Y, al final, ha ganado Trump

(Artí­culo publicado el 13 de Noviembre)

Al parecer, Trump acertó en comprender que quien elegí­a al Presidente de Estados Unidos eran los votantes estadounidenses y no el resto del Mundo. Y de aquellos, precisamente, quienes se sienten amenazados por terceros, que han visto descender su nivel y expectativas de vida y que comparten una serie de valores y principios determinados. Esa población silenciosa para el observador foráneo que no se manifiesta en público, ni es objetivo directo de los encuestadores demoscópicos, que comparte determinadas ideas con lí­deres emergentes que llegan a sus preocupaciones básicas reales y que, ante todo, rechaza a un «establishment» (cada uno marca el perí­metro en función de sus vivencias, ya sean los dirigentes históricos de sus sindicatos de tiempos en que tení­an un determinado empleo, de los aparatos de la polí­tica representativa e Institucional en quienes ha confiado en otros momentos y que cree no resuelven sus problemas y demandas concretas, que le hace estar o percibirse marginado del correr de los tiempos, o del que, simplemente,  se considera distante). Los 50 millones de votos recibidos pueden responder a la pregunta que me hací­a hace meses en un artí­culo que publiqué en esta misma columna en DEIA en relación «al camino hacia la Casa Blanca… y otras Casas»: ¿Por qué elegirí­an los estadounidenses a Trump?, y respondí­a con algunas consideraciones y datos que hoy bien pueden resumir lo que, al parecer, de una u otra forma vemos reflejado en múltiples análisis de opinión tras el triunfo del presidente electo, Donald Trump. Decí­a entonces:

«Resulta evidente que una lógica a distancia, desde nuestro entorno, nos llevarí­a a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socioeconómica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el «medio rural, local americano», sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y de percepción de la identidad estadounidense, o la desigualdad creciente provocadora de una reacción antisistema, o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años, o las poblaciones marginadas, o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante, o incluso a una cierta antipatí­a sobre la candidata opuesta. Podrí­amos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo lí­der de los Estados Unidos en el escenario mundial llevarí­a a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirí­an faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su paí­s. O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario supone el paí­s a construir financiando «ilegales» o «subsidiados», como te dirí­a un taxista latino con más de treinta años en Nueva York forjando su empresa y el futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar, también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de treinta millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres), o el que uno de cada 35 adultos esté en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)… ¿Serí­a suficiente explicación trascender de una determinada imagen del paí­s, potencia mundial, a una fotografí­a de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones? Trump juega el rol de un verso libre en el republicanismo, destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de ellos (los gobernantes, los de siempre…) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie, decir siempre la verdad o, al menos, lo que la gente de a pie piensa, quiere oí­r, y no escucha en una sociedad «polí­ticamente correcta». No acepta jerarquí­as orgánicas ni más disciplina que la suya. Deja claro que su único mandato aplicable es el que surja en el dí­a a dí­a conforme a su intuición y voluntad. No cabe sentirse engañado por cualquier decisión que tome. Es «su evangelio» y su oferta. Y la cambiará cuántas veces quiera. Vende su bondad de outsider como garantí­a de «la nueva polí­tica». Y así­, avanza, paso a paso, ante un asustado republicanismo…»

Hoy, la incertidumbre prima. Las Bolsas iniciaban un esperado descenso con una rápida recuperación en un tí­pico «pánico» desde la especulación y el tradicional «efecto descontado», confiando en su normalización progresiva. Lo que tardará en cambiar será el desasosiego y el miedo a lo que pudiera pasar.

