Innovación: el arte de la nueva acción exterior desde las Ciudades-Región y otros espacios polí­ticos y económicos

(Artí­culo publicado el 18 de Septiembre)

En un paralizante y perezoso contexto de ruido electoral contaminado por la situación de desgobierno en el Estado español (así­ como en otros muchos lugares del mundo), escuchamos a determinados representante incluir en sus discursos mediáticos, mensajes «simples a la vez que desfasados», dirigidos a desanimar a los votantes, con el traca-traca del «es momento de ocuparse de los problemas que preocupan a los ciudadanos y no por quimeras de autogobierno, soberaní­as o nuevos modelos de relación y decisión», como si se tratara de cuestiones contradictorias o no relacionadas.

Hoy que las palabras dominantes en el mundo de la economí­a (también doméstica y del dí­a a dí­a) nos recuerdan de manera constante la necesaria internacionalización (paí­ses, empresas, talento, conocimiento y personas), la interdependencia, los procesos facilitadores y colaborativos, la micro economí­a diferencial de aplicaciones de polí­ticas y asignación de recursos, de tipologí­as diferenciadas de regiones especializadas y tejidos económicos dispares. Un mundo que observamos con grandes diferencias en sus resultados en función de las polí­ticas emprendidas, las decisiones y opciones polí­ticas, sociales y económicas y las estrategias (capacidad de optar y elegir) de empresa y personas. Resultados diferentes que ponen de manifiesto la importancia de las organizaciones de que nos dotemos, por propia voluntad, para acometer el proyecto deseado. Esto también es innovación y creatividad.

Así­, celebrada la Diada catalana con las crí­ticas mediáticas y del gobierno español (en funciones) con especiales alusiones a la «ensoñación trasnochada de quienes se remontan a 1600 para reinventar sistemas inviables y derrochan presupuestos públicos abriendo embajadas» (en pobre crí­tica a oficinas de representación en el exterior, como si se tratara de un capricho y disparate solo permitido a la «inteligencia» de los Estados «mayores»), tolerando las intolerables y agresivas palabras de un Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de España (también en funciones y que solamente comparece en tertulias de su televisión subvencionada o en mí­tines electorales de su Partido viajando al exterior, es decir, a Euskadi) para asociar nacionalismo, independencia y terrorismo, (todo un insulto a la inteligencia, descalificándose a sí­ mismo desde su prepotencia), apelando a la sacrosanta unidad española (esta sí­ heredada por matrimonio o conquista en el siglo XIII), nos encontramos con la fresca publicación de un libro de verdadero rigor e interés: La Paradiplomacia: las ciudades, las regiones y los Estados como nuevos jugadores. (Editorial Oxford University Press).

Su autor, el Doctor Rodrigo Tavares, ex responsable de acción exterior del Gobierno subnacional de Sao Paulo, Brasil, miembro de prestigiosos centros académicos internacionales (Universidad de Naciones Unidas, Universidad de Harvard, Consejo asesor de la Competitividad en el World Economic Forum -en donde he tenido el privilegio de conocerle y compartir trabajo, como colega- y, en especial, en la publicación del Informe sobre la Competitividad de las Ciudades publicado en 2014…) ha dedicado sus últimos tres años a la preparación de este libro (por cierto, no como otro «superministro español en funciones» que ha tenido tiempo para compaginar sus funciones públicas -de supuesta dedicación plena y exclusiva- a escribir y publicar su libro para explicarnos «por qué España solamente ha perdido 20.000 millones de euros en un pseudo rescate de su banca gracias a sus competencias y habilidades»). Rodrigo Tavares aporta un gran instrumento para comprender el verdadero rol de la llamada acción exterior en un mundo como el que vivimos, en el que los nuevos jugadores polí­tico-administrativos han dejado de ser, en exclusiva, los gobiernos de los Estados del pasado. Acuña en su tí­tulo el término PARADIPLOMACIA (utilizado por primera vez por el autor Ivo Duchacek) para repasar las cientos de iniciativas de diferente contenido y rango que han tomado la práctica totalidad de Ciudades, ciudades-región, naciones sin Estado, asociaciones y/o nuevas unidades y espacio en cuyos ámbitos de competencia y responsabilidad se realiza la nueva diplomacia más allá de, en gran medida, ineficaces Ministerios de Exteriores y sus embajadas, distantes, en un gran número de casos, de la realidad polí­tica, económica y social de los paí­ses que representan.

Si el trepidante mundo «globalizado» en el que vivimos, se ve caracterizado por nuevos actores de especial relevancia como las Ciudades y las Regiones demandantes de un mayor protagonismo en la solución de las demandas de sus ciudadanos, la reconfiguración de Estados y Regiones, la conformación de nuevos espacios compartidos (economí­a, tecnologí­a, salud, turismo, desarrollo financiero, infraestructuras…) que han posibilitado no ya procesos imparables de mera descentralización administrativa, sino de verdadera reivindicación de un protagonismo polí­tico basado en el derecho y voluntad a decidir el diseño de su propio futuro, parecerí­a inevitable (como en la práctica lo es) la entrada en juego de nuevas figuras y formas de trabajo, nuevos representantes especializados, nuevos instrumentos que posibiliten el ejercicio pleno de las responsabilidades y competencias que le corresponden a las diferentes Administraciones.

