Nóos, Corrupción y Desarrollo Económico

(Artí­culo publicado el 19 de Febrero)

Al parecer, la noticia de la semana. Que años después del inicio de un largo proceso judicial, polí­tico y mediático, «descubierto» por casualidad investigando el llamado «Palma Arena» demostrado como fechorí­a de la «administración modelo» que presenciaba el Presidente del Gobierno Español, Mariano Rajoy, la comunicación de la sentencia parecerí­a llegar a su fin.

En el camino, al margen de la sentencia definitiva, la evidencia de una justicia lenta, mediatizada, no independiente y múltiples episodios e interferencias ensanchando la sombra de una larguí­sima corrupción organizada. En este caso, desde las más altas instancias del Reino de España, gobiernos, empresas afines y personajes variopintos. Nóos no es un caso aislado. España está teñida (manchada) de una larga cadena de chapuzas que no pueden considerarse «iniciativas aisladas» sino, por el contrario, una cultura y práctica ampliamente extendida. A la herencia franquista consolidada en la transición y que perdura con nuevas formas, nombres y apellidos similares y «nuevos jugadores acompañantes del negro y sucio juego», se añade la persistente tolerancia que se traduce en excusar a una Casa Real, votar a un Presidente presente en todo el periodo de sospecha y condenas y un largo etcétera que parecerí­a imparable.

En paralelo (o en relación con…), América Latina se ve infectada de Sur a Norte por el fenómeno Odebrecht, con una mancha extendible de este emporio brasileño de la infraestructura y la construcción que parece haber contaminado todo tipo de paí­ses, gobiernos, empresas y medios de comunicación. No es sorprendente, por tanto, que en una conversación con un buen amigo empresario mexicano hace unos dí­as me dijera: «Pensábamos que la corrupción era un modelo cultural autóctono, pero hemos comprobado que nos llegó en barco en 1492 con el descubrimiento de América».

Pues bien, si el fenómeno corrupto es absolutamente rechazable desde todo punto de vista moral, ético y penal, no lo es menos desde la óptica de su impacto en el desarrollo económico y bienestar de paí­ses y sociedades.

Datos aparte, en un reciente informe sobre prospectiva y proyección de crecimiento y desarrollo económico con estimaciones a 2030 y 2050 (PwC: «The long view. How will the global economic order change by 2050″. «En qué medida cambiará el orden económico para 2050″), en el que además de comprobar, una vez más, el cambio en el ranking de las economí­as mundiales atendiendo al tamaño de su PIB y observar cómo, salvo China que conservará su primera posición, el resto de las 32 economí­as más grandes (con el 85% de la riqueza global acumulada), cambiarán posiciones y el «nuevo G-7″ se convertirá en un nuevo bloque de paí­ses emergentes (Indonesia, México, India, Brasil, Rusia junto con China y un Estados Unidos perdiendo posiciones). Solamente Alemania y el Reino Unido (considerando su configuración actual) aparecerí­an entre los doce primeros puestos. (La «España» de hoy, por ejemplo, pasarí­a del lugar 16 al 26). Pero más allá del ranking, es de destacar que el profundizar en el análisis y preguntarse qué riesgos harí­an imposible el «éxito o mantenimiento» de un crecimiento y desarrollo positivo, a los factores propios de la innovación, la educación adecuada al propósito y modelo de desarrollo, a la inclusividad de su crecimiento, la bondad de su gobernanza e institucionalización y a su capacidad de interacción con las economí­as mundiales y las diferentes cadenas de valor añadido, surge, como elemento esencial, la «erradicación de la corrupción».

La corrupción no es solamente una carga mortí­fera para la ética, para la moral, o para la libre competencia, la confianza y credibilidad y apoyo democráticos y de gobernanza, o a estí­mulos o aceptación de las responsabilidades fiscales y los diferentes sistemas impositivos y tributarios o alta esencia de la cohesión e inclusión social. Influye, también, en la capacidad de inversión y generación de capital humano y fí­sico, en el movimiento de la inversión interna y extranjera y, por supuesto, en la necesaria lucha contra la «economí­a ilí­cita», tan extendida a lo largo del mundo.