A medio plazo, Trump suavizará el discurso (ya ha empezado desde su primera intervención valorando positivamente la contribución de su opositora Clinton, como servidora pública). La respuesta del sistema polí­tico de los Estados Unidos ha sido escrupulosamente democrática y le concede (con el dolor de tripas inevitable) un cierto espacio de observación para resituarse y explorar potenciales colaboraciones que permitan reconducir el discurso a un posibilismo compartible. Veremos qué equipos lleva a la Casa Blanca, de qué forma se recomponen sus relaciones con «su partido republicano» que le abandonó en plena campaña y que, hoy, disfruta de uno de los mayores triunfos de su historia reciente. Su aplastante mayorí­a en Washington, no supone absolutismo. Estados Unidos, afortunadamente, es mucho Estado Federal y la inmensa mayorí­a de polí­ticas hacia dentro, para los estadounidenses, pasan por las decisiones de sus gobiernos en los diferentes Estados. El comportamiento de sus ciudadanos es dual: han votado a un Presidente republicano a la vez que elegí­an un senador demócrata (y viceversa) y votaban, por ejemplo, el incremento del salario mí­nimo profesional y la legalización de la marihuana en determinadas circunstancias o el suicidio asistido. Será la hora de gobernar. Desgraciadamente, es más que probable que los mayores impactos negativos se padezcan fuera de los Estados Unidos. Sin duda es más que probable el sufrimiento de México (devaluación de su moneda y fuga de capitales e inversión, conflicto migratorio, ralentización de su crecimiento). Intentará situar a China en la mira animando a las multinacionales estadounidenses a «volver a casa» no con el mensaje de Obama en base a la competitividad real de las empresas en su territorio más allá de la falsa productividad asimilada a bajos salarios y costes, sino bajo el reclamo «proteccionista» de su mensaje. No obstante, esto no se produce de la noche a la mañana y Detroit no llena su fábricas abandonadas o reconvertidas a base de decretos y leyes de la noche a la mañana. Sin duda, la mayor preocupación reside en sus intentos de apostar por su anunciada polí­tica de migración y la expulsión inmediata de 11 millones de indocumentados o residentes irregulares, sus deseos de suprimir el Obamacare (que muy probablemente se vea modificado tanto en el acceso al seguro obligatorio en salud, en su cartera de prestaciones y alcance) pero que, muy probablemente, encuentre la resistencia en numerosos Estados y, sobre todo, en la población. Trump contempla, en teorí­a, favorecer algunas industrias (petrolera, farmacéutica, defensa), modificar Acuerdos de Libre Comercio (no tan fácil como dice), …pero todo esto no se hace de la noche a la mañana, finalmente, promoverá un (por importante y pedido a gritos por unos y por otros en los últimos años), plan de infraestructuras (para lo que necesitará trabajadores y muy posiblemente muchos inmigrantes que desea expulsar). Y, finalmente, habrá de gestionar sus relaciones con Wall Street (veremos si quienes «le echaron» son recibidos hoy con los brazos tan abiertos como pudiera parecer), si incrementa el salario mí­nimo como promete y qué reflejo tiene todo esto en sus polí­ticas fiscales, monetarias y endeudamiento que, en principio, no parecen estar debidamente alineadas.

…pero ¿vivimos un contexto de contagio mundial?

Por tanto, la preocupación, sorpresa e incertidumbre que el fenómeno Trump supone, parece llevar a un buen número de analistas y gobernantes a simplificarlo en una especie de «aparición nebulosa inexplicable» que se despacha con la apelación al «extremismo nacionalista, anti-globalización, anti-sistema», y por definición, xenófobo, egoí­sta y trasnochado. Así­, Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen (Francia), Theresa May (Reino Unido), Austria, Hungrí­a, etc., serí­an una nueva «Coalición Universal» a la que pudieran unirse el apoyo ruso, el Amanecer Dorado griego, la Unión Atlántica de Gobernanza de Aznar o las uniones de derecha alemana, holandesa, etc., estarí­amos ante un nuevo movimiento populista («Apelar a los Excluidos»), articulado ante un contagio espontáneo, unido por un determinado «enemigo común».

Convendrí­a, si en verdad queremos convencer a nuestras respectivas sociedades de las bondades de la democracia, de la importancia de las instituciones y los gobiernos para la mejora permanente del bienestar y riqueza de los ciudadanos, de la sinceridad de los mensajes y propuestas electorales y programáticas, hacer un esfuerzo por profundizar, por separado, en muchos de los elementos que pretendemos minimizar descalificándolos en un «todo negro» e irracional que abandera el extremismo citado.