Es precisamente, este amplio y nuevo entorno el que describe este libro que mencionamos, que se dota de innumerables casos a lo largo del mundo y que aborda la realidad y no el deseo proteccionista de determinados cuerpos de élite, empeñados en perpetuarse en un modelo superado. No es ya el simple caso de una Unión Europea que en su propia transformación traslada sus relaciones exteriores esenciales a estructuras supraestatales o regionales o sub nacionales dejando a los Estados Miembro una acción residual. No es que el acuerdo de un Ministro de exteriores en materia de cooperación, o de empleo o de bienestar social, o de educación o de infraestructuras, o de turismo, por citar algunos ámbitos de actuación, sea poco menos que una declaración retórica, sin contar con la voluntad y sin capacidad real de actuar, desde sus competencias, que, en realidad, corresponden a nuevos, considerados por ellos como ellos jugadores menores. Es la realidad económica. Las empresas no optan por invertir en un Paí­s concreto, sino en una región, estado-provincia o ciudad. Las desigualdades y diferencias territoriales no se dan sobre todo Estado a Estado sino, Ciudad a Ciudad. Es tiempo de entender otra manera de analizar la realidad.

Como muy bien recoge el mencionado autor, introduciendo las esencias de esta nueva o vieja Paradiplomacia, en palabras de la ex Presidenta de Letonia: Varia Vike-Freiberga, «no importa lo alejado que se esté o lo pequeño que se sea, no importan las limitaciones competenciales y no importa que tan rico o pobre lo sean, toda región tiene al menos una única y singular joya que podrá compartir con los demás», o por citar tan solo a una destacada voz del ámbito de la economí­a global, Ivo Daalder, presidente del Consejo de asuntos globales de Chicago: «las ciudades son cada vez más globales, y dirigen el mundo de los negocios y las relaciones-económicas, polí­ticas, sociales y culturales. Han dejado de ser simplemente lugares en los que vivir. Han emergido como lí­deres de la nueva fase global».

Pero esta Paradiplomacia, no se limita a ciudades-región o estados que solamente tienen vocación natural por gestionar aquellos asuntos domésticos que requieren interrelaciones con el exterior desarrollando sus propios instrumentos y estrategias, sino que es cada vez mayor el número de relevantes jugadores que tienen una voluntad polí­tica diferente, aspirando a la Paradiplomacia soberana. No es una causa, sino la consecuencia del status quo. Si bien no todos los que se dotan de estructuras para la internacionalización y las relaciones exteriores tienen ambiciones independentistas o deseos de configurar entes polí­ticos diferenciados. El término «protodiplomacia» se ha venido aplicando a aquellos que sí­ manifiestan un deseo de nuevos modelos de relación con otros estados, voluntad de soberaní­a o independencia. Los ya «clásicos» en esta literatura entre los que destacan, Quebec, Euskadi, Catalunya, Flandes, Baviera, Valonia, Escocia, Tatarstan, Transnistria, Puntlandia, Somalilandia… avanza a la cabeza de vanguardistas formas que suponen todo un proceso de innovación en este complejo y amplio espacio de las relaciones internacionales.

¿Qué lleva a condicionar el modelo y tipo de relaciones exteriores de nuevo cuño? La diáspora, la identidad y la lengua, una cultura diferenciada, la posición y entorno geoeconómico, el tipo de tejido económico, su nivel de desarrollo, el poder polí­tico institucional del que se dispone y, por supuesto, la respuesta que los Estados Miembro dan a los intentos de desarrollo de la propia paradiplomacia. Así­, como en otros muchos casos, los gobiernos «unionistas» que desprecian estos movimientos y se empeñan en «acaparar en solitario» todo aquello que huele a exterior, pese a sus supuestos éxitos temporales (judicializar la realidad, prohibir, controlar, vetar, etc., toda iniciativa de quienes no hacen acción exterior en abstracto, sino vinculada a su propia realidad y necesidades) terminan derrotados por la ineficiencia, la burocracia y la incongruencia. Se asemejan de esta forma a aquellas empresas y personas que siguen instaladas en discursos vací­os de la internacionalización, limitándose a fórmulas de manuales clásicos ya superados, en lugar de acometer los cambios que la realidad dinámica, región a región, espacio a espacio, demandan.

Estas derrotas temporales continúan amparadas en determinadas Instituciones Internacionales que siguen dominadas por los Estados Miembro que las financian pero que, paso a paso y como consecuencia de los hechos, se ven obligadas a introducir cambios coherentes con la rica variedad quiera o no se quiera, los verdaderos cambios globales se dan en las ciudades y regiones. Ya desde Naisbit y sus Megatrends aprendimos a identificar los hechos locales como la fuente de los previsibles cambios que las megatendencias anunciaban.

Qué duda cabe que lejos de desprestigiar planteamientos paradiplomáticos o protodiplomaticos, son muchas las tareas pendientes. Cambiar el modus operandi siempre genera resistencia y son muchas las dificultades que han de superarse. Es evidente que resulta incómodo, sin modificar mentalidades, actitudes y sistemas, abordar la irrupción de todo un mundo de nuevos jugadores en este ámbito y se tiende a lo fácil, a la vez que ineficiente, conflictivo y de escaso valor para quien se ve implicado en el asunto: CENTRALIZAR toda iniciativa, visita, salida al exterior de un alto cargo (desde concejal a Ministro o Presidente, todo alcalde), la diplomacia empresarial y económica va por delante y los lí­os entre los equipos interinstitucionales suelen ser lamentables. Pero existen y se dan en todos los ámbitos. La solución no pasa por «prohibir o eliminar» a los otros, sino por regular pautas colaborativas e informativas y, en su caso, dotarse de estrategias e infraestructuras compartidas. La imposición, como en prácticamente cualquier idea o polí­tica pública, resulta vana y termina, tras un gran deterioro, superada por la fuerza y realidad de los hechos.