Resulta evidente, tal y como recoge, también, el mencionado Informe prospectivo cómo todo Paí­s y Gobierno, con independencia de su posición en el «ranking», se enfrenta, de una u otra manera, a una serie de retos generales que han de adecuarse a su propia realidad de partida y propósito de futuro. Destaca, por supuesto, la necesidad de los gobiernos en diseñar polí­ticas «amigables y eficientes» para la generación de contextos competitivos completos, facilitadores de la atracción de personas, talento, negocios e inversiones; su capacidad de integrarse en las vanguardias del conocimiento y del comercio internacional, abriendo sus mercados a libres movimientos de trabajo, capital, bienes, servicios y personas; a mitigar las desigualdades y asegurar el reparto justo y equitativo de beneficios para todos y compartiendo el valor con toda la sociedad. Por no añadir el necesario éxito en su particular lucha contra el cambio climático, la insostenibilidad del medio ambiente y la reinvención de sociedades adecuadas a un inevitable envejecimiento.

Acometer estos retos exige Instituciones fuertes, creí­bles, fiables, capaces de abordar las reformas y polí­ticas necesarias, compartidas, que la sociedad haga suyas, en procesos abiertos, trasparentes, democráticos, de largo plazo. ¿Cómo podemos hacerlo sin el concurso de gobiernos, sociedades, personas comprometidas con culturas «limpias», no tolerantes a cualquier tipo de corrupción, en democracias reales, sistemas de justicia independientes y capaces?

Podemos diseñar polí­ticas y modelos económicos de negocio potentes y de éxito, podremos contar con los mejores sistemas educativos y podremos alcanzar la riqueza y la abundancia, pero si vienen contaminados de una lacra de corrupción, suficientemente extendida, hipotecarí­amos cualquier opción de futuro.

Hoy es Nóos, es Gí¼rtel, es Odebrecht más X paí­ses (México, Perú, Panamá…) tras este conglomerado brasileño de «negocios», poniendo en jaque a múltiples paí­ses y gobiernos, otrora triunfantes por el éxito de sus logros inversores, planes de infraestructura y atracción de inversión extranjera. Paí­s a paí­s, incluido España. ¿Mañana?

Más allá de un caso y de una sentencia, desgraciadamente, parecerí­a una extensa mancha sistémica. Empecemos por resaltar una simple constatación: «…también en el éxito polí­tico y empresarial, así­ como en la vida personal, la ética Sí importa y, finalmente, marca la diferencia».

En esta lí­nea, un buen avance a generalizar a la totalidad del mundo de los negocios y, por supuesto, en relación con la cada vez mayor y más necesaria interacción público-privada, es una de las diez claves que la reciente Cumbre de Davos del World Economic Forum formalizó en el seno de su Consejo Empresarial. La llamada Declaración para un liderazgo responsable, en el marco de una hoja de Ruta para un desarrollo sostenible de largo plazo. Dicha Declaración es parte de su compromiso con un cada vez mejor Gobierno Corporativo. La Declaración fue inicialmente suscrita por 280 Presidentes y Consejeros Delegados de empresas de primer nivel internacional y recoge dos apartados significativos: El primero, de principios rectores del rol de las empresas para alinear sus objetivos a las demandas sociales, con vocación de largo plazo apostando por la prosperidad global sostenible y no por beneficios financieros de corto plazo y una profunda interacción con todos sus stakeholders (Grupos de interés: gobiernos, trabajadores, sociedad, comunidad, proveedores, inversores, accionistas…) desde la transparencia, colaboración y participación real. El segundo, su compromiso individual como lí­deres empresariales para influir en sus Consejos y í“rganos de Gobierno y Administración en el interés y logro de los objetivos y principios recogidos en el punto primero, promover la revisión actualizada de su Gobierno Corporativo con miras al mejor servicio a la sociedad generando valor, credibilidad y confianza, y actuar dentro del escrupuloso respeto a la legalidad, a la ética y buenas prácticas evitando cualquier «atajo» desde la corrupción o prácticas ilegales o para-legales.

Sin duda, prever lo que pase en 2050 resulta poco menos que imposible, pero, decidir lo que queremos lograr y cómo hacerlo, es cuestión de la voluntad y compromiso de todos y cada uno de nosotros.