Si lejos de continuar encerrados en el «Ciclo Perverso» de un cierto pensamiento único que ha hecho de la globalización un mantra desconociendo la desigual distribución de los beneficios potenciales que genera, si persistimos en polí­ticas mal llamadas de austeridad constatando su fracaso (desempleo, empobrecimiento, pérdida de expectativas, deterioro de polí­ticas y servicios sociales…), si consolidamos estructuras de gobernanza sobre actividades y comportamientos propios de democracias orgánicas, si incumplimos programas y compromisos y mantenemos gobiernos, partidos y lí­deres corruptos en aros de «la estabilidad» (¿de quiénes y para qué?), si no reconocemos que vivimos rodeados de múltiples mensajes que por su uniformidad y difusión «global» parecerí­an responder a la preocupación y realidad de la gente cuando se quedan en una mesa de tertulia y si nos preguntamos el porqué de llenadas audiencias de programas televisivos y espectáculos que negamos presenciar en determinados cí­rculos por mantener un cierto status… quizás serí­amos capaces de entender el voto a Trump y, sobre todo, evitar que se produzcan y generalicen, a futuro, situaciones similares.

Cuando tomaba un café el pasado miércoles, en la televisión del bar en que estaba, se anunciaba el triunfo de Trump en el estado de Pennsylvania dando por prácticamente segura su elección a la Presidencia. El camarero que atendí­a detrás de la barra, exclamó: «Hemos ganado los albañiles». Unos minutos más tarde, participaba en un Consejo (globalizado, multi-paí­s) a través de una video conferencia desde Bilbao. El primer comentario de uno de los Consejeros fue muy expresivo: «Está claro que no se puede dejar votar a todos: Brexit, Plebiscito de Paz en Colombia, Congreso de los Diputados español… y ahora Trump». Elocuentes sentimientos y reacciones. Ante esto, queda claro lo que debemos hacer: Recuperemos el valor de los principios y la auténtica cultura democrática. Es el camino.

Hoy, la incertidumbre, la preocupación y el temor parecen centrase en Trump. Lo que haga o deje de hacer tendrá un gran impacto en «América» y, desde luego, en el mundo. A lo largo de los próximos meses, asistiremos a un buen número de procesos electorales, referendos y decisiones que vendrán del voto de los ciudadanos. No perdamos el tiempo y no dejemos que los árboles no nos dejen ver el bosque. Rompamos los cí­rculos perversos (crisis-depresión-desafección y pérdida de legitimidad democrática-desigualdad). Quizás por aquí­ vengan las sencillas respuestas al voto democrático de los ciudadanos.

VALONIA y la nueva Europa por venir

(Artí­culo publicado el 30 de Octubre)

Una de las noticias de mayor impacto e interés desde la óptica de Euskadi que hemos conocido a lo largo de la semana no es otra que la ruptura de negociaciones (y su posterior reconducción provisional) entre los gobiernos de Canadá y de la Unión Europea, en relación con el CETA (Acuerdo de Libre Comercio) entre Canadá y la Unión Europea.