En todo caso, bienvenido este extraordinario trabajo de Rodrigo Tavares, fuente recomendable para todo aquel que por una u otra razón se ve envuelto en este concepto de las relaciones exteriores, la diplomacia, protodiplomacia y/o paradiplomacia. En definitiva, quienes se relacionan con terceros fuera de sus fronteras.

Un mundo en continuo contacto y relación de interdependencia no ya multilateral y/o multisectorial, sino necesitado de aplicar sus recomendaciones de innovación e internacionalización, exige repensar sus instrumentos de relación, construir nuevos espacios de cooperación y nuevas actitudes y liderazgos. Elegir un modelo u otro es más relevante de lo que parece y el desarrollo y bienestar de regiones y personas, viene condicionado, también, por la polí­tica, el tipo de gobernanza e Instituciones de que se dote y, por supuesto, de su aspiración y vocación de futuro.

Para recorrer un mundo «globalizado e internacionalizado», necesitamos -más que nunca- innovar en nuestros instrumentos de internacionalización. Al igual que miles y miles de «entes menores», en nuestro caso, Euskadi y sus Instituciones, han de abordar, sin complejos, desde su legí­tima competencia, el amplio recorrido de la protodiplomacia comentada. Simplemente, innovación imprescindible.

Vuelta al Futuro: entre las dificultades y la oportunidad

(Artí­culo publicado el 4 de Septiembre)

Retomamos la vuelta al curso con un conjunto de noticias y hechos que parecerí­an ahondar nuestra incertidumbre, confusión y preocupación.

Desde Bilbao retomábamos con dificultad añadida nuestra vida cotidiana dado el colapso provocado por un evento ciclista que, a priori, pierde relevancia de forma progresiva en su contexto internacional y cuyo beneficio para la población es más que dudoso, asociando la Ciudad a la marca España hoy en descenso y caí­da libre. Anomalí­a formal coincidente con el fracaso de Rajoy y su «gobierno» en funciones para renovar un nuevo mandato gracias a un supuesto apoyo, «tapándose las narices y los ojos» para «ni ver, ni oler a persona-partido que ni es solución, ni entusiasma a nadie» en palabras de su propio «socio» promotor de su posible investidura.

Hemos asistido, de entrada, a más desgobierno del dejado mes atrás, con una candidatura que no ha sido capaz de entusiasmar ni a sus propios defensores, que no ha propuesto nada salvo soportar su conocida parálisis para mantener una unidad tópica cuestionada por los tiempos, la voluntad de futuros cambiantes y actores diferentes. El clamor del mundo económico ampliamente apoyado en los medios de comunicación con mensaje uniforme y emisores tertulianos fijos que rotan de medio en medio con machacón mensaje proclamando la necesidad de un gobierno, la deseable estabilidad polí­tica y el cansancio ciudadano, anteponiendo cualquier gobierno, con el peor candidato, con un modelo de circunstancias y contrario al equilibrio territorial de los diferentes pueblos y naciones que conforman el actual Estado, azuzando los miedos de los nuevos hitos inmediatos por venir: Diada, elecciones vascas, incumplimiento de los compromisos presupuestarios y financieros exigibles por Europa, como si la panacea salvadora pasara por tal formalismo antes que acudir (aunque sea por tercera vez) a los votantes para que decidan qué proyecto y personas quieren para gobernar.  La bandera particular de un candidato que ha sido rechazado por el Congreso y a quien todos han dicho que ni quieren, ni apoyarán para «llevar» su trasnochada apuesta, se ampara en el supuesto caos secesionista que llevarí­a a una disgregada Europa-España, y a la incapacidad de terceros (en su opinión) para conducir la salida de la aún existente crisis económica (que hoy mismo magnifica el FMI anunciando una nueva desaceleración global). Afortunadamente, sus escasamente documentadas alusiones comparadas al Brexit y su olvido del resto de Paí­ses Miembro que le acompañan en la Europa «rota» que predice (ocho nuevos Miembros serí­an fruto de este tipo de novedosas soberaní­as), no parecen avaladas ni por la realidad, ni por las tendencias dominantes, ni por la voluntad democrática tal y como nos recuerda Jakub Grygiel (Center for European Policy Analysis) en su «Retorno a las Naciones Europeas», desde procesos colaborativos y no aislados: «De igual forma que el supranacionalismo no garantiza la armoní­a, la soberaní­a no exige hostilidad entre vecinos«.

Desgraciadamente, malas noticias. La  «España íšnica» que ofrece el rechazado candidato (y anómalo Presidente en funciones) no parece aportar valor ni confortabilidad alguna al conjunto de pueblos y personas que habitamos este, «Estado de las Autonomí­as», vehí­culo de consenso que pretendió transitar desde la dictadura franquista hacia un nuevo futuro europeo. Entorno decepcionante, sin duda.