«Ni confrontación, ni sumisión». La esperanza de construir nuevos espacios colaborativos

(Artí­culo publicado el 5 de Febrero)

En mis tres últimos artí­culos quincenales publicados en esta columna, hablaba del «bipartidismo fallido» de los Estados Unidos y su impacto negativo en el estado de las cosas en la más próspera y productiva «América», desde un punto de vista estadí­stico, y el avance hacia un «Nuevo Orden Internacional» como proceso inevitable para abordar los riesgos y desafí­os mundiales diseñando nuevos caminos, instrumentos y compromisos. Hablaba de la necesaria co-responsabilidad y compromiso mutuo entre quienes convienen entre sí­ y quienes, en su caso, desean salir de un espacio previamente compartido, ya sean acuerdos comerciales, de í­ndole social o polí­tico-administrativo.

Hoy, en este mismo contexto, podemos repasar un par de asuntos interrelacionados que han de condicionar no solamente la percepción exterior de los Estados Unidos de América y su rol en el mundo, sino el papel a desempeñar por terceros (ciudadanos, sociedad civil, gobiernos, empresas…) tanto norteamericanos, como no estadounidenses.

Si el Presidente Trump iniciaba su mandato ejecutivo ordenando vulnerar de manera unilateral sus Convenios Internacionales (tanto de Derechos Humanos, Inmigración y Asilo, como el NAFTA voluntariamente suscrito con sus vecinos de Canadá y México), de obligado cumplimiento, avanzaba su obsesivo millonario despilfarro en un nefasto y humillante MURO separador con México y procedí­a a la prohibición de visados a inmigrantes de siete paí­ses, bajo el nada sostenible argumento de «evitar los errores que han favorecido el terrorismo en Europa», dando paso a abusivas detenciones contrarias a derecho, la reacción de protesta no ha hecho más que empezar (dentro y fuera de los Estados Unidos). A la valiente orden de una jueza de Brooklyn impidiendo la aplicación del intento Presidencial y a la huelga de cientos de taxistas negándose a dar servicio a los aeropuertos de Nueva York (Laguardia y JFK), a medidas extraordinarias de protección a sus trabajadores inmigrantes en las empresas de Silicon Valley, al anuncio de Starbucks de contratar 10.000 refugiados en los próximos cinco años, a la respuesta colaborativa de miles de autónomos propagando mensajes en las redes sociales advirtiendo del peligro en firmar la forma migratoria I-407 a aquellos inmigrantes con la «Green Card», engañados para provocar la pérdida voluntaria de su residencia permanente, así­ como declaraciones oficiales de múltiples Organizaciones y Colectivos como la de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York que a través de su Director General en su carta a todos los trabajadores de la Organización, manifestaba su preocupación y rechazo a la medida del Presidente, reiterando «el peligro de que los principios de una democracia abierta, en los que se basa la fundación de los Estados Unidos de América, aparezcan amenazados», a la vez que recordaba como «Guggenheim siempre estará en favor y apoyo del libre movimiento  de personas e ideas trabajando por un mundo inclusivo, valor esencial de la Institución desde su nacimiento», se suman, dí­a a dí­a, voces cualificadas en el exterior denunciando el peligro instalado en la Casa Blanca, con independencia de su legitimidad ganada en las urnas.

En este contexto de rechazo a algo más que un «Decreto Presidencial en materia de derechos humanos e inmigración y asilo», de forma unilateral, la nueva Presidencia ha decidido violentar los Convenios Internacionales de carácter económico (y, por ende, polí­ticos) vigentes, y ha elegido a México y al NAFTA (Acuerdo norteamericano de libre comercio) como primeros objetivos. México ya anunció dí­as atrás su decisión de revisar, modernizar, actualizar y transformar su estrategia de internacionalización: en un cada vez mayor espacio de «bilateralidad» multi-naciones para modernizar, transformar y fijar nuevos marcos de intercambio económico y financiero, de relaciones polí­ticas y sociales. Si el Presidente Nieto presentaba hace tan solo unos dí­as su nueva estrategia de acción exterior y proclamaba el respeto a la dignidad y soberaní­a de los mexicanos para acudir a Washington a «negociar la modernización de nuestros Acuerdos» bajo el eslogan de «Ni confrontación ni sumisión», la polí­tica Trump se ha convertido en acelerador de lo que Krugman llama: «Dejar en paz a los muertos vivientes» en referencia de la vieja y negativa globalización. En palabras de un reciente editorial de «The Economist»: «Trump llega tarde al Debate; la globalización hace tiempo entró en jaque». Y yo añadirí­a, tarde, mal y equivocando conceptos y supuestas soluciones.

