Con un ojo en América: polí­tica, economí­a y bienestar

(Artí­culo publicado el 26 de Diciembre)

Siendo múltiples los análisis realizados en torno al proceso electoral en los Estados Unidos y el punto culminante de la elección definitiva del futuro Presidente, Donald Trump, volver sobre el tema no parecerí­a ni de especial actualidad, ni lo suficientemente novedoso.

Sin embargo, la relativamente reciente publicación (septiembre 2016) del Informe «Problems unsolved and a nation divided. The state of U.S. Competitiveness» («Problemas sin resolver y una nación dividida. El estado de la competitividad de los Estados Unidos») bajo la dirección del Profesor Michael E. Porter y con la participación de los prestigiosos profesores Rivkin, Desai y Manjari incluyendo una amplí­sima encuesta cualificada que sobre la materia fue remitida a todos los ex alumnos de la Harvard Business School, resulta sugerente y no tanto por conocer en detalle sus análisis y conclusiones en relación con la economí­a y Sociedad de los Estados Unidos, sino por su enfoque y áreas de relevancia a considerar en otros Paí­ses.

Desde su propio í­ndice y tí­tulo de los diferentes capí­tulos, se observa un propósito de objetividad, académico-práctico, que desde el rigor de los datos cuestiona una sensación generalizada -a la vez que equivocada- en el sentido de que las cosas van relativamente bien, que el nubarrón de una crisis del 2008 empaña el estado de las cosas y provocó el hundimiento, pero que las polí­ticas y medidas tomadas han permitido retomar la senda positiva en la que se (nos) encontraban (encontrábamos). Así­, el citado Informe describe un escenario económico calificado como «La era de la Parálisis Polí­tica», caracterizada por largos años de desorientación e inacción ante los grandes desafí­os que si bien se acumulaban en un gran número de diagnósticos más o menos aceptados (más por cansancio y por reiteración mediática), no pasaban de la literatura a las verdaderas agendas polí­tico-económicas, constatando una cada vez mayor lejaní­a hacia la prosperidad ofrecida, generando altos y profundas desigualdades y un claro descenso del nivel de bienestar de los ciudadanos. Esta situación de deterioro, ni empezó en la «Gran Recesión del 2008″, ni apareció «de repente» como consecuencia del tan sonado «cambio de ciclo». Si en la España de esa era, el Presidente del gobierno español, José Luis Zapatero, insistí­a en «no ver la Crisis que algunos agoreros pregonan«, en el Informe estadounidense no solamente no se veí­a, sino que no querí­a verse. La abundante información disponible explicaba tasas evidentes de declive a lo largo del largo periodo 1950-2015 y un espejismo de crecimiento insuficiente (2,1%) entre el 2000 y el 2015. Un crecimiento más «atractivo» que una progresiva pérdida de productividad a lo largo de esos 60 años, con una intensa caí­da del empleo creado desde un «estable y ya bají­simo 1999″ y la consecuente pérdida de valor adquisitivo de los hogares.

Entre tanto, el «éxito» publicitado de los pocos (pero ruidosos) start ups tecnológicos, que se suponí­a nací­an en garajes improvisados en el fenómeno Silicon Valley y la creciente presencia global de grandes multinacionales norteamericanas, trasmití­a una fortaleza incomparable salvo por las propias pequeñas empresas estadounidenses que desaparecí­an con edades medias inferiores a 3 años de existencia. Y quizás el amplio mercado estadounidense, el efecto tractor de su poderí­o polí­tico-militar a lo largo de sus «mercados exteriores cautivos», le mantení­a en rankings internacionales en los primeros puestos, mientras sus determinantes de competitividad se erosionaban dí­a a dí­a, terminando, además, con cualquier vestigio de red social y de bienestar para la gran mayorí­a de la población. De esta forma, su sistema educativo (sobre todo el público y el del nivel K-12 de enseñanza primaria y secundaria obligatorios), el más que insuficiente acceso a la Sanidad, la no inversión en servicios y equipamientos públicos, la creciente marginación en las Inner Cities y regiones aisladas de los Centros de Vanguardia, lentas e inacabadas infraestructuras han hecho que hoy atendiendo a la prognosis de sus ex alumnos de la más prestigiosa Escuela de Negocios, no apuesta, de hecho, por un futuro próximo mejor (el 50% de los mismos, desde sus privilegiadas atalayas empresariales, pronostican un mayor deterioro de su competitividad), no  ven nuevas posibilidades para incrementar salarios o beneficios en sus empresas y no creen estar preparados para competir en la nueva economí­a en curso y/o por venir.