Pero si el clima polí­tico del Estado no propicia un alentador reencuentro, más allá de tan previsible proceso de Investidura, nuestra silente Europa retoma su no resuelto conflicto humanitario y migratorio y volvemos a recordar a millones de refugiados trashumantes tras el drama de Siria, agravados por el resurgir conflictivo en Turquí­a. Enorme luz roja que también recuerda que las dificultades previas con las que iniciamos el Agosto veraniego, continúan allí­: el desempleo, la ralentización económica, la fragilidad financiera, la vuelta al discurso y análisis del Brexit que los analistas destacan insistiendo en cómo la economí­a no remonta, la banca palidece y Europa no termina de moverse hacia una nueva oferta Institucional, organizativa y estratégica de futuro.

Y cruzando el Océano Atlántico, todaví­a más alejados, observamos la destitución de la ya ex Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, con una convulsa sociedad desanimada, una Venezuela invertebrada y enfrentada… Si, además, saltamos del Cono Sur a Norte América, asistimos a una nueva opereta del candidato presidencial estadounidense, Donald Trump, nada menos que en México, para recordarles que en caso de ganar las elecciones, expulsará a dos millones de inmigrantes en su primer mes de gobierno, abrirá expedientes a millones de «delincuentes extranjeros» y construirá un muro fí­sico entre México y Estados Unidos que, dice, pagarán los mexicanos («aunque ellos todaví­a no lo saben»).

Visto así­, un rápido flash de vuelta a la «normalidad«, parecerí­a un desalentador escenario para retomar un ejercicio tan necesitado de nuestras fuerzas, ilusión y esperanza.

En contraposición a este reencuentro pesimista (los psicólogos nos dirí­an que es un espejismo propio de la «depresión post vacacional»), afortunadamente, encontramos argumentos y opiniones esperanzadoras.

El Vicepresidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, ha publicado hace unos dí­as en la revista Foreign Affairs lo que podrí­amos considerar su «testamento ideológico» como despedida de sus responsabilidades ejecutivas, a punto de terminar su mandato junto con el Presidente Obama.

Llama la atención (positiva) que en un mundo y momento como en el que vivimos, cuando las zonas de conflicto han aumentado de manera exponencial a lo largo del mundo, ante el temor permanente al terrorismo actuante (en especial el de ISIS), con una crisis e incertidumbre económicas galopante, con niveles de desigualdad aplastantes, en medio de una garantizada desafección por la polí­tica y con un desempleo global agobiante y asfixiante que describen un panorama global sumido en la oscuridad y en el que se percibe, además, una imagen negativa de los Estados Unidos, agravada por la extrañeza del perfil de uno de sus candidatos a su Presidencia, surjan voces cualificadas para emitir mensajes de confianza abordando las preocupaciones desde sus fuentes de oportunidad y solución.

Biden, de reconocido prestigio y profunda experiencia polí­tica en una larguí­sima carrera, tiene motivos más que suficientes para contar con información y conocimiento destacado, por lo que su opinión es digna de tenerse en cuenta. Así­, Biden empieza por enumerar una larguí­sima lista de peligros y preocupaciones que hacen de la gestión (polí­tica, económica, social, institucional…) una tarea y desafí­o de altí­sima complejidad. Sin embargo, dicho esto, afirma que el nuevo gobierno de los Estados Unidos asumirá su cargo en «el mejor momento de su historia«, con la preparación y fortalezas adecuadas para afrontar y superar los retos y luces rojas a las que se enfrenta.

Basa su confianza en «el poder ganado por Estados Unidos en el mundo«, soportado -en su análisis- por un trinomio concreto: el dinamismo de su economí­a, su «superioridad» militar y sus «valores universales». Este trinomio, reforzado por el impulso de una renovada economí­a innovadora, el predominio mundial en el campo del emprendimiento, la mejor relación Universidad-I+D lograda por su paí­s, la nueva estrategia transformadora desde la llamada «Revolución Energética» combinando fósiles y renovables, convencional y no convencional, y, sobre todo, por lo que llama el «proceso de vuelta a casa de sus empresas globales transitando del outsourcing hacia el insourcing», motor de su «renacimiento industrial en torno a las nuevas tecnologí­as aplicables a un mayor y mejor nivel de Bienestar». Esta potencia económica se verí­a, en su opinión, acelerada por su capacidad de interacción a lo largo del mundo y se verí­a reforzada con el futuro TTIP que no duda se terminará firmando y, sobre todo, por la estrategia colaborativa de sus fuerzas militares con las poblaciones locales en aquellos paí­ses y lugares en los que intervienen.

Todo este conjunto de «fortalezas» explicarí­an  su «PODER», si bien asegura que este factor diferencial de éxito, hace que «el poder de su ejemplo no es el ejemplo de su poder», sino la constatación de un liderazgo global que ha sabido construirse desde el trinomio ya mencionado.

Una visión positiva respecto de su paí­s, el rol que ha de jugar en un escenario global, que observa esperanzado en una dinámica colaborativa con resultados satisfactorios.

Sin duda, su percepción del poder y liderazgo de los Estados Unidos es cuestionable (tanto si es tan real como señala y, sobre todo, si es deseable para el resto del mundo). Sin embargo, lo que resulta relevante, digno de atención y referente para todos es la firme decisión de construir un futuro propio, definir el papel protagonista que como paí­s ha de jugar, identificar y fortalecer los ejes, valores y principios sobre los que pretenden llevarlo a cabo y establecer una agenda, particular y completa, para lograrlo. Biden llama a su paí­s a creer en su futuro, a poner en valor sus fortalezas y a asumir un compromiso de avance, esperanzado, en un mundo complejo que, para bien o para mal, es el que existe.