En esta lí­nea, ya el último número (diciembre 2016) de la revista Finanzas y Desarrollo, editada por el Fondo Monetario Internacional (nada sospechoso de favorecer el libre comercio globalizado), dedicaba sus páginas a un amplio e interesante debate en torno al «estado de la globalización». Tras un rápido análisis explicando la reducción de los flujos de capital transfronterizo, a  la disminución del comercio a partir de 2007 y a las caracterí­sticas de esos casi 230 millones inmigrantes económicos y expatriados que se mueven por el mundo, datos objetivos que cuestionan en sí­ mismo el estado de la cuestión, repasa otros factores relevantes entre los que destacan los movimientos crecientes crí­ticos con la globalización, el parón de los grandes Acuerdos y Rondas Comerciales, y el desigual reparto de beneficios y pérdidas a lo largo del mundo, lo que le lleva a plantearse nuevas formas de entender, organizar y promover la globalización.

Krugman, por su parte, pone el acento en el estancamiento comercial y si bien destaca un gran efecto positivo traducido en una disminución «general» de la pobreza relativa en el mundo, señala su impacto negativo para todos aquellos paí­ses que dependen de exportaciones, requieren un uso intensivo de mano de obra y/o no lideran los espacios de empleo y generación de mayor valor añadido, y, sobre todo, en sus respectivos ciudadanos cuya formación y capacidades no se corresponden con las necesidades exigibles en la generación global de valor en curso, condenados a una progresiva marginación.

En esta lí­nea, los intentos por «Reencarrilar el Comercio» (Maurice Obstfeld) permiten comprender el equí­voco intento vivido asumiendo planteamientos simplistas que confundieron los términos y vendieran bondades sin matices. Serí­a el momento de pensar en un nuevo concepto para una vieja realidad: el mundo siempre ha conocido los riesgos, beneficios y costes de una «mundialización» o relaciones más allá de sus comunidades endógenas. Lo destacable y deseable no es el «proteccionismo intramuros», sino el reparto equilibrado y equitativo de los beneficios. Si una mal entendida «Ventaja Comparativa»(Samuelson), espontánea, supondrí­a la capacidad de diferentes empresas y paí­ses en dotarse de un pequeño nicho diferencial benéfico para su población, la necesidad de entender su diferencia con una «Ventaja Competitiva» (Porter), ni de suma cero, ni espontánea, sino provocada, trabajada y construida desde el sentido complejo de la «coopetencia», aumentando el valor por todos los que participan del intercambio, nos llevarí­a a nuevas fases de entender la «mundialización». No ajeno a esto, la primera ministra Theresa May, explica en su prólogo al reciente Libro Verde para una estrategia industrial para el Reino Unido (Building our Industrial Strategy. Enero 2017): «Nuestro Plan no es solo un proyecto para salir de la Unión Europea, sino un plan para redefinir nuestro futuro para el tipo de Paí­s que queremos ser cuando sigamos nuestro propio camino; es un camino para construir un Paí­s más sólido y más justo, que trabaje para todos y no para unos pocos privilegiados. Un plan para una nación que cree en sí­ misma, se enorgullece, aspira a situarse en vanguardia y logra el éxito a largo plazo, de manera sostenible. Una apuesta para futuras generaciones que tengan la oportunidad de hacerlo mejor que como lo hicieron sus padres ayer y abuelos hoy». Es un post-Brexit que posibilite reinventar el gobierno, asumir un nuevo rol protagonista del sector público en la polí­tica industrial, con el que abordemos nuevos y diferentes Acuerdos bilaterales con todos aquellos paí­ses que quieran compartir lo que nosotros mismos queremos». Nuevos caminos, nuevos desafí­os.

No muy diferente al mensaje que ya en 1944, con ocasión del Acuerdo de Bretton Woods que diera lugar a la creación del Fondo Monetario Internacional transmitiera el entonces Secretario del Tesoro de los Estados Unidos de América, Henry Morgenthau: «Espero que esta conferencia centre su atención en dos axiomas económicos básicos. El primero es que la Prosperidad NO tiene lí­mites fijos; cuanta más prosperidad logran otras naciones, más la tendrá cada nación por sí­ misma. El segundo es corolario del primero: la prosperidad, como la Paz, es indivisible. No podemos permitirnos desperdigarla aquí­ o allá o entre afortunados, o gozarla, a expensas de otros» …

