De vuelta a la nueva complejidad

(Artí­culo publicado el 3 de Septiembre)
Despedí­amos el curso anterior con la necesaria predisposición a disfrutar lo mejor posible de un reparador verano en la confianza de encontrar, a nuestra vuelta, bien por activa o por pasiva, un mundo mejor al que dejábamos tan solo un mes atrás, bajo el autoengaño esperanzado del anhelado cambio favorable.

No obstante, la semana de reencuentro nos acoge con una inquietante prueba de misiles y dialéctica polí­tico-militar y comercial que enrarece la difí­cil convivencia USA-China-Corea y sugiere temor, incertidumbre y negras consecuencias con grave impacto global más allá de sus largas y amplias fronteras. Preocupante escenario que se une a un devastador y angustioso terrorismo yihadista agravado, en esta ocasión, por la proximidad fí­sica en Barcelona desde la supuesta lejaní­a tanto de las causas que lo provocan, como de los «Centros de Dirección e Inteligencia» que suponemos vigilantes y concentrados en su solución y que, como desgraciadamente conocemos muy bien, se ve acompañado de la mezquindad de la guerra sucia, las noticias fake y el aprovechamiento despreciable de quienes creen obtener beneficios inmediatos explotando el dolor ajeno. Un negro espacio del que no han desaparecido la «no suficiente recuperación económica y superación de la crisis» (pese a las propagandí­sticas y ridí­culas afirmaciones de la Ministra de Trabajo del gobierno español, Fátima Báñez, con su «solución a la española» -sana, sólida y social- como si de una tortilla de patatas se tratara), obviando rescates financieros, incremento de la desigualdad y otras muchas graves consecuencias en la prosperidad esperable bajo intentos de mitigar el paro, la desigualdad y la inequidad. Situaciones y problemas no distintos a los que dejábamos dí­as atrás y que a más de uno le sirven de coartada, para decirnos que habiendo cuestiones tan graves y globales por resolver, no es momento de perder el tiempo, ni en desuniones («seguidme con mi unidad impuesta y única»), ni en pequeñeces locales o individuales («la gente seria solamente piensa en el bien común que yo defino»), ni en corrupciones, mentiras o incompetencias de gobernanza («no hay otra polí­tica o solución que la que yo aplico», «son cosas del pasado»), recurriendo, desde el establishment, a la descalificación «secesionista , retrógrada o infantil provocados por el exceso etí­lico» culpabilizando al Brexit, al Procés catalán y a todo aquel que no acepte el dictado de su dominante polí­tica de pensamiento único.

Con este panorama no especialmente estimulante, resultan refrescantes algunas   lecturas de diferente signo que invitan a trascender de cada una de las muchas cuestiones concretas que nos ocupan para reflexionar en torno a las mismas. Así­, el aún caliente ejemplar de septiembre de Finanzas y Desarrollo del F.M.I., centra su número en una interesante propuesta basada en dos grandes preguntas: ¿»Cooperación global en una difí­cil batalla cuesta arriba»? y ¿»Cómo tratar problemas complejos y globales en un entorno de escepticismo sobre los beneficios de la globalización y el multilateralismo, aquejado del desapego a la dirección polí­tica, gobernantes, medios de comunicación, tecnócratas y expertos»?

Esta doble cuestión lleva al citado medio a recorrer interesantes análisis evidenciando direcciones contradictorias en torno a un cí­rculo perverso: La superación de la crisis, la pacificación mundial, las bases de crecimiento y desarrollo fruto de la cooperación global liberada en la postguerra mundial por Estados Unidos y el Reino Unido y apoyada en los instrumentos multilaterales para su co-gestión democrática, han dejado para la historia uno de los mayores periodos de bienestar y libertad. Contra la evidencia histórica de dejar a las catástrofes, a la violencia y a las crisis el origen de las sucesivas derrotas de la desigualdad y diversas recomposiciones del equilibrio para el desarrollo mundial («The Greater Leveler», de Walter Scheidel), tanto el proceso de construcción de la hoy Unión Europea, como la generación de diferentes instrumentos internacionales (Naciones Unidas, FMI, BM, etc.) han aportado un beneficioso espacio de desarrollo general de la mano de la paz.