Así­, con el positivismo de Biden nos quedamos. La complejidad, desafí­os y peligros son de una gran magnitud solo comparables con las fortalezas, capacidades y oportunidades con las que contamos. Como siempre, es momento de convicciones y compromiso con un futuro mejor, por construir. Sabremos, sin duda, encontrar las claves transformadoras que hagan posible el inevitable cambio que se requiere. Base para reiniciar el nuevo curso. Desde el optimismo -realista e informado- creativo.

 No es momento de desaliento y pesimismo. Sí­ del realismo informado de las dificultades, problemas y complejidad de sus soluciones. Pero, por encima de todo, tiempo de compromiso, de esfuerzo y de afrontar el futuro convencidos de nuestras capacidades y fortalezas. Un nuevo curso.

Rí­o 2016. Un paso más allá de las Olimpiadas: Su progreso social

(Artí­culo publicado el 22 de Agosto)

En la recta final de los Juegos Olí­mpicos 2016 celebrándose en Rí­o de Janeiro, Brasil, ante el insistente recuento mediático del medallero, que parecerí­a ser el indicador no ya del «progreso deportivo» de los diferentes paí­ses participantes, sino de su nivel de desarrollo y potencialidad mundial, así­ como su visible «aggiornamento globalizado», llega a mis manos el, «índice de Progreso Social 2016 de Rí­o de Janeiro», recientemente publicado, que ha tenido a bien enviarme mi buen amigo y colega  Michael Green, director ejecutivo de la «Social Progress Imperative».

La mencionada plataforma (SPI) impulsora y coordinadora del índice de Progreso Social  y que iniciara su andadura hace escasos cinco años con una idea y metodologí­a singular y diferenciada (huyendo del PIB y del índice de Desarrollo Humano promovido por Naciones Unidas, si bien condicionado por el excesivo peso del PIB en sus estimaciones), el principio de «Progreso y desarrollo social», inclusivo, es un claro lí­der y referencia obligada en la determinación y comparación del avance social y sus expectativas futuras. Un índice avalado por las principales Instituciones, Universidades y pensadores en la materia, que con un amplio trabajo participativo, se aplica en 133 paí­ses y que ha venido trascendiendo desde los Paí­ses-Estado, las zonas administrativas y espacios regionales, las Ciudades-Región (cabe el honor a Euskadi de haber sido la primera nación no Estado y Ciudad-Región en la que se aplicó, gracias al importante trabajo del Instituto Vasco de Competitividad-Orkestra) y, finalmente, las Ciudades, a partir de 12 componentes en tres dimensiones: Necesidades humanas básicas, Fundamentos de Bienestar y Oportunidades de desarrollo.

Hoy, esta Iniciativa, presenta el caso de Rí­o de Janeiro. Sus promotores locales se plantearon su elaboración como un paso más allá del trabajo ya realizado para el conjunto de Brasil, con el doble propósito de explorar «el Rí­o de Janeiro desconocido», desde el interior comparable de sus barrios y comunidades, (lejos del icono de su Cristo Redentor, su Bahí­a de Guanabara, el pujante residencial Lagoa, Ipanema y su amplia y conocida imagen y capacidad turí­stica tractora de ámbito global), y sus segmentos diferenciables en una Ciudad de 6,5 millones de habitantes. Pretendí­an, también, medir y documentar las diferencias sociales y de oportunidad entre los diferentes barrios y zonas ocultos tras los censos administrativos o «Informes Agregados». Su objetivo no es la fotografí­a del HOY sino construir UN MAí‘ANA desde el conocimiento de las barreras y bondades o espacios de oportunidad propios. Pretenden ofrecer un instrumento de análisis al servicio del «Progreso Social», entendido como su capacidad, como sociedad local, de atender las necesidades humanas básicas, establecer aquellos componentes esenciales y básicos  que permitan a sus ciudadanos y comunidades mejorar o mantener su calidad de vida y crear las condiciones para que todos sus habitantes, de manera inclusiva, desarrollen su pleno potencial.

Un extraordinario trabajo que, además, posibilita la comparación de Rí­o de Janeiro con otras ciudades y regiones de Brasil, lo que, sin duda, ha de ser un estupendo apoyo para la decisión y asignación de recursos y prioridades de polí­ticas públicas. Su rápida lectura pone de manifiesto la debilidad de sus principales fundamentos del bienestar (bají­simas posiciones en la sostenibilidad de sus eco-sistemas, agravado por el escaso acceso al conocimiento básico con una preocupante desigualdad en la oferta educativa básica a lo largo de las diferentes zonas de las áreas administrativas de la ciudad, si bien el 38% de su población se sitúa por encima de la media de la Ciudad). Preocupante, así­ mismo, el reducido acceso a la educación superior en ratios similares a los de regiones como la Amazonia. En contraste, son el conjunto o indicador global de las necesidades humanas básicas percibidas por la población  las mejor situadas, con un importante avance temporal en materia de oportunidades y expectativas, coincidente con el impulso inversor (infraestructuras y movilidad) en los espacios de desarrollo -en gran medida- coincidentes con el esfuerzo Olí­mpico zonal (Puerto, Botafogo, Lagoa, Tiyuca).

Así­, cabrí­a preguntarse si la apuesta olí­mpica guarda relación con el progreso social perseguible y las expectativas de «aquel Rí­o desconocido».