Todo esto deberí­a llevarnos a comprender los verdaderos conceptos de la mundialización y las «Paradojas de la Internacionalización», asumiendo sus bondades y contraindicaciones ya que solamente así­  sabremos entender un poco mejor el verdadero significado constructivo y generador de valor que conllevarí­a la apuesta de  un «Made in América» (tan distinto y distante en las propuestas de Obama a las de Trump; uno pidiendo a las empresas «globales» norteamericanas volver a casa en la medida que su «diamante de competitividad no pasaba más por el simple coste temporal en Asia, otro, volcado en la visión de su muro proteccionista aislante a la vez que simplista)… o «Made in X» según su estrategia innovadora transformadora de una equí­voca «Globalización» como razón de ser de nuestra economí­a y la supeditación de la polí­tica a la misma. Repensemos las viejas y usadas palabras y «sin sumisión y con la confrontación activa de ideas y hechos, firmes y pací­ficos» busquemos la Paz y prosperidad que se supone buscamos.

Esta misma semana, la presentación del Libro Blanco sobre «la salida del Reino Unido de y para un nuevo partenariado con la Unión Europea» (The United Kingdom exit from and new partenership with the European Union) supone una pieza de extraordinario valor para revisar viejos mensajes anclados en un pensamiento único, acrí­tico, que ha sido esgrimido por inmovilistas al encontrase con «problemas molestos». Quienes hemos difundido modelos alternativos de Estado, sistemas y espacios socio-económicos diferenciados (Euskadi, Catalunya, Flandes…) somos ninguneados por un determinado tracto histórico o por la referencia equivocada a contextos bélicos, o propios del subdesarrollo o del proteccionismo xenófobo y localista, cuando no a la ignorancia «ajena a los tiempos modernos».

Hoy, nada menos que el Reino Unido, quinta economí­a mundial, referente europeo mundial de la ciencia, la innovación, las plazas financieras internacionales… aborda un proceso singular. La voluntad popular votó en referéndum para encontrar un nuevo camino, pací­fico y democrático, su Gobierno ha decidido asumir el mandato, lo ha llevado al Parlamento, representante de su soberaní­a, y va adelante de la mano de una guí­a clara sobre doce principios básicos que merece la pena contemplar para otros procesos que han de repensar y redefinir nuestro futuro, no solamente en Europa, sino en el mundo. Principios que pretenden «no solo una nueva alianza con Europa, sino construir una nueva, más justa y más sólida Gran Bretaña, universal» (Theresa May). Un proceso enmarcado en el mencionado Libro Blanco que, en palabras del Ministro Secretario de Estado para la Salida de Europa, «desde el máximo espí­ritu de cooperación internacional y buena vecindad… recordamos que partimos de una posición única: hoy tenemos las mismas leyes y reglas que la Unión Europea. No se trata de negociar sistemas divergentes, sino de asegurar que no establezcamos nuevos obstáculos para un futuro que queremos rediseñar».

Objetivos y principios que añaden algunos elementos reseñables: el énfasis y reconocimiento al protagonismo institucional y democrático que corresponde a los «Estados objeto de la Devolución de Poderes» (Escocia, Gales, Irlanda del Norte) que ya han definido cómo quieren seguir adelante (dentro de Europa y/o el Reino Unido), la realidad cultural, de vecindad y de potencial proyecto compartido (Irlanda e Irlanda del Norte) y de la oportunidad para modernizar y construir alianzas con todos los espacios globales a lo largo del mundo (Nafta, Commonwealth, Mercosur, UE, ASEAN, EFTA…) además de establecer relaciones bilaterales concretas. Y todo esto, en un clima normalizado de «desconexión» en beneficio mutuo.

Un nuevo paso aleccionador para quienes, hasta hoy, se han aferrado a discursos grandilocuentes de supuestas Unidades Históricas y al inmovilismo de las leyes como si no fueran éstas los instrumentos adecuables a las demandas sociales, democráticamente exigidas.

Momentos interesantes a la vez que complejos. El mundo se mueve, también, en direcciones innovadoras, creativas y esperanzadoras. Unos las agitan desde la imposición aferrados a conceptos y privilegios del pasado; otros, afortunadamente, hacia nuevos horizontes que las Sociedades libres elijan en cada momento.

Parafraseando a Trump en su insultante referencia al Muro «que pagarán ellos, aunque no lo saben», podrí­amos decir que «su torpeza proteccionista ha acelerado nuevos espacios de colaboración e intercambio mundial, aunque él no lo sabe».