad y libre mercado cuyos resultados no parecen respaldados.

Este, sin duda, controvertido elemento clave en la política industrial de los gobiernos, ni supone la totalidad de una política, ni mucho menos resulta un blanco-negro. Los “pasivos tóxicos” que las empresas zombis representan para la OCDE en múltiples recomendaciones de sus sucesivos economistas jefe presuponen que toda ayuda pública en un momento determinado impide su uso alternativo en la promoción de emprendimiento creativo y rentable, la canalización del ahorro país, la reducción de su endeudamiento y la correcta asignación de sectores y áreas de actividad con “ventajas comparativas” para el ecosistema en que se desenvuelven. Es verdad que una empresa, por muy zombi que sea -en especial las de gran tamaño, elevado empleo, amplio espacio y red de subcontratación, histórica implantación en un territorio, cultura y economía concretos- puede sobrevivir casi eternamente y, por lo general, convive o provoca un ambiente de lucha desesperada que pasa por impactar de forma negativa a su competencia, impagos fiscales y de seguridad social, destrucción de precios y constante demanda de fondos públicos y deterioro social y laboral. De allí la inevitabilidad de actuar con medidas eutanásicas ayudando, de forma decidida a su cierre, previa atención especial sobre el conjunto de sus stakeholders (en especial, trabajadores) y la adecuada dotación de una red de bienestar que evite la marginación y desafección de un proyecto de futuro, empresarial, profesional y, sobre todo, personal. Ahora bien, la experiencia demuestra el valor generable por una inmensa mayoría de empresas “rescatadas y salvadas”, en el medio largo plazo, cuando sus fortalezas y ventajas reales son reorientadas y apalancadas hacia nuevas industrias, soluciones y servicios, desde sus capacidades diferenciales.

Japón, por no acudir a otros ejemplos, ha construido gran parte de su potencial tecnológico-industrial desde muchas de estas empresas, otrora líderes en sus industrias. En Euskadi, sin ir más lejos, programas de rescate, reestructuración y reorientación estratégica y laboral, en el marco de políticas industriales completas, han generado (si bien con un significativo número de empresas zombi o en crisis, debidamente sometidas a la eutanasia comentada) líderes empresariales y jugadores de primer nivel en el contexto internacional. La política industrial vasca, en general, es objeto de valoración y aprendizaje a lo largo del mundo (empezando por el reconcomiendo y recomendación de la propia Unión Europea).

Esta misma semana, en el marco de un seminario sobre política industrial, innovación y competitividad, tomando como base el “Caso Vasco” y su realidad empresarial e institucional observable, profesionales extranjeros destacaban, una vez más, la apuesta contracorriente que en materia de política industrial se ha implantado en Euskadi. Lamentaban lo que entienden se trata de una ausencia de sus respectivos gobiernos en actuar sobre los fallos del mercado, si bien desconfían del llamado “intervencionismo público” que han conocido en sus respectivos entornos. Valoran la construcción de una estrategia completa sobre una base y cultura real, a partir de sectores, industrias y empresas existentes reorientando sus soluciones, tecnologías, procesos y mercados, en lo que entienden ha supuesto no solamente superar, con éxito, la profundidad de una crisis que ha castigado, sobre todo, a aquellas economías con escasa base industrial, sino que las bondades de la industria han fortalecido la empleabilidad (de mayor calidad, niveles salariales, formalidad, estabilidad, condiciones socio-laborales e inversión en formación y capacitación), su capacidad generadora y fuente aceleradora de  tecnología, ahorro en inversión, desarrollo de capital humano y capacidad tractora de una economía clusterizada, generando un ecosistema de alto valor, riqueza y desarrollo compartible.

La continuidad creativa y renovada de una política industrial completa, especializada y tractora, es, sin duda, una apuesta segura. Con zombis inevitables que han de merecer, también, nuestra atención. Una economía no se da en su totalidad en etapas únicas y segmentadas de reestructuración, inversión o innovación. Para bien o para mal, todos ellos coexisten al tiempo y todos requieren la actuación decidida, también y en especial, de los gobiernos. Es precisamente esto lo que exige y justifica estrategias y políticas industriales para ganar el futuro. En esta línea, merece la pena observar a nuestro alrededor. La propia Alemania (cuyo intento en respaldar empresas históricas para liderar Europa que señalara Vestager) está inmersa en su “Nueva estrategia y políticas Industriales para el 2030” reivindicando la necesaria intervención decidida de sus gobiernos para garantizar el bienestar de sus ciudadanos, o Japón inmerso en su siempre renovada “Estrategia Industrial” con su particular (y exitosa) focalización en acuerdos bilaterales diferenciales como el caso de su especial acuerdo Arabia Saudí-Japón  soportada en el binomio de intercambio: energía saudí por tecnología, formación y desarrollo industrial aguas abajo para la Arabia post petróleo, o la no tan lejana política industrial emiratí que conduce a Dubai a una apuesta de industrialización desde su fortaleza logística en desarrollo y sus “empresas tractoras” hacia nuevos mercados e industrias clusterizadas (marítima, aeroespacial, plataformas de acogida de farma y metal mecánico-aluminio-operaciones manufactureras transitarias), o la envidiable estrategia y visión 2030 de Noruega, apuntalando sus clusters vanguardista evolucionando de sus capacidades offshore y energéticas hacia la economía azul y verde con el máximo desarrollo de su investigación bioquímica y, por supuesto, su potente “plaza financiera” de soporte y apoyo a su industria.

En definitiva, pese a las dificultades en su formulación e implementación, la política industrial goza de una muy buena salud y, pese apariencias coyunturales, requiere construirse desde fortalezas reales, desde la cultura propia de cada tejido económico en el que se diseñe y aplique y obliga a atender, a la vez, tres espacios convergentes: su economía de factores, su economía inversora y su economía innovadora. En el largo camino, encontrará zombis, empresas tractoras, líderes innovadores, campeones globales. Y, por supuesto, como en toda estrategia, gobiernos y empresas han de asumir riesgos (en ocasiones no saldrán bien) y pueden equivocarse.