Esta «Era de Parálisis» deja la herencia de un erosionado contexto empresarial que hace que sus empresas «no puedan mantener el ritmo de sus competidores en la arena global, sujeta a enormes transformaciones y a los cambios esperables». A este penoso entorno se une un escenario de gasto público que se ha visto agravado por la «Gran Recesión», precisamente por «salvar» la quiebra de determinada banca privada. Gran Recesión que ha acentuado la disparidad entre Gasto e Inversión, pero cuyo verdadero declive viene del año 1972 y no ha terminado de divergir, muy lejos de redirigirse en favor de la inversión soporte de la inevitable transformación exigida.

En este análisis se plantea lo inevitable: la presión y urgencia de una Estrategia Económica Nacional y Estado a Estado. Estrategias convergentes bajo dos grandes ejes inseparables: la Prosperidad Compartida (por todos) y la Competitividad-Productividad (empresas, gobiernos, territorios). Bajo este doble eje, cientos de recomendaciones integrables en 8 vectores cuyo enunciado parecerí­a concitar el aplauso general y que, sin embargo, trasladado a las Agendas de Washington y de Wall Street, se convierten en una auténtica Torre de Babel («Esto está mucho peor de lo que parece»-It´s even worse than it looks– que publicaran Thomas Mann y Norman Ornstein hace ya unos años) en la que, al margen de etiquetas y discursos, describí­an «los sistemas» (polí­tico y financiero) como puntos rojos en el fondo del fracaso.  Así­, unos y otros autores, soportados en la evidencia, destacan la responsabilidad de un sistema constitucional y polí­tico inadecuado para abordar los retos y desafí­os reales de la población y un mundo financiero más orientado al servicio de sí­ mismo y su supervivencia, que al servicio intermediario de polí­ticas reales focalizadas hacia la demanda social.

Si nos fijamos en una pequeña muestra, recogida en el citado Informe,  el Congreso de Washington ha admitido a trámite un sin número de proyectos a lo largo de sus diferentes legislaturas, si bien el descenso vertiginoso de los aprobados lleva a constatar su inactividad creativa en un bipartidismo que ha generado su propia «esfera artificial» en la que convive «todo un cluster de intereses, lobbies y contra partidas negociadas al margen de las demandas, procesos, discursos y diagnósticos en curso». Así­, el grado de confianza de la población en «Washington» ha pasado del 80% en los noventa, al escaso 18% en el 2015.

Y es precisamente este aspecto el que destaca respecto de otros muchos Informes y Opiniones. «A failing political System» («El fallido sistema polí­tico») se señala como el principal causante de la erosionada economí­a estadounidense. Su NO acción-decisión, su confrontación confortable en su bipartidismo permanente con las compensaciones temporales entre ellos, su oposición conjunta a las verdaderas reformas exigibles, su permanente desidia alargando plazos y aplazando toma de decisiones, impide el desarrollo necesario del Paí­s, sus agentes económicos y sociales y sus ciudadanos.

Si los alumnos encuestados proponí­an cientos de medidas de reforma económica y empresarial, no son nuevas sus propuestas para la reforma polí­tica. La competitividad no es cuestión de lo público o lo privado, de los unos y de los otros, sino de todos y la capacidad de interacción y coopetencias desde sus propios roles distintivos. Dejar hacer, dejar estar, sin asumir responsabilidades y reformas, tarde o temprano, supone la peor de las decisiones: No decidir.