Conviene retroceder en el tiempo y volver al «sueño» del ex Presidente Lula da Silva quien impulsara un espectacular programa «para retirar la pobreza de las calles y llevar a la población, sobre todo infantil, a la escuela» y diseñara «las bolsas escolares» con resultados calificados de exitosos desde la óptica internacional. Lula soñó, también, en «situar a Brasil en el Mapa Mundial y recurrió a iconos globales como la Copa Mundial de Futbol o los Juegos Olí­mpicos abanderando una intensa carrera diplomático-deportiva, confiando en que el éxito de los mismos facilitara el «descubrimiento de aquellos elementos no tan conocidos» capaces de posibilitar un Brasil reconocible por sus bondades y competencias, como jugador relevante en el escenario global. Sin embargo, la historia no parece haberle acompañado del todo. Hoy, lejos de inaugurar unos juegos como los que deseara, se «sienta en el banquillo» junto con la Presidenta de su Gobierno, su Partido y una larguí­sima lista de promotores del «milagro económico» en su Paí­s, sometidos a procesamientos por corrupción y Brasil vive un inmenso desgarro y desconcierto general, agobiado por una economí­a tambaleante, una agitada demanda y contestación social, una incierta deriva polí­tica y un grave descrédito institucional. Una vez más, el Paí­s-Continente vuelve a convertirse en «la gran promesa del próximo siglo», etiqueta que le viene acompañando, desgraciadamente, siglo tras siglo.

Pero si Lula y su sueño se han visto sorprendidos por las circunstancias imprevistas, nada mejores han sido los resultados futboleros u Olí­mpicos. Hace unos dí­as morí­a uno de los grandes «iconos» de Brasil-Futbol, Joao Havelange, presidente de la FIFA. Los últimos campeonatos mundiales, sus procesos de adjudicación de sedes, contratos e infraestructuras asociadas y su gestión entre Federaciones y Organismos directivos parecerí­an convertir su herencia, no ya en estadios vací­os, sino en un recuerdo incómodo de su propósito. Nada distante la imagen y herencia del Olí­mpico Samaranch y los actuales Juegos, alejados de aquellos principios y valores llegados de Olimpia. Hoy, unos juegos repletos de una confusa participación escasamente amateur, pletórica de profesionales de élite, rodeados de todo tipo de modalidades de financiación y esponsorización directa o indirecta, contrataciones trasnacionales para reforzar equipos tras una bandera cedida que permita alardear de palmarés y engordar el indicador medallero que mencionábamos al principio. Confusión en detrimento de meritorios deportistas, disciplinados, esforzados en un compromiso -la más de las veces, sobre todo, personal o individual- con su sueño personal, merecedores de reconocimiento y admiración.

¿Será Rí­o de Janeiro, más allá de su conocido icono global, la ciudad inclusiva en que sus ciudadanos y comunidades participen y disfruten del Progreso Social pretendido?, ¿está hoy mejor situado que lo estaba sin eventos especí­ficos que han provocado, en tiempo y obligaciones concretas una determinada estrategia de transformación distinta a la que su propio ADN o demandas de Progreso Social ameritaba? Sin duda, ambas pregunta son difí­ciles de responder en estos momentos. A partir de las Olimpiadas de Los íngeles, la información coste-beneficio publicada por las sucesivas Ciudades Sede no parece concluir de manera esperanzada y resulta cuestionable la alineación de recursos y necesidades. ¿Podremos, en su momento, decir de Rí­o 2016 que se dotó de las infraestructuras adecuadas, más allá de la demanda temporal de sus semanas olí­mpicas; que supo y pudo movilizar las claves tractoras de su «Progreso Social»; que ha cumplido su objetivo icónico trasladando la imagen positiva (valores, conocimiento, identidad, capital humano, organización, capital social, creatividad…) pretendida de la Ciudad y su gente?. ¿Y de los Juegos Olí­mpicos, principios y origen versus realidad?

Sin duda, mucho de lo que es hoy Rí­o 2016 no se convertirá en una mera «obra de arquitectura efí­mera». Perdurará en el tiempo y producirá un impacto claro en su futuro. Ahora bien, más allá de aceleradores icónicos (que tienen un gran valor cuando están alineados con una estrategia  propia), como siempre, la cuestión clave radica en el por qué y el para qué. Rí­o también nos recuerda que los liderazgos han de estar al servicio de la Sociedad que representan, sirven y han de dirigir u orientar y que los sueños o apuestas transformadoras llevan su tiempo, han de ser compartidas y que, lejos de «cortadores de cintas», se esperan co-protagonistas. Por supuesto, soñar con el Progreso Social  no es flor de un dí­a sino de décadas y de esfuerzo colectivo.

Volviendo a Green, a la Social Progress Imperative, y a la amplia colaboración de Rí­o en su compromiso de Progreso Social, agradecer su extraordinario instrumento para coopetir en estas Olimpiadas del Progreso Social.

Camino de la Casa Blanca… y alguna otra casa

(Artí­culo publicado el 7 de Agosto)

El otrora portavoz permanente del Partido Popular español, Hernández Pons, reaparecí­a hace unos dí­as sorprendiéndonos en la Convención Demócrata de Philadelphia manifestando su apoyo  (personal y de su partido) a la candidatura de Hillary Clinton (tanto como candidata interna contra Bernie Sanders como, sobre todo, a la Presidencia de los Estados Unidos).