Sin embargo, hoy, es precisamente en ese liderazgo y en esos instrumentos en donde reside gran parte de la desconfianza y de la escasa credibilidad y/o capacidad para ofrecer las respuestas que demanda la Sociedad.

¿Significa, entonces, que la cooperación, el análisis y respuestas globales, la gobernanza multilateral han dejado de tener sentido? No, pero cada uno de estos elementos y conceptos ha cambiado. Se trata de la nueva complejidad (soluciones y credibilidad democráticas locales y globales; co soberaní­as o independencias colaborativas, pluri-estrategias únicas y propias con el compromiso de sus actores y protagonistas, nueva gobernanza desde la innovación imaginativa y variados instrumentos y culturas de gestión y decisión, objetivos esenciales diferenciados en diferentes tiempos y prioridades…). Un mundo necesitado de confianza y credibilidad, tal y como refleja la encuesta «Global Shapers Survey», publicada esta misma semana por el World Economic Forum, con las opiniones de 32.000 jóvenes, menores de 30 años, de 186 paí­ses diferentes, destacando no solamente que se sienten ajenos a las decisiones que les afectan, sino que desconfí­an de las noticias, mensajes y compromisos que les transmiten los medios o gobernantes.

Así­, conectar diferentes voces, facilitar la colaboración real, imaginar nuevos jugadores e instrumentos resulta imprescindible para afrontar los problemas y demandas sociales. En esta lí­nea, el profesor Don Tapscott, de la Universidad de Toronto, publicaba unos comentarios introductorios al Informe de Investigación sobre nuevos modelos de resolución de problemas y su gobernanza (www.gsnetwork.org), ofreciendo no solamente una metodologí­a y herramientas facilitadoras de potenciales soluciones a la complejidad global en diferentes áreas temáticas (por ejemplo, en mi opinión, de especial interés en Prosperidad, Humanidad y Desarrollo), con el ejemplo de su utilización en la vigente formulación de los «17 objetivos Globales y Sostenibles de Naciones Unidas», sino múltiples conceptos que incluyen en el proceso: afrontar ví­as positivas de solución y no problemas, incorporar el mayor número y cualificación de stake holders (o grupos de interés), incorporación inteligente y selectiva de la información, explorar impacto y consecuencias o resultados esperables sobre los que seguir trabajando, construir planes de acción para conseguir resultados multi-variables, escalar procesos e iniciativas para generar un mayor impacto y CONECTAR conocimiento, personas, actores, empresas, paí­ses, regiones, gobiernos… En definitiva, nuevas redes cooperativas globales y locales, gestionables y controlables de forma democrática. Así­, la voz de los expertos también baja al dí­a a dí­a para el contraste creativo y real, convirtiéndose en el combustible de la confianza y respeto necesarios para iniciar cualquier tipo de colaboración y voluntad de compartir búsqueda de soluciones y explorar oportunidades.

Porque, en este contexto en el que nos movemos, ¿cómo podemos confiar en la fuente? ¿cómo discriminamos la «información» transmitida? Por ejemplo, en esta semana de vuelta a casa  podemos preguntarnos, si tiene alguna credibilidad la filtración de una supuesta «información no corroborada» de alguien en apariencia relacionado con sistemas de inteligencia estadounidenses para culpabilizar de una masacre terrorista a quien no creyó oportuno colocar bolardos en las Ramblas de Barcelona, o si, puede  generar confianza el control exclusivo de un servicio de inteligencia bajo el mando centralizado de un Ministro de Interior, rodeado del aparato de un antecesor reprobado por un Parlamento Democrático, grabado en plena conspiración polí­tica, creando información falsa. O, cabrí­a preguntarse si cabe esperar el cuidado confiado de los grandes problemas a la gestión por tuits, o si, volviendo al ámbito económico, como expresara Ricardo Hausmann, director del Centro para el Desarrollo de la Universidad de Harvard, «algunos economistas parecen martillos a la búsqueda de clavos ya conocidos, cuando de lo que se trata es de apropiarse de los problemas cambiantes de cada dí­a y encontrar el verdadero diagnóstico para el crecimiento y la inclusión». La complejidad es la norma. El lenguaje simplista que evita profundizar en los contenidos reales lejos de facilitar el camino de la solución lo hace inviable.