Tras siete años de largas, complejas e intensas negociaciones, se llegaba a lo que se suponí­a era el punto final con un Acuerdo en una Cumbre bilateral, final, UE-Canadá, prevista con pomposa y protocolaria relevancia para celebrar la buena noticia, para apoyar futuras negociaciones (TTIP) y demostrar la fortaleza de la Unión en tiempos de desencanto y fragilidad. Un claro mensaje deseado: «unos nos dejan, otros quieren venir»; «seguimos creciendo y mejorando nuestra competitividad». Sin embargo, las partes se han visto sorprendidas por algo que o bien desconocí­an, o despreciaban, o no valoraban en su justa medida: la región de Valonia (Wallonne) vetaba el Acuerdo, ejerciendo sus competencias amparadas en el marco de la propia Confederación Belga (Miembro de pleno derecho de la UE), de los Tratados de la Unión y, sobre todo, de la voluntad de su Parlamento de Namur. Así­, el Ministro Presidente valón, Paul Magnet, trasladaba su decisión de veto al Primer Ministro belga, Claude Michel, quien en aplicación de sus obligaciones y en calidad de Miembro de la Unión Europea, no hací­a sino cumplir la Ley (en este caso, la ley federal especial de 1980). Valonia y Bélgica, en consecuencia, decí­an NO al «privilegio» de la última decisión unilateral o control de arbitraje de las empresas multinacionales en sus conflictos, disputas y relaciones comerciales con los Estados y NO a las condiciones «pactadas» en determinadas cuestiones agroindustriales que entendí­an perjudiciales para su Comunidad. De esta forma, si la Comisaria Europea, Cecilia Malmstrí¶m, entendí­a que el hecho de suprimir (atendiendo a sus estimaciones) el 98% de los aranceles con una reducción anual de cerca de 400 millones de dólares justifican el aplauso y apoyo unánime de los 28 Estados Miembro de la Unión, se encontraba con que «una pequeña región de poco más de 3,5 millones de habitantes» paralizaba el Acuerdo, defendiendo sus competencias que el Estado Miembro del que forma parte, respeta y ampara en el seno de la Unión. Las Delegaciones negociadoras, a casa.

Así­, la prensa al uso, los globalizacionistas, y quienes entienden una Europa única (o un Estado único), sin atender a la real y creciente fuerza glokal, a las voluntades democráticas de «las partes» que desean o aceptan compartir espacios y co-soberaní­a pero no la imposición unilateral, se llevaban las manos a la cabeza advirtiendo de la progresiva muerte del libre mercado y comercio, de sus tratados generalizables a lo largo del mundo con su falsa identidad o sinónimo de competitividad y bienestar equitativo, fuente de progreso para todos por igual, apresurándose a atacar y descalificar a una minorí­a localista «en perjuicio de la mayorí­a moderna».

Este hecho -pese a la renegociación que permite, finalmente, alargar el perí­odo de veto en manos de Valonia y su Parlamento un año más, promueve recursos ante los Tribunales de Justicia y Constitucionales (Bélgica, Alemania…) e incorpora mejoras en los aspectos agroindustriales que contiene- puede suponer importantes cambios en la Agenda europea, empezando por el cuestionamiento del proceso en vigor para la aprobación del TTIP (Tratado con Estados Unidos), así­ como una nueva generación de Acuerdos en camino. En otro orden de cosas, introduce alguna consideraciones y lecciones a tener en cuenta:

  1. Aunque algunos se empeñen en creerlo o proclamarlo cada vez que existen discrepancias, debates, opciones contrapuestas, Europa no es una unidad monolí­tica. Ni su origen, ni su historia, ni su supuesta vocación y razón de ser, ni la voluntad de sus pueblos, ni los modelos de desarrollo económico inclusivos y de progreso social que pretende promover, ni las polí­ticas económicas, sociales, competenciales o polí­tico-administrativas que los nuevos tiempos reclaman.
  2.  La globalización no es ni un mantra, ni una panacea, ni una caja de pandora con impacto y beneficios equitativos para todos. Sus bondades y sus impactos negativos y dificultades se distribuyen de forma desigual entre quienes participan de la misma. Ni es un fin en sí­ misma, ni es el objetivo progresivo al que todos debemos apuntarnos a cualquier precio y de cualquier manera.
  3. La continua y acelerada «cesión o apropiación» (según el caso), del papel representativo y ejecutivo del Gobierno de la Unión Europea y de sus diferentes «Consejos Temáticos» en manos de los gobiernos «nacionales» de los Estados Miembro (como se ve, no siempre estrictamente del Gobierno Central como parece transmitirse desde Madrid) o europeos «de fin de semana» en sus repetitivas Cumbres Fotográficas, olvida con frecuencia quien es quien, quien tiene el derecho y competencias reales sobre las materias objeto de discusión y aprobación (véase el ejemplo del Concierto Económico, el Convenio Navarro y la existencia de al menos cinco Autoridades Fiscales, cuatro de las cuáles no participan en la «representación fiscal y económico-financiera del Estado español en el Eco-Fin Europeo), la voluntad de decisión y poder polí­tico de aquellos a quienes representan. Parece de libro, damos por hecho que todo negociador se sienta sabiendo a quien tiene delante y hasta qué punto puede y debe decidir. La realidad y evidencia lo desmienten.
  4. La Unión Europea no parece haber entendido que sus principales ejecutivos no electos, sus sistemas de gobernanza, acumulan un importante número de «negociaciones fallidas», lo que obliga a repensar sus modelos, sus objetivos y sus verdaderos intereses. La desconexión pactada de un BREXIT que no se supo o pudo detener, el propio proceso del TTIP ya mencionado que se ve entorpecido por múltiples sospechas de no transparencia evitando el debate de sus contenidos, la sorpresa del CETA, y los múltiples desafí­os que observamos en el horizonte ante un panorama de manifestación permanente de inquietud y deseo de seguir caminos distintos por diferentes «regiones» no Estado que quieren, bien salir de sus respectivos espacios o receptáculos permaneciendo en Europa (Flandes, Catalunya, Euskadi…) o como Valonia, permaneciendo en ambos pero con voz propia (en ambos), también. O preparamos una gobernanza para las demandas de este siglo o perderemos el tren del futuro.

La histórica y «vieja Valonia» que ha transitado, en el tiempo, desde el corazón de Europa, alumbrando la revolución industrial desde su agotada cuenca hullera, minera y siderúrgica del Mouse, superadora de un doloroso proceso reconversor como otras regiones europeas, hundida en un pasado de crisis y cambio, renaciente en su renovada apuesta reindustrializadora (aeroespacial, aeronáutica, biotecnologí­a, industria farmacéutica, diseño, agro industria, gastronomí­a, arte…), abierta al mundo y que ejerce una intensa promoción internacional con su «WALLONIA. BE inspired», jugando con el dominio BE de su Paí­s en internet, transmitiendo un mensaje de apertura y modernidad, inspirador de una economí­a y Sociedad del siglo XXI NO ha dicho NO al progreso, Ni NO a Bélgica, ni NO a la apertura mundial, ni NO a su plurilingí¼ismo. Ha dicho SI al futuro, pero desde su identidad, su vocación de futuro, su voluntad democrática, desde su apuesta por una co-soberaní­a, compartida, libremente elegida, aprobada, respetada. Una Valonia que moviliza (Plan Marshall 2022) sus apuestas estratégicas bajo el hilo conductor de la educación, la investigación y la formación adecuadas a sus fortalezas y lí­neas de re creación de riqueza y bienestar transitando hacia y desde una economí­a y energí­a verdes. Una Valonia conocedora, mejor que otros muchos jugadores europeos, de sus ventajas competitivas de la mano aliada de su hermana francófona canadiense. Pero, por supuesto, es cuestión «de fuero y no de huevo».

Mientras esto sucede en Bruselas, mientras en Bruselas aprueban el presupuesto que ha de reenviar el Gobierno español en Madrid, el sainete «institucional español» inventa una supuesta proclama de estabilidad para dejar todo como estaba, en manos de quienes han tirado de Decretos Ley o de funcionamiento pasivo sobre el que la oposición en pleno hasta hace todaví­a pocos dí­as prometí­a una actuación conjunta para derogar sus decisiones y restaura nuevos caminos. Al parecer, la «lejí­a estabilizadora» limpiará el pasado y la suerte y el tiempo anunciarán nuevas soluciones. De esta forma, no habrá de sorprendernos que hoy haya sido el turno de Valonia. Mañana, paso a paso, otros muchos. Quizás sea momento de regresar a nuestros viejos cursos de francés en la aparente lejana Valonia de Les Ardennes y explorar esta «Valonia molesta» para aprender nuevos caminos.