Para quienes, desde la distancia, observamos un partido popular español con un Presidente de Honor y ex Presidente de Gobierno arrastrando sus pies sobre la mesa del rancho texano del ex Presidente Bush en plena complicidad «republicana», celebrando su encuentro de Las Azores tras lanzar la invasión de Irak, sobre argumentos falsos y tendenciosos, evitando el apoyo internacional en Naciones Unidas, o hemos padecido sus gobiernos centralistas e impositivos desde su absolutismo e inmovilismo (Rajoy), su manipulación de la Justicia suprimiendo la separación entre poderes (Ministro de Justicia e Interior, con un Fernández Dí­az destacado negativamente por su habilidad telefónica y comportamientos detestables de persecución polí­tica), su desgobierno en funciones «no controlable» por un Congreso democrático (todo el gabinete sin excepción, merecedor de la inhabilitación democrática para todos y cada uno de sus ministros), sus discursos propagandí­sticos anti-inmigrantes (Maroto), su escapada ministerial ante mejores opciones de empleabilidad y supervivencia temporal (Pastor, Alonso) o su creciente y degradante tolerancia y/o connivencia con la corrupción organizada en su Partido, además de toda una amplia historia de polí­ticas de baja calidad e intensidad democrática y de progreso (inmigración, salud, dependencia, por citar algunas), nos resulta incomprensible tal posicionamiento. La imagen cierta, imaginable, natural, esperable parecerí­a el verlos  alineados con el Partido Republicano y Donald Trump.

     Pero si esta imagen descoloca, más lo hace aún observar a un candidato como Trump, indiscutible ganador en el seno de su Partido, contra el supuesto rechazo de su aparato y grupo dirigente, ampliamente seguido por la población estadounidense y con una alta probabilidad de convertirse en Presidente salvo que sus propios errores le derroten en su última etapa hasta la cita electoral de Noviembre.  ¿Por qué elegirí­an los estadounidenses al candidato Trump?

Resulta evidente que desde una lógica, a distancia, desde nuestro entorno, nos llevarí­a a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socio-económica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el «medio rural, local americano», sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y su propia percepción de la identidad estadounidense, o la desigualdad creciente provocadora de una reacción anti sistema, o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años, o las poblaciones marginadas, o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante o incluso a una cierta antipatí­a sobre la candidata opuesta. Podrí­amos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo lí­der de los Estados Unidos en el escenario mundial llevarí­a a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirí­an faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en «su paí­s». O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario le supone el paí­s a construir «financiando ilegales» o «subsidiados» como te dirí­a un taxista latino con más de 30 años en Nueva York forjando su empresa y futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos, a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar, también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos entre 30.000 y 100.000 dólares, o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de 30 millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres), o el que uno de cada 35 adultos esté  en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)… ¿Serí­a suficiente explicación trascender de una determinada imagen del Paí­s Potencia Mundial a una fotografí­a de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones?

Trump juega el rol de «un verso libre» en el Republicanismo destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de «ellos» (los gobernantes, los de siempre…) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie, decir «siempre la verdad o, al menos, lo que la gente de a pie piensa, quiere oí­r y no escucha en una sociedad «polí­ticamente correcta». No acepta jerarquí­as orgánicas ni más disciplina que la suya. Deja claro que su único mandato aplicable es el que surja en el dí­a a dí­a conforme a su intuición y voluntad. No cabe sentirse engañado por cualquier decisión que tome. Es «su evangelio» y su oferta. Y la cambiará cuántas veces quiera. Vende su «bondad de outsider» como garantí­a de «la nueva polí­tica». Y así­, avanza, paso a paso, ante un asustado republicanismo que busca desesperadamente la manera de convencerle para que renuncie voluntariamente a su candidatura y deje en manos de un pequeño comité su posible sustitución estatutaria. Algunos miembros destacados, anuncian su rechazo al candidato y piden el voto para Clinton ofreciendo, además, cuantiosas donaciones para financiar el último esfuerzo electoral.

Sin embargo, el proceso sigue su camino. La maquinaria institucional cumple -con mayor o menor entusiasmo- con las reglas del juego, pone a disposición de ambos candidatos los medios oficiales de la Casa Blanca (previstos en la Ley) y les da acceso a la «información reservada de Inteligencia del paí­s» de modo que puedan ir preparando la configuración de sus equipos, disponer de un presupuesto inicial de «puesta a punto en los asuntos de Estado», organicen sus microsistemas funcionariales y el elevado número de altos cargos, funcionarios y asistentes y personal de confianza que habrí­an de incorporar a lo largo del próximo año (muchos de ellos tras aprobar el escrutinio de las Comisiones de Congreso y Senado considerándolos aptos para los cargos propuestos).