Nuevo curso, distintos retos (aunque a base de repetirlos parecerí­an los de siempre). La «nueva normalidad» no es sino la complejidad ordinaria. Su esencia no consiste en su grado de dificultad, sino en la inestable interrelación e interdependencia de múltiples personas, variados conocimientos, un sin número de instrumentos y compromisos colaborativos. Todo un proceso encadenado hacia potenciales beneficios, anhelos y consecuencias diversas. No son momentos de unidades ficticias sin compromisos compartidos, ni de salidas unilaterales e impuestas, ni de demagogia propagandí­stica, ni de lenguaje negativista y excluyente o de guerra. Tan simple como aprender a usar mensajes firmes y constructivos sobre los que reescribir la complejidad en términos de solución y oportunidad colaborativa. Un regreso, fresco, relajado y creativo.

Afortunadamente, la riqueza del capital humano, debidamente organizado y focalizado, está a nuestra disposición.

Hoy como ayer. Un 20 de agosto alumbrando una nueva Europa…

(Artí­culo publicado el 20 de Agosto)

A la espera del primer desenlace en la siguiente etapa prevista en el Procés catalán con su próxima cita el 1 de Octubre (previa estación intermedia en la Diada del 11-S) con el gobierno español y su incondicional «tribunal Constitucional» atrincherados en la seguridad que la justicia de parte les proporciona con una clara ventaja que protege sus posiciones, sean las que sean, recordamos el 20 de agosto de 1991 cuando el parlamento de Estonia alumbró una nueva página en la manera de construir Europa, en libertad y democracia, rompiendo estructuras estatales del pasado ante la amenaza real de una Unión Soviética (de la que formaba parte) en pleno proceso de cambio y transformación.

Hoy, ante la voluntad de algunos paí­ses y miembros significados, ciudadanos de la Unión Europea, que pretenden determinarse, dentro de Europa, pero de una manera singular y diferenciada, nos encontramos con un núcleo duro que se apalanca en su posición dominante y de privilegio para imponer sus posiciones inmovilistas. Ni la Comisión Europea, ni las autoridades de un buen número de Estados Miembro de la Unión parecen ser conscientes de sus propios errores cometidos a lo largo de ya demasiados años, ni de su responsabilidad alí­cuota en la profunda crisis (polí­tica, económica, social, humanitaria y de gobernanza) que no solamente provoca consecuencias negativas a sus ciudadanos, sino que favorece el desencanto y la búsqueda de alternativas con expectativas (nadie es capaza de conocer un escenario y resultado final) para un futuro mejor en un espacio de futuro en el que se encuentren lo suficientemente confortables como para asumir el riesgo de apropiarse de su propio destino, en la confianza de que no necesariamente lo harán peor que «sus dirigentes» en Bruselas, Madrid, Parí­s o Berlí­n, anhelando que las decisiones que les afecten puedan someterse al control e impulso democráticos desde la proximidad y vecindad inmediatas. No asumen la realidad que, por acción u omisión, ha influido de forma decisiva en el desencanto de muchos y en la elección de un BREXIT tras años de convivencia y proyectos compartidos. Así­, lejos de la necesaria autocrí­tica por su gestión, sus nefastas polí­ticas (y sobre todo en su ejecución) facilitadoras de una profunda crisis de confianza y credibilidad, de un desapego y malestar con su parálisis institucional y su boato no justificable y el desigual reparto de beneficios y poder, parecerí­an sentirse reforzados por sus propios argumentos desde una elevada prepotencia que les lleva a afrontar la inevitable y obligatoria negociación  de un proceso de salida, Brexit, complejo, con implicaciones multi parte, desde una falsa superioridad pretendiendo «ganar y humillar» a quienes han optado, de manera pací­fica, democrática y en el marco legal y polí­tico previsto, por retomar o emprender un nuevo camino que entienden puede resultar beneficioso para sus ciudadanos.