Pero lo verdaderamente relevante de este trabajo y conclusiones no es la «acusación» a un sistema polí­tico y sus gobiernos. Es precisamente la constatación del enorme impacto que, sobre la vida ordinaria de las personas, su empleo, su bienestar, tiene una buena o mala gobernanza, un buen o mal sistema polí­tico, la calidad, cualificación y compromiso de sus representantes, la relevancia de las polí­ticas públicas y su interacción con las empresas. Si no se puede ni debe dar por buenas las estrategias y comportamientos de toda la iniciativa privada, las empresas, las organizaciones sin ánimo de Lucro, los sindicatos, las Universidades… tampoco puede dejarse en el limbo al mundo polí­tico.

Esto parece evidente en Estados Unidos. En España, el bipartidismo tradicional (ampliamente generalizado en la estructura y polí­tica europea con sus nefastas consecuencias observables cada dí­a con mayor intensidad) se refuerza con el espejismo de un «tercer nuevo invitado» y pretenden acordar su propia permanencia en un sistema polí­tico del pasado, para una España del pasado, a espaldas de los desafí­os reales. El reciente sainete tras las penúltimas y repetidas últimas elecciones y los posteriores pactos de «permisividad» con un largo perí­odo sin gobierno y desgobierno ajeno al control democrático de la Sociedad, pudiera generar un espejismo de la irrelevancia de un gobierno. Viejos discursos vuelven a la palestra y dicen ocuparse de las preocupaciones reales de la ciudadaní­a para evitar enfrentarse a los verdaderos desafí­os de un Estado que, por mucho que se empeñe, no puede perpetuarse en el inmovilismo de un centralismo y establishment cada vez más cómodo bajo la bandera de una supuesta estabilidad, más parecida a la «era de la parálisis» que el ejemplo estadounidense señalara.

Resulta de gran importancia observar que en uno de los Centro de Negocios y formación empresarial de mayor prestigio en el mundo y en el que rara vez se interrelaciona con suficiente fuerza el doble rol empresa-Gobiernos como variable esencial en el determinante de una buena o mala cuenta de resultados, en una buena o mala competitividad, el estado del sistema democrático, de la polí­tica y el cuestionamiento de la bondad o no de un determinado marco constitucional, salte a primer plano. Es visto, claramente, como un problema no resuelto a la vez que una fuente clara de solución y explicación del estado de bienestar y rentabilidad productiva de las empresas. Empresa, Economí­a, Sociedad desde el ejercicio eficaz y eficiente de la polí­tica y mucho menos de un «mercado supuestamente neutro y asignador excelente de recursos». Esperemos que no tengamos que constatar eras de parálisis, reformas reales no acometidas, perpetuando un estatus quo que invalide respuestas para un futuro de progreso, acorde con los desafí­os observables.

¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?

(Artí­culo publicado el 11 de Diciembre)

Una conversación dominante en cualquier lugar en el que nos encontremos es la sorpresa, explicación y preocupación que los últimos procesos electorales y/o plebiscitarios han tenido lugar a lo largo y ancho del mundo.

La mayorí­a de los medios de comunicación, los habituales analistas polí­ticos (hoy en boga como politólogos y tertulianos), las empresas demoscópicas y, sobre todo, los ciudadanos que no optaron por las opciones ganadoras (el Brexit y salida negociada del Reino Unido de la Unión Europea, la Presidencia de Trump en los Estados Unidos de América, el NO al refrendo de las reformas polí­ticas italianas de Renzi, la NO ratificación del Acuerdo de Paz en Colombia…) y el temor a una generalizada sensación o mensaje de negativas consecuencias de contagio hacia lo que se identifica como una vuelta a «determinados populismos», a la involución hacia dentro de casa en detrimento de una globalización que parecí­a haber llegado para instalarse en nuestras vidas sin matiz alguno, llevarí­an a preguntarnos ¿en qué hemos fallado quienes proponemos otras soluciones a las demandas y necesidades sociales?, ¿en qué medida está la responsabilidad en nosotros y no en quienes ofrecen «lo nuevo», explicitado o no, creí­ble o no, fundamentado o no, ayudarí­a a afrontar los problemas reales y a trabajar en la dirección correcta?