En este contexto, contrastar el comportamiento unipersonal de Trump con el del Partido Demócrata y su candidata Hillary Clinton resulta positivamente llamativo e ilustrativo. Aunque no lo parezca, los Partidos (también en Estados Unidos) sí­ importan y mucho. Condicionan, para bien y para mal, las polí­ticas que han de implantar, en su nombre, sus representantes y son muchos -afortunadamente- los compromisos que han de cumplir a cambio del voto ciudadano. Así­, en el caso de Hillary Clinton, la Convención de Philadelphia no solamente le eligió a ella, sino que aprobó la «Plataforma 2016″. Los representantes del Partido Demócrata han hecho sus deberes y hacen de la justicia económica, de la erradicación de la desigualdad, de la inclusión de los menos favorecidos, de la generación de un sistema de seguridad, protección y bienestar social, el eje de su mandato. Al servicio de dichos objetivos, compromete el establecimiento de una intensa y agresiva polí­tica de rentas, incrementando el salario de los trabajadores, reforzando el sistema de pensiones, facilitando el derecho y acceso a la vivienda y profundizando en la apuesta por la salud, accesible universal y de calidad para todos, yendo adelante con la llamada «Obama Care». Esta creación de espacios de bienestar, crecimiento y desarrollo inclusivo, viene soportada en la puesta en marcha de un Macro Plan para la Infraestructura del siglo XXI, «el renacimiento de la manufactura y economí­a productiva», la reorientación de una estrategia de economí­a verde bajo el paraguas de una revitalizada agenda de innovación (Ciencia, Educación y Tecnologí­a) con un amplio abanico de planes de empleo focalizados y personalizados, con un amplio programa de descentralización clusterizada de la economí­a local, amparada en el impulso de la PYME y bajo el mandato coordinado de los Estados de la Unión.

Toda una agenda de compromisos en materia socio-económica, «filtrada» por la movilización de todos los agentes implicados tras su llamada «América Unida, por todos y para todos, removiendo barreras y alumbrando oportunidades», con una veintena de planes integrados, de manera convergente, en una única estrategia Paí­s, desde las acciones diferenciadas según distintos espacios de necesidad-demanda reivindicación (desde la superación de la integración racial, la inclusión de grupos marginados, las minorí­as -First Nations incluidas- los grupos desatendidos por la educación y la salud, la polí­tica de género, la América Rural). Además, una clara e intensa Hoja de Ruta hacia la calidad de la Educación (nueva reforma) y Salud para todos como vectores tractores de la transformación deseada. Y, como no podí­a ser de otra manera en la América de hoy, el apoyo a sus tropas y veteranos así­ como la confrontación con las amenazas globales: Terrorismo y, con nombres y apellidos, (Siria, Afganistán, Irán, Corea del Norte, Rusia, Ciberseguridad, no proliferación de armas nucleares, quí­micas y biológicas). Mención aparte merece su compromiso renovado para «liderar el mundo» con especial concreción en la reforma de las Instituciones Globales y el fortalecimiento institucional.

¿Se trata de una Plataforma y Programa electoral que nace sin ánimo de compromiso y cumplimiento? ¿Es un listado de buenas intenciones? No lo parece. Más bien, una hoja de ruta para la Presidenta y el resto de representantes de un Partido que aspira a acompañar/llevar a sus representados a un lugar deseado y esperable. No sorprenderí­a, por tanto, el creciente aumento de expectativa de voto que le viene atribuyendo la demoscopia tras la Convención, una vez definidos los dos contrincantes, Trump tiene su público y Hillary Clinton, el suyo.

Visto desde aquí­, contemplando el desolador panorama que venimos arrastrando, inmersos en un sainete PP-PSOE-Ciudadanos-Podemos, bajo pseudo liderazgos anclados en el discurso mediático dirigido más a sus tertulianos y voceros que a sus representados y/o contrincantes o potenciales aliados, parecerí­a que los programas se limitan a titulares, corta y pega, que hoy se proponen como «la mejor gobernanza posible» desde un gobierno regeneracionista y de progreso (PSOE-CIUDADANOS), para mañana convertirse  en «los puntos clave de la Constitucionalidad, Unidad de España y Crecimiento del empleo» o en su versión corregida del «gobierno de las Derechas PP-CDS» y quizás mañana, el «Compromiso de las Izquierdas» con PSOE-UE-PODEMOS»… La tertulia oficial, la generalidad de medios de comunicación y el establishment (en especial interno de los propios Partidos) parecen despreciar el sentido del voto ciudadano, los compromisos ofrecidos (y adquiridos) y sus lí­neas ideológicas. No parece importar ni lo que se debe o puede hacer, ni para que se quiere gobernar y, por supuesto, predican el olvido de la nefasta historia del gobierno saliente. Todo por la supuesta «estabilidad y razón de Estado». La voz de la democracia tras el voto es irrelevante.

Afortunadamente, al margen del camino unipersonal de Trump, de las derivas de algunos partidos y gobernantes que hacen del discurso y el mensaje un juego de tertulia, hay quienes sí­ hacen sus deberes y se ocupan del futuro cambiante al que pretenden llevar/acompañar a sus representados. Como leí­a en estos dí­as de asueto, y en el ambiente Olí­mpico de Rí­o, le preguntaban al jugador de hockey sobre hielo, Wayne Gretzky (mejor anotador de todos los tiempos) por su secreto para el éxito. Decí­a: «es muy simple; otros jugadores corren hacia el lugar donde está el disco. Yo corro en dirección al lugar donde va a estar».

Así­ de simple. Confiemos que los gobernantes y lí­deres en general, se adelanten a los desafí­os y soluciones demandables por sus votantes o representados, de modo que lleguemos al sitio en el que habrá que estar en el futuro. Para estar en donde estamos, no hacen falta, ni programas, ni guí­as, ni candidatos. (Posiblemente, llevados a un extremo, ni elecciones). Apliquémonos el cuento (¡Ah! Y, por supuesto, esperemos que nuestra lógica de observación acompañe a la candidatura adecuada en Estados Unidos. Que el votante americano confí­e en quien sí­ quiera llevarle a una mejor Sociedad con una guí­a y hoja de ruta comprometida y conocible. Por el bien de Estados Unidos y, un poco, de todos).