De esta forma, ya desde el perí­odo pre Brexit, Bruselas jugó un papel de parte, entrometiéndose en la decisión británica, con argumentos tremendistas escasamente soportados, no ya en la realidad descriptiva de hechos y datos, sino en la resistencia a explorar ví­as de futuro (como ya lo hiciera en el proceso previo en Escocia). Más tarde, conocido el resultado del referéndum y la aprobación mayoritaria del Brexit se ha resistido a buscar soluciones de mutua confortabilidad, presentando su cara ácida y displicente en apoyo a su anunciado «Brexit duro», despreocupándose no solamente del mejor futuro del Reino Unido, sino el de los propios Miembros de la Unión Europea y del proyecto comunitario en sí­ mismo. En esta lí­nea, sus principales portavoces repiten una y otra vez que antes de cualquier escenario de futuro compartido, deben fijarse las cuentas deudoras y los costes de salida, sobre la base de unos informes de parte, débilmente soportados que diseña escenarios financieros sobre la base de supuestos compromisos firmes (especialmente presupuestarios) en programas europeos con históricas desviaciones y trayectoria de incumplimientos, muy similares a la práctica ineficiente que la propia Unión ha venido demostrando ejercicio tras ejercicio en sus relaciones internas con los diferentes Estados Miembro.

En este sentido, esta misma semana, el Reino Unido ha presentado un documento en el que se ofrece su voluntad para abordar un «proceso suave, amigable, realista y de interés y beneficio mutuo» para acordar un sistema aduanero facilitador de la libre circulación de personas y mercancí­as, con especial sensibilidad a un delicadí­simo problema no del todo resuelto, Irlanda, cuyo proceso de pacificación y normalización exige un mimo especial, minorando el riesgo de ruptura. Un modelo que permita a los «extranjeros», residentes hoy en el Reino Unido, una tranquilidad, al menos medio placista, que permita redefinir espacios de relación interdependiente con Escocia ante hipotéticas decisiones futuras de pertenencia o no a la Unión Europea y/o Reino Unido, que permita mantener espacios compartibles como todos los Estados no Miembros de la UE que sí­  lo son del Espacio Europeo, o con alguno de los múltiples modelos de colaboración existentes ya hoy en la amplia Europa, más allá del ámbito director de Bruselas. La propuesta de trabajo sobre la base de «unas fronteras invisibles o blandas« (la tecnologí­a hoy, facilita todo tipo de control más allá de barreras y alambradas), ha sido descalificada y tachada de «fantasí­a británica».

Vistas estas reacciones, hemos de preguntarnos si se desea un Acuerdo, si se piensa en los beneficios mutuos al servicio de las personas y de los pueblos que componen el espacio europeo en el que soñamos vivir o se pretende «bunkerizar» una ineficiente e ingobernable «nueva Europa» al dictado de un reducido grupo de personas, partidos, grupos de interés y Estados Miembro que se auto erigen en un núcleo duro, alejado de un verdadero control democrático directo que vele por los valores y principios que llevaron a los «padres fundadores» a soñar e implicarse en el mundo de la fantasí­a, la ilusión y los sueños para construir un mundo mejor, diferente al de la violencia, la imposición, y las guerras que vivieron. Construir un espacio de paz, libertad, seguridad y bienestar, sin lugar para la imposición de las armas, requiere un espí­ritu soñador y un compromiso práctico y permanente aunando la diversidad colaborativa, subsidiaria e interdependiente, en un largo e inacabable proceso de alianzas múltiples deseosas de compartir objetivos, valores y, sobre todo, un espacio de futuro, sin duda, diferente al observable en estos momentos.

Desgraciadamente, una vez más, parece que la torpeza, pereza e inmovilismo de quienes se aferran al pasado y al estatus quo, impide afrontar el BREXIT y su desenlace como una obligada oportunidad para repensar una nueva Europa. Lejos de pensar que ha sido un mal pasajero y de diseñar planes y estrategias para «convencer a los jóvenes británicos que sus padres les han engañado, que han votado los viejos, insolidarios, xenófobos, iletrados y poco viajados» y provocar sucesivas votaciones hasta que el resultado sea el que «Bruselas quiera» (dicho sea de paso, como ha pasado en varias ocasiones), merecerí­a la pena pensar en Grande, pensar en futuro, poner el foco en la nueva construcción de una nueva Europa, y no perder el tiempo levantando murallas separadoras de quienes tienen otra manera de imaginar el futuro y observan el impacto y consecuencias de las nuevas variables que perfilan el mundo por venir (demografí­a, economí­a, Sociedad, seguridad, estado de bienestar, tecnologí­a, empleo, voluntad de los pueblos en transitar su propio camino apropiándose de su libre decisión, nuevos instrumentos de gobernanza), alumbrando nuevos procesos decisorios, libres y democráticos.