Esta semana he tenido la oportunidad de compartir con colegas de múltiples nacionalidades y actividades profesionales, diversos foros de trabajo, tanto académicos como empresariales y de elevada interacción público-privada. Más allá de ideologí­as y simpatí­as sobre los temas mencionados, existe una importante preocupación por la incierta y escasa predictibilidad de un futuro que se antoja cada vez más complejo, la necesidad de liderazgos reales y fiables y de pautas de comportamiento social y colectivo que ayuden a transitar el nuevo espacio de «normalidad» en el que al parecer nos encontramos. Y en esta variable mezcla de situaciones, he querido trazar un hilo conductor entre diferentes valores y conceptos que suponí­an una base compartible y que hoy son, precisamente, los factores clave de la discordia.

En Nueva York, en un ambiente artí­stico-educativo, mientras discutí­amos sobre el efecto Trump, observaba una fotografí­a del artista Josh Kline que parecí­a comisionada por los incrédulos para explicar este momento de inquietud. Titulada «Productivity Gains» (las Ganancias de la Productividad) refleja una persona con aspecto temeroso, abandonado hacia la indigencia, tumbado en el suelo, envuelto en una bolsa de polietileno. La fotografí­a, además incorpora el espacio de la innovación y la tecnologí­a avanzada, realizada con impresión 3D y se realiza sobre una mezcla de nuevos materiales incorporando espuma, plásticos y cianoacrilato. El artista pretende, con su obra de arte, denunciar lo que considera uno de los graves problemas del momento, en la supuesta justificación de las polí­ticas y decisiones económicas en base a la búsqueda de la productividad creciente en nuestras empresas y sociedades. Alegato silente incorporando tecnologí­a tractora de la nueva industria y elementos de potencial crecimiento de la productividad en su uso.

Horas más tarde, en mi cita anual en Harvard con amigos y colegas estudiosos y responsables del diseño y ejecución de estrategias y polí­ticas de competitividad, co-creación de valor empresa-sociedad y desarrollo económico y regional, participábamos de la enriquecedora experiencia de investigaciones, planes y polí­ticas que en el marco de nuestra red (ORKESTRA, desde Euskadi, es miembro activo y referente en la misma) se vienen desarrollando a lo largo del mundo (más de 100 paí­ses y regiones presentes). Y así­, al hilo de conceptos clave que acompañan estas materias, la productividad afloraba como un indicador significativo cuya correcta comprensión y mejor aplicación ha de ponerse al servicio del bienestar de los ciudadanos. Productividad empresarial y productividad socio económica, institucional y de capital social y humano al servicio de los paí­ses implicados. No podí­a menos que hilar las reflexiones de la obra de arte antes mencionada con la relevante aportación de la Competitividad al Desarrollo Humano. Y me preguntaba: ¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?, ¿cuál es el rol que la Competitividad ha de jugar en la pedagogí­a y liderazgo en el escenario actual?

En Euskadi, apostamos por una estrategia de competitividad en solidaridad que nos ha venido acompañando desde el inicio de la recuperación y actualización de nuestro derecho al autogobierno tras la aprobación del Estatuto de Autonomí­a en 1980. Fruto de esta lí­nea de pensamiento, hemos construido modelos de desarrollo humano sostenible que han roto barreras del «pensamiento único», que apostaron por polí­ticas económicas (esencialmente industriales) y sociales convergentes y de aplicación conjunta e instantánea, facilitando una red de bienestar que hoy nos permite aportar una saludable y positiva ventaja comparativa y competitiva como Paí­s respecto de nuestro entorno y siendo objeto de análisis y referencia en el mundo. Nuestras industrias y empresas han mejorado considerablemente su productividad (no en base a recetas del pasado basadas en salarios y devaluaciones, sino en contribución y generación de valor añadido) y transitamos, de manera permanente, hacia modelos de colaboración innovadora, estrategias de co-creación de valor y, en definitiva, hacia el objetivo esencial de generar un desarrollo y crecimiento inclusivo, con un claro acento en modelos glokales (no globales) que permitan la conectividad de nuestro paí­s, empresas ,personas e instituciones con el talento, la creatividad y las oportunidades allí­ donde se encuentren a lo largo del mundo, a la vez que intentamos generar la mayor capacidad de magnetismo y atracción de flujos (capitales, personas, recursos de todo tipo) imprescindibles para un desarrollo y cohesión social que no margine a nadie, ni en su generación, ni en el disfrute del valor y beneficios que seamos capaces de aportar. Esta y no otra ha sido, es y deberí­a ser la esencia de una competitividad bien entendida. Estrategia que exige romper, además, ideas y actitudes del pasado, estancas, que perpetúan la separación entre lo público y lo privado en una confrontación permanente más allá de sus roles respectivos y diferenciados, lo académico y lo práctico, a la empresa de sus «componentes esenciales» (todos los «stake holders» implicados: accionistas, directivos, trabajadores -de cualquier responsabilidad y rango- y agentes interrelacionados a lo largo de las cadenas de valor de las que participe, así­ como de los agentes sociales y económicos), a la sociedad de sus instituciones, a la economí­a de la polí­tica y las ideologí­as y a la democracia de sus representados y verdaderos destinatarios de las polí­ticas a aplicar. En consecuencia, los vascos conocemos la fortaleza de estos conceptos e ideas, las vivimos dí­a a dí­a y constatamos los avances que aporta a nuestro desarrollo compartido. (Y cada vez más, el mundo observador reconoce el sabor y magia del proceso seguido en estos ya casi cuarenta años en entornos complejos y especialmente duros).