Si el propio presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, animaba a repensar Europa bajo la sugerencia de cinco modelos u opciones a elegir e invitaba a un ejercicio dialogado de «prospección inteligente y valiente» de diferentes escenarios y sus consecuencias, llama la atención que, por la fuerza de los hechos, se ralentiza y arrumba en el olvido el debate y coraje necesarios para transformar un modelo caduco, amparándose en su complejidad, acomodándose al inmovilismo y pereza instalados en la burocratizada Europa.

Europa exige una profunda transformación. Sigue siendo un referente irrenunciable y es mucho lo que ha de aportar al resto del mundo y, por supuesto, a los ciudadanos europeos. El Brexit, como otros movimientos en ciernes a diferentes ritmos, deben observarse como espacios de oportunidad. Son una buena excusa de reflexión hacia pensamientos innovadores y creativos que provoquen algo diferente. Una oportunidad que de verse como un problema que incomoda el descanso aletargado de unos pocos y la búsqueda, siempre inquietante, de nuevos horizontes, no hará sino impedir un mejor futuro para todos. Es la excusa adecuada para repensar los espacios internos, redefinir los conceptos de soberaní­a e independencia, de reformular un estado social de bienestar alcanzable y sostenible, de afrontar una crisis humanitaria y un mundo  de desigualdad creciente, de proponer nuevos modelos de gobernanza y afrontar la siempre incómoda modernización y reforma de las burocratizadas administraciones públicas, de dar cohesión a la diversidad y romper con el mantra globalizador uniforme… Lejos de dejar en manos de las guerras la redefinición de los espacios de futuro, demos la voz al pensamiento creativo y al diálogo. Una oportunidad para la polí­tica a la vanguardia de las soluciones a las demandas de las diferentes Sociedades que componen una Europa plural.

Repensar, reconstruir, redefinir nuevos espacios. Precisamente hoy, 20 de agosto, celebramos aquel verano de 1991 en el que asistimos, positivamente sorprendidos, a la restauración y declaración de independencia de la República de Estonia, de forma democrática y pací­fica, dando un paso más en las diferentes fases de su propio proceso iniciado años atrás en pleno dominio soviético. Su parlamento, «asumiendo el mandato recibido de nuestro pueblo» («We carried out the People´s will»), «confirmando nuestra independencia nacional y proponiendo el reconocimiento y aplicación de nuevas relaciones diplomáticas internacionales a lo largo de Europa y del mundo, con la aprobación de una nueva Constitución a someter a un referéndum aprobatorio y dando lugar a nuevas elecciones y forma de gobierno…»

Estonia, como cada uno, siguió su propio proceso y camino. Alumbró un nuevo espacio de futuro. La Unión Europea de entonces acogió este «incómodo» compromiso con espí­ritu abierto y negociador. Otros (las Repúblicas Bálticas, las primeras) les siguieron, el mundo, en general, se sumó al reconocimiento internacional y apoyo explí­cito, en un impecable proceso democrático. Europa repensó su extensión, su territorialidad, su dimensión, su modelo de gobernanza, su economí­a, su financiación, sus programas de desarrollo, su espacio diplomático, su modelo de seguridad en el espacio atlántico, la incorporación de sus funcionarios, y extendió su solidaridad. Nuevas reglas, nuevos instrumentos, nuevos aliados. Sin duda, un buen recuerdo para entender que nuestro sueño europeo es cambiante y dinámico y que, por supuesto, el deseo de una nueva Europa a construir sobre la fortaleza de sus inseparables pilares fundacionales es posible: un espacio de paz, libertad y seguridad; un espacio de prosperidad; un espacio de bienestar y cohesión social; un espacio colaborativo, subsidiario, interdependiente; un espacio de solidaridad dentro y fuera de sus fronteras.

BREXIT (y otros movimientos democráticos y pací­ficos) son por encima de todo, aliados y oportunidades para dar respuestas constructivas a las demandas ciudadanas. No miremos hacia el inmovilismo del pasado como algo irreversible y no mejorable. Hoy, como ayer, y siempre, alumbremos una nueva Europa.