Por tanto, no resultarí­a extraño, aquí­, saber que si pretendemos que los resultados electorales esperables se parezcan a «nuestra racionalidad», hemos de actuar en consecuencia. Si quienes queremos sociedades justas, participativas, igualitarias, no somos capaces de demostrar que son objetivos y compromisos reales y no simples declaraciones temporales, difí­cilmente lograremos convencer que nos encontramos en «el menos malo de los sistemas», y dejaremos, no solo en manos de la demagogia, sino de la voluntad de experimentar nuevos caminos, a quienes no encuentran respuestas en el modelo propuesto.

Hemos hablado en estas páginas en repetidas ocasiones de Europa. No reacciona. Las mismas recetas, los mismos dirigentes alejados de la elección y control democráticos reales en una larga y sucesiva cadena de repartos bipartidistas bajo la ya manida alternancia que lejos de favorecer opciones diferenciadas y asumir riesgos de largo plazo con proyectos innovadores, se auto protege para proponer programas únicos con cambio de nombres. No es de extrañar ni el Brexit, ni el NO de Italia, ni la nueva ola francesa, ni la vergí¼enza migratoria. No es de extrañar, tampoco, que demasiadas voces estadounidenses apoyen la opción que han elegido. Por no hablar, hoy, de la renovada Presidencia española por quien fuera rechazado por toda la oposición y cuyas polí­ticas prometí­an desbaratar en los primeros 100 dí­as (que no sorprenda a nadie que mañana surjan nuevas corrientes de castigo). Acomodarse al estatus quo para garantizar la confortabilidad no elimina los verdaderos problemas. Los problemas y demandas sociales exigen afrontarse y ofrecer soluciones. Ni hay atajos, ni es cuestión de acomodarse al discurso mediático esperable.

Rompamos los espacios y mundos aislados, entendiendo los verdaderos conceptos que acompañan cada una de las muchas propuestas que a base de repetirlas parecerí­an decir lo mismo, sin matices, y hagamos un esfuerzo real por alinear las muchas herramientas de las que disponemos al servicio del verdadero objetivo: Generar valor -económico y social-, de forma sostenible, al servicio del bienestar de la sociedad, respondiendo a sus verdaderas demandas y necesidades sociales. Con este objetivo, si tiene sentido hablar de Productividad, serán evidentes sus «ganancias» y la democracia real y para todos se verá fortalecida. Como siempre, también en este sentido de los votos, las soluciones están en nosotros mismos.

Pero dicha «Democracia Productiva» exige credibilidad y legitimidad. «Combustible» que se gana con discursos firmes, compromisos reales, ejemplos constatables y, sobre todo, entender los conceptos y lo que, en verdad hay detrás de cada palabra y propuesta que se formula. Vivimos una nueva realidad, nuevas demandas, nueva complejidad. También, nuevas demandas y exigencias.